La noche en que la ciencia ficción
conquistó el mundo

Soy aficionado a la literatura de ciencia ficción. También a la música Heavy Metal, y he de confesar que a veces no puedo evitar comparar la situación por la que ambas atraviesan hoy en día. Al igual que la ciencia ficción, el Heavy Metal gozó de su periodo de gloria a finales de los 80, cuando parecía que la explosión de creatividad generada iba a convertir al movimiento en uno de los estilos más influyentes y perdurables de la música moderna. En los conciertos, multitud de aficionados abarrotaban las salas, los discos se vendían como rosquillas, se podían escuchar canciones en lugares hasta ese momento vedados como la radio o la televisión; incluso era tema de inicio de conversación entre desconocidos, como hoy día puede ser hablar de fútbol o del tiempo. Por supuesto, la ciencia ficción y el Heavy Metal eran movimientos minoritarios, pero sus seguidores tenían –teníamos- la convicción, probablemente cegados por su poder y cómodamente instalados en nuestro microcosmos a medida, de que teníamos la oportunidad de cambiar las cosas, de que, en definitiva, “podíamos conquistar el mundo”.
 
En la actualidad, algunos siguen fieles al credo metálico y todavía podemos ver aquí o allá ejemplares de esta tribu urbana, otros se han olvidado completamente de ello y no faltan quienes piensan que sus ritmos y melodías se han integrado, como la mayoría de sus seguidores, dentro de la corriente general de la música contemporánea. Exactamente igual que la ciencia ficción. Por supuesto, ahí quedan los clásicos, pero la savia nueva parece no poseer el mismo empuje, tal vez porque los ejemplares más valiosos se encuentran enfrascados en otros movimientos más fructíferos que reclaman su atención.
 
Sin embargo, ambos ejemplos son perfectamente extrapolables a todos los órdenes de la vida, a cualquier manifestación social o cultural desde el mayo del 68, la música country, la novela rosa o la pintura impresionista. Todo tiene su momento y es preciso adaptarse al cambio, debemos aceptar que “lo nuestro” no es diferente al resto de aspectos de nuestra plural y compleja realidad.
 
Pero, además, el mundo se nos ha vuelto más complicado, y con ello el género que amamos, más acelerado, abigarrado, autorreferencial e hiperespecializado. Podría estar hablando de Heavy Metal y sus vástagos: Power Metal, Speed, Trash, Pagan, Viking, Gothic, Black, Death, Doom, Metal sinfónico, progresivo, operístico, atmosférico, alternativo, electrónico, Folk, céltico, épico, neoclásico, Grindocre, Stoner, AOR, NWOBHM, Glam, Gravedigger, Sludge, Sleaze, Shred… o de ciencia ficción: dura, blanda, Space Opera, Cyberpunk, historia alternativa, utopía, distopía, Slipstream, Steampunk, Technothriller, política ficción, apocalíptico, futuro próximo, New Weird, etc. Neologismos, etiquetas, subcatalogación. Un medio necesario para entendernos, pero que a la postre conlleva un público objetivo cada vez más reducido. ¿Acaso importa, realmente?
 
No hace mucho volví a escuchar un disco de la banda de rock británica U.F.O., nada menos que el mítico Strangers in the night grabado en directo en 1979, y me pareció “blandito”, simpático pero algo ingenuo, en el que indudablemente se notaba el paso del tiempo. Justo la misma sensación que obtuve recientemente al releer Fundación de Asimov. La conclusión es obvia, no sólo el mundo que nos rodea ha cambiado, también nosotros somos diferentes. Por supuesto, me gustaría encontrar de nuevo esa pureza original propia de la música de los 80 de bandas como Iron Maiden o Judas Priest, y novelas que aúnen sentido de la maravilla con mensajes trascendentes en poco más de 200 páginas, obras como Cántico por San Leibowitz, Crónicas marcianas, La mano izquierda de la oscuridad, Los desposeídos, Solaris, El fin de la infancia, Pórtico o Mercaderes del espacio. Pero la realidad es tozuda y se niega a cumplir mis deseos. Tiempos nuevos reclaman nuevas formas, pero lo importante es que ahora sigue siendo factible hacer buen género sin necesidad de renunciar o adulterar su esencia, siempre y cuando se asuman las exigencias del mercado: buena calidad en un envase atractivo.
 
Tal vez peque de abuelo Cebolleta cuando diga que mi (superada) crisis de los cuarenta trajo consigo la estabilidad emocional necesaria para disfrutar de mis aficiones sin necesidad de avergonzarme de ellas ni sentir frustración por un futuro dorado que ya nunca llegará. No es preciso esperar la llegada del Mesías salvador del género, ni suspirar por la obra que lo ascienda a los altares, sino asumir con naturalidad que la ciencia ficción, el Heavy Metal, o (rellénese-al-gusto-del-consumidor), muy probablemente nunca llegará a ser la estrella de nuestra sociedad de consumo, pese a que esporádicamente pueda aportar obras de auténtico valor. Y mientras tanto, por supuesto, podemos seguir disfrutando de nuestros clásicos y obras contemporáneas menores y no tan menores. Ya saben, los viejos rockeros nunca mueren.

5 comments

  1. Si tenemos en cuenta que los creadores de cultura actuales (música, literatura, cine) son (somos) los que nos educamos culturalmente en los ochenta, ¿qué balance podemos hacer?

    Hum…

    O nos espabilamos y hacemos algo que realmente valga la pena y perdure, o llegarán (ya han llegado) los nacidos en los ochenta para dejarnos en evidencia.

    Es cierto que se ven chavales de doce años con camisetas de ACDC y Iron Maiden, pero cuando esos chicos cojan la guitarra (o el ordenador) no se dedicarán a copiar riffs sino a hacer algo nuevo. Espero. No podemos estar siempre mirando hacia atrás.

  2. Exacto, no podemos estar siempre mirando atrás. La vida pasa y nosotros también cambiamos con ella. Aunque nos pese, ya no somos los mismos de antaño.

    De todas formas, mi reflexión no iba sobre música o espabilarse para hacer algo por lo que ser recordado cuando nos toque dejar un bonito cadaver, casi casi ni siquiera sobre ciencia ficción. Iba más bien sobre sentirse bien con uno mismo, con lo que uno hace y los propios gustos. Sentirse satisfecho por el mero hecho de hacer (lo mejor posible, se supone) las cosas que a uno le gustan y no avergonzarse por ello, aunque eso suponga ser una minoría, a veces incomprendida aunque hoy día no tanto. Y, sobre todo, no esperar al «príncipe azul» o ansiar viejos momentos de gloria que algunos aficionados viejos aún parecen estar esperando para «salvar» al género del declive actual, y bla bla bla.

    Somos lo que somos. Podemos hacer las cosas bien. No necesitamos (aunque sin duda se aprecia) que nadie nos diga: «tíos, qué bueno es esto». Sean los autores de esos comentarios la «crítica», los editores, los periodistas, los lectores… Insisto en que algo así es de apreciar, algo muy valorable, pero NO debiera ser nunca el objetivo; ganar la ansiada respetabilidad del género debería venir siempre después de la satisfacción que nos depare el mismo. IMHO, etc.

  3. OOops, se me ha cortado…

    Por último, también queria resaltar el hecho de lo complicado, hiperespecializado y autorreferencial que se ha vuelto todo, sea la ciencia ficción, el heavy metal o la cocina. Es un hecho de nuestros días, no es algo diferenciado de otras cuestiones. Pero es que, además, todo se ha mezclado y podemos encontrarnos a un tipo en el asiento de al lado del avión al que le puede gustar (como a cualquiera de nosotros podría) la cocina tradicional tailandesa, la nueva literatura japonesa o la música de westerns. Es curioso, pero la globalización acarrea tanto fusión hiperespecializada como oportunidades de encuentro entre personas de muy diferente origen.

  4. Ahí has dado en el clavo: gracias a la globalización (o a internet) la sensación de pertenecer a una minoría por cuestión de gustos ha desaparecido.
    Descubrimos que en realidad nadie es un bicho raro. Solo existen bichos mal comunicados. O bichos que se avergüenzan de serlo.

    Ser honesto con lo que se hace y no intentar parecer otra cosa es el camino más directo hacia sentirse feliz y a gusto con uno mismo. Creo que por ahí iban los tiros de tu reflexión, y no puedo estar más de acuerdo. Da lo mismo que se trate de ciencia ficción, hard rock o poesía japonesa.

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