Si bien la colaboración entre autores es algo típico de la ciencia ficción, no es menos cierto que es un fenómeno más extraño dentro de la literatura general. Por eso, el que dos grandes autores como Joseph Conrad y Ford Madox Ford escribiesen juntos tres novelas no deja de ser peculiar, que una de ellas sea de ciencia ficción puede parecer inevitable, aunque esta sensación es un tanto engañosa. Y es que Los herederos no es un libro habitual de este género, por más que la tramposa contraportada anime a pensar lo contrario.
En efecto, aunque en dicha sinopsis resuene el nombre de Wells, la novela de Conrad y Ford se acerca mucho más a Henry James que al padre del romance científico. Hay muy poco de ciencia ficción en el libro, únicamente unas oscuras referencias en el primer capítulo, el resto del volumen sólo puede calificarse como sofisticada novela de crítica social e introspección psicológica.
Tenemos a un escritor fracasado que conoce fortuitamente a una bella joven que afirma provenir de la Cuarta Dimensión. Inevitablemente se enamora de ella, si bien la dama afirma que ella y algunos cuartodimensionistas más planean hacerse con el control de la Tierra. Nuestro hombre se toma el tema con poca seriedad y, a pesar de un atisbo deprimente (y muy logrado) de ese universo paralelo, durante el resto del libro permanecerá un tanto escéptico ante este supuesto origen extradimensional.
Fin de la ciencia ficción. El resto de la obra cuenta el exitoso ascenso, con muy pocos escrúpulos, de dicha joven por el entramado social de la Inglaterra finisecular. Nuestro héroe (el libro está narrado por él en primera persona) es testigo primero, y coparticipe semivoluntario después, de sus manejos, que incluyen unas cuantas traiciones y algunos cadáveres (políticos y reales).
Los herederos no deja de ser una brillante descripción de un ejercicio de arribismo llevado a sus últimas consecuencias. En este sentido, y como no podía ser de otra forma viniendo de quienes viene, es un libro muy bien escrito en el que brillan intensamente su depurado estilo, la descripción de una sociedad entre decadente y enferma, la psicología del personaje central (débil y dubitativo) y los extraordinariamente bien construidos personajes secundarios (a destacar ese ministro de Exteriores honrado pero tremendamente aburrido).
Ambos autores dejan entrever algunas de sus obsesiones personales. Ford con su querencia por describir la caída de la todopoderosa clase alta británica. Conrad con otro ejemplo más de su crítica al colonialismo, y es que el sanguinario fantasma de Leopoldo de Bélgica, auténtico genocida del Congo, hace acto de presencia en más de una ocasión.
En el debe, y únicamente será un fallo para aquellos aficionados a la literatura de género más recalcitrantes, el que el contenido de ciencia ficción sea tan escaso como innecesario. Si en vez una dama procedente de la Cuarta Dimensión hablásemos de una estadounidense o australiana, el libro funcionaría casi igual de bien.
Un libro, por tanto, ideal para aquellos que gusten de la literatura realista, como ya dije, más cercana a Henry James o Edith Wharton, o de aquellos que quieran descubrirla, pero que probablemente decepcionará a los que esperen algo similar a La guerra de los mundos.