Crónicas marcianas, de Ray Bradbury

Leí por primera vez este libro, publicado en 1950, hace ya quince años. Demasiado pronto para cuando lo tenía que haber leído. Porque se trata de una obra impresionista, y entonces no sabía cómo regular la distancia de enfoque: lo leí desde una muy corta, producida paradójicamente por una lectura ágil que buscaba poco más que la trama; un modo de leer al que me habían acostumbrado los pocos libros de ciencia ficción que por entonces conocía.

Cuando se lee como yo lo leí en 1993, tragándoselo con el ansia del joven que exploraba todo lo que aún le quedaba por descubrir de la literatura de ciencia ficción (recién se daba cuenta de que no se podía reducir a Asimov y Herbert), cuando se tienen como referencias tan pocas como yo tenía (y tan atrasadas evolutivamente respecto a lo que es Crónicas marcianas,  que podría haber sido escrito en nuestros días por un Auster o un McCarthy), el enfoque que uno usa es necesariamente miope.

Así, a tan corta distancia, el cuadro que dibuja Crónicas marcianas sólo muestra trazos inconexos, y cuando uno cierra las tapas se encuentra que no sabe muy bien de qué iba, qué ha leído, si le ha gustado o no… Le quedó cierto regusto agradable, sí, pero también onírico, desconcertante. Se tiene una sensación vaga de que trata de la exploración humana del planeta Marte a lo largo de los años; de hecho, así están titulados los capítulos, que son una recopilación de relatos ordenados cronológicamente sobre el tema (es lo único que no ha podido resistir el paso del tiempo: los dígitos de los años que aparecen en los títulos ya se han hecho antiguos)… Pero, ¿cómo puede ser que cada vez que uno pasa del título al cuerpo del capítulo ese hilo conductor se desvanezca y se pierda toda perspectiva, como si hubiera soplado un viento arenoso de las colinas marcianas borrando nuestro rastro? ¿Realmente trata de la colonización de Marte este libro, se llega a preguntar, inseguro, el lector? ¿Es que Bradbury sólo juntó un puñado de relatos sin ton ni son?

Hay, por supuesto, más causas que contribuyen a este desconcierto si uno se empeña en leerlo como otros libros escritos en la Edad de Oro. Los trazos que forman el cuadro nos muestran un estilo poético que no cuadra con la forma habitual en el género de esa época: son cuidadosos y bonitos individualmente. Sólo ahora me doy cuenta de cómo en su conjunto, vistos desde más lejos, son realmente bellos literariamente: rodean las ideas que el autor quiso transmitir transitando caminos de palabras escogidas primorosamente con el objetivo de provocar las sensaciones que quería en el lector, en lugar de contar esas ideas directamente. Eso era inimaginable en la Edad de Oro (y también para un chaval que sólo había leído unos pocos libros del género de esa época).

El estilo no es lo único que desconcierta en una lectura ágil y por tanto miope. Por si fuera poco, hay cambios de perspectiva y personajes constantes, la tecnología propia de los años en que se escribió -muchas veces ese Marte se parece a un pueblo de Kansas- le insta a uno a seguir tratando el libro como otros de su época, aunque al tiempo se da cuenta de que la tecnología no tiene la menor importancia en éste. Los diálogos son cortantes como en muchos coetáneos… Deduces, de nuevo, que éste también podría leerse como una obra de ciencia ficción clásica, pero eso no hace más que hundirte aún más en la confusión si percibes un poco de todo lo que el autor consigue decir a través de esos diálogos sin que los personajes lo pronuncien.

Definitivamente te das cuenta de que algo falla en este modo de leer Crónicas Marcianas.

Por supuesto, hay más (es difícil resumir). Los marcianos… Ah, el libro está lleno de ellos. Pero de improviso queda lleno de su ausencia, más clamorosa. Son seres que parecen mágicos, pero sólo porque se integran en su planeta de forma distinta a nosotros en el nuestro: por lo demás tienen utensilios perfectamente identificables y al mismo tiempo perfectamente absurdos (como el polvo magnético que limpia los muebles, o los carros tirados por algo que no se sabe si son animales o máquinas ígneas, o las barbacoas de lava plateada). Como digo, de repente desaparecen, dejando perdido al lector “clásico” de ciencia ficción con su lectura demasiado cercana al cuadro… ¿A dónde llevó la inclusión de los marcianos en el libro, si ahora…?

Toda esta confusión viene no sólo de la forma de leer, llamémosla “ligera”, propia para las obras de la época, sino también del absurdo que Bradbury emplea explícitamente: se parece en algunas ocasiones al que era capaz de provocar Philip K. Dick. Pero con una belleza en la prosa que aquél no tenía y un virtuosismo que se extiende a muchos niveles: al tono de cada capítulo, a sus ritmos, al movimiento de la trama… Existe una riqueza literaria, en fin, que Dick no supo o quiso asociar nunca a su sentido de la irrealidad.

Crónicas marcianas, en mi opinión actual, exige una lectura muy lenta, lo que, paradójicamente, como no podía ser de otra manera en este libro, se traduce en situarse a una mayor distancia y apreciar el cuadro en su conjunto.

Cuando se lee así, aparece la maravilla en todo su esplendor. Se da uno cuenta de que en el fondo sí existe un hilo conductor: el libro trata de las partes oscuras de la naturaleza humana. De las ansias por conquistar y ser reconocido por encima de otros, de la ambición, de la falta de respeto al inferior… y de lo deplorables que nos hacen todas estas cosas. Una de las muchas formas en que Bradbury aborda esto, por ejemplo, es el capítulo en que los negros huyen de la Tierra hacia Marte; en él aparece el Ku Klux Klan (sin mencionarlo) y el tratamiento despectivo de los blancos y la sumisión de sus esclavos son evidentes. Pero es un ejercicio permanente y continuo: durante todo el libro se acerca a las mismas temáticas de muy diversas maneras, desde lo melancólico a lo hilarante (como en la segunda visita de los terrestres a Marte), pasando por lo directamente surrealista.

Al fin, uno se da cuenta de que Bradbury hace ver insistentemente que lo que provoca todas estas cualidades detestables del ser humano es el miedo: el miedo al negro, pero también al marciano; el miedo al otro, el miedo a un planeta desconocido, pero también al natal, que está a punto de entrar en una guerra termonuclear devastadora. Dedica Bradbury un capítulo al miedo que sobresale brillantísimo: “Usher II”. En él lo aborda muy teatralmente, en forma de reivindicación de la literatura de terror (Poe, Bierce,…). Por esa época, en la Tierra el miedo ha sido erradicado limpiando todo rastro de imaginación (literaria especialmente), pero no es más que otra forma de miedo, las últimas etapas antes de la destrucción: el miedo al miedo, la necesidad de negarlo para hacerlo en realidad más fuerte y así dominar todavía más al otro. En Marte, mientras, el miedo se ha buscado un reducto en la casa Usher, de manos de un inconformista con cierto poder, y explota transformándose en terror, como necesidad pura e inagotable del alma humana. Lamentablemente, una lectura superficial del libro como la que yo hice hace quince años convierte este capítulo memorable en un paréntesis casi molesto, de nuevo sin sentido en la obra global.

Pero si se lee despacio y atentamente, queda perfectamente claro que el trozo es sólo una visión más de la historia de la ambición provocada por el miedo. Es indiscutible (y si no lo es por entonces, mejor dejar de leer Crónicas marcianas) que el autor está usando Marte como reflejo de aspectos del alma del hombre de los que nos avergonzaríamos si nos atreviéramos a reconocerlos.

Para dejar aún más claro todo esto, los marcianos aparecen (si se observa de lejos el cuadro) como lo contrario de nosotros, a pesar de verlos similares en aspectos superficiales: tienen total ausencia de ambición, de necesidad de dominación y de miedo. Seguramente por su natural capacidad telepática. Se adaptan a los humanos (de hecho usan máscaras que cambian sus propias caras cuando se relacionan entre ellos, es decir, se ignoran a sí mismos); en el capítulo dedicado a la gente mayor que llega a Marte incluso se someten a los deseos de esa gente para complacerles, negando su propia naturaleza para hacerse pasar por las personas que esos ancianos añoran, y enferman por nuestros miedos. Sirven, en fin, de contrapunto absoluto al humano, y por supuesto, su simplicidad o pureza terminan sucumbiendo ante nuestros más poderosos defectos. Sobresale también el capítulo del antiguo astronauta que monta un puesto de perritos calientes en Marte, en un futuro cruce de caminos. Después de matar a varios marcianos a sangre fría que aparecen sin avisar en su negocio y destruir varias de sus ciudades antiguas en un ataque de miedo injustificado, exclama cínicamente "¡yo no he hecho nada!"… justo antes de que esos mismos marcianos, que no se han quejado en todo el proceso, le entreguen las escrituras de propiedad de gran parte de sus terrenos.

La conclusión, para mí, es clara: Crónicas marcianas es una obra maestra escrita antes de casi todas las que se consideran obras maestras del género. Imposible de apreciar si no se lee lentamente, gota a gota; tan delicada y tan exigente para el lector que corre un gran riesgo de quedar simplificada a un conjunto de relatos inconexos y desconcertantes, sin trama alguna y sin objetivo ni sentido. Una obra difícil de abordar adecuadamente para extraerle todas esas cosas. Quizás por eso no haya tenido el predicamento de otras.

12 comments

  1. Muy buen comentario, Juan Antonio.

    Bradbury utiliza Marte para hacer un retrato del hombre, con sus debilidades y grandezas, pero no sólo del miedo. Por ejemplo: el tratamiento de la normalidad y de la relatividad cultural es excepcional. El cuento del individuo cuya obsesión es llenar el desértico Marte de árboles es para leer despacio. Hoy, cualquiera vería con buenos ojos las intenciones del personaje, especialmente en unos tiempos en los que el ecologismo se ha convertido en una religión laica. No obstante, hay que examinar el asunto desde otra perspectiva, la marciana, y la conclusión es otra: el hombre violenta el paisaje a su conveniencia particular, sin orden, sin control ni respeto. Y lo que parecía buena idea acabaría siendo el final de «Marte» -por llamarlo de cualquier manera-.

    Saludos

  2. Gracias, Jorge. Completamente de acuerdo con tu comentario; por precisar un poco el mío, el miedo está detrás de todas las cosas que Bradbury denuncia en su libro. Pero claro, no es lo único que denuncia explícitamente.

    Como tú dices

    «l hombre violenta el paisaje a su conveniencia particular, sin orden, sin control ni respeto.»

    Lo cual, al menos para mí, es fruto, muy en el fondo si quieres, del miedo. El miedo a la inmensidad y complejidad que nos rodea nos hace ir a dominarlo todo, y esas ansias de dominación, como ilustra Bradbury, llevan en ocasiones (muchas) a romper las cosas :)

  3. La EC hizo unas versiones muy buenas en cómics de los cuentos marcianos, principalmente Wally Wood y Al Williamson. Recomiendo la lectura de Biblioteca Grandes del Cómic: Clásicos de la Ciencia Ficción (Planeta).

  4. Sin estar en desacuerdo, en general, en lo que se dice en el artículo, ¿por qué se suele pasar por alto -como si no fuera relevante- la actitud profundamente reaccionaria de Bradbury, su claro intento de anatemizar la ciencia y la tecnología como responsables de todos los males del mundo y, en general, su añoranza de un pasado idealizado e inexistente?

    Bradbury, como autor de ciencia ficción es bastante atípico. Y no porque adopte una postura crítica con la ciencia (de eso tenemos bastantes ejemplos) sino porque representa exactamente el polo opuesto del cliché de escritor de la Edad de Oro: un adorador acrítico del progreso tecnológico. Bradbury, por el contrario, rechaza -también acríticamente- el progreso tecnológico y lo culpa de todo lo malo. Es un tecnófobo. Y su actitud es tan irracional y tan carente de fundamento como la de los tecnófilos.

    No discuto su capacidad fabuladora o su buen hacer estilístico, pero en general su postura vital me resulta bastante cargante, por todo lo que tiene de ceguera deliberada (la misma ceguera, recalco una vez más, que la de los tecnófilos, pero de signo contrario) y de adorar un pasado que nunca fue como lo recuerdas.

  5. EC: gracias por las referencias :)

    Rudy: podría ser que este libro fuera fruto de una actitud general del autor reaccionaria ante la ciencia, pero con la poca ciencia que hay en él y la universalidad de los temas que trata, la verdad, examinando este libro solamente, no veo por ningún lado eso que dices… Quizás del conjunto de sus obras pueda sacarse esa conclusión, no digo que no, pero en eso no me atrevo a meterme (porque la mayoría no las conozco, más que nada ;P)

  6. Rudy,

    ¿Reaccionario? Bradbury refleja la cultura europea posterior a la Segunda Guerra Mundial, la que ha vivido con espanto cómo la tecnología ha servido para cometer genocidios en Europa o tirar bombas atómicas sobre Japón. Es una postura que está muy estudiada por los historiadores de la cultura (véase George L. Moose).

    Prácticamente hasta la 1914 existe un optimismo generalizado sobre la aplicación de los avances tecnológicos. Las dos guerras del XX acaban con esa visión optimista al menos para una generación; del mismo modo que la siguiente tiene otras preocupaciones derivadas de las anteriores: guerra nuclear y superpoblación, que son temas recurrentes en la CF de la New Wave, por ejemplo (véase Roger Zelazny o John Brunns).

    Bradbury, además, es británico, como Wyndham, y ambos tienen la misma postura hacia la tecnología (véase El día de los trífidos), o el francés Pierre Boulé, lo que les diferencia de los autores norteamericanos; al igual que Lem (polaco del mundo soviético) tiene unos parámetros sociológicos diferentes, y eso por no hablar de los españoles que escribieron durante el franquismo (véase George H. White).

    No hagamos presentismo para despreciar algo. No tiene sentido. Cada libro y cada autor, en su época y en su entorno. :-)

    Saludos.

  7. Perdón, pero Bradbury no es británico si no estadounidense puro, 100 %. Nació en Waukegan, Illinois, y ha vivido gran parte de su vida en California. Y, sinceramente, no creo que haya autor que refleje mejor el espíritu de una época y, especialmente, un país que él.

  8. Cada libro y cada autor, en su época y en su entorno.

    Cierto. Y en la misma época y entorno (Estados Unidos, como bien ha apuntado Iván) existen otros libros que no van ni en la onda de Bradbury ni en la opuesta (que sería la tecnofilia desenfrenada y acrítica).

    Y, aunque Bradbury no es británico, le pasa un poco lo que a Tolkien: echa de menos un pasado menos deshumanizante, menos maquinista, más «amable». Y ninguno de los dos es consciente de que ese pasado sólo está en su nostalgia y su memoria (la «agradable» campiña inglesa que Tolkien añoraba sólo fue agradable para los terratenientes, sin ir más lejos). Que no existió jamás. Quieren volver a un mundo que no fue.

    Eso, para mí, los hace reaccionarios.

  9. Iván, estás perdonado porque el despiste es mío.

    Rudy, es muy interesante lo que dices: conviertes en reaccionarios a muchos que en su día (y hoy) se presentaron como «progresistas», desde los sindicatos de clase del XIX y XX hasta los ecologistas del XXI.

    Yo no creo que la nostalgia, incluso la imaginada, sea directamente reaccionaria, ni que la tecnología sea de forma automática el progreso. No sé; ¿entra en esto 1984 de Orwell y El mundo feliz de Huxley? John Bury escribió un ensayo sobre esto, en cuanto a las variadas formas de entender el progreso y también la reacción. Quizá tú entiendas que el futuro tecnológico siempre será mejor para la humanidad, en cualquier circunstancia, y que la literatura que pone «peros» o condiciones a ese planteamiento es contraria al progreso o reaccionaria (perdón por sentarte en el diván).

  10. No hay nada que perdonar, todos nos despistamos a veces :)
    A mí, personalmente, no me queda tan claro ni que Bradbury sea un reaccionario ni lo contrario. Estoy con Rudy en que el rechazo al progreso se suele basar en nostalgias por mundos que no existieron o que, desde luego,. no fueron ni de lejos idílicos. Pero tampoco creo que Bradbury sea exactamente un reaccionario. Sinceramente, «Farenheit 451» es un ejemplo de un canto a la libertad que no creo que se pueda tachar de conservador.
    Bradbury es un nostálgico, un nostálgico de su niñez en Waukegan, una niñez en la que, por ejemplo, no había TV una de las bestías pardas de este escritor. A Bradbury le molestaba que los niños no viviesen la infancia maravillosa que el tuvo, de ahí que cargase contra cierta idea de progreso.
    Por otro lado, nada nuevo bajo el sol, la generación que se pasó tardes enteras pegada a la TV en vez de corretear por la campiña es la misma que ahora critica que los niños estén pegados a la play o juguetenado con el messenger.
    Y una última cosa que me pongo muy pesado. Criticar alegremente el progreso siempre me ha hecho mucha gracia. Como decía cierto historiador, a los nostálgicos del pasado les recomiendo vivir un dolor de muelas en la Edad Media, antes del nolotil., ya verán que pronto vuelven cagando leches al «horrible» siglo XXI. La ciencia es una herramienta, en nuestras manos está curar el cancer o crear la bomba atómica (cachis, ya me he puesto trascendente).

  11. Iván, totalmente de acuerdo.

    Incluso no hace falta irse a la Edad Media. Siempre que he contado a mis alumnos cómo eran los tratamientos médicos en Occidente en el XIX se han quedado con los ojos como platos, y han salido todos bendiciendo el progreso. Ahora bien, no dejan de sentirse ingenuamente solidarios con los que quemaban máquinas alegando que les quitaban el trabajo. Qué contradicción. Es decir, y como tú dices, ni una cosa ni otra.

    De todas formas, yo no confundiría conservador con reaccionario, en ninguno de sus sentidos. La reacción es intrínsecamente imposible porque el tiempo no pasa en balde y siempre da lugar a otra «cosa», y la conservación es un sentimiento que albergamos en mayor o menor medida todos hacia ideas, objetos o sentimientos. ¿Los comunistas soviéticos del intento de golpe de Estado de 1991 contra la transición democrática qué eran -además de golfos, se entiende-? (Vaya, yo también me he puesto trascendente. Será por culpa de Bradbury).

    Saludos

  12. El término «reaccionario» no lo usaba en un sentido político. Quizá ese fue mi error. Sino más bien desde un punto de vista «vital». Para mí una persona que rechaza acríticamente el presente en el que vive y se instala en un pasado idealizado que nunca existió es un reaccionario (frente al conservador que pretende simplemente que el presente no cambie porque asume que las cosas están bien como están y cualquier cambio será para peor).

    Y sí, coincido con Iván: cada vez que alguien me dice algo como «hay que volver a un modo de vida más sencillo y abandonar todo este desarrollo tecnológico desenfrenado que no nos ha traído más que problemas», mi respuesta es invariablemente «¿y todo esto me lo dices en un chat -o foro, o por mail, o por el medio de tecnología moderna que uno prefiera-, colega?» o «¿De verdad prefieres vivir en una sociedad donde tu esperanza de vida llegaría a los treinta -y unos treinta no muy buenos- con mucha suerte?»

    Lo que no implica que haya que aceptar el desarrollo tecnológico como algo maravilloso y carente de problemas o lados negativos, por supuesto.

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