La informática en las aulas

por Enric Quílez

Últimamente se viene hablando bastante del uso que debe darse a los ordenadores en las aulas. Los hay que defienden un modelo tradicional de enseñanza, basado en la pizarra y la tiza, mientras que los hay que querrían ver un ordenador por alumno, los libros sustituidos por software educativo y la pizarra convertida en una pantalla plana táctil. La ciencia ficción no está exenta de este último modelo. Algunos relatos recogen la evolución futura de la enseñanza, ya sea en aulas, ya en las habitaciones de los hogares, con una especie de teleeducación. Así, debió ser divertido leer en la década de los 50, en Segunda Fundación, cómo Arkady Durell hacía los deberes de redacción en su habitación con una especie de dictáfono electrónico.

También Isaac Asimov nos describe un mundo de este tipo en su relato «¡Cómo se divertían!» («The Fun They Had», 1951), contenido en la colección de relatos Con la Tierra nos basta. En él, los niños acaban lamentándose de este tipo de enseñanza y desearían haber nacido unos siglos antes para poder disfrutar de algo tan simple como jugar todos juntos a la hora del patio.

Las consecuencias de tanta informatización, en este caso debida a las calculadoras, hace mucho que se han dejado notar. Por ejemplo, se ha podido comprobar la pérdida de buena parte de la capacidad de cálculo mental y manual por parte de la gente. Cuando alguien dispone de una calculadora para realizar hasta las operaciones más elementales, la utiliza, y ello conlleva una pérdida de práctica en el cálculo. Se ha puesto muchas veces como ejemplo de la predicción de este fenómeno a otro relato de Asimov: «Sensación de poder» («The Feeling of Power», 1958), que puede encontrarse en Cuentos completos I. En esta narración se describe un mundo en el que el cálculo mental se ha perdido completamente debido al uso de ordenadores y un científico lo redescubre, con irónicas consecuencias.

Siguiendo con los relatos sobre la educación en el futuro, tal vez uno de los cuentos modernos más descriptivos y detallados sea «Acelerados en el instituto Fairmont» («Fast Times at Fairmont High», 2001) de Vernor Vinge, que puede encontrarse en El monstruo de las galletas y que describe un mundo no muy alejado en el tiempo de nosotros, repleto de microcomputadores por doquier y gadgets tecnológicos de todo tipo, que no deja de ser una extrapolación lineal a las próximas décadas.

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