De la primera lectura que hice de este libro publicado en 1968 (fue hace diecisiete años) recordaba algunas cosas más o menos difusas: que fue fácil de leer; que no podía quitarme de la cabeza la película de Kubrick, la cual ya me sabía de memoria, mientras lo leía; que me aclaró algunas dudas sobre ésta; que para ese momento, en que ya había visto que un escritor de ciencia ficción podía (ahora pienso que tiene que) ser primero un buen escritor y luego un buen escritor de ciencia ficción, Clarke no demostraba claramente que cumpliera este requisito (salvo, quizás luego, en Fuentes del paraíso); también que el resto de la serie de libros que empezó con 2001 y que leí casi a continuación empezaban a desbarrar en sus predicciones futuristas de una manera alarmante conforme se sucedían los títulos…
Una valoración la de entonces que podría oscilar entre indiferente, desinformada y un poco negativa. Hubo cosas que ahora, en la relectura, veo que percibí erróneamente, y otras que no tanto.
Para empezar me acuerdo que pensé concretamente: estando la película, para qué comprar el libro. En esto no andaba muy equivocado: el relato original de Clarke “El centinela”, publicado en 1951, fue la base tanto para la película, escrita conjuntamente por el autor y Kubrick, como para la novela, elaborada simultáneamente por el primero, por lo que la fidelidad entre estos dos productos roza el 90%. La película incluye variaciones sobre la historia, como limitar el viaje espacial hasta Júpiter y no Saturno, usar desde el principio como banda sonora el tipo de música que el astronauta Dave Bowman escucha en la novela hacia el final, hacer mucho más críptico el encuentro con los extraterrestres, o darle un toque de terror (especialmente usando a HAL 9000) que no se aprecia igual en el libro, pero esencialmente ambas obras son difíciles de separar, y así se verá en las líneas que siguen.
Para empezar, y al contrario de lo que recordaba, es un libro bien escrito (aunque mi edición tiene algunas erratas). No es una obra maestra de la literatura, desde luego; hace un uso excesivo, sobre todo al principio, pero también en otros momentos, del narrador omnisciente, y tiene algún cambio de ritmo no demasiado bien resuelto (comprensible dada la dificultad de describir una historia de las proporciones espacio-temporales que tiene ésta); pero aportó al género un nivel de integración de la literatura con la ciencia más que interesante.
Por tanto me gustaría profundizar en las sensaciones, en los sentimientos que causa en el lector esta novela, como obra literaria. Las descripciones de las maravillas del espacio y de la técnica son preciosas. Este sentimiento no racional de belleza lo proporciona de manera especialmente intensa: sientes esas maravillas en tu piel. La belleza que transmite se parece –pero es más minuciosa, si se puede calificar así– a la que conseguía Sagan en su serie Cosmos. Recuerdo especialmente la propuesta de Sagan de posibles formas de seres vivos en Júpiter, algo que también se insinúa en la novela de Clarke.
Pero hay más. El libro no sólo produce un gran sentimiento de belleza sobre el universo en que vivimos (y que cada vez importa menos a la gente de a pie, he de decir). La palabra “odisea”, por ejemplo, adquiere tanta importancia como la que merece por aparecer en el título: el lector percibe realmente la inmensidad del viaje que esta novela describe, y en varios aspectos. No sólo en la travesía espacial de su segunda parte, cuando la Discovery recorre el sistema solar hacia Saturno (la Descubrimiento en la edición que yo tengo, pero de nuevo la película me puede), sino también en el viaje de la evolución humana desde un ser no pensante hasta uno inteligente, este periplo mucho más resumido y quizás un poco más torpemente hilado, pero que reaparece al final, cuando se describen los seres extraterrestres como posible evolución de nuestra especie más allá de lo que somos. Por supuesto también está la odisea del viaje tecnológico, desarrollando durante milenios máquinas que en el libro dominan suavemente al espacio, sin estridencias, limpias, casi como miembros de nuestra familia (como dije, HAL no se percibe tan hostil como en la película).
Esta(s) odisea(s) no es(son) como la de Ulises, o la de Jasón (tan deliciosamente descrita en El Vellocino de Oro, de Robert Graves), o la de Hércules: todos esos héroes andan inmersos en aventuras trepidantes, rodeados de amigos y enemigos… Aquí, por el contrario, se masca la soledad. Este otro sentimiento es omnipresente. Se prolonga incluso cuando el lector y los personajes se aferran, para ahuyentarlo, al único acompañante no humano de los dos tripulantes conscientes de la Discovery: el computador HAL, el garante de la seguridad y enlace con el planeta madre. Precisamente quien convierte una expedición finita, es decir, con esperanza, en un viaje a una eternidad sin retorno. Así que incluso el único punto de conexión con cualquier sentimiento de seguridad desaparece: el desamparo llega a ser total e inevitable.
En realidad, ese desamparo puebla todas las páginas del libro. No sólo hay soledad en el viaje espacial y tras la desconexión de HAL, sino también en los preparativos anteriores y en la Luna (esa cierta frialdad educada, tan evidente -y tan bien reflejada en la película-, que mantienen los personajes en sus relaciones, y la escasez de diálogos). También se percibe en los orígenes del homo sapiens, millones de años antes de todo eso (soledad ante un mundo incomprensible y hostil). Si prestas atención no puedes evitar que el libro te haga sentir la soledad, como es imposible impedir que te haga sentir las maravillas, la belleza del cosmos y de la tecnología que describe.
Es ya evidente que lo que más me ha sorprendido de esta segunda lectura son los sentimientos que me ha provocado un libro que yo apenas recordaba como un trasunto sin mucha importancia de su respectiva película…
Aparte de esto, 2001 es ciencia ficción dura, y como tal explora posibilidades tecnológicas futuras. Sin embargo, he sido incapaz de encontrar ahora una reflexión sobre la tecnología que recordaba haber extraído de él hace años: que el hombre es un ser que construye herramientas cada vez más sofisticadas, haciéndose cada vez más dependiente de ellas, hasta que al final éstas le hacen depender más allá de lo aceptable (HAL se convierte en un asesino). Este complejo amor/odio entre el hombre y sus herramientas no es evidente en la novela. El papel de HAL es por supuesto importante, sí, pero ni produce tanta inquietud como en la película ni en el libro hay el más leve atisbo de negatividad en la descripción de la tecnología. HAL, la herramienta última (pues algo más avanzado sería suprahumano) falla, sí, y hace cosas parecidas a las que filma Kubrick, pero en lo que escribió Clarke es desconectado sin esfuerzo, pues se ha averiado, al contrario que en la película, en donde todo el proceso que lleva a la desconexión abruma con implicaciones éticas y filosóficas.
Así que 2001 no me parece que haga profundas reflexiones sobre la tecnología, o al menos yo ahora no soy capaz de verlas. Ésta, de todas formas, está minuciosa y pulcramente descrita. Recuerda en algunos pasajes a los libros de Julio Verne, aunque con una prosa más bella, al menos para ojos nacidos a finales del siglo XX, que la de aquél, y con un sentido del equilibrio que aquél, también en algunos casos, no conseguía (aún recuerdo lo pesadísima que me resultó la descripción exhaustiva de todas las especies marinas que pasaban tras las ventanas del Nautilus).
Aquí llegamos a otra cosa que recordaba de la primera lectura de 2001: la aparente preocupación de Clarke por cómo sería la tecnología futura, por predecirla. Ahora me asalta la duda. Aparte de que fracasara o no, quizás Clarke no pretendía predecir nada. Podría ser que su preocupación por la descripción minuciosa y científicamente plausible de la tecnología fuera una inclinación natural en la época y fruto de su formación. O quizás se lo tomó como un ejercicio de integración literatura-ciencia. Desde luego lo consiguió: la novela no pierde su cualidad ni calidad literarias por incluir una tecnología tan detallista. Es bella, no olvidemos eso; no todos los autores que han cultivado la ciencia ficción dura han conseguido lo mismo mientras describían tecnologías para llegar a otros planetas o viajar por el espacio con tal minuciosidad.
Sólo por completar, dos apuntes menores: la novela contiene algún momento de tensión, muy bien llevado tras el repentino contraste con la soledad, tranquilidad y vacío que provoca el viaje espacial, y su escasa longitud (poco más de 200 páginas) no impide hacer partícipe al lector de la peripecia inconmensurable que supone en el espacio y en el tiempo esta odisea de odiseas.
Yo dejé de leer a Clarke tras Cita con Rama, que me pareció aburrido, llegando como he comentado a las conclusiones de que no se trataba de un buen escritor (claro, lo estaba comparando ya con gente muy grande en ese aspecto) y de que sus libros sólo trataban de predecir el futuro, de una forma cada vez más estrepitosamente incorrecta. Ambas cosas son más que dudosas para mí ahora. Clarke, clasificado en la misma categoría que otros escritores de ciencia ficción dura, hizo un buen trabajo literario con 2001; quizás no brillante, pero consiguió cultivar, al menos en esta novela, esa parcela del género mejor que otros coetáneos e incluso que algún escritor actual del género. Además es un libro entretenido, verdaderamente bello en algunos pasajes, que atrapa, que nos hace reflexionar sobre lo pequeños que somos, que nos vuelve a hacer sentir la inmensidad del espacio y el tiempo, en uno de cuyos insignificantes puntos vivimos, desde una perspectiva científica.
De esta lectura, en definitiva, quedo satisfecho. Hasta el punto de que, a una novela de ficción que pretende (y consigue) estar tan cercana a la ciencia real como ésta, que es tan detallista, minuciosa y racional, le puedo perdonar que el monolito se comunicara con las mentes de los homínidos a distancia, es decir, que Clarke metiera la telepatía nada más empezar.
Me pregunto por qué los anti-evolucionistas proponentes del «diseño inteligente» no han adoptado «2001» como la obra de arte que encarna arquetípicamente sus tesis. Porque, a decir verdad, la película se ajusta como un guante a sus postulados: los pasos cruciales de la evolución humana son sistemáticamente presentados, no como producto de una selección natural ciega y sin propósito, sino como inducidos por el monolito de turno.
En general, la ciencia ficción denota una clara incomodidad con la evolución darwiniana y tira con sorprendente facilidad de monolitos, razas «precursoras», «elevaciones» y demás parafernalia.
Pues no te voy a quitar la razón. Y además, el «inteligencio» tiene telepatía ;P
Bueno, un poquito si te voy a quitar la razón: ese ser «inteligente» que nos «diseñó» en la novela de Clarke es una especie que representa la futura evolución del ser humano, no exactamente un dios. Por afinar un poco :)
«En general, la ciencia ficción denota una clara incomodidad con la evolución darwiniana y tira con sorprendente facilidad de monolitos, razas “precursoras”, “elevaciones” y demás parafernalia».
Sí. Estoy completamente de acuerdo ( http://www.portal-cifi.com/scifi/content/view/2279/71/ ). Y más cuanto más popular pretenda ser (o llegue a ser) una obra. La cifi verdaderamente dura llega a poca gente; la supuestamente dura, como 2001, que de dura tiene lo justo para describir un viaje espacial pero luego mete monolitos, deus ex machina, embriones cósmicos (metafóricos o no) y caminos en pos de la perfección, llega a mucha gente; y Star Wars, que es el coño de la Bernarda en lo que a ciencia se refiere, llega a muchísima gente.
En general esto no es más que una extensión del modo de ver y de sentir las cosas por parte de la mayoría de las personas, para las que el lamarquismo y el diseño inteligente son mucho más «de cajón» que la Teoría Sintética de la evolución (adaptación actual del darwinismo), concepto en sí bastante antipático de asimilar aunque aceptado sin rechistar. De hecho, todo el mundo acepta al darwinismo como dogma científico incompatible con otras teorías paralelas (y ¡ay de quien diga lo contrario!) pero a la hora de la verdad en su fuero interno ve lógico que los seres caminen hacia una perfección estructural, más compleja y de mayor tamaño que sus precursoras, más cercana al ser ideal y, por supuesto, más elevada espiritualmente a la par que en conexión con algún poder cósmico que-es-Dios-pero-no-debe-ser-llamado-Dios. Y si no, salgamos a la calle y preguntemos al primero que pase qué es más evolucionado y cercano a Dios, si un gorrión o él, y a ver qué dice, aunque sea ateo.
El lamarckismo y el diseño inteligente calaron, tenían un caldo de cultivo perfecto en la mente humana, aunque el hecho aceptado como Verdad según el argumento de autoridad diga cosas muy diferentes que al final el pueblo interpreta como que el pez grande se come al chico y poco más. 2001 no es una excepción de este modo de pensar, como digo. Creo que está muy sobrevalorada en muchos sentidos. En los años 60 ya se sabía lo suficiente al respecto. Pero primaron los detalles astronáuticos y zas, sci-fi hard por decreto.
Excelente crítica. Enhorabuena.
Gracias, Fernando :)
No me resisto a dar la versión completa de la frase del pez grande… La versión más antigua que conozco es de Shakespeare, de «Timón de Atenas». Uno de los personajes se pregunta como viven los peces en el mar y otro contesta que al igual que los hombre en la tierra: el pez grande se come al chico así que más le vale al chico ser listo.
Y por cierto: la evolución dirigida de la humanidad solia ser un tema recurrente en la cf. Esta en 1984, en Un mundo feliz, en Dune,en Forastero en tierra extraña y por supuesto en 2001. De hecho está tambien en El fin de la Infancia con lo que se le puede considerar un tema recurrente en su obra.
No es un deux ex machina es la idea (existencialista) de que la inteligencia crea su propio sentido en el universo.
Felicidades.
Gracias, Luis (si es por la columna; si es por que me quedan sólo veinte días para pillarme las vacaciones, también :) )