Dune, de Frank Herbert

Revisitando Dune, de Frank Herbert, por tercera o cuarta vez (la última ocasión en que me la leí fue hace unos dieciocho años, y no recuerdo bien si esa era ya la segunda o la tercera) esperaba fundamentalmente encontrarme dos cosas: por una parte una escritura con intención transcendente, densa y que no da facilidades al lector para comprender el mundo en el que se atreve a entrar, esa que aparece desde las primeras páginas en Los creadores de Dios, El cerebro verde o El experimento Dosadi y que me supuso un choque importante después de estar acostumbrado a la planicie literaria de Asimov y similares, y por otro lado una imaginación desbordante dando a luz uno de los universos más complejos y ricos de la literatura de ficción: el de las Bene Gesserit, la Cofradía Espacial, el Landsraad, la CHOAM, la especia Melange…

No he encontrado exactamente lo primero: Dune, primer libro de la saga, está justo en la frontera entre los primeros años de Herbert como escritor, pura aventura (El dragón en el mar) y los libros de temas más transcendentes y profundos mencionados antes. Pero sí he confirmado por completo lo segundo: el universo creado aquí es apabullante.

Dune , aunque casi está de más decirlo, fue publicada en 1964 en la famosa revista Astounding en forma de dos relatos: “Mundo de Dune” y “El profeta de Dune”, que luego serían unidos y ganarían el Hugo, el primer Nebula de la historia (1965) y el Premio Internacional de Fantasía junto con El señor de las moscas, e inaugurarían con gran éxito de crítica y público una de las más conocidas y maravillosas sagas de la prospectiva, de la que aún están aprovechándose sin grandes reparos literarios los herederos del autor. Mi edición, plastificada y re-encolada por mí mismo hace años porque ya había comenzado a deshacerse, es de Ultramar, del año 1989, quienes editaron todos los libros originales en formato bolsillo, alternando colores en el lomo y usando ilustraciones de Garcés. Contiene cierto número de errores tipográficos, que se le perdonan.

Decía Frank Herbert (periodista y otras cosas antes que escritor de ciencia ficción) que había inspirado su libro en los árabes, lo cual resulta ser cierto al nivel superficial de las denominaciones en el lenguaje y las descripciones de ciertas costumbres de vida en el desierto, pero que sólo se aplica a los Fremen en la novela. La distancia con la verdadera realidad árabe queda patente con leer solamente un poco sobre los pueblos que nacieron en y se expandieron desde la península arábiga. En ese sentido me llamó mucho la atención ver en la tele a un soldado americano en la guerra de Irak leyendo Dune (espero que no fuera para documentarse en su trabajo). Herbert también se inspiró a ese mismo nivel superficial en el feudalismo y en las intrigas palaciegas para montar su Landsraad y su quebradizo Imperio, tan alejados de los poderosos Imperios Galácticos de moda en su época, y en los faraones de Egipto para la especia Melange, los cuales, en sus propias palabras, usaban el “despotismo hidráulico” para controlar a sus gentes por medio de la regulación de un sólo recurso (el Nilo), y también en las religiones -católica, budista, por supuesto musulmana- para armar el enrejado mundo de la ingeniería religiosa que solamente se comienza a atisbar en esta primera novela. Y en muchas más cosas relacionadas con sus intereses personales en la sociología, la psicología, la ecología… Ya puestos, incluso se inspiró en la fiesta de los toros. Por lo que sé es la única novela de ciencia ficción en que aparece.

Pero todas estas cosas son el decorado. Es verdad que, puestas juntas, dan lugar a eso que decía al principio que había vuelto a encontrar: un engranaje casi perfecto, de relojero, entre tal cantidad de piezas creadas y encajadas tan milimétricamente, crea tal imponente universo que no puede sino atrapar la imaginación. Ese espacio lejano que contiene a los planetas Caladan, Giedi Prime, Kaitain, Salusa Secundus, Ix, Arrakis y muchos más, junto con todo lo que pasa en ellos y entre ellos, no puede sino adquirir una poderosa forma en la mente del lector. El encaje entre todo es lo fundamental aquí, no la manera de escribir, pues la prosa de Herbert no empieza siendo precisamente buena en esta novela, sino más bien torpe y bastante directa; uno casi se espera que el libro fracase: en las primeras cincuenta páginas ya se han desvelado prácticamente todas las tramas y personajes del mismo… y aún quedan seiscientas cincuenta por leer. Los personajes no están suficientemente diferenciados a través de los diálogos y de lo que hacen. Sin embargo, en su largo recorrido, la escritura se impregna de otros elementos y da paso a la que cultivaría mucho más elaboradamente el autor en su producción posterior. Sabe seguir usando y engranando todos los elementos, como antes, pero ahora con un lenguaje más complejo, y, a pesar de ocuparse de otras cosas, sigue describiendo minuciosamente todo el decorado: ropas, edificios, rostros, armas, vehículos, animales…  Todo el atrezo es mostrado al lector a lo largo del libro con el mismo detalle con que se le obliga a acceder a verdades transcendentes sobre la humanidad, el poder, la dureza de la vida… con el que se le abren los pensamientos de los personajes, sustituyendo abundantemente a los diálogos. Ese entrelazamiento, y, a partir de la primera parte, la forma literaria de pulir las relaciones entre lo engranado, es lo que crea el universo de Dune.

La literatura de Herbert, y con ella lo que verdaderamente supone Dune, se despliega cuando los Atreides llegan a Arrakis (perdonen si no cuento en líneas generales la trama: la supongo conocida por la mayoría; en mi edición la portada reza sin mucha humildad ni visión de futuro “Universalmente reconocida como la mejor obra de ciencia ficción de todos los tiempos”…). El cambio en la escritura se nota en ese momento, pero no se puede decir que estropee la lectura: antes de ahí se estaba hablando sobre el joven Paul Atreides, de quince años, y la prosa era juvenil y simple. De ahí en adelante el joven se convertirá en mesías (y sus descendientes en dioses, en futuros volúmenes): la narración comienza a poblarse de reflexiones profundas, a veces pedantes, animadas por los fragmentos de escritos de la Princesa Irulan que abren cada capítulo casi en forma de aforismo; las tramas toman forma y van variando, y otras surgen, y la formación del mesías Muab’Dib, el Kwisad Haderach para las Bene Gesserit, comienza a convertirse en el vórtice alrededor del cual la dulce especia Melange atrapa al universo conocido haciéndolo girar sin remisión hacia su destino. Esta complejidad literaria y de argumentos superpuesta sobre la complejidad inicial y más superficial de las descripciones de personajes y elementos no impide que la tensión se mantenga en la narración: no dejan de pasar cosas y hay tantos agentes involucrados que inevitablemente las tramas iniciales se desvían, los personajes van cayendo en las trampas que les tienden los otros, o no, y deben enfrentarse a nuevos retos y aprender. Todo eso es llevado de una forma inteligentísima: Herbert tiene la habilidad de dejar al lector con la expectativa de lo que sucederá insertando las inquietudes de los personajes por lo que significarán los pequeños hechos o matices que viven. A veces se pasa y exagera forzando la existencia de tramas dentro de tramas dentro de tramas donde perfectamente no tendría por qué haber nada. Con esa forma de escritura, y con ese nivel de detalle en las descripciones y tal número de agentes independientes intrigando al mismo tiempo, nos encontramos rayando  en la paranoia: cualquier nimiedad podría ser un plan elaborado. Parece que Herbert estuviera tratando de dominar su lenguaje al mismo tiempo que el mundo tan increíblemente complejo, casi inmanejable, que había creado.

A partir de las mencionadas cincuenta primeras páginas, y ya de forma constante durante todo el libro y las sucesivas novelas, la historia se transforma de lo que era un magnífico decorado a lo que llega a ser un ambicioso conjunto de reflexiones. Sobre el poder de los grandes, fundamentalmente: el que se ejerce por las armas y la violencia, por las castas sociales, por las religiones, por el dinero y por las connivencias y rivalidades entre todos ellos. Pero también se dedica a reflexionar sobre el destino y la historia: la forma de acceder al futuro y de cambiarlo está descrita con todas sus limitaciones y posibilidades. Utiliza el esquema de una sola línea temporal cuyos cambios son fruto de pequeñas decisiones en el presente que ni siquiera Paul Muab’Dib es capaz de saber escoger para que el camino final “despierte” a una humanidad miserable y oscura -como la de la Edad Media-; sólo le queda decidir ir por aquella senda que su instinto le dice que es menos sensible a cambios. En general no hay muchos maniqueísmos en el libro, puesto que hubiera sido difícil que se mantuvieran en equilibrio sobre tantos elementos dispares. Por poner sólo un ejemplo, el Duque Leto no es el bueno y los Harkonnen los malos, como se da a entender en las películas que se hicieron: el primero admite tranquilamente el uso intensivo de la propaganda para incrementar su reputación, aparte de no dudar en falsificar documentos y atacar subrepticiamente las reservas de especia Harkonnen.

Dune  se considera obviamente una novela de ciencia ficción, y algunos de los elementos que llevan a ello ya los hemos descrito. Hay otros que también ayudarían a clasificarla así, como los computadores humanos (Mentats) y los mecanismos de funcionamiento (gusanos, truchas de arena, masa pre-especia) y transformación (trampas de viento, precipitadores de rocío) de la ecología del planeta Arrakis. Pero también tiene componentes puramente fantásticos e incluso de folletín: los manejos de las Bene Gessrit para conseguir sus tan deseadas líneas genéticas se basan en sutiles infiltraciones y manipulaciones para hacer que unas personas se casen con otras; tampoco las intrigas palaciegas difieren mucho de las de una familia feudal poderosa de nuestro pasado, por ejemplo, y también están las memorias ancestrales guardadas en cada célula a través de generaciones, y la posibilidad de comunicarse mentalmente a cierto nivel entre los Fremen y entre las Bene Gesserit cuando los primeros toman el Agua de Vida transformada y cuando las segundas hacen lo propio al morir una hermana y dejar sus memorias a otra. Además no hay robots, ni inteligencias artificiales, ni poderosas máquinas (ni por tanto mucha tecnología, salvo la del planeta Ix, que en este primer libro apenas se menciona), a pesar de estar ambientado todo a decenas de miles de años en nuestro futuro.

La adscripción a un género u otro, a fin de cuentas, y como casi siempre, es lo de menos. Dune es un trabajo literario monumental, y no creo que nadie pueda discutir eso honestamente después de leerla. Todo lo que he resumido en los párrafos precedentes es en realidad un bosquejo absolutamente mínimo y muy imperfecto… y sólo habla sobre uno de los seis libros que acabó escribiendo Herbert antes de morir dejando la saga sin terminar. Quizás excluyendo los dos últimos volúmenes, el resto no bajan este nivel de complejidad y riqueza abigarrada que se ve en el primero, sino que, al contrario, profundizan mucho más en asuntos ya abiertos: las intrigas políticas en el segundo y el tercero, la divinidad en el tercero y en el cuarto. Los tres primeros dieron lugar, a saber, a un intento fallido de película, luego a otra de David Lynch que ya es obra de culto, finalmente a una remozada miniserie que cubre las tres novelas (algo más sobre esto he escrito aquí. Se escuchan noticias sobre la siguiente adaptación a la televisión o el cine. Su obra permitió a sus herederos vivir del cuento publicando verdaderas bazofias que dejan a Christopher Tolkien en un pedestal (lo siento, me pudo el consciente) por unir con la habilidad literaria de un niño de catorce años supuestas notas que el autor  original de tan descomunal trabajo dejó sin enhebrar, cuando lo esencial de la obra de Herbert nunca fueron los elementos (aunque ayudaban, y mucho), sino cómo los unía y los hacía trabajar. Creó legiones de fans desde su primera publicación en Astounding

Me parece que haber inspirado todos estos efectos en tan diversas personas es más que suficiente en el currículum artístico de cualquier obra.

14 comments

  1. Completamente de acuerdo. No creo que sea la mejor novela de CF de todos los tiempos pero sí la incluiría en una de esas listas de «las diez mejores». Su lectura me parece imprescindible para entender la gloria y la fascinación del género. Y la explotación que de ella han hecho sus herederos también es significativo de la inmensa cantidad de jetas que hay por el mundo dipuestos a prostituirse y de paso destruir el legado recibido.

    Sólo hay algo que echo en falta en «Dune» pero como en toda la obra de Herbert que he leído: su absoluta falta de humor. Incluso cuando intenta describir una apariencia presuntamente divertida su comportamiento es tan rígido como el de un lord de la época victoriana. Pero… Por eso no es la mejor novela.

  2. Es verdad, PP. Aunque sí recuerdo algún que otro cachondeo imitando la prosa de Herbert :) Es un punto interesante el que pones sobre la mesa: todos los libros que conozco de Herbert tratan de ser profundamente complejos y transcendentes, y, el que menos, una aventura sin más. Pero mucho humor no hay, no…

  3. No es por fastidiar pero es que a mí Paul Atreides siempre me ha parecido pelín cargante y las continuaciones de Dune (como casi toda la obra de Herbert) bastante mediocres. No sé, siempre he pensado que Dune está sobrevalorada y que Herbert no volvió a escribir nada parcido en su vida.
    Es épica, y todo eso pero, como dijo Pringle, siempre que la leo noto un cierto tufillo a fascismo que acongoja. En fin, igual son cosas mías.

  4. Estoy de acuerdo con Iván: la ambientación y la creación en sí misma de Dune me parecen fascinantes, pero el mensaje metafísico-místico-heroico me ha resultado siempre un poco cargante y siempre he tenido la impresión de que Herbert se lo creía él mismo. Y además, aunque la película no me guste, no puedo evitar ponerle a P. A. la cara de Kyle MacLachlan, lo que no ayuda en absoluto.

  5. Tufillo a… ¿fascismo? Me temo que nos estamos acostumbrando a usar las palabras sin saber lo que significan.

    Lo que tiene Dune no es tufillo sino hedor, pero no a fascismo sino a fanatismo religioso con el Mahdi islámico Atreides reconvertido por un lado y el Adan Kadmon judaico disimulado bajo el disfraz de Kwisad Haderach de las Bene Gesserit por otro.

  6. El fascismo, el nazismo y el comunismo comparten la condición de ser ideologías políticas con estructura religiosa. El culto al líder que forma parte de ellas, por ejemplo, es idéntico al mesianismo hebreo; de hecho, a Hitler se le consideraba el «mesías ario». La temática de Dune no es religiosa, sino político-religiosa, y lo que narra básicamente es el surgimiento de un mesías liberador de un pueblo oprimido. Mesías religioso, sí, pero también y sobre todo político. Asi que, en mi opinión, Iván Fernández no sólo conoce el significado de la palabra «fascismo», sino que además la ha empleado con suma corrección.

    Por lo demás, comparto el criterio de Iván al considerar a Dune una de las novelas más sobrevaloradas de la ciencia ficción. Es entretenida, vale, pero está tan pésimamente escrita como el resto de la producción de ese mal escritor que fue Herbert. Y su mesianismo resulta muy, pero que muy cargante, en efecto.

  7. Bueno, todo esto son cosas subjetivas, para variar :) (en especial lo de que sea mal o buen escritor). Yo veo en general en sus libros la preocupación por tratar de comprender (y plasmar) los mecanismos de la manipulación de unas personas por otras, donde otros ven reflejo de ideologías. No creo que nadie se ponga de acuerdo nunca en este tipo de cosas. En especial, en los tiempos que corren, no creo que nadie se ponga demasiado de acuerdo sobre qué consiste cada ideología ;)

    Lo importante, pienso, es disfrutar el libro si te gusta y pasar de él si no te gusta, que hay muchas cosas que leer que le gustan a uno y muy poco tiempo para hacerlo :)

  8. Pues como dice Juan Antonio me temo que no nos pondremos de acuerdo en esto. Según tu interpretación, César, también otros sistemas políticos podrían considerarse con una estructura religiosa. El capitalismo, por ejemplo, puede tener un dios más abstracto, pero lo tiene, que es el dinero, y sus sumos sacerdotes son igualmente sus dirigentes políticos, como en los otros casos.

    Incluso la democracia, en teoría el mejor sistema, en la práctica jamás ha existido como tal sino que se transforma en una partitocracia en la que de nuevo tenemos a los partidos haciendo de oficiantes de la secta correspondiente. Para que la democracia pudiera desarrollarse correctamente todos los miembros del demos deberían ser gentes de una altura moral y personal fuera de nuestro alcance contemporáneo (véase lo que está ocurriendo con la corrupción en la democrática España, por ejemplo).

    Dudo de todas formas que Herbert hubiera llegado a discutir consigo mismo sobre todo esto…, pero me quedo con la siguiente reflexión: no es la primera vez que veo un comentario negativo de una novela, sólo porque el marco elegido para su desarrollo tenga un aire épico, mesiánico o hasta (vale, venga, para el planteamiento lo acepto) filofascista. De hecho tengo una experiencia personal con el premio Pablo Rido por el cuento «El Derby» en el que el protagonista era un viejo nazi español en plena ucronía años 60′. Yo me reí mucho escribiendo aquel texto en el que me dediqué a satirizar usos y contumbres nazis y franquistas pero hubo algún crítico que interpretó poco menos que estaba haciendo apología de esas ideologías (!!!)

    ¿A qué tenemos miedo? ¿No se supone que la CF es la literatura que puede y debe explorar todos los campos que ningún otro género puede siquiera permitirse soñar?

    Viendo el otro día de nuevo «La carrera de la muerte del año 2000», una especie de «Autos Locos» protagonizada por David Carradine en los años setenta, me reí también mucho pero al final me di cuenta de que esa película, hoy, no se podría haber rodado. Como «La vida de Brian» o como tantas otras… Vivimos tiempos muy tristes para la creación, no sólo literaria, porque el virus de lo «políticamente correcto» lo invade todo y más vale que a uno no se le ocurra escribir de según qué cosas.

  9. PP: Aunque tu interpretación de lo que son corrientes políticas con estructura religiosa me parece excesivamente amplia, no voy a discutírtela. Incluso te doy la razón en que el capitalismo, llevado a un extremo, puede ser para-religioso (el dios Mercado). Pero sí te voy a discutir algo: yo no afirmo que Dune es una novela mediocre por su tono fascistoide. Digo que es mediocre por lo mal escrita que está. Ese tono pomposo, esos diálogos impostados, esos pensamientos de los personajes reproducidos como diálogos, esa nula construcción de los personajes… Y eso respecto a Dune, porque sus continuaciones me parecen sencillamente ilegibles. Aunque sólo es una opinión, por supuesto.

  10. La verdad es que César ha contestado perfectamente, casi leyendo mi cerebro, así que por ahí no voy a entrar en más consideraciones. Sí añadir que estoy de acuerdo con que el excesivo y mal uso del término fascismo ha provocado que en demasiadas ocasiones pierda significado. Otra cosa muy distinta es que eso signifique que el fascismo no exista. No sé si Herbert lo hizo intencionadamente o no, pero Paul Atreides es un líder mesíanico sí, pero también fascistoide de libro. Simplemente con leer a algunos de los historiadores y politologos que se han dedicado a ese tema uno se da cuenta que Paul encaja con ciertos esquemas políticos, guste o no.
    Ahora, mi crítica a Herbert es estética, hay escritores fascistas que uno puede soportar no por su ideología si no por su buen hacer. Ernst Jünger podría ser uno de ellos.
    Aunque también reconozco que Dune me carga también por ese espíritu fascistilla que anida en él. Uno puede escribir sobre un mesías que desencadena una jihad que arrasa la galaxia de una forma crítica o complaciente. Herbert es complaciente, Paul le mola y a mí esa postura me produce sarpullidos.
    Sí, además, no hay detrás un buen hacer literario apaga y vámonos.
    Heinlein también tiene sus cosas fascistillas pero es un narrador nato y, personalmente, le perdono esos pecados gracias a su buen hacer como escritor.
    En cualquier caso la voz del narrador debe estar muy ajustada por que es difícil diferenciar sobre si lo que se dice es lo que el autor quiere expresar o no.
    Claro que la cf debe de explorar aquellos caminos que otros géneros no se atreven a transitar, demoler lo políticamente correcto debería de ser uno de sus objetivos, presentar a gentuza como Paul Atreides como una opción valida no. Y para muestra propongo la lectura de «El sueño de hierro» de Spinrad, tiene mucho que decir sobre cierto tipo de cf y el fascismo.

  11. Yo entiendo tus argumentos, Iván, pero no veo por qué un autor debería presentar algo de una manera o de otra… Ni cómo se puede afirmar que sea complaciente con el fascismo (por cierto, hubo un premio nobel de economía que razonaba -bastante convincentemente, aunque podía estar equivocado- que el fascismo era una forma de totalitarismo surgida de las condiciones dejadas por el comunismo/socialismo). ¿Por qué no creer que el autor simplemente quería analizar cómo sería un mesías (que en mi opinión, como en la tuya, sería totalitario, claro)?

    A lo que voy es que no estamos ni podemos estar en la cabeza del escritor, ni falta que hace: es una novela, no un panfleto político… Y no creo que pueda haber confusión al respecto. O te gusta o no te gusta. O te hace reflexionar sobre algunas cosas o no. Pero que te disguste por una supuesta actitud del autor que no se puede demostrar… (Incluso aunque sus personajes tengan ciertas actitudes, no lo podrás demostrar nunca, porque son eso, personajes de una historia ficticia).

    No quiero entrar mucho en que esté ni bien ni mal escrito (ya he comentado un poco en la columna y no creo que se pueda decidir objetivamente eso sobre casi ninguna novela, mucho menos de ésta tan enrevesada).

    Este sentimiento de incomprensión me pasa también cuando alguien dice que no escucha a un grupo de música porque tiene una ideología determinada o porque son unos bordes o unos creídos. No lo comprendo: es música. ¿Qué más da lo que opine o cómo sea el autor, que, por otra parte, nunca lo podremos saber?

  12. Veamos, un par de puntualizaciones. Yo sí creo que hay libros bien escritos y otros mal escritos. Escritores buenos y malos. Decir lo contrario es en, cierta forma, obviar el trabajo de críticos, filólogos y demás profesionales del estudio de la literatura. Una novela nos podrá gustar más o menos pero de ahí a afirmar que no se puede decir si esta bien o mal escrita hay un abismo. Sinceramente, entre Marcial Lafuente Estefania y Miguel de Cervantes hay una diferencia. De hecho, ahí están los cánones, para decirnos que es bueno y que es malo, pero no querría iniciar un debate sobre ese tema por que no nos suele llevar a ningún sitio.
    En cuanto a rechazar a un escritor por su ideología, yo no he dicho eso, he afirmado que ciertos deslices ideológicos pueden ser perdonados si el escritor es bueno. En la cf clásica yanki estaría Heinlein como ejemplo (y me repito). En la literatura con mayúsculas la lista sería más larga, podríamos hablar de Jünger (como ya dije) pero ahí esta Celine o nuestro Foxá.
    O, por ir a otro extremo, esta el caso de Sastre y Frabetti, apoyando a ETA. Todas son posturas que me dan nauseas (algo de eso hablé en mi blog) pero que no me impiden leerlos y disfrutarlos. Ahora, si se junta una ideología perversa y una escritura torpe. Apaga y vámonos.

  13. No, Iván, no digo que no se pueda decir si es bueno o malo un libro; digo que no se puede decir de manera completamente objetiva, como no se puede hacer de ninguna obra de arte (¿quién es mejor, Miquel Barceló o Picasso?), salvo que nos restrinjamos a lo mínimo: en este caso al uso correcto de la lengua (a nivel gramatical-ortográfico-semántico, me refiero), que para eso sí hay reglas mayormente objetivas. Pero entonces casi que Dan Brown resulta ser un muy buen escritor :)

    ¿Eso quiere decir que no hay obras buenas y malas?

    Pues nada más lejos de lo que pienso, aunque pueda parecer contradictorio con lo que he dicho antes. Existen obras buenas y malas (y regulares), sí,… dentro del contexto subjetivo de cada cual. Ya sé que la diferencia puede parecer sutil, pero yo tengo muy claros quiénes me parecen buenos y quiénes malos (y tú, por supuesto, y todo lector con casi total seguridad), y normalmente, de hecho, tengo hasta argumentos para explicar eso… Pero no coincidirán con los tuyos en multitud de ocasiones. Igual que en la música. Y eso es porque cada cual tiene una historia subjetiva diferente, ni mejor ni peor, sólo diferente. Y para mí el mejor libro puede ser para ti el peor, y no es contradictorio. Es que somos distintos. Y como mientras no me convenzas voy a seguir pensando que los que considero buenos son buenos, pues vamos a tener que aprender a convivir con multitud de opiniones distintas, todas válidas desde sus propias perspectivas.

    En ese sentido, los (buenos) críticos hacen una labor admirable: estudian las obras lo más objetivamente que pueden, usando un cuerpo de conocimiento que la mayoría no tenemos, las analizan en su contexto y las comparan con otras lo más objetivamente que pueden. Todo eso nos enriquece a todos, y nos permite aprender, pero si realmente fuera un proceso objetivo completamente… ¿dónde está ese canon único y universal de todos los tiempos? ¿Cómo puede ser que hablemos de «cánones» en plural? Con otras palabras: si existiera una forma de decir que una obra es mala o buena de manera objetiva, debería ser contrastable e indiscutible por cualquiera (es decir, debería usar el método científico), y me temo que no es el caso… ni me gustaría que lo fuera: el método científico no lo es todo en la vida.

    Personalmente, que las cosas sean así me parece muy bueno. El método científico y la objetividad son aburridos, mecánicos y sosos. Están para lo que están: para que esta web se vea en una pantalla formada por puntitos de colores :)

    Respecto a lo de las ideologías, entiendo que lo que dices es que si te gusta, lo disfrutas independientemente de que hable de ciertas ideologías o no (y que, en particular con Herbert, es que no te gusta como escribe). Bueno, entonces, estamos de acuerdo :)

    (Y perdonad el tostón y la pesadez: siempre me encuentro diciendo lo mismo y debo aburrir hasta a las ovejas :) )

  14. Y para rematar el bodrio :) Lo que he dicho antes no es una apología del relativismo. Me parece realmente lamentable el relativismo.

    Hay una diferencia entre el subjetivismo y el relativismo. Un relativista diría que como hay (mucha) gente que compra a Dan Brown, y eso es una opinión tan respetable como cualquier otra, debería haber más libros de Dan Brown. Un subjetivista, o yo para más señas, diría que, dado que piensa que Dan Brown es una puñetera mierda como escritor de novelas, aunque la opinión de los que creen lo contrario es ciertamente muy respetable, haría lo posible porque Dan Brown no vendiera ni un pimiento o no escribiera más, por ejemplo mandándole un virus por correo (si me supiera su dirección) que le destrozara las 800 páginas de su siguiente libro.

    (Esta última actitud agresiva, de todas formas, no forma parte de mi forma de ser, pero creo que se entiende la diferencia :) )

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