Cuando se reedita un libro tras 29 años, o bien estamos ante un clásico que tiene unas ventas mayores o menores pero constantes, o bien razones de mercado apuntan a una posible demanda por cuestiones coyunturales, o ambas cosas. Tras leerme Cronopaisaje, en nueva edición de la Factoría de las Ideas y en la traducción de Domingo Santos, declaro y certifico que se trata de una novela impresionante que apunta claramente a lo segundo; un clásico. Pasa el tiempo, se suceden las tendencias y temáticas, y ahí está Cronopaisaje brillando con una luz que oscurecerá a las lecturas que vengan detrás. Una novela 10 Cum Laude, firme candidata al premio final de licenciatura o lo que sea. Vencedora sobre el tiempo.
Pero es que hay más. Al encargarme la crítica del libro, alguien me dijo que en su día Cronopaisaje le gustó mucho, tanto que no se atreve a releerlo no fuera que hoy lo viera una lectura obsoleta y se rompiera el hechizo. A esto respondo que, salvo la cuestión de los taquiones (que parece una teoría algo desacreditada, dicho sea desde la más supina ignorancia), Cronopaisaje parece escrito ayer por la tarde. Más actual no puede ser esta novela.
Y es que esta es una historia sobre náufragos que convocando al pasado aspiran a abortar las causas que han desencadenado el ecoapocalipsis, y de náufragos del futuro que decodifican lo imposible en el ruido de las resonancias nucleares. Un arranque propio de un tecnothriller de Crichton que es trascendido a golpe de literatura para ofrecer al lector cataratas de sabiduría, analogías, reflexiones y fotografías sobre la sociedad y la ciencia, sobre la incomunicación del hombre, sobre la ética y la dictadura de lo políticamente correcto en la empresa científica y en la vida de uno… Un libro manantial, en el sentido que es difícil no encontrar cada pocas páginas un rasgo, una reflexión lúcida, una nueva vuelta de tuerca a los personajes y sus circunstancias, una derivada más de los conceptos clave filosóficos que laten tras la prosa de Benford. Todo ello enclavado en un universo prospectivo, donde el argumento tecno-fantástico es el eje sobre el que bascula la historia, pero a la vez, pintado con un extremo realismo que hace que todo sea perfectamente verosímil, pulido, armónico…
Insisto en el chorro de leit motivs que uno puede encontrar en Cronopaisaje. Allá por la página cien, viéndome desbordado, me puse a apuntar en las páginas de gentileza los temas referenciales. Cien páginas más y las anotaciones saltaban a los créditos, obligando a empequeñecer la letra. Ahí van unos ejemplos. Este libro habla de cómo repensar el tiempo en el paradigma cuántico, de relaciones de pareja. Es una remembranza de la América de Kennedy y el tecno-optimismo, un documental de cuando USA quiso ser la Atenas del siglo XX para acabar en la Termópila del Vietnam. Una distopia del mundo por venir. Una contraposición Costa Oeste-Costa Este, América-UK, judíos y gentiles, hombre-mujer, pijos contra trabajadores, Sabin contra Sack. Padres e hijos. Pasado contra futuro. De cómo las oposiciones (reales o mentales) conspiran contra el hombre para desterrarlo a un microuniverso personal e intransferible. Un mundo-pozo desde el que sólo se atisba la salvación en el otro en forma de incomprensibles taquiones anticausales.
Y dirán si tanta salsa no desluce la albóndiga. Y no. La albóndiga, la trama, la novelización empieza un tanto sosa pero pronto se convierte en un culebrón apasionante. Las vicisitudes de un físico en la edad dorada, Bernstein, judío, cargado de represiones, ambicioso y egoísta, que poco a poco se va curtiendo en las técnicas de manipulación de la ciencia convertida en show (no sin padecerlas en carnes propias), desgarrándose del mundo para formar su propio microuniverso. 34 años en el futuro, Merkham, un proletario de la investigación, hecho polvo, con una familia que, al igual que el viejo mundo, se desintegra entre floraciones de diatomeas, lluvias ácidas y nubes asesinas. De por medio, impagables secundarios y Peterson-Lakin, el hombre que siempre flota, el trepa por excelencia, el Belarmino que durante un segundo se siente tentado a descubrir un nuevo orden mirando a través del cilindro con lentes que le tiende Galileo, y que sin embargo, se doblega ante la inercia de su propia existencia.
Tanto la prosa como la traducción me han parecido de lo más correctas. Nada que objetar sino todo lo contrario. Vean esto:
“Markham vio en el rostro de Peterson el vacilante asombro que flota sobre las personas cuando luchan por visualizar ideas que están más allá de las confortables tres dimensiones y las certezas euclidianas que construyen su mundo. Tras las ecuaciones había inmensidades de espacio y polvo, materia muerta pero furiosa encadenada a la voluntad geométrica de la gravedad, estrellas como cabezas de fósforos estallando en una vasta noche, destellos anaranjados que iluminaban tan solo un delgado anillo de planetas recién nacidos. Las matemáticas eran quienes habían edificado todo aquello; las imágenes que llevaban los hombres dentro de sus cabezas”.
Poco más hay que decir salvo la dedicatoria, y es que dedico estas letras con mucho gusto a este curioso raza de lectores que vienen a opinar que las buenas novelas hard no pueden ser (ni es aconsejable que sean) literariamente valiosas. Para vosotros, muy afectuosamente os digo: este artículo no dice la verdad.
Benford tiene una época magnífica entre finales de los 70 y principios de los 80 con una serie de excelentes novelas: EN EL OCEANO DE LA NOCHE y A TRAVÉS DEL MAR DE SOLES (las primeras de la serie del Centro Galáctico), CONTRA EL INFINITO, SUDARIO DE ESTRELLAS y, por supuesto, CRONOPAISAJE, además de la antología EN CARNE ALIENÍGENA. Es una pena que en los últimos años haya perdido la magia de esos primeros años. Me recuerda un poco a ROBERT SILVERBERG, con aquella excepcional etapa entre 1967 y 1976.
Y a mí que Cronopaisaje siempre me ha parecido un peñazo de novela, aburrida como ella sola y con las buenas ideas que tiene enterradas en medio de una trama bostezante y con unos personajes que dan sonrojo de mal diseñados que están.
Bueno, no es una novela de acción. Es una novela realista en extremo, con gente corriente y moliente (de personalidades harto compleja, a mi juicio, magistralmente caracterizadas) extraida de la fauna académica de las universidades americanas de los 60. Yo creo que el tema de los taquiones y de los mensajitos es una excusa -muy buena excusa- para hablar de cómo lo políticamente correcto condiciona la maquinaria político-administrativa que es, también, la ciencia. Pero hay más cosas (la pulsió autodestructiva del capitalismo, por ejemplo, tema central en Benford).
En esta novela no encontraréis (yo al menos no lo he encontrado) sentido de la maravilla ni arrobamientos… Se limita a contar una historia apasionante que a mí me ha gustado mucho y muy vinculada al entorno tecnocientífico. A mi me ha recordado a las novelas de H. Graham Greene y de John Le Carre. Sosegadas, sin estridencias chillonas, complejas y sabias.
No, ciertamente no es una novela de acción, ni lo esperaba cuando empecé a leerla.
Pero sí que esperaba unos personajes bien construidos y que no fueran puros tópicos disfrazados bajo una pretendida complejidad psicológica que resulta facilona y bastante tramposa. No me creo ni uno solo de los personajes de la novela; y eso, precisamente en una novela sostenida por sus personajes y las relaciones entre ellos…
Y sí, los temas que trata pueden ser interesantes, pero…
La comparación con Le Carré, por otro lado, me resulta bastante desafortunuda. Le Carré sí que sabe construir personajes creíbles, complejos y con unas motivaciones que no sean architópicas y requetemanidas. Benford, por el contrario parece incapaz de dotar de profundidad a sus personajes, como no sea haciendo que sus matrimonios pasen por problemas.
La verdad es que me resultaría muy interesante saber más sobre construcción de personajes. Supongo que te refieres a que Benford nos los caracteriza en entornos previsibles, desayunando con la parienta, en el trabajo… etc… Igualmente, se vale del alter ego, los dos protas tienen su antiprota. Pero sinceramente, no sé mucho de eso. Personalmente, para mí la construcción de un personaje tiene que ver con su lenguaje, pero eso lo hace (bien) muy poca gente.
Yo podría juzgar sobre cómo son los personajes. Bien, no son estereotipos puros a lo película americana. Son gente normal. Berstein encarna el rol de jovencito en el camino del triunfo, brillante y prometedor, poco follado hasta que una californiana le pone las pilas. Egoista hasta el agobio y obsesivamente centrado en su proyección profesioanal. No obstante, sabe que tras su experimento late la fama y la gloria, y la pelea. Markham, el físico de los 90, es algo más flojo, busca refugio en su trabajo del naufragio personal. Sí. Es bastante trivial, pero pasa que no es el prota real. Ahí el que se come el tema es Peterson, el hombre piraña. Educado, derpedador, trepa y finalmente, superviviente. Sin embargo, tanto este malo como su reflejo en los 60 Larkhin, el capo académico que mueve los hilos, son personajes altamente novedosos. De hecho, novelas que se ciscen del Mngico Rector y los pongan como manguis, no hay tantas.
Reconociendo que Bersntein y el otro no son personajes especialmente originales, la gracia, para mí, de este elenco, es que encarna cada uno una visión propia. Y lo cierto es que hay una gran -y disinta- lógica interna en cómo los diferentes personajes gestionan la realidad. Cada uno lo hace de manera coherente con su ser y Benford se maneja sin problemas con eso a lo largo del libro. Incluso se juega con matices dialectales (el yiddish para el judio, y las diferencias sociolingüísticas entre investigador pijo e investigador proleta).
Nota. Firmo como Sim pero soy Besa, el autor. Disculpad el mareo.
A mí siempre me ha gustado Benford como escritor de personajes: se esfuerza en que, aunque son antipáticos, comprendas sus motivaciones. Y salvaría sus libros hasta el cuarto del Centro Galáctico, por cierto.
Suelo leer antes de dormir, este es el libro que mas tarde en terminar, casi 2 meses. Rescato en él un argumento interesante, el cual termina por diluirse en un mar de descripciones innecesarias, 600 paginas es mucho, con 100 bastan.