¡No haremos prisioneros! Guerra y ciencia ficción (II)

Al margen de H.G. Wells, el resto de los escritores de ciencia ficción de las eras pulp y Campbell no demostraron una gran imaginación ni presciencia a la hora de concebir conflictos bélicos. Para muestra dos ejemplos. Henry Kuttner y C. L. Moore escribieron en 1943 "Ataque en la noche", una obra que describía una serie de batallas navales entre las futuras colonias humanas de los océanos de Venus. Lo impresionante es que toda la tecnología descrita (acorazados, destructores, cruceros, lanchas torpederas) corresponde a los años 30, y ni siquiera era ya coherente con lo que por esos mismos años estaba ocurriendo en el Pacífico Sur, donde japoneses y estadounidenses luchaban principalmente con portaaviones, una de las armas más revolucionarias de este conflicto.

El otro ejemplo es de 1941, “Fraile negro de la llama”, de un jovencísimo Isaac Asimov, su primer intento por escribir una space opera. Cuando le llegó el momento de describir el combate espacial de turno, el neoyorquino, ni corto ni perezoso, copió literalmente la batalla de Salamina, el enfrentamiento decisivo entre atenienses y persas en las Guerras Médicas allá por el siglo V a. de C., y convirtió sus naves espaciales en una especie de trirremes interplanetarios que se embestían en órbitas entre la Luna y la Tierra.

Pero el gran boom de la literatura de ciencia ficción militarista se produjo a partir de los años 50. La cercanía de la Segunda Guerra Mundial y la realidad de la Guerra Fría animó a muchos autores a escribir vívidas (y muy a menudo mediocres) fantasías guerreras. Los dos mejores ejemplos son Tropas del espacio de Robert Heinlein y La guerra interminable de Joe Haldeman, ambas escritas por veteranos con experiencias militares, aunque terriblemente diferentes.

Para 1959, año de publicación de su novela, Robert Heinlein podía afirmar sin rubor que era el mejor y más famosos escritor de ciencia ficción en activo. Para esta fecha había escrito 22 novelas y publicado 7 antologías de relatos, ganando en 1955 uno de los primeros premios Hugo en el apartado de Mejor Novela (por Estrella doble). No era una mala carrera para alguien que había empezado a escribir con 32 años. La razón para esta vocación tardía era muy sencilla: Heinlein había orientado su vida a la carrera militar, en concreto había cursado estudios en la Academia Naval de Annapolis y ejercido como oficial de la Marina de los Estados Unidos hasta 1934, cuando una tuberculosis le obligó a abandonar el servicio. En líneas generales, Heinlein puede ser descrito como un militar frustrado, su amor por la carrera de las armas es más que obvio para cualquiera que lea su obra, pero los pocos años en activo y su no participación en ningún conflicto bélico real son datos a recordar.

A lo largo de su carrera literaria, el tema militar apareció una y otra vez en sus múltiples libros. Ya no es que la mayor parte de sus personajes tengan un innegable aire marcial si no que la guerra dentro de sus muchas variedades aparecía constantemente en su obra: Cadete del espacio (1948) es una especie de borrador de Tropas del espacio; El día de pasado mañana (1949) presenta una invasión asiática de E.E.U.U. y de cómo es derrotada mediante tácticas de guerrilla y el uso de sofisticadas armas genéticas; Rebelión en el espacio (1949) trata sobre la guerra de independencia de Marte (fiel calco de la de su país natal y cliché que luego repetiría en 1966 con La luna es una cruel amante); Amos de títeres (1951) vuelve a mostrarnos otra invasión de la Tierra por malvados alienígenas y es, junto con Los ladrones de cuerpos de Jack Finney, uno de los mejores ejemplos de la paranoia anticomunista del macarthismoCiudadano de la galaxia (1957) muestra una verista descripción de un combate espacial (amén de enseñar que el ejército es el mejor refugio para un huérfano sin recursos). Aunque, quizás, su esfuerzo más destacable hasta este momento fuese el relato “Solución insatisfactoria” (1941) donde anticipa el desarrollo del armamento nuclear, su uso en la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría (uno de los pocos y mas brillantes ejemplos de ciencia ficción prospectiva).

Con semejante bagaje, era sólo cuestión de tiempo que Heinlein crease la obra definitiva de la ciencia ficción militarista: Tropas del espacio. El libro fue un éxito total (una vez que el editor lo sacó de la colección infantil donde Heinlein pretendía meterlo), le dio otro Hugo a su autor, se vendió como rosquillas (y sigue haciéndolo) y generó una agria polémica, que aún no ha decaído, por su supuesta filiación fascista.

Pero ¿era realmente original la historia? Sinceramente, no. Desde el principio es bastante sencillo descubrir cuales eran las fuentes de las que bebía su autor. En primer lugar, su gran protagonista: la Infantería Móvil, el cuerpo militar al que pertenecen sus protagonistas. En líneas generales, se trata de una élite de soldados de asalto enfundados en trajes acorazados que saltan desde naves orbitales hasta sus objetivos en lejanos planetas. Su inspiración más directa son las tropas paracaidistas, una de las armas más dramáticas utilizadas en la Segunda Guerra Mundial. Creadas por la Alemania nazi, fueron usadas triunfalmente (y con enormes bajas) por este país en las campañas de Noruega, Holanda, Bélgica y Grecia. Posteriormente, serían imitadas por estadounidenses e ingleses, que las usarían con éxito dispar en las campañas del Norte de África, Sicilia, Normandía, Arhem y el cruce del Rhin.

La esencia de la Infantería Móvil de Heinlein es la misma que la de este tipo de tropas: ataques por sorpresa desde el cielo (en este caso, una órbita baja). Pero, el espíritu es muy diferente. Los paracaidistas son duros, pero no son los más duros del ejército americano: este dudoso honor le corresponde al cuerpo de Infantería de Marina, los celebres marines, unidad que Heinlein, como oficial naval, conocía a la perfección. Y, desde luego, el historial de los marines a lo largo de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico contra Japón es impresionante: la defensa casi suicida de Wake y Filipinas, los desembarcos en Tarawa, Peleliu, las Marianas, Iwo Jima y Okinawa, algunas de las batallas más duras y salvajes de todo el conflicto. Además, en cierta forma, un desembarco anfibio (la especialidad de los marines) es muy similar a un desembarco paracaidista.

Y esto se acentúa más si recordamos que el conflicto reciente más cruento en el que había combatido EE UU fue la Guerra de Corea (1950-53), donde los marines lucharon contra los norcoreanos y los chinos en la desesperada defensa del perímetro de Pusan, el brillante desembarco de Inchon seguido de la conquista de Seúl, para ser finalmente derrotados y obligados a una humillante y mortal retirada en el embalse de Chosin y el río Yalu.

Hay diversas pruebas que demuestran más aún esta conexión entre los marines, Corea, los chinos y la novela de Heinlein. El entrenamiento al que es sometido Rico, el protagonista del libro, es una copia exacta de los durísimos meses que pasa todo marine novato en la base de Parris Island, y que están plagados de muertes accidentales y numerosos abandonos; basta echarle un vistazo a la película de Stanley Kubrick La chaqueta metálica, donde se recrea dicho entrenamiento (o en su defecto al libro en que esta inspirada, Un chaleco de acero, de Gustav Hasford), y quitarle su pátina antimilitarista para que los parecidos sean abrumadores: los sargentos sádicos, el énfasis en el ejercicio físico y las pruebas de tiro, el intento de crear un espíritu de cuerpo, la anulación de la personalidad del recluta convertido en una máquina, los castigos crueles… Todo, salvo la intención, es paralelo en el libro de Heinlein y la película de Kubrick.

En cuanto a la ambientación coreana, hay que recordar que ésta fue una de las primeras guerras que Estados Unidos no ganó. De hecho, el resultado final puede calificarse de empate, y el mapa resultante de la península de Corea es muy similar al que existía antes de la guerra. Las tropas norteamericanas fueron casi derrotadas en dos ocasiones, primero por los norcoreanos en el perímetro de Pusan (1950) y más tarde por los chinos en las orillas del río Yalu (1951), siendo especialmente humillante la afrenta sufrida por la 1ª División de marines, que casi fue aniquilada en el embalse de Chosin (sufrió cerca de 12.000 bajas). Además, la guerra no acabó con la firma de la paz, si no con un alto el fuego que todavía se mantiene (oficialmente ambas Coreas siguen en guerra), y que ha obligado a EE UU a mantener en la zona un importante contingente de tropas hasta nuestros días.

Si leemos Tropas del Espacio, los parecidos son bastante curiosos, ya que la campaña militar en la que participa Rico es cualquier cosa menos exitosa, una de las primeras batallas descrita en el libro no es otra cosa que una derrota, y para cuando acaba la novela la paz parece bastante lejana.

Más importante aún es el carácter del enemigo que se describe en la novela. En la Segunda Guerra Mundial, los marines lucharon contra tropas japonesas, y en Corea contra soldados norcoreanos y chinos. En los tres casos, sus tácticas eran muy similares. Estamos ante ejércitos relativamente primitivos, especialmente el chino: en ellos las armas pesadas (tanques, artillería de gran calibre, aviación) brillan por su ausencia. Enfrente tienen al ejército con mayor potencia de fuego de la historia. De hecho, tanto en el Pacífico como en Corea, los estadounidenses sólo acudían a la batalla después de un despliegue abrumador (que podía llegar a durar días) de bombardeos terrestres, navales y aéreos. La única respuesta de los combatientes asiáticos era un valor suicida, el cuerpo a cuerpo y la fuerza del número.

En el caso de Japón, este valor suicida, en el sentido literal de la palabra, venía marcado por el férreo código samurai del Bushido, que marcaba como pautas del guerrero la aceptación de la muerte, la fe ciega en el Emperador y la imposibilidad de caer prisionero. Chinos y norcoreanos lo basaban en cambio en la fe comunista, donde el sacrifico de ingentes cantidades de hombres para conseguir un objetivo está plenamente justificado (el individuo se sacrifica en aras de la comunidad).

La búsqueda del cuerpo a cuerpo y el uso del número como fuerza eran, prácticamente, las únicas respuestas posibles ante el poderío norteamericano. Los rusos, principales instructores de los chinos, ya habían experimentado con estas tácticas en la Segunda Guerra Mundial ante los alemanes, con éxito a pesar de la enorme proporción de muertes (la URSS perdió 20 millones de hombres en este conflicto). La táctica china en Corea consistía en usar lo máximo posible la emboscada y la infiltración, viajar siempre de noche y rápidamente para mantener la sorpresa, atacar al enemigo sólo en una proporción de 10 a 1 mediante oleadas ininterrumpidas de tropas que se lanzaban a la carga desde muy corta distancia, una disciplina casi fanática y una estricta jerarquización que dejaba muy poca iniciativa a los mandos intermedios.

En la práctica, y tal como relatan los veteranos norteamericanos del conflicto, esto significaba que el enemigo aparecía siempre donde menos te lo esperabas, tendía emboscadas que siempre tomaban por sorpresa al alto mando, y cargaba con un valor suicida en gran numero y de forma continua contra tus trincheras, sin importarles las bajas y sin cambiar la táctica pasase lo que pasase: era victoria o muerte. Realmente, ver avanzar contra uno a oleadas y oleadas de soldados a los que parecía no importarles en absoluto la muerte, y que repetían el ataque una y otra vez hasta lograr su objetivo, debía de ser realmente descorazonador. Ese carácter mecánico e inhumano de los ataques chinos era lo que mas sorprendía a los soldados occidentales, que solían compararlos con robots o zombis.

Los bichos de la novela de Heinlein son la casta guerrera de una especie de insectos sociales parecidos a las hormigas o abejas. Su tecnología es bastante primitiva y no parecen contar con armas de ningún tipo, lo que les empuja a buscar el cuerpo a cuerpo para evitar la superioridad en potencia de fuego de la Infantería Móvil. Sus ataques son sospechosamente parecidos a los de los chinos en Corea: se basan en la sorpresa, el número y las oleadas suicidas de miles de guerreros que marchan a la muerte sin rechistar. Incluso el paisaje es parecido: entre 1951 y 1953 Corea fue, básicamente, una guerra de trincheras, algo muy similar a luchar en un hormiguero que es en lo que consiste la gran batalla final del libro.

Puede parecer ofensiva esta comparación entre la ideología comunista y las hormigas, pero en aquella época era común entre los intelectuales americanos de la Guerra Fría. De hecho, las comparaciones abarcaban todos los términos: los comunistas contaban con un ejército numeroso y ciego (los guerreros), un pueblo trabajador y silencioso (las obreras) y una clase dirigente escasa, invisible y con un poder absoluto (las reinas). Este uso propagandístico era incluso ya viejo para Heinlein (anticomunista acérrimo), que ya lo había utilizado en Amos de títeres, donde se descubre que las babosas extraterrestres que están invadiendo EE UU anulando la voluntad de sus huéspedes y convirtiéndoles en algo parecido a las hormigas, ya habían ocupado la URSS hacia algunos años sin que nadie se diese cuenta de lo ocurrido, porque el modo de vida soviético era el mismo antes y después de la invasión.

2 comments

  1. Pero todo es combate de choque!!!!. Frente a la novela bélica, veo en la CF un abuso del victoria o muerte, frente a la táctica de combate, en general, muy currada. No digo nada ya en los combates siderales, que tienden a un cuerpo a cuerpo entre barcos harto penoso.

    EN la CF -en general, habrá excepciones- deberían leer algo más de tactica. A mi es algo que me suele llamar la atención, jodo, se curra un montón detalles y al final casi es una guerra a tortas.¡Donde está la logístia! ¡Dónde la sutileza!

    Buen artículo y magnífica web

  2. Me parece muy muy interesante la relación que estableces entre la Guerra de Corea y la novela de Heinlein.

    Tal vez podríamos añadir al número, a la estrategia usada por los norcoreanos y chinos y a su ideario político, como base de la caracterización del enemigo extraterrestre en «Tropas del Espacio», la presentación del adversario como no-humano; un insecto que «nunca» podremos entender aunque lo intentemos con todas nuestras fuerzas. De modo que lo más «sensato», lo más «razonable» es dejarnos de escrúpulos y rodeos: debemos eliminarlo o seremos «nosotros» los que sucumbamos.

    Se trata de una estratagema político-militar que podemos observar hoy en día, simplemente abriendo un periódico.

    Saludos, DePeixes.

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