Existe un recurso narrativo, muy habitual y atractivo, en el que un par de personajes se encuentran en un sitio concreto (un bar, una comida, un tren…), traban conversación y, a partir de ahí, cuentan una historia. De hecho, la auténtica historia de la novela. En este contexto puede surgir cualquier cosa: ciencia ficción (Cuentos de la taberna del Ciervo Blanco de Arthur C. Clarke), policiaco (la serie de los Viudos Negros de Isaac Asimov) o literatura mainstream (Conversaciones en la catedral de Mario Vargas Llosa).
Manuel Gutiérrez Aragón utiliza este recurso en La vida antes de marzo, y el uso de esta técnica es lo que lleva a su novela a bordear la ciencia ficción (y no tengo tan claro que a impactarla de lleno). Me explico, La vida antes de marzo trata, entre otras cosas, del 11M y, en concreto, de cómo este atentado afectó la vida de dos adolescentes. Ambos hablan de aquella época desde la edad adulta, con la perspectiva que da la madurez. Y ahí es cuando el antiguo director de cine reconvertido en novelista se ve obligado a caer en la ciencia ficción (o no) ya que, obviamente, para que un adolescente narre el 11M desde la óptica de un adulto hay que irse al futuro; concretamente al 2024. Y, claro, el futuro no es exactamente igual que el presente.
Sin embargo, repito, esto no deja de ser un recurso narrativo y no la intención principal del autor. El 2024 es el punto de partida para contarnos una historia situada en el pasado y, por tanto, muy cercana a nuestro presente. Por eso, no tengo muy claro que la ganadora del último Premio Herralde sea realmente una novela de ciencia ficción; no hay intención especulativa de ningún tipo, el futuro es sólo un recurso más, ni siquiera una excusa para hacer otra cosa. Simplemente un marco temporal desde el que situarnos para bucear en nuestro presente donde tiene lugar la auténtica novela.
En este sentido, sólo un 20 % del libro sería realmente ciencia ficción y, tengo que reconocer, el novel escritor cántabro cumple a la perfección esta parte de su obra y se le notan ciertas lecturas de género. Los gadgets tecnológicos, aunque breves, son fascinantes (un tren circular Lisboa-Bagdad de miles de vagones que ocupan toda la vía y nunca para) y realistas (policías europeos con traductores informáticos que, cómo no, funcionan mal). Incluso hay atisbos de especulación geopolítica (tráfico de residuos nucleares en Bielorrusia, pacificación y reconstrucción iraquí exitosa, convivencia pacífica con el Islam…), lo suficientemente bien hechos como para que echemos de menos el que Gutiérrez Aragón no se haya prodigado más en esta línea.
En cuanto al otro 80 % de la historia, no deja de ser un buen libro realista y costumbrista, bien escrito y muy entretenido. No nos dejemos engañar por el título y la sombra del 11M que sobrevuela toda la novela; el libro no trata exactamente sobre ese terrible atentado terrorista. Por supuesto, sus protagonistas se ven afectados por él y ambas tramas principales lo tocan de forma tangencial (de hecho, la descripción de los grupos de inmigrante marroquís en España y su progresiva radicalización es otro de los gratos aciertos del libro), pero no es la esencia del relato. Porque La vida antes de marzo es, principalmente, una novela de sentimientos, de amor paterno-filial, de celos y de familias disfuncionales que sobreviven a trancas y barrancas y dejan en los hijos secuelas para toda la vida. En este sentido es bastante eficaz a la hora de recrear las angustias de dos adolescentes, bastante atolondrados, a la búsqueda de un padre esquivo que está pero no está, que aparece y desaparece dejando detrás una oleada de perplejidad y angustia.
Igualmente interesante es el paisaje donde ambas historias se recrean: la Asturias rural, tan cercana al universo cinematográfico de Gutiérrez Aragón (que ejerce de santanderino de pro), y una Fuenlabrada periférica y multicultural que, a ratos, resulta fascinante.
Si hay que ponerle algún pero a La vida antes de marzo viene de parte de los dos protagonistas, a priori muy diferentes (pequeño burgués de provincias uno, delincuente suburbial de poca monta el otro) pero que, cuando hablan en primera persona de sus vivencias, son prácticamente indistinguibles. Un pequeño fallo esa falta de desarrollo de voces propias pero que se acepta sin mayores problemas, especialmente porque Aragón sabe desplegar un eficaz y socarrón sentido del humor que, muchas veces, hace que leamos página tras página con media sonrisa en la boca (un buen ejemplo es cuando se escacharra del todo el traductor informático y la policía bielorrusa empieza a hablar en una mezcla de portugués, italiano y español de lo más delirante).
Auguro un buen futuro como novelista a Manuel Gutiérrez Aragón, pero dudo que lo logre en la ciencia ficción, un género que, repito, se encuentra más bien ausenta de esta su primera novela.
Una última apreciación. Algunos medios afines a las teorías conspiranoicas de turno han reprochado que la versión del 11M que aparece en el libro sea la oficial. Que semejantes cuestiones se sitúen en el eje central de discusión sobre esta novela no deja de ser muy representativo de cómo andan las cosas en este país nuestro, en ocasiones digno no ya de una obra de ciencia ficción sino de un argumento kafkiano.
Para mi, y abundando en la expliación de Ivan, la novela no es ciencia ficción, aunque contiene elementos de ella. Pero estos elementos son sólo accesorios ya que podría haber realizado el encuentro en cualquier otro sitio. El haberse preocupado de hacer un escenario futuro tecnológico y lleno de aciertos, supongo que quiere decir que a Gutierrez Aragón le gusta fantasear con el futuro. Y aunque no es necesario montar ese escenario para la trama, como lector de género es de agradecer el detalle. El tren europeo que ha creado, la forma de acceder a él, y las posibilidades de éste es uno de los escenarios mas atractivos y originales que he leído últimamente. (Ir cambiando la carta de de vinos del restaurante a medida que se pasa por las diferentes regiones europeas es una idea fascinante :) )
Bueno, en todo caso parece una novela interesante con «elementos de» ciencia ficción. Gracias por la crítica, me deja con ganas de leer el libro.
Así pues, el único ejemplar de especulación sobre el 11-M en clave de ciencia ficción sigue siendo «Tren», de Julián Díez (Artifex Cuarta Época nº 3), relato que recomiendo vivamente.
Bueno, y las teorías de la conspiración, especialmente la que habla de un intento hispano-USA para explotar los yacimientos petrolíferos de la costa sahariana, quitándoselos a Mohamed V y blablablá…. Esa es buena….
Yo tengo ganas de leerla, más que nada porque Gutiérrez Aragón me gusta mucho como cineasta («La mitad del cielo», «Visionarios» y «Demonios en el jardín» me parecen alucinantes) y me interesa ver cómo sus temas de observación de ambientes se trasladan a la novela.
Y no por su componente de cf.