por Alfredo Benítez Gutiérrez.
¿Qué papel juegan los fanzines en la ciencia ficción?
Como toda pregunta, ésta tiene más de una respuesta. Una cosa es lo que independientemente piense cada aficionado, otra la idea generalmente aceptada, y otra, finalmente, la realidad. La que más se oye es que las revistas de aficionados son el vivero de los futuros autores profesionales, concepto que quiero cuestionar en un quizá vano intento de llevar la inquietud a la conciencia de quienes las hacen.
En estos tiempos pocos son los que se libran del honor de haber colaborado con uno u otro fancín, pero tenerlo a orgullo es convertir la necesidad en virtud. En efecto, a falta de publicaciones profesionales que impriman trabajos cortos, relatos y artículos, no queda más remedio que recurrir a las amateur. Y ahí muere antes de haber nacido el argumento de los fanzines como escuela de escritores, pues una escuela donde nunca te gradúas no es tal.
Mirémoslo por otro lado. ¿Quiénes han publicado libros del género (1) desde la desaparición de Nueva Dimensión? Gabriel Bermúdez Castillo, Ángel Torres Quesada, Rafael Marín Trechera, Gerardo Muñoz Lorente, Juan Miguel Aguilera y Javier Redal, Domingo Santos, Elia Barceló, Miguel Ángel Lladó, Carlos Sáiz Cidoncha, César Mallorquí, Rodolfo Martínez, Juan Carlos Planells y Javier Negrete.
Bermúdez ha escrito desde el principio y fundamentalmente novelas que, mal que bien, han ido encontrando acomodo en una u otra editorial, pues afrontó obras de tal extensión sin sentirse obligado a probarse previamente con otras más breves. Torres Quesada y Santos aprendieron el duro oficio del escritor popular, el que no tiene la opción de no escribir, y fueron profesionales antes que aficionados. Marín Trechera y el dinámico dúo valenciano publicaron sus primeros relatos en ND (2), cuando aquella revista, sin que nos diéramos cuenta, se preparaba para su canto del cisne. En menor o mayor medida todos han acabado vinculados al fandom y a los fanzines; el que menos Bermúdez, el que más Marín, pero dense cuenta que digo acabado, pues, es fuerza decirlo, sus colaboraciones en los fanzines tienen su raíz en la simpatía antes que en la falta de mejor destino para sus textos.
De los que nos quedan, Lladó y Muñoz son casi perfectos desconocidos, como en su día lo fue Bermúdez, y es de esperar que si continuasen publicando llegarían a ser figuras populares y su colaboración requerida por alguna revista de aficionados. Lamentablemente, sus obras han pasado desapercibidas, cuando no han cosechado un rechazo no exento de desdén por parte de aficionados a los que no les gusta ver su campo hollado por advenedizos.
Pasando al caso de dos notables veteranos, el mayor de ellos, Carlos Sáiz Cidoncha, cuya Memorias de un merodeador estelar es sólo una de la decena de novelas que guardan su cajones, tiene una abundante producción fanzinística, pero sus primeras publicaciones fueron profesionales. En cuanto a Planells, era una firma conocida por sus críticas de libros en ND antes de aparecer con un cuento aquí y otro hallá en los últimos 70 y primeros 80. De que estos contribuyeron a su formación no cabe duda, como tampoco de que ya escribía antes y que siguió haciéndolo después, cuando no había publicación que reprodujera sus trabajos, hasta convertirse en el nuevo y mejor autor de cuya imaginación han surgido algunos de los mejores relatos de los noventa.
Javier Negrete, cuya La mirada de las furias apareció en Nova CF hace unos meses, es carne de concurso. Dos veces segundo del Premio UPC, no ha sido, y todavía no es, colaborador de revistas no comerciales, y es de esperar que mientras siga escribiendo narraciones de más de cien páginas no llegará a serlo. César Mallorquí, por su parte, escritor desde años antes de escribir ciencia ficción, ha competido más a menudo y con más éxito, ganando el UPC y cuanto certamen de narración breve se ha propuesto, y si sus relatos han aparecido en los fanzines, siempre ha sido en los más lujosos y después de ser galardonados.
Todo lo anterior nos deja finalmente en la siempre grata compañía de Elia Barceló y Rodolfo Martínez, cuyos nombres sí han sido asiduos de los fanzines por más de diez años.
Encontramos en el caso de Elia a la autora que cumple fielmente el esquema de colaborador de fanzines-escritor de libros, máxime siendo Sagrada, único volumen de Elia hasta la aparición de Consecuencias naturales, una colección de sus relatos aparecidos en las revistas de aficionados. ¿Sirve este ejemplo para demostrar la bondad de la escuela fanzinística? A despecho del nunca suficientemente bien ponderado manejo del lenguaje de Elia Barceló, un volumen entre veinticinco no la convierten en la prueba del éxito de un sistema, antes al contrario, el fracaso de Elia a la hora de abordar la novela especulativa es un ejemplo de sus carencias.
Caso paralelo parece el de Rodolfo Martínez, pero sabemos que se trata únicamente de la apariencia. Aunque prolífico escritor aficionado, el grueso de la producción de Rodolfo lo constituyen las muchas novelas que ha escrito y reescrito durante años, hasta hacerse a sí mismo el novelista de La sonrisa del gato y Jormungand, ese autor del que tanto ahora esperamos. Sus numerosos cuentos son sólo la punta del iceberg de su producción, no por calidad, estamos seguros, sino por la conveniencia de su extensión a las posibilidades de los fanzines.
Observamos como rasgo común a los novelistas españoles de ciencia ficción una decidida vocación, vocación que les ha llevado y lleva a escribir en solitario y a esforzarse en mejorar a pesar de las escasas perspectivas que el género puede ofrecerles, antes que una sólida y constante asociación con las revistas de aficionados. Por otra parte, esto último mal podría darse tratándose de publicaciones de breve vida y plazos de aparición tan dilatados como impredecibles. De hecho, en la presente década BEM es la única revista que ha mantenido su presencia y su periodicidad desde su mismo comienzo y durante años, por más que en los últimos tiempos parezca atravesar dificultades para acudir puntualmente a su cita con los lectores.
En principio un fanzine de noticias, BEM pasó a publicar también relatos en su número 13 al convencerse los responsables del Interface Grupo Editor de que su proyecto de una revista paralela dedicada a los relatos, Factoría, no sería viable. Elia Barceló, Rafael Marín Trechera y Rodolfo Martínez con dos cuentos cada uno, y Gabriel Bermúdez Castillo, Javier Redal, Juan Carlos Planells, Domingo Santos y Félix J. Palma, con uno por cabeza, asomaron a su páginas milagrosamente mensuales en el plazo de tan sólo un año. Este ramillete de autores, que en sus tres cuartas partes había empezado a publicar más de diez años antes, cosechó una desigual acogida respecto a la calidad de sus obras, lo cual es natural, y le valió al equipo serias, o más bien airadas, acusaciones de cerrar el camino a los nuevos talentos, lo cual ya no se explica tan bien.
La obligación de toda publicación, amateur o no, es ofrecer los mejores textos posibles a sus lectores. De ello depende a la larga su supervivencia por muy ajeno que le sea el ánimo de lucro, pues el déficit que se puede asumir tiene un límite y un fanzine no puede subsistir de espaldas a su público. La redacción de BEM siempre ha tenido muy claro lo anterior, además del derecho inalienable de desarollar su política en su revista. Los a veces acres reproches de quienes quisieron que el Interface Grupo Editor procediera de otra manera fueron, y ocasionalmente vuelven a ser, de todo punto absurdos.
Desde entonces BEM ha sido en buena medida víctima de su propio éxito. Aunque han surgido otros fanzines en estos años, no han podido competir en regularidad ni en presentación, por lo que la primera revista no comercial de la ciencia ficción española lo ha seguido siendo en toda la extensión del término. Constituyendo un escaparate tan apetecible, los relatos han llovido sobre su redacción, sin que sus responsables tengan tiempo material para establecer un diálogo, no ya con los rechazados en los que se pueda apreciar alguna calidad, sino tan siquiera con los aceptados, que sólo reciben una escueta aunque amable nota anunciándoles su suerte, que no fortuna, pues el paso de BEM a bimestral ha reducido las oportunidades de aparecer en su índice a los que presentan trabajos no solicitados. Por contra, disponiendo de mayor número de páginas y buscando siempre la rentabilidad, la publicación del Grupo Interface se honra sistemáticamente publicando ganadores y finalistas de los concursos de relatos que afortunadamente abundan en los últimos tiempos, o relatos encargados ex-profeso a autores de actualidad, por ejemplo, por la reciente o próxima publicación de una novela, siendo su proceder respecto a los lectores el de una revista comercial, pero careciendo de la estructura necesaria para obrar de la misma manera frente a los aspirantes a colaboradores.
El narrador principiante puede tener que esperar años para que un relato suyo, aprovechando la carencia de un texto de más contrastada firma, aparezca en BEM. No hay en ello ninguna maldad de la redacción de esa revista: sencillamente, no pueden hacer otra cosa. Cuando finalmente aparece el cuento de un novato, en el mejor de los casos y si ha perseverado en el arte de escribir, no será ya el mismo que produjo esa obra que ve al fin la luz y de poco le valdrán las reacciones que pueda suscitar; y en el peor ya habrá decidido tirar la pluma y buscar alguna afición que reporte satisfacciones más inmediatas.
Como contraposición a la política de BEM (aunque es cierto que por entonces aún podía argumentarse que no llegaría a ser lo que actualmente es), la directiva de la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción (AEFCF) decidió instituir las antologías de relatos originales Visiones Propias con el declarado propósito de promocionar a los jóvenes valores del género en España. Primero Julián Diez en la selección de 1992 y Elia Barceló al año siguiente presentaron relatos escritos por aficionados al arte de narrar. La calidad no fue el fuerte de esas dos primeras recopilaciones: ¿cómo podía serlo, si la primera condición exigida a los autores en ellas recogidas era la novedad de su nombre y no su capacidad literaria? Es más, la falta de la segunda se excusaba sobradamente con la primera. Una periodicidad anual tampoco es la más adecuada para una publicación, aunque tenga formato de libro, si pretende no sólo servir para la primera presentación de un escritor en ciernes. De hecho, salvo el habitual y honroso par de excepciones, la mayoría de los aparecidos en ambas antologías no han ido más allá de uno o dos relatos. Este puede ser tenido, desde un punto de vista realista, como un resultado más que positivo, pero ni de lejos colma las aspiraciones expuestas por Julián Díez en la presentación del primer volumen. Tan difícil es sacar de donde no hay, que Elia Barceló optó por dar a su selección una presentación autoparódica, quizá consciente de que la fórmula se había agotado nada más empezar.
Cyber Fantasy fue un lujoso prozine nacido del mismo círculo que la por entonces directiva de la AEFCF, y en sus páginas presentó sus trabajos una de las felices excepciones creativas surgidas de Visiones Propias, León Arsenal. La irregularidad de las salidas de la revista, al principio, y su desaparición final tras el número 6, después, no propiciaron que aparecieran otros nuevos nombres antes de que el suyo se hiciera viejo, y su perenne presencia, fruto tanto de su evidente calidad como de su capacidad de trabajo, fue un obstáculo para cualquier aspirante a disputarle la gloria. Es así como el fandom (7) es devorado por sus propios hijos.
Al cambiar la directiva de la AEFCF también se modificó sustancialmente la orientación de las Visiones, aunque al principio no de forma espectacular. Javier Redal, como seleccionador de la edición de 1994, tuvo más suerte o puso mayor cuidado, y los relatos por él incluidos en el volumen, aunque de firmas de nula o corta trayectoria pública, ya no parecieron tan primerizos y descuidados. La tendencia se acentuó, bajo la responsabilidad de Pedro Jorge Romero y Joan Manel Ortiz en los años sucesivos, con la aparición de autores más veteranos a los que se les solicitó expresamente material. Esta decisión, denunciada por algunos como una perversión del espíritu original de las antologías, me parece acertada: debe publicarse lo mejor (lo contrario carece de sentido), sin que importe ninguna otra consideración que la calidad de los textos; el seleccionador demuestra interés en la tarea asumida si no se limita a esperar que el material le llegue sin más. Y si los jóvenes han de hacerse un lugar junto, e incluso por encima, de los mayores, deben tener la oportunidad de medirse con ellos, pues ya se sabe que un logro sin esfuerzo no es tal, y de paso se evitan los penosos ejemplos de escritores de un solo cuento que las primitivas Visiones Propias nos ofrecen.
La reincidencia, de todas formas, no parece ser un agravante aplicable a la mayoría de los perpetradores de la ficción reproducida en los fanzines españoles. Tómese como ejemplo Kenbeo Kenmaro: en diez de sus números llegaron a presentar sus trabajos hasta veintidós diferentes narradores en ciernes: Carlos Fernández Castrosín publicó cinco, Rodolfo Martínez cuatro, dos Óscar Tejero Villalobos y nadie más pasó de uno. Si los dos primeros nos son conocidos y apreciados, y del tercero poco sabemos, ¿qué decir de los restantes? Sí, alguno es aficionado viejo y otros prometedores autores de cuentos aparecidos aquí y allá, pero la mayoría era y sigue siendo anónima en el sentido que no se ha hecho un nombre, lo que probablemente se explica porque nunca tuvieron esa intención.
Kenbeo Kenmaro es un fanzine único en su concepción gráfica y constitución monográfica. Esta unidad de estilo en la presentación y los contenidos quizá pudiera contrarrestar el estigma de la dispersión de sus colaboradores, y creo que lo consiguió al principio, pero a partir del que probablemente sea su mejor número, el 6, empieza a apreciarse el divorcio entre el propósito de tema de cada Kenbeo y los cuentos que supuestamente lo ilustran y desarrollan. Esto es apreciable incluso en el citado número, dedicado a la ciencia ficción, que junto a destacables narraciones como «El centro muerto» de León Arsenal reproduce «Un año, un mes y un día» de Fernández Castrosín, vivo ejemplo de lo que resulta de una idea intrigante cuando se reúne con la incapacidad para dar con un final.
Claro que, si bien puede achacarse a los responsables de Kenbeo Kenmaro que no ponen el mismo interés en pulir los contenidos de su publicación como en la maquetación de ésta (lo que se nota igualmente en lo poco riguroso de algunos artículos que forman la parte «real» del la revista), al menos han tenido siempre el honrado gesto de encabezar los cuentos con el lema Esos que llegarán a ser escritores…, por más que la mayoría de las veces resulte ser una simple muestra de optimismo.
Kenbeo Kenmaro ha sufrido recurrentes retrasos en los últimos tiempos, y su continuidad es por el momento dudosa. Por contra, la de asturiano Parsifal, aparecido en la misma época que su vallisoletano colega y no más regular, está sentenciada: ahora en el número 9, el 10 será el último por decisión de su editor, José Luis Rendueles, que ha hecho de su publicación el paradigma del fanzine, dedicándolo casi exclusivamente a reproducir relatos de los aficionados y siendo los artículos poco más que un ocasional relleno.
En los Parsifal que han llegado a mis manos han visto la luz cincuenta y ocho narraciones de cuarenta escritores y escritoras. Sólo nuestro ya conocido Rodolfo Martínez se prodiga con cinco, mientras Juan Castillo firma cuatro, y Fran Gayo y Ricardo Agudín tres. Con dos relatos aparecen ocho nombres, y los restantes treinta colaboradores asoman a las páginas de fanzine asturiano una sola vez. Ha sido la política de Rendueles hasta el día de hoy publicar, o eso parece, cuantos más textos mejor, lo que, siendo el número de páginas limitado, ha impuesto que la extensión de éstos sea escasa con tendencia a mínima. Gayo se ha aprovechado de la circunstancia, y si es uno de los más publicados, también es de los que menos trabajo, en términos puramente físicos, ha puesto en sus colaboraciones.
Que la extensión de los cuentos presentados a Parsifal ha sido un factor determinante para su publicación me consta por conocer el caso de un relato desestimado por Rendueles por ser demasiado largo, aunque bueno, mientras que otros parecen haber sido aceptados por las razones exactamente inversas, como nos hace pensar ver que, sin modificación sustancial aparente, José Luis haya publicado algunos rechazados por Artifex. Aunque un editor siempre tiene el derecho de aceptar lo que otro no, y al hacerlo demostrar mejor gusto, lo poco inspirado de buena parte de los relatos de nombres conocidos que igualmente ha publicado el fanzine asturiano nos hace pensar que también podría ser ése su caso y haber llegado rebotados.
Aplicando este criterio de «más es mejor» no es de extrañar que la calidad no adorne a la generalidad de los cuentos de fanzine asturiano, no porque no sea posible que un relato sea breve y bueno a la vez, sino porque su cortedad, en extensión y cualidades, puede presumirse directa consecuencia del poco interés de los autores en dar entidad a su propia obra.
Quizá sorprenda comparar lo dicho anteriormente con los positivos juicios que a menudo ha merecido Parsifal, pero si nos paramos a pensar que siendo en realidad los miembros activos del fandom tan pocos y tantos los que han aparecido en la revista de José Luis Rendueles, sería difícil encontrar alguien cuyo criterio fuera objetivo, lo que, bien pensado, no es mala técnica para asegurarse partidarios y prevenir detractores, pero nunca será la adecuada para estimular a los escritores noveles, no ya a dar lo mejor de sí mismos y a esforzarse en mejorar, sino tan sólo a presentar otro cuento, puesto que tan poco les costó publicar el primero.
Aun a riesgo de parecer toynbiano, creo que el carácter de un escritor se forma afrontado los desafíos del medio. Imagino a Bermúdez Castillo, con la firme y serena determinación que se atribuye a los aragoneses, yendo de editorial en editorial con los folios del que habría de ser su primer libro, El mundo Hókun, siendo rechazado una y otra vez, y, sin embargo, inasequible al desaliento hasta conseguir, al fin, su publicación. Sé, porque lo he visto, que Ángel Torres se ha encontrado con la obligación, y ha demostrado la capacidad, de desarrollar el argumento de una o dos nuevas novelas cortas al mes, porque había una colección que dependía de él, lo mismo que Rodolfo Martínez perseveró sobre los manuscritos de sus novelas cuando la esperanza de publicarlos era, cuando menos, remota.
Por contra, ¿cuáles son los obstáculos que han de sortear los colaboradores habituales de fanzines? No más que los impuestos por el criterio particular del faneditor de turno. Éstos son tan diversos como aquéllos, o viceversa, pero si hay que encontrar un factor común, un punto de unión entre los editores de revistas de aficionados, es la necesidad de publicar por encima de todo, incluso de la calidad del material disponible. Excusado en un ambiente de no-profesionalidad, el faneditor deviene en no-editor que imprime la producción de no-escritores; su relación con los colaboradores, entre amistosa y dependiente, acaba consiguiendo que en un fanzine se pueda publicar cualquier cosa y que parezca que no se aplica criterio alguno de selección.
Así, cuando en un artículo tan polémico en su tiempo como ahora olvidado, Alonso Ballesteros hacía un repaso a los autores españoles de ciencia ficción e incluía entre ellos, como hizo en una ocasión parecida Rafael Marín, a los aficionados que han publicado un pobre puñado de cuentos de escasas páginas en los fanzines del momento, está cometiendo un error no sólo cuantitativo, sino cualitativo. Comparar el trabajo que implica escribir una novela aceptable a juicio de un editor profesional, que, no lo olvidemos, publica para ganar dinero, con un relato breve o muy breve, a menudo fruto de la inspiración del momento, apresuradamente pasado al papel y cuyo autor, con casi completa seguridad, no entiende la creación literaria como un proceso de reflexión, constituye un error metodológico, por no decir cruel.
¿Estoy pronunciándome en contra de los fanzines y las personas que los hacen? Nada más lejos de mi intención. Las revistas de aficionados constituyen, aún más a falta de publicaciones comerciales, el nexo de unión de los aficionados a la ciencia ficción; gracias a ellas podemos acceder a la vertiente analítica de la literatura cuando sus faneditores se preocupan de incluir artículos y críticas además de los consabidos relatos; y proporcionan a éstos y a sus colaboradores un sanísimo entretenimiento, pero esto no significa que su función haya de ser magnificada. Los fanzines NO son la antesala de la profesionalidad para los autores, antes al contrario, sus condiciones hacen de los escritores aficionados una agrupación de diletantes.
¿Pretendo establecer este juicio como una verdad absoluta? Sería mucho atrevimiento hablando de ciencia ficción y seres humanos. Lo que es cierto hoy puede no serlo mañana. Me contaba Javier Redal que en su papel de seleccionador de Visiones 1994 recibió varias novelas completas, que naturalmente no pudo incluir por falta de espacio, y la reciente o próxima aparición de obras largas de las firmas que entonces me citó es un síntoma de que la esperanza no ha muerto. Puede que existan, que lleguen a existir, nuevos autores de ciencia ficción españoles, aunque por el momento los novelistas inéditos siguen sin hacer literatura, amén de ser una imposibilidad metafísica.
Notas
1. Hacemos aparte de las colecciones de novelas cortas que, desde los Cuadernos UPC hasta Espiral, han intentado llenar un hueco en el panorama editorial, pues se trata, a pesar del cuidado que en algunas se ha puesto, de proyectos de aficionados que merecen un estudio aparte.
2. Que ésta dejara en su última etapa de pagar los relatos que publicaba, y por lo tanto perdiera su condición y categoría de profesional, es otra historia.
Apéndice: El fanzine anteriormente conocido como El Fantasma
Hemos de hacer un aparte para hablar de Artifex, la única revista de aficionados que, hoy por hoy, no sólo publica principalmente cuentos, sino que lo hace regularmente. Es más, podemos decir que, en un más difícil todavía, su editor no se contenta con escoger lo mejor entre lo que le llega, sino que se empeña en trabajar junto a los autores para mejorar aquellos textos que, encontrándolos defectuosos, no le parecen desdeñables.
Si han leído mi artículo «Criterios de selección» antes que estas líneas, sabrán que ése es el proceder que considero adecuado a la dignidad de editor. Lo contrario, decidir sobre la calidad del trabajo de los demás, sin ofrecer guía y estímulo a quienes lo necesiten, puede calificarse de muchas formas, la mayoría malas, alguna neutra, pero ninguna buena. Es ostentar un poder (que sea insignificante no es ahora la cuestión) sin aceptar una responsabilidad. Si la literatura es comunicación, ¿qué sentido tiene responder a los autores con un silencio tan carente de críticas como de elogios?
El editor de esta revista que fue El Fantasma recopila pacientemente las opiniones que sobre relatos, artículos e ilustraciones recibe de los lectores y oportunamente las remite a los interesados. En ello es único y quizá ingenuo, pero es honrado. Como también es sincero cuando dedica una hora y unas páginas a detallar los defectos de un relato y a sugerir como podría ser corregido. No siempre, pero lo suficientemente a menudo, este proceder ha resultado en mejores cuentos que, reproducidos en esta revista, le han valido finalmente una candidatura a los Ignotus.
Creo que es un justo premio al constante afán por mejorar de Luis G. Prado desde aquellos misceláneos primeros volúmenes, más glandulares que cerebrales, hasta el que ahora tienen en sus manos, destinado a presentarse en el congreso de Mataró, y que indudablemente recoge el mejor puñado de narraciones que he podido leer en un fanzine en muchos años.
Durante este proceso de crecimiento y aprendizaje no siempre he estado de acuerdo con la selección de relatos hecha por el editor. Claro ejemplo es la asidua presencia de Félix J. Palma, cuyo «Amor interactivo» [El Fantasma vol.9] es un logro, pero cuyos argumentos débiles aunque generosamente envueltos en prosa han encandilado al responsable de Artifex en muchas otras ocasiones. Tampoco he terminado de ver claro las autopublicaciones (aunque nadie esté libre de pecado) ni, puestos a ser sinceros, el aprecio que Luis ha demostrado por mi ficción, quizá disculpable en la brevedad de «La corneta» [El Fantasma vol.10], de la que dice que le gusta aunque no la comprenda, pero del todo reprobable tratándose de una novela corta, y aun así demasiado larga, como «El gran juego» [El Fantasma vol.12].
Pero si ha habido errores, también ha habido aciertos, y los segundos superan a los primeros a cada volumen, bien que con algún ocasional retroceso. No dudo, tengo fe en ello, que el trabajo del editor de conseguir lo mejor de los autores de los cuentos que le son sometidos seguirá reportando dividendos a Artifex como los dio a El Fantasma. Y no dudo, tengo fe en ello, que la imitación del modelo de este fanzine, al menos en lo que se refiere a la selección de textos, sería el mejor servicio que podrían prestar a la ciencia ficción española cuantos editores de revistas de aficionados hay y pueda haber en el futuro.
Publicado originalmente en Artifex vol.16 (octubre 1997)
Uf. Hay que contextualizar una burrada este texto para comentarlo. Y como siemrpe en el fandom, creo que hay mucho de circunstancias personales que ahora mismo no conozco.