Eso no pasará jamás

En los últimos tiempos me da por recordar con bastante frecuencia un vídeo que circula por la red en el que llega a un monasterio medieval el encargado del servicio técnico de una innovadora tecnología que acaba de implantarse.

El libro.

Quizá algunos recordéis el vídeo. El monje, acostumbrado a los rollos de papiro, no acaba de aclararse con conceptos como pasar las páginas (¡hacia atrás y hacia adelante, nada menos!) o “arrancar” el libro (eso de abrir las tapas tiene su miga) y al principio se muestra totalmente receloso. Esto es demasiado complicado, como mucho puede funcionar como mera curiosidad pasajera, jamás sustituirá al viejo y fiable rollo.

Y parece que llevamos varios años en un momento muy parecido. Y lo que nos queda.

¿Os suenan cosas como que el libro electrónico nunca sustituirá al papel, que siempre será menos cómodo, más prosaico, carecerá del encanto sencillo y evocador de pasar las páginas o recorrer con la mirada los anaqueles de la biblioteca y contemplar los lomos de todos tus volúmenes?

Seguro que sí.

Y confieso que yo mismo me siento un poco así. Aunque he probado lectores de eBooks y no me ha quedado más remedio que rendirme a la evidencia de que el papel electrónico es perfectamente adecuado (por no mencionar que argumentos como que leer en una pantalla cansa la vista se están volviendo obsoletos a velocidades de vértigo), una parte de mí sigue resistiéndose a ese invento del Maligno. El eBook no puede sustituir al libro impreso, me digo. Imposible. ¡Inconcebible!, que diría el astuto Vizzini en La princesa prometida.

Soy consciente de que soy un fetichista del papel. Como mucha otra gente, me crié entre libros, pasé años con la nariz metida entre ellos y me falta algo fundamental si me enfrento a la lectura de una novela sin el ritual adecuado. Un ritual que implica un peso, una consistencia, unas páginas que van pasando…

Pero, reconozcámoslo, tengo ya una edad. No diré que peino canas porque poco pelo me queda ya por peinar, pero por mucho que pase buena parte de mi tiempo (ya sea en el trabajo, en casa, o en momentos de ocio) rodeado por lo electrónico y lo digital y me las apañe con todo eso con perfecta comodidad… bueno, no es mi ambiente natural, no es mi terruño. No es con lo que me he criado.

Así que es normal que, pese a reconocer que, objetivamente, el lector de eBooks es un cachivache perfectamente apto para leer, siga resistiéndome a él y siga encontrando que me falta algo si no leo en papel.

Por lo que podríamos pensar que sí, que es verdad, que eso del libro digital es una moda pasajera y que nunca desbancará al libro analógico.

Hasta que, como he dicho unos párrafos más arriba, uno se da cuenta de que tiene una edad, y que hay un montón de generaciones tras él que, prácticamente, han nacido rodeadas de ordenadores, teléfonos móviles y otros dispositivos electrónicos. Que están acostumbradas a escribir y leer en una pantalla y que lo que para nosotros sigue siendo en cierto modo ajeno, para ellos es el pan suyo de cada día.

El libro en papel (o en otro material, tal vez un papel sintético; libro físico, con sus portadas y sus solapas y sus páginas, en todo caso) no va a desaparecer. Del mismo modo que la forja de espadas como habilidad artesanal no lo ha hecho pese a la invención de las armas de fuego.

Pero pasará a ser lo mismo: una curiosidad, un fetichismo, un objeto de coleccionista, algo para regalar… un objeto “bonito”, en suma.

Se seguirán imprimiendo libros dentro de trescientos años, estoy seguro (bueno, siempre que nuestra civilización no se nos escurra por el sumidero antes, lo cual no deja de ser una posibilidad). Y de tres mil, estoy convencido.

Pero no tardarán mucho en dejar de ser la forma mainstream de editar. Y tardarían mucho menos si una industria reaccionaria y acojonada (porque el cambio en el modelo de ventas, de producción y de distribución que lleva aparejado el libro electrónico no es precisamente moco de pavo) no le estuviera poniendo todas las trabas que puede en el camino.

Nos guste o no, el libro electrónico (en su actual formulación o en otra cualquiera) se va a convertir en la especie bibliófila dominante. Y el libro impreso será una minoría que tendrá su pequeño nicho ecológico y que, tal vez, se consolará de vez en cuando con nostálgicas rememoraciones de cuando era el rey de las bibliotecas y librerías.

Como seguro que hizo antes de eso el rollo de papiro, o la tablilla de cera o de barro.

12 comments

  1. Una cosa muy buena tiene el e-book: ¡la cantidad de celulosa que se va a ahorrar la industria!

  2. En fín, ya veo que yo seré de los que se apunten a esas tristes » rememoraciones nostálgicas», … que queréis que os diga, y aunque paso ya de los cuarenta, moriré consolado por mi biblioteca, con el orgullo de ser un último mohicano en otro campo de batalla más… es verdad, la Ciudad ha impuesto su modo de civilización con una fuerza indiscutible, pero pocos saben lo hermosa que es la nieve helada de enero sobre los robles que rodean mi pequeño pueblo castellano … y lo más duro es disponer en soledad de toda esa belleza. Gracias, de todas formas, por tus maravillosos libros Rodolfo. Y también a tí Victor. Que sepáis, no obstante, que os disfruto más en papel, jaja ( y que vuestros libros, consuelan físicamente mi soledad mesetaria). Un saludo de victorderqui

  3. A los románticos de los libros, ¡semper fidelis! Pero que la nostalgia no nos impida disfrutar de las nuevas tecnologías, sino amar aún más las viejas :)

  4. Pienso que el debate real es de otra índole y tiene más que ver con qué producto garantiza la generación de plusvalías de un modo más eficiente. Es un debate que los medios de comunicación tenemos abierto desde 1997. Es claro que hay tecnología sustitutoria del papel (y más que satisfactoria), lo que no hay es un modelo económico viable de comercialización de la tecnología no papel (modelo, claro, no a nivel teórico o pequeña escala, sino a nivel real y aplicable). Al revés, los modelos que se han utilizado son antimodelos que han afectado negativamente la rentabilidad del sector. Y no es una cuestión de piratería y tal (que también), es bastante más serio. En conclusión, que el mercado –especialmente en el ámbito lingüístico hispanoparlante- no está maduro. Habría que estudiar que está fallando aquí…

  5. No niego lo que comentas de la falta de madurez del mercado. Es un tema bastante complejo, sin duda.

    Pero en todo caso, sigo pensando que es cuestión de tiempo.

  6. Yo también pienso que es cuestión de tiempo, pero lo difícil es aventurar cuánto. Existen demasiados factores implicados, demasiadas variables a considerar. En cualquier caso, y aunque las horas que paso frente al ordenador no son desdeñables, yo me alineo al lado de los nostálgicos del papel. Os dejo aquí una especie de microrrelato/microrreflexión:

    Ya no quedaban libros.
    Las letras persistían, pero sus frágiles sueños de tinta habían sucumbido al yugo digital. Habría literatura, mas nadie probaría de nuevo el veneno de El Nombre de la Rosa.

  7. ¿ Pueda ser que llamemos » falta de madurez del mercado», al simple hecho de que el » consumidor ( palabra odiosa, vive dios!!! ) de libros» y el » de tecnología» ( ahí va otro brochazo gordo) sean muy distintos entre sí? ¿ Quién que gaste sus ahorrillos en libros, que ocupe sus ocios deambulando en tétricas bibliotecas públicas, no está en las antípodas de quien gusta de Ipods y demás criaturas y mascotas del luminoso bestiario digital?. También yo opto por el Veneno de la Rosa ante esta triste omnipotencia de plástico de la nueva diosa razón que es la Tecnocracia ( de la que también soy esclavo y terminal, muchas veces feliz como ahora),
    Un saludo de Victorderqui y gracias por vuestras opiniones.

  8. Creo que hay que distinguir entre dos tipos de lectores, muy distintos entre sí. El que podríamos llamar, no sé, bibliófilo, para el que la lectura es una pasión, y el lector casual, que lee de vez en cuando como una opción más de ocio. Para el primero, seguro que el cambio de papel a ebook será difícil; para el segundo, no. Y los que crean bestseller, por simplificar la cuestión, son los segundos.

    Los primeros, nos joda o no, somos una minoría y no vamos a decidir el futuro del mercado.

  9. Dicho de otro modo, la gente que por las mañanas, de las que va en el tren al curro, aprovecha para leer algo (bastantes, en mi experiencia) y a veces verdaderos tochos, sospecho que preferirán mayoritariamente poder leerlo cómodamente en un aparato ligero, pequeño y de calidad.

    Los que, cuando les dices «vamos de copas» o «vamos al cine» prefieren quedarse en casa leyendo un buen libro, seguro que no, que adorarán el tacto de las páginas y la consistencia del papel.

    Pero los que van a decidir el futuro del mercado, repito, son los primeros, no los segundos. Los segundos no son otra cosa que una minoría anacrónica. Que no desaparecerá (igual que no han desaparecido los coleccionistas de espadas medievales) pero que no van a decidir el rumbo de la corriente mayoritaria en la edición de libros.

    En otras palabras, que me digáis (o que yo mismo diga) que es preferible el papel al libro electrónico. No es relevante. Es evidencia anecdótica y tiene tanta validez como si yo llego a la conclusión de que todos los franceses son zurdos porque todos los franceses que mis amigos y yo hemos conocido resultan serlo; el universo de muestreo comparado con la población total de Francia es ridículo y carece de relevancia.

    Contextualizar las cosas es importante y deberíamos tener en cuenta que los que hablamos aquí, por lo general, formamos parte de una minoría.

  10. Cierto, cierto Rudy, no cabe duda. Lo que afirmas es cierto y, de verdad, que me gustaría tener contrareplica. No la tengo, ni poseo conocimientos suficientes sobre el arte de las empresas editoriales como para poder decir nada. Es solo que, como » miembro» de esa minoría ( enamorada de los libros) veo con dolor y preocupación la posible ( quizás no, ojalá que no) desaparición de aquello que amo. Pero es cierto, no deja de ser un desahogo individual sin relevancia para nadie, salvo yo mismo … u otros ( por pocos que sean) que puedan sentirse como yo ( que, esa sí que es una de las grandes – grandísimas- aportaciones de internet). En fin, gracias por tus palabras. Aunque yo refunfuñe contra las » nuevas tecnologías» es un verdadero placer ( casi un milagro, casi magia – como diría Arthur C Clarke-) poder » charlar» con un gran autor español de ciencia ficción. Lo dicho, rudy, un abrazo y te leo. Victorderqui.

  11. Sin embargo, el libro posee algo que el e-book no tiene: consistencia física.

    Quiero decir: imaginemos (no es tan difícil, ya lo hemos visto en más de una novela) un mundo con problemas graves de suministro energético. Tanto, que éste no sea de acceso barato a la inmensa mayoría de la población (quizá vamos hacia eso, de hecho: el problema de la energía, más que el de la contaminación o el de las fuentes de producción, es el más importante a medio y largo plazo para todo tipo de industrias hoy).

    Un e-book o un dispositivo similar necesita energía para funcionar. Sin «pilas», se agota, no funciona. Un libro siempre se puede abrir, hojear, leer y cerrar; siempre está ahí, de manera física, con independencia de que el lector sea rico, pobre, viva en la ciudad o en un camping.

    Un colapso energético nos dejaría sin e-books, sin ordenadores y sin millones de datos y cifras almacenadas hoy en la «nube» o en discos duros o pinchos de memoria que quedarían inservibles.

    Pero el libro seguiría estando ahí.

    ¡Papel y tinta forever!

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