El agente de las estrellas, John Scalzi

Hay libros malos, hay libros buenos, hay libros para el verano. Libros estos últimos que, sin ser malos, no son desde luego buenos, y producen una cierta indulgencia por sus detalles curiosos, por tratar temas que resultan simpáticos, por estar narrados con dinámica inanidad, ese tipo de cosas. Aquí tenemos uno; se hace difícil elaborar una reseña extensa sobre él, puesto que no hay ni mucho que destacar ni casi nada que reprocharle en su modestia.

John Scalzi nos cuenta en El agente de las estrellas que una raza extraterrestre con pinta de The Blob veía los programas de la tele emitidos desde la Tierra y, para su primer contacto, decide trabajar con una agencia de representación de Hollywood que le prepare el terreno, en lugar de arriesgarse a un despliegue que pudiera ser malinterpretado por un público habituado a las películas de invasiones.

Connie Willis es un buen ejemplo de escritora que se maneja muy bien en ese territorio que mezcla costumbrismo y cf, y que con esta idea de partida podría haber firmado un relato largo muy interesante. Scalzi, que es un artesano apañado algo por encima de la media –sus space operas militaristas, sin ser gran cosa, resultan igualmente legibles-, estira el chiste por su parte para elaborar un librito distraído, con diálogos chisposos, que arranca ocasionales sonrisas pero, desde luego, ninguna carcajada. Básicamente, por ser predecible hasta decir basta.

El protagonista es un joven dinámico que está progresando en lo suyo; tiene una secretaria con encanto que da respuestas ingeniosas, y representa a una starlette de éxito que quiere ser Meryl Streep pese a su poco seso. Su jefe es un señor algo mayor y distante, pero que se convierte en progresivamente cercano. Hay un periodista huelebragas que les mete en líos con lo que publica. Y un par de agentes que son, hum, verdaderos tiburones. Imaginen otro tópico: está ahí, no precisamente escondido.

Originalmente, El agente de las estrellas fue publicado como serial en internet, y seguramente es el tipo de contenidos que a uno le encanta leer en diagonal en su feeder cuando anda procrastinando en la oficina. Como novela, pues hombre… Vuelve a traer a colación el tema del efecto deformador que pueda tener la red, y la respuesta inmediata que proporciona, para los autores, para la literatura. Tiene aspectos positivos, pero también es un hecho que abre puertas adicionales a material de segunda, a sucedáneos del tipo de chistes que se extienden por la red.

A su favor, en resumen, que a muchos lectores les puede pasar como a mí; llegada esta época del año no andan las neuronas para derroches, sin que eso tampoco suponga que uno quiera ser insultado en su inteligencia por el tipo de material que abunda últimamente sin ofrecer siquiera una correcta redacción en castellano. En este caso, quizá lo más triste vuelva a ser que un librito como éste aparezca en el sello Minotauro, totalmente confundido ya en sus políticas con Timun Mas.