Una vez más, el terrible problema: sabemos que Michael Bishop es alabado repetidamente por sus colegas estadounidenses como uno de los mejores prosistas de la ciencia ficción. ¿Podemos disfrutar de esa labor en un libro como éste, en el que incluso hay erratas, reiteraciones y errores sintácticos en los textos publicitarios de contraportada y solapa? Si ni siquiera se han cuidado esos breves párrafos que son la presentación del volumen, ¿qué esperar del resto?
El problema es, además, que este es un libro bastante sofisticado. Baste decir que el relato que le da título es en realidad una especie de secuela de otro llamado “La asociación cultural Yukio Mishima de Kudzu Valley, Georgia”, con el que comparte el escenario común de un pueblo del sur estadounidense en el que la obra y, sobre todo, el ejemplo vital –por así decir- del escritor suicida japonés se ha convertido en pauta de comportamiento. Por cierto que en ningún lugar se menciona esa continuidad… En resumidas cuentas, no es el tipo de libro compuesto por sucedidos de piratas espaciales agarrando a macizas mientras asaltan cargueros extraterrestres. Y, por tanto, evaluarlo con la calidad de edición que es desafortunadamente habitual en los libros traducidos por Ajec resulta necesariamente injusto.
Pero es lo que hay. Y siendo así, la verdad, el juicio desnudo acerca de En los suburbios del destino es que no es un libro especialmente recomendable. No hay una prosa de interés, sea por culpa de Bishop o de su traductora. Y los cuentos no tienen un argumento deslumbrante que los sostenga por sí mismos. La mayoría tienen como eje central la religión, un tema recurrente en el trabajo de Bishop. Y algunos, la verdad, no se entiende qué quieren decir, sea por la razón que sea de las ya comentadas.
Casi todos los relatos de la antología tienen un punto de partida bastante bizarro; digamos que la famosa idea que se supone que sustenta una historia de ciencia ficción es aquí cuando menos sorprendente. En el más extenso de los cuentos incluidos, “Entre los manejadores”, se trata de la existencia de un grupo de cristianos renacidos que creen que el manejo de serpientes venenosas permitirá a los fieles acercarse a Dios, sustentando su creencia en un oscuro versículo de San Marcos. A partir de ahí, Bishop hace un retrato sureño entre costumbrista y pesadillesco, pero que resulta más desconcertante que inquietante.
Al igual que en este caso, los otros contenidos más sustanciosos de la antología navegan entre la originalidad y la irrelevancia: se fundamentan en propuestas poco comunes, pero que no llevan a ninguna parte de interés. “Así recuerdo Cartago” presenta a un San Agustín moribundo en un entorno ucrónico, que se ve visitado por un hijo perdido que se crió entre una pujante tecnología china; “Yo, Iscariote” narra un juicio futurista al discípulo traidor; “Instantáneas de la plaga de mariposas” es una onírica descripción de un ataque de estos insectos contra la humanidad desde el punto de vista de un hombre maduro que decide apoyar a una jovencita ansiosa de triunfar en Hollywood. Y así.
Recuerdo haber disfrutado en su momento algunos relatos de Bishop con bastante más cuerpo; pienso en cuatro que se publicaron en Nueva Dimensión y fueron finalistas de premios, caso de “La odisea de Catadonia”, “En la calle de las Sierpes”, “La casa de la compasión” o el Nebula de 1982 “La vivificación”. En comparación, esta antología parece un grupo de ejercicios menores, que de hecho tardaron bastante en ser recopilados y cuya presencia conjunta en formato libro puede responder al progresivo declive de la obra de Bishop, autor pujante en los 80 y que hoy lleva 15 años sin publicar una novela de género para dedicarse a la enseñanza. Resulta, por tanto, difícil por muchas razones dar ningún valor a este libro, pese al respeto que merezca el autor por haber escrito obras como las recientemente reeditadas Sólo un enemigo: el tiempo o Desgraciadamente, Philip K. Dick ha muerto.