Airbender vs. Origen

Es un debate tan viejo como la misma Literatura: ¿qué es más importante, el continente o el contenido? Ya sabemos que lo ideal es tenerlo todo pero, siendo esta premisa tan difícil de cumplir, ¿preferimos los textos bien escritos, con palabras escogidas, ortografía impecable y arquitectura semántica cuidadosamente diseñada aunque no tengan alma o preferimos los textos jugosos y efervescentes, la literatura de ideas, a pesar de que estén redactados casi con el mismísimo orto?

Tradicionalmente, se ha señalado cierto tipo de poesía (gran parte de la Modernista, por ejemplo) como muestra de la preponderancia del continente, mientras que la ciencia ficción aparecía en el otro lado de la balanza como muestra del valor del contenido. Por supuesto, dando por sentado que cada una de ellas cojeaba en un ámbito cuanto más fuerte estuviera en el otro.

Y la verdad es que en lo que a nuestro género favorito se refiere son numerosos los relatos, cuentos y novelas que resultan tan fascinantes de leer y disfrutar por lo que sugieren o nos descubren como realmente molestos cuando uno se da cuenta de que si el autor se hubiera preocupado un poco más, si le hubiera dedicado un poco de tiempo (y de técnica) a trabajarlo, podría haber conseguido una obra maestra en lugar de una narración simplemente atractiva (me temo que a mí mismo me ha pasado más de una vez).

Trasladando la cuestión al cine, sobre todo al cine contemporáneo, la polémica se puede traducir tal vez a «efectos especiales, ¿sí o no?» Es decir, ¿basta con una historia interesante, que por cierto siendo de ciencia ficción casi seguro obligará a algún tipo de efectos y maquillaje característicos para ambientarla aunque vayan en segundo plano, o es preferible anonadarse ante una interminable serie de artefactos voladores, explosiones abracadabrantes e inolvidables criaturas alienígenas, aunque ello esté enmarcado en un vaivén argumental sin pies ni cabeza? Insisto, lo ideal es conjugar ambos conceptos, como sucede en obras maestras del género al estilo de Blade Runner o Alien, pero ¿y si no?

Este verano he visto dos películas de ciencia ficción que han utilizado una ingente cantidad de su presupuesto (seguramente la mayor partida, excluida la promoción) en pagar una monumental serie de efectos visuales que haciendo posible lo imposible llegan a maravillar ante la perfección técnica alcanzada a estas alturas de la historia de la cinematografía. Sin embargo, el resultado es muy diferente de una a otra y explica el porqué, si me veo forzado a elegir entre continente y contenido, personalmente siempre lo haré por el segundo. Se trata de Airbender y Origen.

The Last Airbender o Airbender, el último guerrero constituye indudablemente el mayor patinazo del director indoamericano Manoj Nelliyattu Shyamalan, más conocido como M. Night Shyamalan, que no sólo dirige sino que escribe y produce esta mezcla insufrible de El Señor de los Anillos de Peter Jackson y el Kung Fu de David Carradine con un fuerte aderezo de varios juegos de rol. Y lo peor es que ésta sólo es la primera de una proyectada serie de tres películas, dentro de la línea obsesiva del negocio cultural contemporáneo, empeñado en encontrar títulos que puedan ser exprimidos en secuelas interminables de obligado éxito (y rendimiento económico).

Airbender se basa en la serie televisiva Avatar, la leyenda de Aang (pocos nombres tan agónicos he visto para un personaje protagonista) que en Estados Unidos cosechó bastante éxito a pesar de repetir por enésima vez todos los tópicos del ramo, empezando por el marco: un mundo fantástico en el que existen cuatro “naciones” o tribus que son las de los cuatro elementos clásicos (las gentes del agua, las de la tierra, las del fuego y las del aire). En cada una de ellas hay magos o maestros que dominan los poderes inherentes a su elemento aunque en el caso de las tribus del aire son todos los habitantes los que disponen de esas capacidades. El equilibrio del mundo depende de un maestro inmortal, un Avatar, que reencarna sucesivamente y que puede ponerse en contacto con el reino de los espíritus. En el momento en el que comienza la acción, se ha encarnado en un niño tan serio, antipático y aburrido como experto en artes marciales y se enfrenta a unas belicosas tribus del fuego que han iniciado la conquista del planeta. El argumento y su desarrollo es tan manido, soso y mil veces visto que uno acaba con la duda de si no será también un Avatar y no se ha dado cuenta de ello.

Para empeorar las cosas, Airbender tira sin pudor del misticismo New Age tan de moda últimamente en todos los campos de la cultura, pero destrozando las ideas originales sin compasión. Un ejemplo: los guionistas de la historieta (y el propio Shyamalan debería saberlo, por su sangre oriental) rompen el equilibrio básico entre los cuatro elementos decidiendo, porque sí, que las gentes del aire son todos maestros buenos y las del fuego, malévolos imperialistas (con sus oficiales vestidos como el napoleónico mariscal Murat), mientras que los de la tierra y el agua son meros comparsas. Un mundo así, dentro de la lógica de la tradición y la de la propia película, hubiera desaparecido directamente, sin necesidad de conquistar nada. Otro ejemplo: el Avatar como mediador universal debería haber pertenecido a una quinta tribu, a la del quinto elemento conocido como éter, que es realmente el que evita la preeminencia de los otros cuatro en la tradición.

¿Qué salvo de Airbender? Algunas peleas de artes marciales (aunque la mayor parte de las coreografías no son precisamente originales) y… ¡los efectos especiales! En efecto, ésta es una de esas películas en las que el espectador debe obviar cualquier exigencia de originalidad para limitarse a dejarse abofetear por “el más difícil todavía” (exceptuando la montura alada del Avatar que, por cierto, está directamente calcada de la iconografía cinematográfica de La historia interminable) logrado a base de ordenador y más ordenador. Es, en resumidas cuentas, un inmenso paquete de celofán lleno de nada, una sucesión de fuegos artificiales tan impactantes como, al final, olvidables.

En cuanto a Origen, me parece la película más interesante e inteligente producida por el género desde Matrix, partiendo de la base de que en realidad Matrix no debería encuadrarse en la categoría de largometrajes de ciencia ficción sino de Filosofía y Existencialismo donde debería figurar en los primeros puestos (y me refiero a la primera de la trilogía, no a las dos prescindibles secuelas rodadas a continuación)…

El último trabajo de Christopher Nolan ofrece al menos dos características difíciles de encontrar en la inmensa mayoría de largometrajes contemporáneos, no sólo de nuestro género. Primero, obliga al espectador a estar pendiente de lo que ocurre en la pantalla, si quiere entender y disfrutar de lo que está sucediendo en ella. Segundo, plantea algún que otro interrogante que seguir rumiando una vez finalizada la proyección.

Origen cuenta la historia de un ladrón especializado en robar conocimientos del interior de la mente humana cuando la víctima se encuentra dormida. Por ese motivo es uno de los más valorados espías mentales en un mundo donde las grandes multinacionales emplean los medios que hagan falta para desbancar a la competencia. Pero el protagonista padece un pecado original, que es el que da título a la historia: no sólo tiene experiencia en la extracción de secretos de los cerebros ajenos sino también en la implantación de ideas determinadas en ellos de forma que la persona manipulada crea que se le han ocurrido a ella y actúe en consecuencia. Esta habilidad condujo, en su día, a la muerte de la mujer del ladrón, interpretado por Leonardo di Caprio, y a la acusación de asesinato por la que se ha convertido en un fugitivo internacional que no puede volver a su país y reencontrarse con sus hijos pequeños.

Recibe entonces el encargo de implantar una idea concreta en la mente del heredero de una gran multinacional energética (es la parte más floja del argumento) y, para que la misión tenga éxito, deberá llegar junto a su equipo hasta las capas más profundas de su cerebro. Eso le obligará a penetrar en el sueño de un sueño de un sueño, ingresando en sucesivos niveles de realidad, todos ellos existentes pero al mismo tiempo irreales. Su premio particular a esta arriesgada misión, que puede acabar con todos los participantes en un limbo mental cuasieterno, es la anulación de todas las acusaciones contra su persona y el retorno a una vida más o menos normal.

El complejo guión (que perjudicará sin duda la taquilla final) ofrece interesantes planteamientos y detalles a todos los interesados en el estudio de la mente humana. Por ejemplo, no creo que sea casualidad que los tres niveles a los que deben bajar los protagonistas se relacionen con los tres niveles reconocidos hoy por la ciencia en nuestro cerebro. Estos tres niveles son: el cerebro reptil (el más profundo y protegido, con dos funciones básicas: huir o agredir), el cerebro caballo o mamífero (con reacciones emocionales, instintivas, sociales…: desde el sexo hasta los gustos alimenticios, la mayor parte de las conductas normales) y el neocórtex (una lámina delgadísima, donde residen las características que nos hacen realmente humanos, y que se encuentra sumamente expuesta al hallarse justo bajo el cráneo). En la película, los “soñadores” descienden progresivamente de acuerdo a esta pauta. En un primer nivel, que se correspondería con el neocórtex, en el que se encuentra la ciudad, la civilización. En el segundo nivel, el escenario es un bar de un hotel y luego sus habitaciones, al muy sociable estilo del cerebro caballo. En el tercero, la acción al estilo James Bond se desarrolla en un paisaje nevado, con persecuciones y tiroteos en un despliegue de reptil puro.

Y aún más abajo, nos encontramos todavía con un cuarto nivel, donde el protagonista se encuentra con su mujer muerta, y que en el análisis se corresponde con su propia alma. Allí deberá resolver el personaje interpretado por Di Caprio su tormento personal e intransferible.

Como Airbender, Origen se encuentra plagado de efectos especiales que, sobre todo en la última hora de la cinta, conducen en un crescendo impresionante hasta su final. A diferencia de Airbender, Origen no necesita estos efectos más que para añadir espectacularidad visual a la historia, ya que ésta posee en sí misma una potencia avasalladora que finaliza con una reflexión, como se dice ahora, muy “dickiana” respecto a lo que entendemos los seres humanos como realidad.

Y podríamos seguir comparándolas, pero creo que a estas alturas ya se me nota demasiado cuál es mi clara ganadora en este combate de “grandes éxitos veraniegos”.

4 comments

  1. Sigues pensando que el continente debe servir de soporte y condimento al contenido y no al revés, lo que sugiere que ya contestaste tu pregunta inicial :) En mi caso, creo lo mismo: un continente sin contenido es como el armazón de un edificio hermoso, pero incompleto, y para nuestros efectos (artísticos) queda en el vacío. Los poemas más recordados son aquellos que de tanto repetir contenidos se transformaron en clichés y aún así siguen diciéndonos algo, aunque ya no recordemos cómo lo hicieron.

  2. Pues para mí la historia de Origen también es parte del continente. De acuerdo, es interesante, pero esa complejidad que ve todo el mundo no es tal, es un simple juego de manos, la manita de la que te llevan los protagonistas todo el rato contándote que es lo que estás viendo y explicándote todo su misterio. La gran virtud de Origen (y otras de Nolan) es que comenta superficialmente unas cuantas ideas, nunca las profundiza, dejando al espectador que haga el trabajo de encontrar la «profundidad», es un azucarillo para que se sienta inteligente descubriendo los Grandes Temas tratados.

    ¿Existencialismo en Matrix? ¡¡¡Pero si es la historia de un Elegido, con mayúsculas!!! Alguien con un destino trazado cuyo único mérito es haber nacido siendo ese Elegido…

  3. Mmm, por lo de de las comparaciones de los niveles del sueño fílmico con los del cerebro humano (que no necesariamente se reproducen en nuestros sueños) estas persecuciones, tiroteos y puñetazos «reptilianos», si mal no recuerdo, suceden por todas partes, no solo en el último nivel.

    Es, por cierto, una película que presenta contrastes muy grandes entre el ritmo tranquilo y sereno de las reuniones deliberativas y el de la acción del toma-y-dispara, que tiende a ser trepidante, sí, pero también un tanto confuso y atropellado en algunos tramos. Hay que destacar, no obstante y porque es de justicia, la banda sonora que es una pasada, de Hans Zimmerman, creo.
    Y en lo de que obliga a prestar atención estoy completamente de acuerdo, Pedro Pablo. Yo la he visto ya dos veces por algún que otro detalle rebelde, je, je.

    Como detalle curioso, creo que se podría haber rodado y contemplado en los 80s, dado que no aparece ningún Pc, tan solo hay breves planos de teléfonos móviles -que podrían haber sido walki-talkies de aquella época- y el aparato que los conecta a todos en un mismo sueño tiene un aspecto casi decimonónico, si os fijáis. De hecho, recuerda un tanto al condensador de fluzo de Regreso al futuro.

  4. No entraré en discusiones entre continente y contenido, sino que simplemente aclararé algunas inexactitudes de la descripción de Airbender.
    Cada tribu sólo puede manipular su elemento. Únicamente el Avatar puede manipular los 4 elementos, el que el 100% de los miembros de la Tribu del Aire sean capaces de manipularlos todos se debe a que únicamente queda vivo Aang, que es el actual Avatar. Podríamos decir que la muestra está sesgada.
    No toda la Tribu del Fuego es malvada, ¡no habría nadie para enseñar a Aang a dominar el fuego! :), y que toda la Tribu del Aire sea buena se debe, otra vez, a que sólo queda vivo Aang. La Tribu del Fuego está inmersa en la conquista del mundo es consecuencia de la desaparición del Avatar y la rotura del equilibrio (y un gobernante imperialista, claro).
    No es necesaria una quinta tribu porque cada encarnación del Avatar pertenece a una Tribu distinta, si no recuerda mal la anterior encarnación fue Roku de la Tribu del Fuego (otra prueba que no todos los del fuego son malvados).
    Que estas cosas no queden claras en la película tal vez sea culpa del director y su poco saber hacer.

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