Entrevista a Greg Egan

Greg Egan lleva más de dos décadas produciendo una de las obras más interesantes y apasionantes que ha dado la ciencia ficción en los últimos tiempos, entendida esta como literatura especulativa, con una fuerte carga científica, muy alejada del concepto vacuo y estrambótico que el no menos frívolo circo mediático tiene de ella. Con motivo de la reciente publicación de la antología de cuentos Luminoso, tuvimos ocasión de intercambiar unas cuantas palabras con el autor de Perth.

Mirando atrás parece bastante obvio que empezaste en el relato de terror. Los cuentos que escribiste en la década de los 90 exploran las terribles consecuencias de aplicar los últimos descubrimientos de la física, la genética o la neurociencia a nuestra idea de lo que constituye un ser humano. Los finales de algunos de esos relatos son a menudo escalofriantes, como si las personas, vistas a través del prisma de la ciencia moderna, no fueran más que “briznas de paja arrastradas por el viento”. ¿Dirías que el tipo de ciencia ficción que hacías entonces era en realidad “terror epistemológico”?

Mi intención no es en ningún caso hacer un retrato espeluznante de la humanidad vista a través de los ojos de la ciencia moderna. Está claro que algunos de los descubrimientos que hemos hecho sobre nuestra naturaleza son inquietantes; el hecho de que tu personalidad esté codificada en un objeto físico, tu cerebro, es algo que no es fácil de asimilar del todo, y aceptar todas las consecuencias que se derivan de ello puede ser extremadamente perturbador.

Pero en última instancia considero que la perspectiva que la ciencia ofrece de la condición humana es muy esperanzadora. En muchos de mis cuentos el protagonista acaba malparado (y pienso que tenemos un historial de fastidiar las cosas, de tomar la decisión equivocada cuando la ocasión era propicia). Pero mientras en un relato como “Axiomático” el protagonista usa la materialidad de su cerebro para hacer de sí mismo alguien peor de lo que era al principio, en “Señor Volición” o en “Briznas de paja” la realidad de la condición del protagonista es lo que acaba mermando las peores partes de su naturaleza, y le ofrece la posibilidad de alejarse de lo que ha sido hasta entonces. Cuando cito la frase de El corazón de las tinieblas que habla de las “briznas de paja”, lo hago con la intención de darle la vuelta al planteamiento de Conrad; él venía a decir que toda nuestra moral y nuestro altruismo son cosas banales que no sirven para nada comparadas con lo peor de la naturaleza humana, mientras que yo planteo que lo peor de la naturaleza humana es algo sólo material que en último término se podrá dejar atrás.

Me interesa mucho este cambio de enfoque. Algunos de tus últimos trabajos son bastante más optimistas. En los cuentos enmarcados en la Amalgama, la galaxia está poblada por especies inteligentes entre las que los seres humanos han encontrado su sitio como iguales. Las tramas versan sobre encuentros con lo desconocido y la resolución de problemas que podría decirse que, al menos en espíritu, recuerdan a la ciencia ficción campbelliana. ¿Cómo explicarías este cambio? ¿Existe desde tu punto de vista?

Cuando escribo algo ambientado en un futuro remoto suelo ser optimista, porque creo que si sobrevivimos a largo plazo sólo será porque hemos superado muchos de los problemas que hoy nos parecen una parte intocable de nuestra naturaleza. Hasta cierto punto esos problemas son de tipo cultural, o de tipo biológico, pero ni la cultura ni la biología son inmutables.

Si te preguntas cuál es la vida más plena y la sociedad más productiva y armoniosa que cualquier ser consciente podría desear (limitada sólo por las leyes de la física y la lógica, no por nuestra cultura y nuestra biología actuales), ésa sería la que la humanidad, en principio, podría alcanzar a largo plazo. La gente hace bien en no fiarse de las utopías fantasiosas, ya sean en una obra de ficción o en política, pero no tenemos una experiencia histórica en la que basarnos para juzgar lo que es posible en un plazo de cientos de miles de años con una ciencia y una técnica avanzadas.

Resulta más difícil ser optimista si nos fijamos en el presente. En relatos como “Fuego plateado” o “Nuestra Señora de Chernóbil” el tono es ambivalente, no todo parece perdido, aunque la perspectiva no sea precisamente halagüeña. No es fácil decir si los humanos seremos capaces de librarnos de nuestro lastre cultural, si podremos evitar nuestra propia extinción antes de que todo acabe yéndose al garete apocalíptico. ¿Fue la necesidad de ser optimista la que te llevó al futuro lejano o fue al revés?

En realidad lo que quiero es abordar una serie de temas distintos. He escrito bastante sobre los aspectos irracionales y contraproducentes de la cultura humana actual, pero ese no es el único tema interesante en el universo. Si quiero escribir acerca de alienígenas que descubren la teoría de la relatividad general o acerca de viajes interestelares y tecnología alienígena exótica (¡temas que obviamente interesan a un escritor de ciencia ficción!), ya estamos hablando de cosas que tienen poco que ver con la humanidad de principios del siglo XXI y sus problemáticas. Nuestras dificultades actuales con el medio ambiente, las desigualdades sociales y las distintas formas de violencia y estupidez son, claro está, muy importantes para nosotros, pero precisamente la ciencia ficción debaría ser capaz de ver un poco más allá y no pretender que todos estos asuntos van a seguir siendo importantes durante otro millón de años.

En cierto modo esta dicotomía ilustra mi siguiente pregunta. Relatos como “La inmersión de Planck” son particularmente dífíciles para la mayoría de los lectores, mientras que para otros son el paradigma de lo que les gusta del género. Relatos con un componente más social o político como “Crisálida” o “Eva mitocondrial” producen el efecto contrario. ¿Cómo te planteas la necesidad de mantener un equilibrio entre lo científico y lo literario?

Me la planteo sin pretender complacer a todo el mundo. Hay cientos de miles de escritores sobre la Tierra que satisfacen todos los gustos e intereses que se puedan imaginar. Cuando escribo sobre ciencia, mi objetivo es plantear las cosas de la forma más sencilla posible, pero no hacerlas más sencillas de lo que son. Recibo quejas del tipo “¡Tienes que saber sobre mecánica cuántica para comprender esto!” ¡Madre mía, mecánica cuántica, sólo tiene 100 años y sólo revolucionó la ciencia y la tecnología! Es como si alguien que se considera una persona culta no supiera nada sobre la Primera Guerra Mundial.

Si hay gente a la que no le interesa un tema sobre el que escribo, perfecto; tienen otro millón de cosas distintas para leer. Pero no voy a insultar la inteligencia del lector “haciendo como” que hablo de un tema científico, y en realidad limitarme a soltar unos cuantos tópicos sin sentido que los aficionados a la cf puedan reconocer, y luego cambiar de tema a una cuestión política o emotiva o social que el mundillo de la cf científicamente ignorante considera que es un tema aceptable. Me hace gracia: la gente nunca dice que la política o la psicología deberían desaparecer de la literatura, que son temas que sólo deberían tratarse en un libro de texto, pero están estos idiotas que ponen los ojos en blanco ante cualquier obra de cf dura y te dicen: “anda y dedícate a escribir manuales de física”.

Uno de los aspectos de tu obra del que no se suele hablar es el humor. Yo veo una vertiente cómica en muchas de las cosas que has escrito; estoy pensando, por ejemplo, en “Eva mitocondrial”, “Fuego plateado” o “Dark Integers”. Puede que no sea un humor desternillante, y obviamente no es el tema central de la narración, pero entre la física sin concesiones y la crudas realidades siempre suele haber hueco para una sonrisa. ¿Qué papel juega el humor en tu obra? ¿Y qué quieres decir cuando al hablar de novelas como Teranesia o Zendegi te refieres a ellas como comedias?

Gran parte del humor tiene que ver con el desajuste entre las creencias de la gente y la realidad. Cuando empecé a escribir Zendegi pensaba que el tema más divertido iba a ser las autoridades iraníes, pero al final resultó que los transhumanistas eran mucho más ridículos. Si no te puedes reír de alguien que piensa que va a salvar a la humanidad creando una IA todopoderosa que gobernará la Tierra, ¿de quién te puedes reír? En Teranesia el contraste se daba en los académicos que creen que estudiando un campo concreto muy delimitado, pueden llegar a descubrir algo sobre la realidad en su conjunto, como la tía de Prabir que se imagina que los estudios de género le revelan cosas sobre la informática.

Así que supongo que quiero decir comedia en el sentido de Joseph Heller. Sus libros están llenos de situaciones deprimentes, pero en ellos siempre puedes encontrar unos cuantos lunáticos divertidos.

Mencionas a Joseph Heller, tengo curiosidad por los autores o las obras que te hicieron querer ser escritor; he leído por ahí que tenías claro que querías dedicarte a escribir desde los seis años. ¿Puedes hablarnos de los libros que te marcaron en tu época de formación como escritor? ¿Has leído algo últimamente que te haya llamado la atención de forma especial?

De adolescente leí toda la ciencia ficción que había en la biblioteca local, todos los libros que tenían y todos los que iban llegando: Aldiss, Asimov, Bester, Clarke, Dick… Le Guin, Lem, Leinster… Zelazny. Algo más tarde, podría decir que mis escritores favoritos eran Larry Niven, Kurt Vonnegut, Joseph Heller y Günter Grass. Así que los libros que me dejaron huella en mis años de formación fueron Mundo Anillo, Matadero Cinco, Trampa 22 y El tambor de hojalata, aunque para mí no sean las mejores obras en sus respectivos géneros. Más tarde, Música en la sangre de Greg Bear fue el libro que realmente me hizo pensar que merecía la pena seguir intentando ser escritor de cf. Por desgracia, en los últimos años no he tenido mucho tiempo de leer obras de narrativa; tengo una larga lista de cosas que quiero leer, pero no he llegado a leer nada.

Eso no pasaría si fueras una Copia, tendrías todo el tiempo del mundo para leer, o podrías hacer una copia de la Copia que podría leer narrativa eternamente. Creo que esta técnica de digitalización a la que me refiero, este copiar el cerebro humano en un ordenador, aparece en tu obra por primera vez en “Polvo”, un cuento de 1992, y más tarde en “Sueños de transición” y novelas como Ciudad Permutación y Diáspora. No recuerdo dónde vi este concepto por primera vez, tal vez en Dick o en el ciberpunk, pero debe de haber montones de ejemplos anteriores. La forma en que has desarrollado esta idea es muy singular y está presente en buena parte de tu obra. ¿Qué te atrajo de ella? ¿Usarías la tecnología en el caso bastante poco probable de que estuviera disponible en algún momento de tu vida?

Y para terminar, ¿puedes contarnos algo de tu nueva trilogía? ¿Por qué una trilogía?

Creo que la primera vez que me encontré con la idea de hacer una copia digital de una mente fue en Un ojo en el cielo, una novela de Philip K. Dick; se publicó en 1957, pero yo debí de leerla a principios de los 70. Si no recuerdo mal, los personajes son de algún modo escaneados por un ordenador justo antes de que sus cuerpos se destruyan en un accidente, así que en ese sentido es una premisa bastante inverosímil, pero aun así Dick lograba hacer cosas interesantes con ella. Para cuando yo ya estaba escribiendo, la digitalización era un cliché en el ciberpunk, pero nadie parecía planteárselo en serio. Así que en “Polvo” y Ciudad Permutación intenté explorar lo que supondría para la naturaleza de la conciencia: si un programa podía ser consciente, ¿que nos decía eso sobre nuestros conceptos de tiempo, proximidad y causalidad? Luego en Diáspora y Schild’s Ladder especulé sobre la manera en que la vida como software cambiaría el viaje interestelar y cómo tal vez sería lo único que lo haría viable.

Haría una copia de mi mente si pudiera hacerse tan bien como lo hace la biología. La forma en que el cuerpo humano repara y mantiene el cerebro está llena de errores e imperfecciones, y no le pediría a la técnica que fuera más precisa que el proceso biológico que me lleva de la persona que se va a dormir cada noche a la persona que se despierta por la mañana. Pero dudo mucho que viva para ver algo así. En Zendegi planteo los problemas con una primera versión muy básica de la misma tecnología. Es uno de esos casos donde no es atractivo ser el primero en probar algo.

La trilogía, que se titula Orthogonal, se desarrolla en un universo que tiene unas leyes de la física distintas a las del nuestro. Un signo menos se convierte en un signo más en la fórmula básica que rige la geometría del espacio-tiempo, dando lugar a una serie de ramificaciones aterradoras a la vez que hermosas, que afectan a todo lo que tiene que ver con la luz, el tiempo y la energía. Para empezar, la luz viaja a distinta velocidad en función de su color, de modo que cuando uno mira al cielo por la noche puede ver “estelas de colores” que muestran cómo las estrellas se han ido desplazando con el paso de los siglos.

Al principio mi plan era escribir un solo libro, pero cuando llegué a las 120000 palabras y sólo había contado la historia del primero de varios personajes que viajan en el espacio durante varias generaciones, le pregunté a mi editor si podría dividirlo en tres volúmenes. Creo que fue una buena idea; si hubiera intentado contar toda la historia en un libro, no sé si habría podido resistir la tentación de hacerlo más corto. De este modo puedo hacerle justicia a cada uno de los personajes que vive en épocas distintas, y además tratar todos los aspectos insólitos del universo en sí. Este sitio tiene tanto por descubrir que meterlo todo en un libro habría sido imposible.

Sólo me queda darte las gracias por compartir estas impresiones con nosotros y desearte que ¡el Ojo en el Cielo te ampare en tu camino!

Eso es algo que me inquieta bastante. Gracias por la entrevista, ha estado bien.

6 comments

  1. No conocía a este escritor, pero he leído su entrevista y me parece muy interesante. Estare pendiente de esta ultima novela en trilogia.

  2. Bueno, elegí este nick fascinado por el autor y coincido con él en que la entrevista está bien, je, je. Está hecha para indagar en los conceptos que el saca en sus obras, porque este es un autor de conceptos, quizá como pocos lo son. A Egan, de paso, le da la oportunidad de rebatir la impresión pesimista y alarmante que podrían transmitir algunas de sus historias. (que las hay que lo son y bastante, ciertamente)

    De hecho, es lo que le querríamos preguntar muchos, si ve así la realidad, con esos aires tan reduccionistas que soplan, sobre todo después de los últimos avances en biología, neurología, etc. Y su respuesta me encanta: «… mientras que yo planteo que lo peor de la naturaleza humana es algo sólo material que en último término se podrá dejar atrás…»

    Esto no es transhumanismo barato. No puede serlo en alguien que especula con el rigor con que lo hace el. Es una apuesta imaginativa y es auténtica anticipación, como la que hacen los grandes de la CF. Todo lo material es modificable mediante el conocimiento y es manipulable para mejorarlo. Creo que es un tipo de lucidez alejada de lo cenizo, aunque no esquive las complicaciones.

    Finalizo con que «La inmersión de Planck», no sé si los prolegómenos de «Diáspora» (o un universo muy similar) es todo un derroche de conocimiento y fe en el espíritu de exploración humano, como lo era la propia «Diáspora» . A ver si se prodiga más (traducido, claro)

  3. Yo lo que creo son dos cosas: es buen escritor, ya sea hard o no hard o lo que sea, y «El instante Aleph» no debería haber desaparecido de las librerías.

  4. Aunque a Egan se le mete en el carro de la CF hard, lo que más me fascina de él es el tratamiento «social» de las innovaciones. De hecho yo considero que sus obras son más filosofía de la ciencia (El instante aleph o Cuarentena son físicamente imposibles, de lo que habla es de las implicaciones filosóficas de la función de onda o la Teoría del Todo. Coincido además en que El instante aleph es su mejor novela) o ética, especialmente en el tema transhumanista. Lo que sucede es que tanto por formación como por interés llega donde otros escritores no pueden o no quieren.
    Literariamente, tras haber leído su última obra en inglés, creo que se ha sido demasiado «duro» con él. No es un estilista, pero no es horrible. O ha evolucionado mucho el estilo (que puede ser) o las traducciones no le han ayudado nada.

  5. Es un gran escritor, sin duda, que exige mucho a sus lectores. También lo exige Borges, por cierto. Muy buena la entrevista.

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