Aunque fuera a codazos, he logrado salir de la Estación de Transmigraciones. Una multitud enfervorizada bloqueaba el acceso al portal que comunica con la Avenida principal de Caduci(u)dad. ‘Seguramente estén apurados por la cuenta atrás de sus cronobilletes, 5 minutos se agotan a poco que te descuidas’ he pensado. Maldita prisa. Los días en que no dominaba nuestro tiempo han quedado tan atrás… ya ni recuerdo la última vez que quedé para tomar un café con un buen amigo y dejé que los 30 minutos se fueran volando y nos sorprendiera la noche. Ni se me pasa por la cabeza tumbarme en la cama a leer un libro durante más de 45 minutos y que me den las tantas. De ser así, la prisa vendría de inmediato a clavarme las agujas del tiempo en la conciencia e inocularme una preocupación extrema por el retraso en mi calendario horario.
Cada día que pasa, el tiempo corre más veloz y es por ello que, en la sociedad de lo efímero, no está permitido salirse de los límites establecidos para cada actividad por el Ministerio de la Monotonía. Perder el tiempo es un delito penado con una inyección de puntualidad que podría llegar a provocar serios perjuicios en cualquier humano de a pie. Con los relojes no sucede así, ellos son inmunes; pero su castigo es mucho peor. Trabajan ininterrumpidamente, sometidos por la prisa, y no les está permitido descansar ni una milésima de segundo.
Al acordarme de los relojes, miro el mío y me doy cuenta de que ha enloquecido. Sus manecillas no dejan de dar vueltas y soy incapaz de saber cuántos minutos han pasado desde que salí de la estación. ‘Tal vez le ha llegado su hora’ me digo, y sigo caminando. Entonces me doy de bruces con el tráfico urbano; aún más loco si cabe. Parece como si los semáforos se pusieran en rojo o verde a su antojo y no hubiera un temporizador que contabilizara los segundos correspondientes a cada color. Me fijo en las caras de los otros peatones, desconcertados ante la falta de referencias. De repente, el aviso acústico que indica que va a emitirse un comunicado impacta de lleno en mis tímpanos. Una imagen holográfica de Ruth Ina, la alcaldesa, se apodera de nuestras retinas para anunciar con voz de megáfono: ‘Que no cunda el pánico, es una huelga temporal’.
Vaya, bonita sorpresa es encontrar un bello micro en Lunes. Gadea, me gustaría leer más suyas, que me a gustado su estilo. Atte. Una Luciérnaga de la web
Breve, denso, didáctico, fresco y nos hace pensar. No pido más. Felicitaciones!
Momo está ahí dentro, es cierto! Qué habilidad… me encantan los juegos ocultos en los nombres.
Precioso.
Se ha parado el reloj durante unos instantes al leerte. Lo leeré otra vez y si vuelve a suceder (que se detenga el tiempo), haré un copia-pega inmenso… y lo volveré a leer, multiplicado por si mismo, cada abril que cumpla años.
Me ha encantado!!