Llevo ya algunas críticas, en esta web, en las que me repito una y otra vez en torno a una misma idea: la de la confluencia de lo que en otros tiempos se ha considerado alta y baja cultura. Se trata de una tendencia que se ha vinculado constantemente con la posmodernidad, no sin buen criterio.

Parece un poco absurdo insistir en este tema cuando ya en los años setenta y ochenta intelectuales como Fredric Jameson, en sus artículos sobre posmodernidad, o Hans Robert Jauss, en su libro Experiencia estética y hermenéutica literaria, insistieron en que esta distinción apenas tiene ya sentido. No obstante, como bien sabemos, existen una serie de apocalípticos (entre ciertos estreñidos de periódicos y revistas literarias) y de integrados (en webs y convenciones de fándom) que continúan en la pelea por defender de manera monolítica un grupo de obras que podrían integrarse de este modo, según a qué grupo preguntaras.

Quería dejar ya el tema de una puñetera vez, porque no solo me cansan ellos sino que empiezo a cansarme yo mismo de repetir la misma cantinela, pero el capullo de Alan Moore se emperra en defender que existen ambos conceptos: alta y baja cultura. Para, de nuevo, fundirlos. Pero no, no me parece que nos encontremos ante un equivalente de lo analizado en obras como Los muertos o como Asesino cósmico, donde se dignifican lenguajes habitualmente relacionados con la baja cultura y que he analizado otras críticas publicadas esta misma web.

Supreme, de Alan Moore, funciona muy difícilmente si no consideras la existencia de jerarquías culturales. No puedo anticipar si el guionista distingue entre ambos conceptos; se me escapa lo que circula por su mente, la verdad. No obstante, el texto sí parece jugar con que el lector tenga asumida dicha jerarquía. Lo veremos más adelante.

Para quien no se haya acercado a este cómic, me veo en la obligación de comenzar por explicar que se trata de un trasunto del personaje de Supermán y de todas las etapas que ha protagonizado, y, diría yo, el concepto actual de cómic americano, no necesariamente de superhéroes.

Para entenderlo, basta con leer el primer número y dejarse arrastrar (por favor, ¡¡sin demasiadas preguntas y sin plantearse nada, que es lo mismo que decir «sin pasarse de listo») por los siguientes. En él se nos expone que todas las versiones de Supreme que han sido desarrolladas por diferentes artistas bajo la influencia de diferentes paradigmas socioculturales existen en un universo paralelo. Es decir, por continuar con el personaje de Supermán en que se basa, sabemos que el Supermán que juega con Superkripto en los cómics de Novaro que leímos en España tiene poco que ver con el que se enfrenta a Batman en The Dark Knight Returns o con la revisión que desarrollara John Byrne en los años ochenta. Y, sin embargo, todos guardan en sí mismos una esencia común, un fondo poco categorizado que los distingue: la mayor parte de sus poderes, su ética, su nobleza y cierta ingenuidad cargante. (En el cómic de Frank Miller no es tanto ingenuidad cargante como motivo evidente para que los anti-sistema actuales le arrojaran cócteles molotov de kriptonita cuando defendiera a las hordas neoliberales. En fin…)

Pues bien, ese Supermán que juega con Superkripto y ese Supermán de Byrne y ese de Miller existen en un universo paralelo. No parece descabellado considerar ese universo paralelo como una metáfora de nuestro inconsciente colectivo y, por consiguiente, de nuestra propia identidad como lectores.

Todos los lectores de Supermán tenemos interiorizada una esencia del personaje que se corresponde a una fusión entre todas las que hemos leído.

¿Por qué Supermán? ¿Por qué no Spiderman o Batman o Conan?

Me gusta maginar que toda chica querría ser Lois Lane en alguna de sus versiones, pero que ningún chico se sentiría capaz de tener la personalidad única de Supermán, pese a su cargante defensa del american way. Quizás se deba a que ese potencial de divinidad ética fascina a Alan Moore y le ha llevado a escribir tanto sobre él. Como decía Bill en la película de Tarantino, el único superhéroe que se disfraza de persona normal (ya, hay más, pero las connotaciones se entienden, ¿verdad?). Supermán representa algo que ningún otro superhéroe representa.

Supermán es Supreme y, por consiguiente, simboliza el ser humano perfecto desde cierta ética tradicional y, a menudo, casi desde cualquier ética estandarizada a lo largo de la historia. Lo que Supreme deduce, percibe, juzga es justo. Es maravilloso. Es un ideal personal y de lo que debería ser la Humanidad. Esto no es nuevo.

En fin, cualquier otro guionista explotaría esta faceta, pero Alan Moore profundiza desde un punto de vista completamente novedoso. Divide sus historias en una reflexión del propio personaje sobre su pasado respecto a su momento presente. De este modo, cada historia nos muestra la ya ajada manera de escribir sobre superhéroes que vivimos hace décadas con la cotidianeidad del mundo actual. El resultado es complicado y, según desde qué óptica se lea, difícil de digerir.

Para alguien aficionado a los cómics muy tradicionales, los juegos posmodernos y las reflexiones —fugaces, casi como verdaderos guiños frikis a la academia intelectual en medio de la seriedad del aficionado a los superhéroes— pueden resultar muy, muy gafapastas. Ellos se lo pierden.

Para alguien aficionado a la filosofía y a los grandes estudios sociológicos, la ligereza con que estos temas son expuestos, su recurrencia a los diálogos formularios, sus bromas infantiles… pueden resultar completamente insoportables. Ellos se lo pierden.

Nadie los disfrutará, seguramente, en la medida en la de quien entiende ambas corrientes culturales: la de la ingenuidad de los cómics tradicionales (algo muy, muy serio) y la de la frívola complejidad de la sociedad actual (algo que no debe tomarse tampoco muy en serio).

Mediante esta confluencia de alta y baja cultura, imprescindible para el choque entre conceptos, sensaciones y entretenimiento que las cimenta, las historias de Supreme pierden muchísimo valor si uno las observa desde un único punto de vista.

Por todo ello, Supreme no es solo un homenaje a los guionistas y dibujantes que han creado a Supermán (lo es, pero no solo). Es también la manera en que todo el Supermán que existe se ha fundido en nuestra mente con nuestras referencias, nuestro mundo complicado, absorbente, innegable.

Con la deconstrucción, el feminismo, los movimientos anti-sistema, el capitalismo, la publicidad, la política… Supermán ha permanecido entre nosotros. Y fluye en nuestro recuerdo con todas las versiones que le hemos leído y que han confluido con el resto de nuestros recuerdos, nuestras ideologías y nuestras experiencias. Por ello, Alan Moore construye con Supreme un monumento a la cultura que crece desde nuestra infancia y se mezcla, y fluye, y se transforma.

No todas las historias son entretenidas ni trascendentes ni complejas. En realidad, prácticamente ninguna. Porque son solo historias de un Supermán que leímos en nuestra infancia, pero con conceptos de nuestra filosofía actual, donde la propia filosofía no es filosofía, sino referentes para hacer cuatro chistes y ambientar algunas historias simplonas. En fin, como las antiguas historias de Supermán.

Y entre todas las historias de este complejo e inabarcable Supreme, me quedo con la que considero la más hermosa y la que mejor define este cómic: el homenaje a cierto dibujante, donde se nos muestra cómo la creatividad humana es una base importante y trascendente que articula y crea todo nuestro universo. Y esa creatividad se llama «Jack Kirby» en algunas de sus manifestaciones.

Por resumir, el universo hoy es pluricultural, inabarcable, irreductible a las posturas monolíticas (especialmente las culturales), fluido… En una palabra: sublime, porque el tiempo transforma todo y deja intactas dos cuestiones hasta el momento, rastreables por lo general incluso en el más sórdido relato de novela negra o en el más desesperanzador escenario distópico-prospectivo: cierta nobleza ante los demás seres vivos y cierto sentido de la maravilla.

Eso es Supermán.

Quiero decir… Supreme.

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14 Responses to Supreme, de Alan Moore

  1. Besa dice:

    Entiendo que estés harto. PEro claro, no se va a callar uno por la hartura del otro.
    El mundo, hoy ayer y siempre es pluricultural, etc… e irreductible a un discurso monolítico Claro. Como todo. El problema -desde mi punto de vista- es el de la racionalidad de los dicursos. Su validez. ¿Podemos desarrollar descripciones racionales de la realidad o debemos dar por zanjado el asunto, considerar irracional la pretensión de racionalidad del mundo y limitarnos a discursos socioliterarios a lo Cioran?
    Opino lo primero y Cioran me parece cultura muerta.
    Por ej. lo que citas de la cultura de élite y tal… El asunto es perfectamente defendible desde un puro punto de vista empírico. ¿quién consume qué? Hay quien consume aceite hacendado y otro está abonado a aceites de primera prensada en frío sobre tales variedades. Negar la evidencia o pretender que tales distinciones no aportan un conocimiento real y objetivo (y sumamente útil, debo decir, al menos, visto desde el mercado) no conduce a nada. ¿O es igual BAch que el bueno de Giorgi Dan? El problema ciertamente se sustancia en la jerarquización cultural, qué es mejor, Hacendado o Hojiblanca coupage con Arbequina? Pues depende. Si atendemos al impacto económico, uno, si atiendo a la sostenibilidad de la producción otro, si atiendo a sus cualidades culinarias, otro. Acotado el marco de referenca, para mí la dualidad élite-popular se me antoja perfectamente válida y sumamente informativa y especialmente valiosa al abordar historia e la literatura. Despacharla en términos de «carece de sentido», carente de sentido.

  2. Fernando Ángel dice:

    ¿Por qué no solo… disfrutas?

  3. Besa dice:

    El hedonismo proporciona un limitado placer. Es más divertido completarlo con conocimiento. Me pierde la curiosidad.

  4. Fernando Ángel dice:

    Buena respuesta. :D

    De todos modos, por responder algo a tu comentario, insisto en que en este cómic Moore juega con los conceptos de alta y baja cultura dándolos por sentados como tópicos del lector. Es decir, son herramientas narrativas y estéticas, no ideologías ni pertinencias estéticas que considerar, diría yo. De lo contrario, si no pensamos en esa diferenciación, muchos chistes no tendrían sentido, por ejemplo. La primera conclusión es que, al trabajarlas juntas y fundirlas, desde luego en el conjunto resultante esa distinción queda anulada, aunque haya que sobreentenderla y considerarla para llegar ahí.

    Respecto al verdadero debate sobre si existe o no esa distinción entre alta y baja cultura, en el que tanto insistió sobre todo la Escuela de Frankfurt, que habrás estudiado por tu formación… Pues eso. Es otro debate. ;)

  5. Besa dice:

    Disculpame Fernando, creo que llevas razón (hey, en lo extemporáneo del debate, no en el debate :(… y que me he pasado de pedante, más, no teniendo mayor idea de este Moore. Precisamente, hoy tal vez lo pueda arreglar.

  6. Risingson dice:

    Esta es una de esas raras ocasiones que tengo ganas de leerme esto sólo para debatir con vosotros.

    Fernando, ya sabes que soy de los tuyos. De hecho me cuesta distinguir qué diferencia tengo en mi cerebro cuando disfruto de una de Fassbinder (es un decir) o de una de Roland Emmerich.

  7. Rudy dice:

    Hombre, si algún día descubro que disfruto con una película de Fassbinder (o, Dios no lo quiera, de Herzog) empezaré a preocuparme. Mucho.

  8. Fernando Ángel dice:

    No te has pasado nada, Besa. No he querido seguir con el debate porque es muy, muy largo, un poco cansado para y creo que complicado, especialmente para hilos de este tipo. Saldrían comentarios demasiado largos y habría gente demasiado radical en sus posturas. Cansado, vamos…

    Y no, no te hacía «de los míos», Risingson. Desde luego, si ser de unos es «no tengo pudor en decir que me gusta disfrutar de obras de ambas «jerarquías culturales», desde luego somos de los mismos. Pero es que no serlo me parece tan, tan polvoriento y obsoleto… Precisamente hice un chiste por aquí hace poco sobre el tema, que no fue muy bien recibido… Creo que en unas pocas décadas las distinciones culturales serán otras, que no tendrán nada que ver con los conceptos «cómic», «ciencia ficción» y «música rock» en los que tanto les gusta escudarse a algunos y a los que tanto les gusta atacar a otros.

    Por cierto, al hilo, ¿sabías que hace poco defendió una compañera mía de la UCM, Giulanna Zeppegno, que el concepto posmoderno de teleserie más audaz fue el intentado por Fassbinder para Berlin Alexanderplatz mucho antes que las grandes teleseries y que jamás ha sido continuado de ese modo? En ese momento, Fassbinder fue atacado por tomar un lenguaje de baja cultura, hasta el punto de que fue olvidada y de que en muchos países es casi imposible encontrarla hasta hoy.

  9. Sim dice:

    No sé que ocurre en tu mente, Risingston, cuando te deleitas con los marineritos de Querelle… Yo recuerdo un vago y más bien desagradable sentimiento de perturbación ?
    El problema de objetivar un discurso estético o como sea, pero especialmente estético, se me plantea cada año con unos alumnos que tengo en la universidad. Soy un modesto asociado, imparto publicidad (un aspecto de mi profesión), nada que ver con Fernando Angel, y para mí la universidad es accidental. Disfruto y aprendo y gano un modestísimo sobresueldo.
    A lo que voy. Les digo a los alumnos que su nota dependerá de un logotipo que me presenten al final del cuatrimestre. Rápidamente, se suscita la cuestión de los criterios. “Pa gustos los colores, ¿quién eres tú para valorar lo que, a fin de cuentas, es una cuestión de gusto disgusto”, viene a decir la marisabidilla de turno. “Eso, eso”… jalea el coro.
    Me veo entonces en la obligación de legitimar un discurso.
    Explico que valoraré el logotipo del 1 al 10. Y explico las diferente categorías a analizar.
    Cromatismo: 1 Punto
    Equilibrio Formal: 1 Punto
    Tipografía: 1, 5 puntos
    Funcionalidad: 1,5 Puntos
    Innovación: 1,5 puntos
    Maestría : 1
    Para no hacerlo largo, es fácil defender la posibilidad objetiva de aplicar esos puntos sobre la base de criterios formales o de funcionalidad. En el caso de la funcionalidad, y como arte aplicada, el diseño responderá a la proyección de un mensaje, a su codificación, etc (destaco este punto, porque es muy importante, pienso, en literatura). Insisto en que esto habría que argumentarlo mejor. Pero vamos, por ahí va la cosa.

    Atención. Faltan 2,5 puntos (auqnue la distribución varia en función del encargo) que distribuyo en función de algo tan vaporoso como me gusta no me gusta. Disfrutar o no, etc…
    De nuevo saltan las chispas. La argumentación, más o menos, va por preguntar ¿quién sabe más publicidad, vosotros o vuestro padre? (considerando un padre tipo, claro), por qué? Se llega a la comprensión de que el gusto está muy mediatizado por la experiencia y el conocimiento. No es la misma la consideración de uno que opina de pintura, sin haber pisado un museo, que un señor que lleva años estudiando el Prado. Su gusto es más sofisticado, sabe intuitivamente lo que funciona, lo que no, lo que llama la atención, lo que ha influido en el resto, ect… Sabe un montón de cosas más que ni mi imagino. Puestos a construir un discurso racional, debemos valorar eso tan invalorable desde una base empírica. O al menos intentarlo. Bien es verdad que habría que considerar que tampoco es lo mismo el especialista vertical, el que sabe todo de Velázquez, que el que sabe un poco de Velazquez, otro poco de Picasso, pero en suma, un montón de muchos pintores. Por llevarlo a un terreno esquemático, quién sabe más de colores, el que sólo ha visto el verde, el rojo, y el azul, o el que está curtido en pantones de miles de gamas?. Todo eso configura un gusto y una relfexión estética, subjetiva si, pero que junto con los otros parámetros anteriores, permite un legitimización racioanl de la jerarquía. Evidentemente, no es la única metodología. Pero esta suele funcionar y convencer a los alumnos.
    Es solo un ejemplo de que el juicio sobre lo estético no se acaba en el “pues yo me lo he pasado bien”
    Perdona un post tan largo, pero claro, racionalizar esta postura pues lleva su aquel.Por cierto, que esta argumentación, no contradice lo que pueda ser la posmodernidad, yo no lo entiendo así, vamos. Más bien lo entiendo en lo que dice Fernando Angel, no solo es digno de disfrutar lo que saca un 10, Dios nos guarde. Y Fassbinder mola. (de vez en cuando, sin alardes…)

  10. Besa dice:

    Bueno, Sim = Besa, que estoy cambiando de política. Disculpen.

  11. Risingson dice:

    Hm. No, Besa, a ver, a los chavales se lo tienes que presentar así, porque simplemente, les falta cultura, subcultura, y lo demás. les faltan los elementos que ayudan a hacer un análisis.

    La sobrada que hablaba de usar la misma parte del cerebro es en realidad un discurso un poco más complejo, discurso que tiene que ver con coger las claves de cada obra y saber interpretarlas. Está más lejos de «para gustos colores», y mucho más cerca de poder analizar cada cosa en su contexto, y ese análisis es lo que me parece divertido: ver cómo Fassbinder parece descuidar su elección estética cuando está cuidada, ver cómo Emmerich parece exagerar los elementos heróicos cuando en realidad se ríe un poco de ellos. El valor de etretenimiento viene mucho de aquí, de analizar, de coger claves, de disfrutar de un montaje, de una sucesión de hechos, de ver que una cosa no sucede porque sí.

  12. Besa dice:

    Por cierto, y cuál es ese modelo de teleserie tan innovador?

  13. Besa dice:

    Perdona Risingston, se me están cruzando los hilos (estoy en medio de la trascendental preparación de una lasaña). Yo estoy básicamente de acuerdo con lo que dices. Mi post iba más bien por la defensa de jerarquías o, por mejor decir de la validez de un discurso racional aplicado a…

  14. Risingson dice:

    Besa, para que nuestra comunicación en el futuro sea aún mejor de lo que está haciendo, te recuerdo amablemente que mi nick es Risingson. Segunda canción del Mezzanine de Massive Attack, para ser precisos. :)

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