por Mikel Peregrina
Les propongo un ejercicio retrospectivo. Remontémonos un poco atrás en el tiempo para exhumar de la historia de la literatura de ciencia ficción española una obra y un autor que para los más veteranos no necesita presentación, pero puede que sí para los más jóvenes. Así, he decidido centrarme en la colección Nebulae, de la editorial Edhasa, que allá por mediados la década de los cincuenta sacó al mercado una colección exclusiva sobre el género donde publicar las obras exitosas provenientes de allende el Atlántico. Y junto a las notables firmas anglosajonas, aparecieron esporádicamente algunos autores autóctonos. Se trataba, pues, de un proyecto de cultivo del género más literario, desvinculado de las colecciones de novelitas populares o bolsilibros que muchas veces derivaban en aventuras espaciales.
Y en el caso que aquí nos atañe, en concreto en el número 132, ya avanzada la colección, aparece la primera firma de un joven llamado Juan García Atienza, probablemente uno de los autores españoles más destacados de la época, fallecido recientemente (véase la semblanza que le dedica Domingo Santos en BEM Online). En esta primera publicación Atienza presentó dos novelas cortas, que dan titulo al ejemplar, dos relatos curiosos e interesantes.
El primero es “Los alegres rayos del sol” y transcurre en el mismo momento histórico en que el autor escribió su novela (lo que llamamos ambientada en el presente, para que me entiendan). En ella, Lucas Izquierdo, profesor de historia de instituto, nos narra cómo a su casa de veraneo en Torrelodones llega un hombre en una nave espacial, que resulta ser un explorador del cosmos que ha vuelto de cartografiar la nebulosa de Andrómeda a la Tierra, tras 15.000 años ausente. Flipps, que ese es su nombre, explica que proviene de una civilización muy antigua, anterior a las conocidas, una civilización extinta y perdida, pero que poseía una tecnología mayor que la que encuentra a su llegada.
A causa de los superiores conocimientos del visitante, el compañero de Lucas en el instituto, el profesor de física Vázquez, considera la oportunidad única para aprovecharse de los avanzados saberes de Flipps y enriquecerse con un invento nuevo. Tras las reticencias de Flipps, éste acaba por colaborar con Vázquez, que vende su descubrimiento a los americanos, los cuales empiezan a acrecentar su potencial bélico, lo que en el ambiente de Guerra Fría descrito en la novela, desembocará en el lanzamiento de los misiles y la iniciación de la tercera guerra mundial. Pero antes del fatídico desastre, Flipps deja su nave a la familia Izquierdo para que huyan a una antigua base lunar construida por su pueblo. Al final descubrimos que desde allí es desde donde escribe la historia Lucas, contando a los supervivientes lo sucedido.
El segundo relato es “Los viajeros de las gafas azules”, también ubicada en Madrid y en el presente del autor. La novela empieza con un misterio: un extraño rostro que aparece en televisión y escudriña a los espectadores. Cuando este misterio termina, en el trabajo de Pedro, el protagonista, se presentan unos hombres raros con gafas azules y cierto parecido en el rostro al del televisor, llamado ya el Hombre Silencioso. Pedro es el controlador de una potente calculadora capaz de realizar cálculos estadísticos y complejas operaciones en un abrir y cerrar de ojos, a la que llama La Gran Sofía. Los hombres de las gafas azules obtienen el resultado de un estudio con esta máquina, sale un nombre de ella, el de la novia de Pedro, Marisa.
De esa forma, Marisa es elegida para una fecundación in vitro y un embarazo controlado por los hombre de las gafas azules, quienes explican que provienen del futuro y que el hijo que dará a luz Marisa salvará al mundo de una guerra total para conducirlo después a un porvenir utópico. Así que, tras varias vicisitudes, Pedro, y después Marisa, aceptan su condición de padres del salvador, al que deberán llamar Juan. Tras numerosos problemas de la misteriosa gestación de la criatura y de la investigación policial a la que son sometidos, Pedro y Marisa huyen de la ciudad y acaban en una especie de casa de pastores donde tiene lugar el parto, y con él un inesperado giro final que sorprende y que no deseo desvelar a aquellos que no la hayan leído.
Si por estos años los autores españoles estaban buscando una identidad propia frente a la todopoderosa producción anglosajona, Atienza aporta aquí su granito de arena, su sabor español. No lo afirmo solamente porque usa nombres y lugares españoles, sino que, al situar ambas historias en su presente, consigue plasmar una realidad muy cercana al lector de la época, con personajes normales, representantes arquetípicos de una clase media trabajadora. Por tanto, en la obra se reflejan concepciones morales, actitudes y modelo social propio de la España franquista de los años sesenta.
También, en comparación con los bolsilibros, se percibe un salto gradual. Fuera de tener que someterse a una regla fija de creación y a la necesidad de incluir aventuras o batallas en el argumento, Juan G. Atienza desarrolla historias que, aunque tratan temáticas clásicas del género -viajes en el tiempo y antiguas civilizaciones perdidas de mayor tecnología-, se permite un uso «serio» de las mismas, con una intención reflexiva.
De esta forma, un ejemplo de reflexión sobre la naturaleza humana como las que se vienen a incluir en el género, aparece en la obra de Atienza en boca de Flipps, personaje que funciona igual que el extraterrestre, el encuentro con la otredad que, como ente ajeno a nuestra sociedad, puede verla desde fuera y criticarla (68 y ss.). Con esta técnica Atienza aprovecha para realizar un ejercicio deconstructivo sobre nuestras costumbres.
En el caso de “Los viajeros de las gafas azules”, la reflexión sobre la naturaleza humana aparece en la pretensión de los viajeros de manipular el pasado, dominar el tiempo, después de haber dominado la naturaleza. Pero el tiempo es indomable y el tiro les sale por la culata, como bien se demuestra en ese final asombroso que deja al lector anonadado. Con este detalle Atienza parece criticar la idea de un tiempo subyugado a intereses humanos, de un hombre sometido a un tiempo ya fijado de antemano. En consecuencia, el provenir no es predecible, no consiste en una elección de acciones cuyas consecuencias podemos conocer. Las elecciones generan futuros distintos, distintas posibilidades, pero jamás podemos conocer lo que sucederá, pues poco se atisba de una senda difuminada en la niebla.
Por si fuera poco, en ambos relatos la calidad literaria es mayor que en los bolsilibros, los juegos narrativos son más ricos, y con cambios a lo largo de la novela, con lo que se evita la rigidez de la misma. Así, en la primera novela el narrador es el propio protagonista que cuenta la peripecia en primera persona, muchas veces incluso usurpando la voz a los personajes. En el segundo caso, aunque el narrador es más clásico, omnisciente, se introduce muchas veces realizando diversas apelaciones al lector, e incluso se produce un cambio de estilo hacia la objetividad extrema en el momento del interrogatorio policial.
Además, no hay un predominio tan marcado de diálogos; se juega con los títulos, que ya no son meros resúmenes, no cuentan, sino que sugieren al lector; se huye de un maniqueísmo flagrante; la psicología de los personajes es más completa o se les dota de detalles personales que les caractericen, como el personaje de Vázquez en la primera de las historias (“Vázquez era un producto típico del arribismo acomodaticio que ha presidido siempre el espíritu del refranero español”, 51); etc.
Desde luego, se puede afirmar que con esta obra, representativa del paso de Juan G. Atienza por el género en los años setenta, se puede descubrir una de las fases de la ciencia ficción en nuestro país hacia la construcción de una identidad propia, un lenguaje que lo distinga de la producción anglosajona. Desde nuestra perspectiva histórica podremos juzgarlo como acertado o erróneo, pero no por ello deja de ser un intento.
Atienza era más conocido por sus libros de investigación de lo sobrenatural e historia secreta, que por sus obras de cf, de todas formas. Tengo un libro de relatos de Edhasa (es decir, el otro que le editaron) por casa, libro que me compré por una única razón: estaba firmado por el autor en la portada. Y lo tengo pendiente.
De Atienza leí en su día su relato incluido en «Lo mejor de la ciencia ficción española», de Santos (creo que el cuento era «Balada por la luz perdida», aunque hablo de memoria) y, aunque fue hace unos cuantos años, guardo un recuerdo bastante grato de él, ciertamente.
Sí, efecivamente, Rudy, era «balada por la luz perdida», un relato que me pareció muy influido por Lovecraft.
Qué buen autor de relatos era Atienza.
Hace unos quince años mantuve una breve relación epistolar con Atienza. Era un hombre muy abierto, muy apasionado y también muy honesto. Me he enterado aquí de su muerte. Qué pena.