Putas de Babilonia, de Ian Watson

Un artículo reciente en el Reino Unido se refirió a Ian Watson como ‘casi una institución británica’. En las últimas décadas del siglo pasado muy pocos eran los lectores de ciencia ficción que no tuvieran unos ‘Watsons’ en sus estantes al lado de otros gigantes como Michael Moorcock o Robert Silverberg. Con el cambio de siglo, para muchos de los escritores de entonces que aún siguen escribiendo las cosas han cambiado. Espero poder hablar de las razones en una futura entrevista a Watson que publicará Prospectiva. Por fortuna, aquí en España acaba de rescatarse una novela que nos recuerda por qué Watson tenía tantos fans.

Putas de Babilonia: 2011, Ediciones Torre de Marfil, finalista en 1988 tanto del Premio de Novela de la Asociación Británica de Ciencia Ficción (BSFA) como del Premio Arthur C. Clarke, es, creo, su undécimo libro traducido al castellano. En una nota de autor, Watson explica que la novela tiene su origen en el recuerdo de un artículo (y lo que más impresionó a un chico de unos 13 años, reprimido a la británica, fue su ilustración) referente a una anécdota de Heródoto según la cual cada ciudadana de Babilonia, incluso la más rica e importante, tenía que venderse en el Templo de Ishtar (básicamente un burdel) al menos una vez en su vida al primero que le echara una moneda. Treinta años después se le ocurrió unir esta imagen a la futurología, un asunto que siempre le ha interesado y sobre el cual incluso ha impartido clases en la Universidad de Birmingham.

El título puede engañar a los que nunca han leído un libro de Watson: las putas de Babilonia a las cuales se refiere no son, al final, sólo las putas del burdel. La idea de partida es que los norteamericanos han reconstruido la ciudad de Babilonia (de hecho, con elementos de las tres ciudades de Babilonia) en el desierto de Arizona, con el propósito de estudiar el por qué de las caídas de todas las grandes civilizaciones. Nada mejor que usar las propias palabras del autor:

«En 1997 leí en New Scientist cómo un equipo en el Instituto de Santa Fe en México estaba creando un modelo informatizado de la expansión y el colapso de la cultura nativa americana de los Anasazi, y cómo otro equipo en la Universidad de Roma estaba intentando simular el ascenso y caída del Imperio asirio, que se desplomó en solo tres años -entre el 612 antes de Cristo y el 609 antes de Cristo-, cuyo principal objetivo era anticipar los problemas a los que podría enfrentarse nuestra propia cultura, y obtener posibles soluciones. Igual que con mi Babilonia-de-Arizona.»

El protagonista, Alex (Alexander, o sea Alejandro, como el mismo Alejandro Magno que se encuentra agonizando en Babilonia; coincidencia que puede tener o no un significado oculto, que lo decida el lector) llega allí en un aerodeslizador, y se enamora casi en el acto de una de sus compañeras de vuelo, Deborah, ¡que ya tiene decidido experimentar qué se siente al ser una puta del susodicho Templo!

Así que, ¿estamos ante una aventura romántica como si de un viaje en el tiempo se tratara? ¡Ni hablar!

Aventuras sí que hay, y muchísimas; el libro es lo que se denomina en inglés un page-turner. Cada cinco páginas el sufrido Alex tiene más aventuras, o más bien desventuras, que Indiana Jones en toda una película. Sólo en las primeras 20-30 páginas tenemos la tensión, no sólo sexual, entre Alex y Deborah; descripciones detalladas de cómo es esta nueva/vieja Babilonia; Alex encuentra un artilugio que supuestamente no puede o no debe existir –y a partir de entonces su vida corre peligro-; va al Templo de Ishtar en busca de Deborah y allí se encuentra con una chica altamente peligrosa cuyo obsesión es organizar complots contra su padre que, literalmente, es –en términos babilonios– un dios; la adorada Deborah no regresa del Templo de Ishtar, y resulta que va a ser la esposa de… no lo voy a decir, pero todas las esposas de esta persona ‘desaparecen’ para siempre después de un año; en la posada donde se aloja Alex hay un indio que parece tener poderes sobrehumanos y que Alex sospecha puede ser un espía; y hace una visita al propio Alejandro Magno que resulta estar y ser… bueno, hay que evitar spoilers.

O sea, cuando se dice repetidamente (y acertadamente) que Watson es un escritor de ideas, eso no evita, ni mucho menos, que no haya acción suficiente para cualquiera. Me atrevería a utilizar el muy manido (en contraportadas y reseñas) epíteto ‘trepidante’. Incluso si el libro no consistiera en más que el plot, el ‘argumento’, valdría la pena leerlo para pasar un muy buen rato. Pero –si no es paradoja– las ideas en sí mismas también son parte integral de la ‘acción trepidante’. Porque como la sombra de Sauron está siempre presente en ESDLA, en este libro acecha la gran inquietante pregunta: ¿qué es Babilonia realmente? ¿Quién la controla? ¿Y para qué? ¿Y cómo es posible que, si se terminó de construir hace sólo cinco años, la gente recuerde haber vivido allí toda su vida?  Como lectores, compartimos las reacciones de Alex a cada descubrimiento, las teorías que esboza en el momento para explicarlo, sólo para tener que abandonarlas unos días, o incluso horas, después. Algo huele a podrido en Dinamarca… ¿o tal vez no?

Lo más extraño y adictivo del libro, al menos para mí, es que Babilonia parece estar regida por una especie de esquizofrenia. Después de cierto tiempo, Alex es, o parece ser, o cree ser, el único que recuerda que Babilonia está ‘realmente’ en un desierto de Norteamérica a principios del siglo veintiuno. Hasta el sapientísimo indio Gupta, o la avispada Thessany, al final (¡mejor dicho, ‘casi al final’!) muy pronto olvidan todo lo que sabían, hasta el extremo de que llegan a creer que el misterioso poder que existe en las profundidades de la Torre de Babel es un artefacto del pasado. Y Alex no es ajeno a esto. Es consciente de haber tenido una vida anterior, entiende perfectamente cómo ‘los dioses’ se comunican con los fieles, y sabe que hay algo semejante a ordenadores en la Torre (de hecho, para muchos babilonios no es ningún secreto). Sabe, por ejemplo, que el río Eufrates de esta Babilonia es en realidad un río norteamericano, e incluso entiendo por qué es necesario fingir que no lo es:

‘La ficción con respecto al río era una locura lógica.  Su propósito era desafiar locuras mayores – el tiempo, el deterioro, la decadencia y la muerte de las civilizaciones…’

Pero al mismo tiempo, y a pesar de esto, siente que el río viene de Armenia como en la historia. (Eso es característico de la obra de Ian Watson. Plantearse las grandes preguntas, echarse a la búsqueda de The Big Picture). Alex se siente cada vez más ‘babilonio’, y Watson hace que el lector experimente lo mismo. Estás andando por los Jardines Colgantes, y de repente un jardinero te sugiere que le hagas una visita al Rey; o, al contrario, empiezas a creer que todo es sólo un experimento sociológico y de repente van a quemar vivo a un niño en un toro de bronce como sacrificio. Una persona muere, pero resucita –quizás-. Babilonia es mucho más que Babilonia -¿o es que en realidad es mucho menos?-

Los personajes no son precisamente típicos de lo que suele esperarse de una novela de ciencia ficción. Es posible que Alex sea el más normal, y muchas veces (¿demasiadas?) sirve de portavoz para las preguntas y elucubraciones del autor sobre las razones de la caída de las civilizaciones. Además, desde el principio es víctima de los acontecimientos, rara vez el causante. Pero el resto… El indio Gupta, que no se sabe hasta muy tarde si es amigo o enemigo, que parece poder adivinar cualquier secreto y tiene el don de hacerse invisible; Thessany, la hija del dios más peligroso de la ciudad que odia a su padre y haría (¡y hace!) cualquier cosa con tal de montar una buena ‘intriga’; Moriel, un peluquero que conoce demasiados secretos, a quien le gustan no exactamente los chicos muy jóvenes, sino las chicas que parecen chicos muy jóvenes, y que sabe moverse por el mundo de sombras detrás de las apariencias; Deborah, la chica americana que busca aventuras en el burdel pero que muy pronto pierde el control de su propio destino; el cazador y pretendiente de Thessany, Muzi, no tan tonto como parece y que tiene gustos un poco extraños (pero lógicos) en asuntos del sexo; el mismo Alejandro Magno que está agonizando desde hace un lustro, y es una mezcla picante de sabio, loco, sibarita, trágico y despótico a la vez, quien podría saber la verdad sobre Babilonia…

¿Y qué voy a decir acerca de una de las más extrañas historias de amor que se puede leer? Bueno, la respuesta es… nada. Quiero que disfrutéis de las sorpresas como hice yo, pero doy un pequeño adelanto: ¿cómo se sentiría cualquier macho si la mujer a la que ama le hiciera fustigar y quemarle la mejilla con la marca de cierto dios?

¡Y ahora un par de peros! Eso es uno de los gajes de reseñar; se puede criticar a escritores mejores que uno mismo. ¡¡Qué gozada!! Es más que posible que me haya perdido unas pistas, y he tenido la tentación de preguntar a Watson sobre un par de cosas para no cometer errores garrafales, pero para mí el propósito de una reseña, al menos de un libro recién publicado, es dar indicios –y que sean lo más honestos posibles (y eso es algo que me gusta de este sitio)– a posibles lectores para que elijan o no leerlo. De ahí que prefiera tener la misma información que cualquier otro lector.

El primer ‘pero’ es que el importante hilo argumental de las primeras tres partes del libro, estrechamente relacionado con el artefacto que Alex encuentra, se pierde, se disipa en la última parte para ser remplazado por la relación personal entre Alex y… bueno, una de las dos chicas que ya he nombrado. También hay un gran y audaz robo, ‘El golpe’ babilonio, que es ingenioso pero que no tiene mucho que ver con la premisa inicial del libro. Personalmente, me gustó mucho la parte romántica (¡soy todo corazón!), pero debo admitir que estructuralmente se podría considerar un defecto; a veces casi parecía que estaba leyendo una secuela del libro.

El segundo ‘pero’ se debe quizás a la propia fecundidad de la mente de Ian Watson, que a veces se asemeja a un bosque demasiado frondoso. Nos sirve una docena de ideas cada cinco páginas (más de las que yo tengo en un año), pero en su mayor parte son –como no puede ser de otra forma– cuestiones; y al final muchas de estas cuestiones quedan sin respuestas. Incluida la gran cuestión que fue supuestamente la raison d’être de la creación de esta Babilonia: ¿cuáles son las causas de la caída de todas las civilizaciones? Entiendo que esta pregunta no puede tener respuesta (cuando hoy en día en un mundo cada vez más pequeño los pronósticos interesados de una sola persona como Trichet o Merkel, o una agencia de calificaciones incluso más interesada como son Moody’s o Fitch, pueden llevar a millones a la ruina en unas horas, las posibles respuestas serán totalmente distintas de las del pasado), pero parece que la pregunta se olvida en la última parte del libro. Sí que hay una respuesta a la otra gran cuestión, ‘Qué es Babilonia’, pero sospecho que el autor pueda estar jugando con el lector, ya que la persona que nos está contando la historia es…  no, no, tendréis que leer el libro.

En resumen, no es una novela de ciencia ficción típica, más bien es una mezcla de ciencia ficción, fantasía, historia, romance, aventuras, conspiraciones, filosofía, futurología, etc.  Pero creo que son los lectores de literatura fantástica (en su sentido más amplio) los que tienen la imaginación lo bastante desarrollada como para apreciar la gran originalidad de Putas de Babilonia. No digo que no podáis encontrar algunas de estas ideas en la literatura (después de todo, se escribió hace casi un cuarto de siglo), ¡pero seguro que no las vais a encontrar en esta combinación! Y, lo que para mí es más importante, la novela obedece a la que creo que es la regla fundamental: hace que en todo momento el lector quiera –necesite– averiguar qué va a pasar y/o recibir una explicación de lo que acaba de pasar.

Ah, para los clasicistas: ¿habéis leído el soliloquio de Andrómeda de Eurípedes?  ¿Cómo? ¿Que la obra está perdida? ¿No existe, decís?  Ahora sí. Existe y, además, el soliloquio es tan bueno que lo leyó (traducido por Watson-Eurípedes del inglés al hebreo) una actriz israelí en la misma Jaffa, que podría haber sido la auténtica localización de la Roca de Andrómeda…  Ah, y pensadlo dos veces antes de casaros con un dios o diosa: puede salir muy rana.

Last but not least, como se dice en el idioma de Shakespeare, Winston Churchill y Terry Pratchett,la traducción (de Elena Clemente y María José Ruiz Peñalver) me parece muy buena, y capta el ritmo de la prosa del autor; además, las traductoras han podido preguntar al autor cuando han tenido dudas, lo que siempre ayuda. En cuanto a la edición, tiene una portada de Pablo Uría que hizo que en la Semana Negra los libros (o al menos las portadas) al final lucieran tal cantidad de huellas dactilares masculinas que los de C.S.I.  pidieron un ejemplar para hacer prácticas.  Mejor aún, la letra es de un buen tamaño, con amplio interlineado, que siempre da más placer a la hora de leer.

¡¡Vayamos de putas!!

4 comments

  1. La portada, tanto la original como la patria, espanta. Ese tipo de letra debería estar penado por La Haya.

    Que para hacer una portada de una novela sobre un burdel no hace falta ser burdo.

  2. Tampoco seamos talibans, Risigson…. Lo cierto es que compré el libro en la presentación de Redwood en Madrid. Me pareció (Redwood) un tío sabio y simpaitiquísimo. Tottal que vino mi padre por casa. ¿qué lees? me pregunta siempre. Se pone a mirar Putas y suelta un hummmmmmmmm. y me pregunta el hombre (muy preocupado) si las cosas con mi mujer iban bien…. Con mi hija de doce años casi tuve que dar una rueda de prensa autojustificativa del tipo «papá no es un guarro, papá es raro»… En fin… Yo lamento discrepar con Redwood… Este libro ha sido una enorme decepción, lo compré porque me gusta la CF historicista, y nada…. Un pinchazo y harto guarramene escrito. Espero que Watson tenga algo mejor.

  3. Las portadas de esos libros son grimosas y dan miedo y asco en las librerías, en la red y en las manos de los lectores.

    En mi opinión.

    Habrá gente a quienes les gusten, que las disfruten.

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