Los genocidas, de Thomas M. Disch

Thomas M. Disch arrastra una nimia “maldición” que sumar a las que le persiguieron en vida: ninguna editorial española había repetido con la publicación de una de sus obras hasta ahora. Los motivos, sobra decirlo, las escasas ventas que convirtió la apuesta por una de ellas en un (seguro) fracaso comercial… que, también es cierto, venía acompañado con los parabienes de una crítica que siempre lo ha tenido en alta estima (al menos aquí en España). La maldición se ha roto con esta reedición de su opera prima, Los genocidas. Con ella La Factoría parece que afronta la recuperación de su obra después de que el año pasado publicase su novela más conocida: Campo de concentración. En este caso además se incluyen nuevas traducciones, lo que suele ser más que necesario cuando hablamos de libros publicados durante los años 70 y 80 en colecciones que no cuidaban especialmente esta faceta.

Para el que desconozca el tema central de Los genocidas, la novela aborda la historia de un hundimiento: el de la supervivencia de nuestra especie ante una invasión alienígena que utiliza nuestro planeta como un inmenso campo de cultivo. Todo intento por sobreponerse a la exuberancia de unas plantas que infestan toda la superficie de la Tierra, con un ritmo de crecimiento endiablado que roba los recursos a cualquier competencia, termina frustrado y con nuestros congéneres obligados a refugiarse en ámbitos cada vez más reducidos. Una contracción que nos reserva el destino que guardamos para los animales y hongos que ponen en riesgo nuestras cosechas.

Las “plagas” no merecen compasión.

Esta agonía se manifiesta a través de una pequeña comunidad a orillas de uno de los grandes lagos entre EE.UU. y Canadá, en las proximidades de Duluth, Minnesota. Un grupo de menos de 300 personas que malvive con pequeños cultivos de maíz y unos pocos animales bajo el gobierno de Anderson, el hombre que ha sido capaz de organizarlos en un panorama de desintegración social. El código de conducta bajo el cual los rige, en gran parte basado en la religión, es férreo. Cualquier negligencia es castigada de manera severa y los grupos de forasteros son ejecutados por razones prácticas. Más que miedo al robo de recursos prima la imposibilidad de alimentar a más gente.

Los genocidas fue hace 50 años una obra fuertemente subversiva y hoy conserva gran parte de esa fuerza. Frente a las tradicionales historias de invasión, basadas en la resistencia ante el poder superior, el triunfo del ingenio, el enaltecimiento de los mejores sentimientos humanos, la importancia de la esperanza, opone unos alienígenas que apenas actúan para conseguir sus propósitos (salvo en una brutal aparición). Su condición de obra revulsiva no reside tanto en su carácter pionero, pues antes hubo otras que relataron fracasos similares (generalmente ante amenazas creadas por el propio hombre), como en su dureza inflexible. En cómo sublima los más bajos instintos de sus personajes, en la brutal ironía tras la tremenda devastación que depara, en su inexorable rumbo hacia la extinción de toda la vida sobre el planeta. Estamos ante una obra de un pesimismo absoluto que no contiene la esperanza en su campo semántico.

Además es un torpedo de unos cuantos kilotones lanzado contra el ambiente reaccionario en el que Disch se crió en el medio oeste estadounidense durante las décadas de los 40 y los 50, y que todavía se mantiene. La comunidad creada por Anderson se cimenta en sus valores, exacerbados como consecuencia de la situación que atraviesan. No es difícil pensar en uno de sus hijos, Buddy, como un Disch obligado a retornar a ese ambiente retrógrado donde cualquier manifestación liberal (en su acepción política estadounidense, no económica) se ve como una degeneración y es reprimida con saña. En este sentido, no deja de tener su gracia la nostalgia que le invade cuando observa la desaparición de su antiguo pueblo:

Daba las gracias por no haber estado allí para presenciarlo, ya que incluso el pequeño cadáver de Tassel lo inundaba de melancolía. Nunca hubiera pensado que le afectaría tanto. Antes de la llegada de las Plantas, Tassel era la personificación de todo lo que despreciaba: la pequeñez, la mezquindad, la ignorancia deliberada y un código moral de la época del Levítico. Y sin embargo, ahora lamentaba su desaparición como si hubiera sido una Cartago tomada por los romanos y arrasada con sal,…

No quería dejar pasar la ocasión sin mencionar a Jeremiah Orville, junto a Buddy el gran sostén de toda la narración. En su presentación se describe como el personaje que ha leído incontables revistas de ciencia ficción y que observa lo ocurrido como algo estimulante. Una persona con una cierto grado de demencia que, en ese quimérico escenario, ve la oportunidad de escapar de una vida gris para poner en práctica todo lo que ha «aprendido» de la literatura pulp. Sus sentimientos de venganza hacia la comunidad que lo ha acogido (de una manera cruel, por cierto), son tan elocuentes como su imposibilidad de llevarlos a término.

Como siempre ocurre en Disch, las contradicciones de sus personajes son hermosamente humanas y detrás de cada diálogo, de cada descripción, de cada pensamiento anidado en la narración, hay más de lo que parece.

A todo esto, destaca la sobriedad de la que hace gala. Los genocidas se inicia in media res, con los personajes ya restringidos a un pequeño nicho, sin apenas mostrar cómo se ha llegado hasta él (tampoco es necesario; el propio drama no deja dudas de lo sucedido), y la narración avanza rápidamente. Los capítulos se suceden definiendo a los personajes a través de tres o cuatro zarpazos argumentales que aumentan la tragedia que se cierne sobre ellos. En este sentido, la novela queda como un vestigio de otro tiempo en el que la concisión narrativa lo era todo.

Ahora bien, aunque el texto promocional de La Factoría hace mención a que estamos ante una obra maestra, hay pequeños detalles que muestran que Disch todavía estaba en una etapa inicial de su carrera. Quizás lo que más me ha llamado la atención ha sido la inclusión de un breve texto a modo de memorándum alienígena explicando cómo se va a abordar una de las acciones contra los restos de vida terrestre. Innecesario, nada relacionado con la novela al alejar la narración de los protagonistas y que más parece una concesión a un editor preocupado por que los lectores sepan algo de la amenaza que se cierne sobre los personajes. También en la segunda mitad de la novela se narra un viaje por un paisaje oscuro y primigenio bastante confuso que, creo, podría haberse relatado con un poco más de claridad.

Pecata minuta.

Sobre la traducción, a diferencia de otras ocasiones en las que hemos alabado las nuevas versiones que se han realizado, aquí no podemos hacer lo mismo. Hay bastantes expresiones mal traducidas que dejan al lector extrañado (por ejemplo un “false dawn” en el epílogo que se traduce como “inicio prematuro”, cuando hace referencia a la aparición de la luna por el horizonte). Más preocupante es cuando pequeños errores (de traducción, tipográficos, qué más da) cambian por completo el sentido de la frase e inducen una confusión que no estaba en el original, tal y como ocurre en el siguiente párrafo, también del epílogo

Sin embargo, su esperanza fundamental, sin la cual todas las demás esperanzas serían en vano, era que el planeta atravesara una estación, por muy larga que hubiera sido, y que esta estación se hubiera agotado (…)

donde la palabra planeta ha sustituido a la que venía originalmente, planta.

Sin embargo, con todo, lo que más me ha llamado la atención es la frase final de Los genocidas. La piedra que culmina esta oda a la desesperanza y a la ausencia de fe en el progreso humano que marca nuestro destino como especie. En el original, decía:

Nature is prodigal. Of a hundred seedlings only one or two would survive; of a hundred species, only one or two.

Not, however, man.

Mientras, en la traducción de Cristina Gómez Llorente queda como

La naturaleza es pródiga. De cien brotes, solo sobrevivirán uno o dos; de cientos de especies, solo una o dos.

No sería el hombre, no obstante

Una traslación alambicada que diluye su fuerza original al perder ese aldabonazo que puntúa la desolación de lo narrado con un gancho final demoledor. Con lo fácil que hubiera sido escribir “No así el hombre”.

Como suele ocurrir, son errores que se podrían haber solucionado con un corrector que supervisase la labor del traductor. Pero me temo que, por más que el editor haya dicho lo contrario en varias ocasiones, este papel ha quedado en el olvido.

16 comments

  1. Ahora no sé si merece la pena comprar esta nueva edición. Tengo la antigua, un poco gastada, y me lo estaba pensando.

  2. La traducción de la de Edhasa está claramente desfasada, pero si la edición de La Factoría está sin corregir, la verdad es que son ganas de tirar dieciséis euros y medio.

  3. Dicho lo cual, y aunque no sea el mejor Disch, esta es la novela de invasiones alienígenas más macarra que se ha escrito jamás, y también la más pesimista.

  4. Al igual que Kaplan tengo la edición antigua y esta reseña me echa para atrás de comprarla. No estoy en condiciones de juzgar la traducción, pero si ni siquiera se hace una revisión de las líneas de texto más importantes de la novela…

    En cuanto a la obra en si, la verdad es que tenga defectillos o no, es un clásico con todas las de la ley. Es una invasión bastante original y Disch no tiene ningún tipo de concesión hacia el lector, tiene una concepción sobre lo que es la naturaleza, sobre la selección natural, y es coherente con ella hasta al final.

  5. La novela no sólo es pesimista, que es un rasgo muy común a toda la obra de Disch: es a tramos realmente perturbadora. Aunque se nota que es una novela primeriza, y Disch no posee el dominio de la técnica de novelas posteriores como «En Alas de la Canción» o «334», no se corta un pelo: el humor negrísimo, la subversión de tabúes e iconos culturales, las situaciones grotescas y la inmisericordia hacia los personajes a veces provoca la impresión de que Disch esté cabreado con su propia creación. Me parece una novela grandérrima, pero no se la recomendaría a cualquiera…

  6. Había olvidado el memorándum de marras, es curioso. Repasando mi ejemplar (de la colección Galaxia, Editorial Sudamericana, con la misma traducción de la edición de Edhasa), recuerdo ahora que en su momento (hace 20 años) me dejó totalmente desconcertado. Especialmente absurdas me parecen las referencias a lugares concretos de la geografía americana, con sus nombres humanos, y el uso del calendario gregoriano en esas superfluas fechas que se mencionan en el informe.

    Supongo que en los años que siguieron a mi lectura de la novela, simplemente lo he suprimido de mi memoria. Es un pegote sin sentido. Y ahora que lo dices, también me parece muy posible que fuera una imposición del editor, porque si no no me lo explico.

    Así que la novela es imperfecta. Dicho lo cual, a mí me parece una obra maestra, un clásico, es decir, una obra que enseña con su ejemplo a mejorar el arte. A pesar de pequeñas deformidades como la mencionada. En la balanza, las bondades de esta novela pesan tanto más que sus defectos que estos quedan perdonados (y hasta pueden ser, como en mi caso, olvidados por completo).

  7. Una lástima el tema de los errores de traducción y/o ortográficos.

    Dado la que está cayendo y lo liviano de mi bolsillo, me he vuelto muy quisquilloso en las compras de libros y este tipo de errores cada vez me molestan más y hace que mis compras se escoren hacia productos más cuidados de otras editoriales.

    Una lástima, porque en el catálogo de La Factoría hay títulos realmente interesantes.

    ¿Qué sería de nosotros sin estas magníficas reseñas?

  8. A mí me parece la mejor novela de Disch de largo, parece escrita con una rabia, una energía negra, capaz de mover las máquinas del infierno. Ese tramo confuso que mencionas es sintomático, un grupo de cretinos desesperados, vagando por un laberinto sofocante de raíces, drogados y enloquecidos, y tú sabiendo que no tienen escapatoria, es como observar un pez muriéndose en la hierba, boqueando desesperadamente, hay algo enfermizo ahí, que yo, que no estoy muy bien de la cabeza, aprecio muchísimo.

    Y es que a mí lo que más me impactó de la novela es como Disch, enchufándose en la paranoia que plagaba la cultura basura de la época, las invasiones extraterrestres, empleando material de derribo al que se le da un precursor giro genial, le ajusta las cuentas al entorno represivo y corto de miras donde creció. Y que sea una novela más tosca que no sé, que «Alas de la canción» por ejemplo, que toca un tema similar de otra manera, no hace sino engrandecerla a mis ojos; aquí se vuelca toda la rabia reprimida, esto sale de las tripas, es un escupitajo a la cara del cinturón de la Biblía, de la cf, de sí mismo, esto es violencia verbal, auténtico punk. Y oye, yo entre los Stooges y Yes, me quedo con los primeros, de todas todas.

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