Vacío existencial

Había sido un día horrible. El ascensor orbital se había estropeado y los chips superconductores destinados a los neuroimplantes orgásmicos habían quedado varados en el Punto de Lagrange 1 a la espera de poder ser descendidos por el filamento monoatómico de carbono cuando las autoridades portuarias tuvieran a bien dar su permiso, por supuesto. Por si la pequeña crisis subsiguiente desatada en la oficina no hubiera sido suficiente el teletransporte cuántico había tardado unos insoportables 10 segundos en llevarle del hub de Brooklyn a su casa en las Seychelles, sólo para descubrir que su hijo de 3 años requería ayuda para terminar unos aburridos problemas de Geometría Diferencial en Hiperespacios No Normados. Mientras se ajustaba el casco de Realidad Aumentada para acudir a la sesión plenaria del Parlamento de la Humanidad que hoy debía decidir sobre qué nuevas especies extinguidas debían ser clonadas y reintroducidas en la naturaleza (a elegir entre el lince ibérico, el lobo de tasmania y el mosquito vector de transmisión del dengue y la fiebre amarilla) no pudo reprimir un bufido de hastío. Estaba harto de tener una vida tan insulsa y rutinaria.

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