En los últimos días vi los tres primeros capítulos de la nueva serie televisiva de AMC, The Walking Dead, y leí el libro que según parece dio comienzo a la actual moda de los muertos vivientes, al menos en literatura: Guerra Mundial Z, de Max Brooks. Es muy curioso el contraste entre ambos, dos buenos productos por lo demás, y digno de señalar que la novela es incondicionalmente cf, mientras que la serie -por ahora- no.
Hace tiempo me dijo Marc Soto, y de esto sabe un rato, que el terror no es para él un género, sino una forma de trabajo, un componente del relato, como lo podría ser por ejemplo el humor. Este pensamiento me vino a la cabeza repetidamente durante la lectura del libro de Brooks, que tiene muy poco de terror como tal. De hecho, es la primera ocasión -que yo conozca, aunque no soy un especialista en el tema- en que el enfoque de un relato de zombis es de gran escenario; es decir, propio de la cf, en lugar del thriller, al que pertenecerían en la mayoría de los casos estas historias.
Tradicionalmente, cuando la cf ha afrontado un mundo alternativo futuro, lo ha hecho escogiendo como testigos de la narración a los grandes personajes: el elegido que salva o cambia al mundo es el protagonista, o al menos lo es un testigo directo de los hechos que producen esa alteración, y su visión en ocasiones se complementa con información sobre lo que dicen al respecto los futuribles libros de historia, los medios de comunicación etc.
Sin embargo, desde la seminal La noche de los muertos vivientes, las historias de zombis son acerca del impacto de los sucesos sobre pequeños grupos o individuos concretos, sin un panorama general. The Walking Dead, anunciada como una renovación en el género, es en rigor bastante canónica: no sabemos lo ocurrido, el personaje protagonista se ve inmerso en un mundo ya derruido -recurso ya explotado en El día de los trífidos y 28 días después-, vamos conociendo dramas personales que nos identifican con los personajes y, en consecuencia, nos permiten sentir su horror como propio. Desconozco el cómic en que está basada la serie, e imagino que en algún momento puede tener una deriva más ambiciosa, pero si bien los capítulos vistos son interesantes, suenan a ya conocido en comparación con otras aportaciones recientes, en particular la serie británica Dead Set.
Para su libro, Brooks escoge un esquema eficaz: la novela se construye en capítulos que corresponden a las visiones particulares de distintos testigos, algunos de ellos verdaderos protagonistas de la gran historia. De esta manera, es la primera ocasión -que yo conozca, insisto- en la que se presenta la invasión zombi con una perspectiva global. Brooks es muy ingenioso a la hora de relatar las historias particulares: desde el impacto de la plaga en países como los actuales Corea del Norte o Cuba, hasta el que sufren determinados grupos de población. Por ejemplo, es curiosísima la idea de la aparición de “quislings”, gente que no está infectada pero que enloquece y simpatiza con el enemigo; pasan a convertirse como zombis sin serlo. Sin olvidar, por supuesto, a los inevitables radicales estadounidenses que aprovechan para construir su reino de taifas.
Aunque la novela es más divertida que trascendente -ni pretende serlo-, resulta de interés que Brooks vulnere varios convencionalismos en su camino. El primero, de la tradición zombi: se trata de una historia optimista según sabremos pronto, de final más o menos feliz. El segundo, de la propia cf: no hay explicación real de cómo surge la enfermedad, ni cómo es viable a través de alguna explicación que no sea mágica o paranormal que los zombis se arrastren y permanezcan vivos pese a haber perdido las piernas. Brooks se las apaña para obviar preguntas evidentes de igual manera que esquiva ciertos lugares comunes, y lo curioso es que lo hace a partir de un planteamiento del fenómeno de los muertos vivientes absolutamente ortodoxo y tradicional.
Pongo en cuarentena con lo visto y leído en los últimos tiempos la impresión que inicialmente me produjo la moda zombi: que no había mucha variedad de historias posible en este escenario de fin del mundo. Sí que valdrá la pena dedicarle un tiempo a las obras que finalmente sobrevivan de toda la oleada actual.
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