Zombis

Como cada mañana, me levanté cuando aún el amanecer solo era una predicción con muy escasos decimales en contra. Sin darme casi cuenta, estaba en la calle, vestido para ir a trabajar, con un café recalentado en el estómago, pero aquel día noté algo extraño, había otros que caminaban en la penumbra, en esa débil luz cenicienta que dejan las farolas al apagarse. Arrastraban los pies, la cabeza baja, tropezaban con los cubos de basura, parecían caminar sin rumbo. Bajaban la cuesta en dirección al metro como una riada de pequeños pedruscos inconscientes, menos que animales, poco más que objetos. La palabra me hizo dar un sobresalto al corazón: zombis. 

Más despierto que nunca en mi vida, corrí esquivándolos, huyendo de su abrazo mortal, de sus dientes amarillentos ansiosos de mi carne, pero eran muchos, cientos, miles, que confluían como una riada, en el cruce de varias calles, que se vertía en el desaguadero del metro. 

Luché, me defendí de la horda. Al primer empujón, un zombie de señora gorda y maquillada despertó, levantó la cabeza y me habló:

—Pero oiga ¿está usted imbécil? No empuje, que vamos todos a trabajar y si tiene prisa haberse levantado antes. 

Bajé la cabeza, pedí perdón, y me deje llevar por las aguas de cuerpos embalsamados dentro de trajes, abrigos, impermeables, jerséis, arrastrando los pies, somnoliento, inconsciente, apenas vivo.

One comment

  1. Es difícil implantar la sensación de irrealidad en el hecho cotidiano, pero indudablemente el autor de este cuento lo logra. ¡Muy bien hecho!

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