Steve Redwood es un inglés majísimo, con un sentido del humor muy británico y con relatos editados en diversas publicaciones anglosajonas. Le conocemos por estos pagos gracias a sus dos novelas, El pescador de demonios (El tercer nombre) y ¿Quién necesita a Cleopatra? (AJEC), tan entretenidas como sarcásticas. Por tanto, la publicación de un puñado de sus relatos en Los pingüinos también se ahogan (Torre de Marfil) me parecía a priori muy atractiva pero… tras terminar el libro la sensación que me queda es de agridulce desconcierto.
Casi el mismo desconcierto con el que comencé su lectura al contemplar la portada, absolutamente gore y que no se corresponde en absoluto con el contenido del libro (ni siquiera en el título, puesto que ninguno de los cuentos se llama así y en ninguna parte se explica el porqué de ese nombre). Para empezar, la recopilación contiene una veintena de cuentos (o, mejor dicho, diecinueve cuentos y una novela corta) que poco tienen que ver entre sí y aparecen mezclados en un orden caótico, un poco como la famosa caja de bombones de la madre de Forrest Gump, de manera que cuando terminas uno nunca sabes cuál será el tono del siguiente: sólo que será completamente distinto. Si te gustan las sorpresas, enhorabuena; sin embargo, mis genes germánicos han rechinado lo suyo ante la acumulación, mezcla y desparrame sin medida de géneros y materias diferentes. De hecho, más que una selección de cuentos de Redwood parece una “obra completa” con narraciones de todas las épocas de su vida como escritor pero, como digo, completamente desordenada. En un rápido recuento, podemos decir que el libro contiene ocho relatos clasificables como de terror, seis de vida normal (por llamarlo de alguna manera…, digamos que no tienen nada que ver con el Fantástico), tres de ciencia ficción (incluyendo la novela corta), dos de fantasía y uno inclasificable (humorístico de todas formas, marca de la casa).
La calidad de las narraciones es casi tan variada como los temas tratados y resulta una verdadera lástima porque da la sensación de que los cuentos que salen peor parados podrían haber salvado muy bien la cara si hubieran sido sometidos a una revisión más en profundidad por el autor (no sólo en su redacción sino en detalles como hablar de las pesetas como la moneda de uso corriente en España o citar personajes hoy conocidos pero que no lo serán para quienes le lean dentro de veinte años) o si no sufrieran unas traducciones tan peculiares que a veces da la impresión de que algunas de las personas que revisaron los textos en realidad no son más que seudónimos del propio Redwood enfrentado a la juguetona ordalía de traducirse a sí mismo o, quién sabe, a la de escribir directamente en español (lo cual tendría su mérito).
Sucede por ejemplo con “No entres dócilmente en esa buena noche” (¿de verdad es éste el título real del cuento?), uno de los relatos terroríficos más castigado con alambicadas construcciones y con repeticiones del estilo “El intruso aparecía ahora tanto horrorizado como horroroso”. O, por poner otro ejemplo, con “La novena cabeza”, uno de mis favoritos, donde nos encontramos directamente con la palabra Metro en inglés (“…hasta llegar a la entrada del Underground, donde vio a un anciano…”) o con una pintoresca traducción del habla de un chaval pobre de un barrio del norte de Londres (“¿Cómo es que el perro de ‘usté’ ‘pué’ hablar y cómo es que ‘tié’ tres cabezas?”).
Aparte de estos dos, destaco “Gracias por su relato” (mi preferido, dedicado a todos los autores que alguna vez han sido rechazados por alguna editorial…, es decir, dedicado a todos los autores), “Una mano caritativa” (genial autodescripción de la xenofobia inglesa, aunque la disimule bajo un personaje surafricano), “Los sanadores” (la novela corta: una vuelta de tuerca al tema “invasores de la Tierra”, muy bien llevada en cuanto al misterio de la procedencia y forma de actuar de “ellos”, aunque un poco larga para mi gusto) y “Juego de números” (inmisericorde y divertida visión del funcionariado español desde la óptica de un inglés).
Paradójicamente, algunos de los cuentos de vida normal rayan a una gran altura, incluso por encima de los fantásticos, pero parecen fuera de lugar en esta selección. Es el caso por ejemplo del citado “El pingüino del chaleco morado” (historia de amores frustrados muy bien planteada y desarrollada), “El efecto Solaris” (que de ciencia ficción sólo tiene una referencia a la famosa obra de Stanislaw Lem pero es en realidad otra historia de amor) o “Un profesor muy raro” (sobre el descacharrante desencuentro idiomático y cultural entre un profesor inglés y sus alumnos saudíes).
Sin embargo, otros relatos ni siquiera deberían haber pasado “el corte” de calidad y aquí se echa en falta la labor editorial, como el confuso “El rosario”, el insufrible “Epifanía al sol”, el bizarro “La oveja blanca” o el adolescente “¿Qué estás esperando?”
Y para los aficionados al completismo, una sorpresa: “La conjura de la Crucifixión”, que no es sino la versión alternativa de uno de los capítulos de ¿Quién necesita a Cleopatra? o, más probablemente, el cuento del que surgiría la novela.
Bueno, «No entres dócilmente en esa buena noche» sale de un poema en inglés famosisimo, aunque lo que mas se ha usado en ciencia ficción sea la parte final:
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.
http://en.wikipedia.org/wiki/Do_not_go_gentle_into_that_good_night
Ahora, que en castellano no suena muy bien, pues si.
Me quedo con «No entres dócilmente en esa noche quieta». Precisamente, la noche a la que se refiere Dylan Thomas es de todo menos «buena».
Antes de todo, doy las gracias a Pedro, no sólo por haber leído mis pingus cuando hay tantos buenos libros en el mercado, sino también por haber hecho el esfuerzo de escribir una reseña tan detallada. Le debo una cerveza. No pienso por supuesto discutir su opinión de las historias (¡¡especialmente en los casos en que la historia le ha gustado!!), pero me gustaría hacer un par de aclaraciones, para avisar a otros posibles lectores.
“…cuentos… que poco tienen que ver entre sí y aparecen mezclados en un orden caótico … de manera que cuando terminas uno nunca sabes cuál será el tono del siguiente: sólo que será completamente distinto.” Eso ha sido deliberado (y se advierte claramente en la contraportada) por dos razones, una personal, otra mas general.
Las dos novelas ya traducidas al español (El pescador de demonios, y ¿Quién necesita a Cleopatra?), especialmente la segunda, por su propia naturaleza son un poco monocromas, limitadas en lo que intentan o podrían conseguir. Pero a mí me gusta leer – e escribir – todo tipo de cosas, incluyendo realistas, y he dejado para otro libro de género (Simetrías rotas, que espero que salga pronto, pero con los tiempos que corren… ) mis cuentos sólo de género. Creo que en su conjunto Pingu me representa mejor que las novelas más limitadas en su enfoque.
La segunda razón se trata de las expectaciones del lector. Pongamos un libros de cuentos de vampiros. Muchos cuentos juegan con la sorpresa (muy manida, por cierto) de que, como ejemplo, este señor en la biblioteca tan amable, entrañable y erudito llamado Pedro Pablo G. May, en realidad cada medianoche empieza a beber sangre con más frenesí que Esperanza Aguirre zampándose la salud pública de Madrid. En un libro de vampiros, eso ya adivinamos de antemano. Yo buscaba sorprender al lector, evitar que se acerque a la historia con ideas preconcebidas. Por otra parte, y paradójicamente, el autor, en este intento sí puede condicionarle sin querer: si, por ejemplo, un cuento serio sigue un cuento de humor intranscendente, el lector puede que no preste la atención necesario a pequeños detalles y alusiones y pistas medio ocultas.
Y tengo que defender a mis traductores , porque el culpable muchas veces soy yo (los controlaba como Sauron a sus Ringwraiths). Por ejemplo, el Recogedor de los Muertos en No entres es el típico funcionario con poca cultura a quien le gusta hablar con frases grandilocuentes y antiguas. La cuestión del habla del niño en La novena cabeza era muy difícil de resolver, quizás imposible; queríamos dar la impresión de un niño de barrio pobre que precisamente por ello podría tener un sentido de la injusticia más desarrollado que lo normal, fundamental en el cuento. ¿Pero cómo? A la traductora tampoco le gustaba mucho el resultado, pero.. ¿qué hacer? O las pesetas: de hecho, la traductora de esa historia quería cambiarlas a euros… ¡y le amenacé de muerte! El apartheid en Sudáfrica terminó (oficialmente) hace casi 20 años, y es obvio que el canalla de mi narrador había estado libre para maltratar cuanto quisiera a los negros, y por eso la historia se ambienta en el pasado (con detalles como el de una pescadería que vendía pan, que hoy no creo que exista en ninguna parte). (En otros casos, sí, tuve que actualizar detalles, como por ejemplo en Juego de números, porque el sistema de matriculación de los coches ha cambiado.) Algo semejante pasó con el Underground, muchas de cuyas entradas (como la de Queen’s Park en la historia) son como oficinas a nivel de la calle, no se parecen en nada a las del Metro. Si hay historias malas, es que son simplemente malas, porque sí revisé, revisé, revisé… ¡¡a veces en medio de las traducciones, pobres esclavos míos!!
Pero la cuestión de traducciones (especialmente en el caso de cabrones como yo que a veces deliberadamente torturan el inglés) es muy complejo. El único cuento que me ha aportado bastante dinero (Fowl Play) nunca aparecerá en español (pero sí que ha salido en ruso:
???? ?????? (Steve Redwood, 1943 – ) “?????? ?????” (??????? “Fowl Play”, ?????? ??????????; ??????? ?.??????????)
¡aunque al parecer la ‘traducción’ casi no tiene sentido!) porque simplemente es intraducible, por sus ‘tics’ estilísticas, sus juegos de palabras, sus alusiones a la literatura inglesa, etc. Y en cuanto a mi magnífico escalofriante cuento de terror ambientado en un partido de ‘cricket’ (y dependiendo de sus reglas como La tabla de Flandes de Pérez-Reverte depende de las del ajedrez) una traductora bastante famosa en España me mandó a un lugar muy caliente…
Y le debo a Pedro otra cerveza porque casi ha acertado con la historia de la Crucifixión: era el segundo cuento en una serie que me había propuesto sobre Bertie, y al terminarlo vi la posibilidad de una novela. Lo cambié drásticamente para la novela. Y utilicé esta última versión para reescribirlo de nuevo para la colección. Dudaba un poco, pero me dije que tan poca gente habría leído Cleopatra, que era poco probable que una misma persona leyera las dos… (Hmm, veo que le debo a Pedro 3 cervezas…)
¡Rectifico!! Le debo a Pedro CUATRO cervezas –¡ o incluso un mojito! – por sugerir que alguien pueda estar leyéndome en 20 años! La cosa está fuera de control….