por Ignacio Illarregui Gárate
No sé si conocen una de las fotografías más famosas tomadas por el telescopio Hubble: los pilares de la creación. Un posible semillero de estrellas; el lugar donde el gas interestelar se condensa y comprime hasta dar origen a las reacciones termonucleares que las “prenden”. Una nube de gas y polvo espectacular, más si se la fotografía en el espectro visible. Dicha nebulosa ya no tiene la forma con la que aparece en las imágenes que se toman desde la Tierra. Hace miles de años se la llevó por delante la explosión de una supernova cercana. No obstante, como si fuera un fantasma que se resiste a abandonar nuestra realidad, seguimos observando su forma anterior al cataclismo. Como si no se percatara de lo que se le viene encima, mantiene su mortaja perfecta, incólume a la espera de recibir el mazazo que, de hecho, ya la ha destruido.
Esta imagen es utilizada por Emilio Bueso en cierto momento de Esta noche arderá el cielo, y explica de una manera sobrecogedora lo que les sucede a sus personajes más relevantes: Mac y Perla. Una pareja que busca recuperar la relación que mantenían hace una década en pleno viaje en moto a través de una solitaria carretera hacia ninguna parte, la Trans-Taiga. Un lugar donde también se encuentran Ian y Roger, un padre y su hijo dispuestos a vivir uno de esos momentos kodak que todos los padres anhelan compartir con sus hijos (y que rara vez satisfacen sus expectativas). Ambas escapadas, en apariencia idílicas, no cuentan con que fuera de radar se han iniciado una serie de acontecimientos destinados a cercenarlas; fuerzas locales como un grupo de nativos cree, y cósmicas, como nuestro indomable astro rey, a punto de entrar en una etapa turbulenta.
La novela se mueve en el territorio existente entre la narración de carretera postmoderna y el western heterodoxo, y destaca por su excelente planificación. La primera mitad, la presentación, comienza con Mac y Perla, su viaje a través de la Trans-Taiga, el relato de su historia en común… Bueso introduce a continuación la troup destinada a coprotagonizar el fin de fiesta. Como quien mezcla reactivos en un laboratorio con una hora de entrega ajustada, añade ingredientes a la mezcla uno a uno, sin pausa, en el orden necesario para lograr el producto final deseado mientras evita precipitar la detonación. Apenas se guarda en la manga un centenar de páginas el elemento más extravagante, entrevisto aquí y allá mediante pequeños “fogonazos». Esta meticulosa labor de engranaje paga un precio: la deflagración se demora un tanto. Nunca hasta romper el ritmo alegre del relato.
Entre los capítulos narrados en presente que relatan lo que sucede en la Trans-Taiga, el autor intercala una serie de fragmentos en pasado. En ellos desnuda a los personajes más relevantes y se terminan de asentar las cargas de demolición destinadas a redondear el clímax final. Clímax que tiene mucho de ejercicio de pirotecnia pero también de consumación de fracasos vitales y decepción ante fantasías no satisfechas.
Como era previsible, Esta noche arderá el cielo está narrada con un estilo retador y vigoroso. Un lenguaje que se acopla como una chupa de cuero a un motero a esta grupo de inadaptados al margen de la masa (guiño, guiño), felices porque parecen haber encontrado la paz lejos de los bosques de cemento, cristal, familias y compromisos sociales. Bueso disemina de nuevo por el texto una serie de palabras y frases, repetidas aquí y allí, utilizadas para puntear, enfatizar y remarcar sensaciones, hechos, ideas. Un recurso que funciona muy bien cuando lo hace con mesura, caso de la frase con la que abre y cierra la novela. Reiteraciones que he terminado abominando cuando cae en ciertos excesos.
Llegados a este punto, confieso que me ha resultado muy complicado conectar con los personajes. Sirva de ejemplo Mac, el protagonista. Un canadiense francófono de ascendencia argentina enamorado de Perla hasta el punto de, tras su ruptura, haber puesto casi en pausa su vida durante más de una década; necesitado de espacios abiertos, de alejarse de grandes aglomeraciones, de aislarse para encontrar la paz interior. Descrito así parece que tiene una personalidad arrebatadora; que daría mucho juego. Sin embargo el narrador omnisciente, con esa característica voz «macarra», lo desnuda por los cuatro costados, un poco como ocurría en Cenital con todos los habitantes de la ecoaldea: desde fuera. Así, los múltiples ganchos para asirme a él, para atraparme, se me muestran por un narrador más interesado en impactar, en golpear al lector, que en importar.
Apenas se ve a Mac actuar más allá de seguir culos: el de Perla por la carretera, el de unos indios cuando se topan con ellos, el de… Todo lo demás no se muestra. Se cuenta desde fuera. Y yo, que ando en una etapa de mi vida más de que me muestren, no he sido capaz de sentir la más mínima empatía por él. Como si le partía un rayo, se le rompía el corazón, se mataba en un accidente o le devoraban los castores. Y sí, el personaje tiene relieve, y parece que también inflexiones. Así se cuenta. Pero es difícil saber si son suyas; cuando tiene que exhibirlas es más del tipo pasmarote/hongo impertérrito.
Esto puede ser una perspectiva muy personal. He leído un par de reseñas que tienen otra visión (Fantífica y Anthecdotario incoherente). Pero después me encuentro con que es difícil encontrar otros personajes relevantes. El caso de Perla es todavía más acusado; el padre y su hijo apenas son un recurso necesario para un giro que depende de si el lector ha previsto su razón de ser en la trama. Los cree y demás farándula no tienen más entidad que ser figurantes de una comedia salvaje sin pies ni cabeza. El elemento sorpresa tiene más de Gremlins 2 que de Gremlins 1. De hecho me ha sido complicado tomarme el serio el final, una locura disfrutable más por su extravagancia que por su pretendida carga dramática.
Esta noche arderá el cielo me resulta decepcionante en comparación con sus dos anteriores obras, ganadoras de los premios Celsius de los años 2011 y 2012. Además de ser un aseado thriller sobrenatural, Diástole encerraba en su interior una ingeniosa metáfora sobre la creación artística y los creadores. Cenital era una ficción postcatástrofe que acertaba a tocar múltiples claves sociales; una sarcástica historia de supervivencia en la que los desheredados se aseguraban de heredar la Tierra. Esta novela se limita a ser una historia de carretera pintoresca, un pulp entre desenfadado y grotesco, narrativamente bien engrasado pero con pies y personajes de barro. Para muchos será suficiente. Para mi, la verdad, se queda romo.
Nota final: He preferido dejar lo siguiente al margen de la reseña; no deja de ser una neura personal e intransferible.
El estilo de Bueso, espontáneo, con carácter y un tanto desabrido, a veces le juega malas pasadas por las imprecisiones a la hora de formular ciertas ideas. Hace unas semanas comenté en twitter una frase de la página 161, cuando un colega invitaba a Mac a acudir a un casino Navajo durante un fin de semana. Teniendo en cuenta que los casinos navajos más cercanos se encuentran a 2000 millas de donde se desarrolla la acción, me parecía un recorrido un poco aventurado para unos moteros que gustan de recorrer las carreteras a su ritmo.
Como aclaró el propio autor, era un Casino de los indios Potawatomi propiedad de una sociedad con capital de los navajos. A Bueso bien le falló la redacción, bien la documentación. No es el único “desliz” de este tipo que creo haber encontrado en la novela (Santiago Gª Solans escribe sobre los suyos en una de sus imprescindibles reseñas). Además ha habido dos detalles que me han llamado la atención y que también me gustaría airear por si alguien me puede sacar del error.
En la página 186, el narrador desarrolla la imagen de los pilares de la creación y lo ocurrido tras la explosión de la supernova. Así:
Porque… Aquí la pregunta, yendo al detalle: Ian quiso saber cómo podemos ver los pilares si los enfocamos ahora y al mismo tiempo sabemos que hace seis mil años una supernova los dejó destrozados, al estallar.
Porque parece que Los pilares de la creación han caído hace mucho, aunque aquí todavía no podamos ver eso.
Estamos lejos, en el tiempo. La muerte de Dios todavía no nos ha alcanzado. Pero viene de camino. Dentro de unos pocos siglos miraremos los Pilares de la Creación desde la Tierra y los veremos caer bajo el peso de uno de sus hijos.
Y la respuesta: sabemos eso porque tenemos otro telescopio divino. El XMM-Newton. Que únicamente ve los rayos X, una luz que viaja a otra velocidad, por lo tanto el catalejo ese pude contemplar las poderosas expulsiones de radiación de las nuevas estrellas. Y ha visto a una de ellas estallar hasta arrasar con sus padres.
Y esa luz viene ahora hacia aquí, a una velocidad brutal. Llega en muchos años, que están por venir.
Tal y como está redactado me queda la sensación de que rayos X y luz tienen diferentes velocidades en el vacío. Además no acierta a explicar por qué sabemos que la explosión se ha llevado por delante la nebulosa cuando la luz de esta destrucción todavía no ha llegado hasta nosotros. Quizás el autor no ha querido entrar en explicaciones complejas y ha simplificado para no caer en el fárrago. Quizás le estoy buscando tres pies al gato.
Finalmente, en las proximidades del desenlace, el narrador se vuelve a poner cosmológico y nos relata el cataclísmico acontecimiento que golpea la Tierra; un necesario deus ex machina para la “dramática» situación de sus protagonistas en la forma de una eyección de masa coronal solar. El suceso se acopla a la narración mediante un cronómetro puesto a cero cuando se produce y avanza a medida que se suceden los acontecimientos, hasta detenerse a los 8 minutos y 19 segundos, cuando las consecuencias golpean la tierra.
A la velocidad de la luz.
Dicho eyección de masa coronal no tiene nada que ver con los ciclos de actividad solar, de ahí su brutalidad. Pero la cosa no deja de ser lo que es: una emisión inmensa de plasma solar. Protones, electrones y otras partículas lanzados hacia todo el sistema solar a grandes velocidades, nunca mayores a una centésima de la velocidad de la luz en el caso de las que tienen masa. Sin embargo leo la descripción entre las páginas 231 y 234 y tengo la sensación que puede haber una confusión con lo que es el viento solar y los diferentes tipos de radiación; la velocidad a la que viajan la luz, los rayos X y los rayos gamma, y las partículas ionizadas que nos llegan del sol. Porque 8 minutos y 19 segundos después de haberse producido la causa llega a la Tierra su efecto: una macroaurora boreal mayor que la Tormenta Solar de 1859, que hizo que esta se viera en latitudes poco acostumbradas. Cuando las partículas cargadas que forman el viento solar no se mueven a 300000 Km/s, que es la velocidad a la que tendrían que haber viajado el plasma para producir la aurora. Cuando en situación normal se mueve a unos cuantos cientos de kilómetros por segundo. Cuando en épocas muy muy muy agitadas a un par de miles de kilómetros por segundos. El resultado sería una aurora horas después, no minutos después. Aunque si en el interior del sol existe un acelerador de partículas alienígena del que no se nos ha hablado, no tengo nada que objetar.
En el fondo, si no he metido la gamba hasta el fondo, da un poco lo mismo. El lector tipo no necesita conocer estos detalles. Incluso se puede argumentar que Esta noche arderá el cielo es fantaciencia… Aunque entonces se me escapa la necesidad de subrayar con tantos datos reales los hechos. La realidad tiene que ser flexible para adecuarse a los propósitos narrativos del autor, pero no tengo del todo claro si hasta este punto.