La boca del niño mulato de pelo ensortijado que se sienta a mi lado se vuelve una curva cóncava y yo no puedo evitar devolverle la sonrisa aunque en el fondo no haya nada que me haga fingir que soy feliz. En la bodega se encuentran todos mis recuerdos comprimidos en un archivo .rar de 30 kilos marca Samsonite y mis padres, con los ojos aún húmedos por el hijo perdido que nunca volverán a ver, se encuentran a increíblemente lejos, en los edificios iluminados que quedan difuminados por el grueso vidrio de la ventanilla. La azafata, mucho menos atractiva de lo que mis fantasías esperaban, se acerca jeringuilla en mano, dispuesta a prepararme para el despegue y siento envidia del chaval y de toda de su familia. Cuando nos despertemos dentro de un año y medio, ellos seguirán teniéndose unos a otros y yo estaré sólo, en el rojo planeta de las oportunidades, a 500 segundos-luz de cualquier rastro de vida que hasta ese momento haya llegado a conocer.