Homínido

Oank no tenía nombre aun cuando ocurrió el miedo. La tormenta se desanudó tal como el grupo lo olfateó en el viento, pero llovían rayos. En los puntos de la sabana que los ojos alcanzaron empezaba el fuego. Retumbó una luz muy cerca del árbol donde se cobijaban. Y los depredadores de cada noche ignoraron la presencia de sus carnes cuando pasaron al ras, dando saltos entre la maleza, huyendo con los pescuezos erizados. La estampida comenzó.

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Pollo a la Kentucky

Los empleados de cocina negaron cualquier relación con el anillo. Los solteros alegaron su soltería en su descargo y los casados me mostraron sus diestras, los anulares invariablemente guarnecidos en oro. Lo mismo hicieron los camareros y hasta el aparcacoches. El gerente del restaurante me rogó que conservara la alianza. «En señal de disculpa, se lo suplico». Su voz temblaba de miedo ante la previsible reclamación, quizá incluso el pleito.
Decidí quedármela. No se encuentra uno todos los días una alianza de oro blanco dentro de un pollo a la Kentucky.
Una vez en casa, al sacarla del bolsillo, me fijé en que el interior lucía una minúscula leyenda. «La fecha de la boda. Quizá de los esponsales» supuse. La examiné con la lupa de revisar contratos, pero no ampliaba lo bastante. Hizo falta el cuentahilos de relojero del abuelo. Ahora sí se leía:
«Hola, hello, bonjour, gutentag. Si has encontrado esta alianza regístrala en www.ringcrossing.com y ¡ponla en libertad! RingCode: 1VL1VSXD»

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Prime time

Cenó temprano, se sirvió un whisky, se recostó en el sofá y encendió la tele para oírse hablar. Como cada noche. Adoraba escucharse en televisión. En prime time.
En el canal estatal la periodista estrella entrevistaba en directo al joven candidato. La campaña electoral había comenzado. Le agradaba aquella periodista. Si no sabías que las preguntas estaban pactadas probablemente no lo notaras. El entrevistado se mostraba elocuente y sincero. Le auguró un gran futuro. Lo vio un rato más antes de cambiar al canal seis.
El cantante del año conversaba sobre su último disco con el presentador del late show de más audiencia. Sus palabras sonaban espontáneas y socialmente comprometidas, su actitud era franca y simpática. El presentador, encantado, lo dejaba hablar más y más. No le extrañó el éxito de aquel tipo. Consultó el reloj. Debía cambiar de canal.
En el nueve la aristócrata más codiciada por la prensa rosa ventilaba en exclusiva los pormenores de su ruptura. El dolor se asomaba a su mirada por más que se esforzara en mantener una actitud positiva, vital. Consiguió no arrojar una lágrima en toda la entrevista. Varios de sus interlocutores —eran corrillo— no lo lograron. Él sonrió satisfecho.
Suficiente. Su egolatría tenía un límite. Apagó la tele, saciado de escucharse. Con la satisfacción del trabajo bien hecho, con el orgullo de reconocerse, un día más, el mejor de su profesión, el asesor de imagen se fue a la cama.

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Una cena familiar

—¡La cena está servida!
—¡Hum! Que buena pinta tiene, hermanito, con esa raya tan bien delineada… ¡Sentaos, niños! Vuestro tío va a trinchar el pantalón.
—¡Yo quiero pernera!
—¡Yo también!
—¡Yo la he pedido primero!
—Esperad un poco, que antes hay que servir a los abuelos… toma mamá, de la parte interior del bolsillo, la más tiernecita. ¿Papá?
—Mientras no me toque la bragueta, que mis dientes ya sabes que no pueden masticar bien la cremallera…
—Toma, un poco de forro tierno y jugoso. Cuñado, ¿hace el dobladillo, o prefieres culera?
—El dobladillo está bien. Deja la culera para tu hermana, que le gusta más. Huele fenomenal… ¿Cómo lo has preparado?
—Es muy sencillito. Macerado en naftalina durante un par de meses, y luego simplemente a la plancha de vapor. Además está sazonado con unos hilos sueltos de seda, y le he quitado el cinturón. Eso sí, la materia prima es de marca. ¿Adivinas?
—Diría que es un Armani, por la hechura. Pero hasta que lo pruebe…
—Sí, es de Armani. No sé qué tejido usa, pero es el que los hace más sabrosos, y aunque es de los más caros, un día es un día. ¡Hala chavales, aquí tenéis vuestra pernera! ¡A darle al diente!
—¿Ez pantalón de chica o de chico, tío?
—Qué más da, cielo. A disfrutar.
—Exquisito hijo, te ha salido riquísimo…
—Gracias mamá.
—La cena de Ropavieja próxima, tenemos que hacerla en mi casa. Mi cariñín hace una americana deconstruida a la lana virgen con reducción de fieltro que te mueres…
—Hermanita, ya sabes que a nosotros, eso de la cuisine a la Nouvelle Couture no nos va mucho… somos de ropa sencilla. Con que preparéis un simple vestido en sus encajes, ya nos vale.
—A ver, hijo, que se acerca la hora. ¿Tenéis preparados los doce botones?
—Tranquila, mamá, míralos. Incluso te hemos puesto de los pequeños, de puño de camisa, para que no te atragantes.
—¡Ya empiezan las campanadas! Recordad que primero van los cuartos…
—¿Sabéis que la tradición de los botones es meramente nuestra? En otros países tienen otras costumbres… en Italia, por ejemplo, comen un plato de lentejuelas.
—Sí, y en los Estados Unidos cuelgan bufandas del techo y se dan un beso bajo ellas…
—¡Ya empiezan! ¡Atentos…!

—¡Bieeennn! Y no me he atagantao, mamy.
—¡Estupendo cariño! Ahora a brindar. Todos juntos…

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