Yo nunca los hago, porque en cierto modo es trabajo para mí. Ya que, entre otras cosas, trabajo en una empresa que diseña test. Pero no esos tan sesudos que sirven para que los psicólogos, psiquiatras y otra gente de mal vivir conozcan las complejidades de las mentes enfermas. No, y ya me gustaría a mí que fuesen de esos.
¿Se han preguntado alguna vez quién crea los estúpidos test que circulan por las redes sociales? Me refiero a esos que te preguntan cosas como “¿qué personaje de cuento de hadas eres?” y otras chorradas parecidas. Si son ustedes usuarios de alguna de esas redes, ya saben a que me refiero, ¿verdad? ¿Y a que los encuentran divertidos?
Seguro que no se han preguntado nunca de donde salían. Pues ahora ya lo saben. Mis compañeros y yo nos encargamos de crearlos. No por idea nuestra, no. Servimos a los intereses de cierto “cliente”, que nos paga para hacerlo. No, lo siento, no puedo revelar su identidad, y menos ahora. Tendría que matarles si lo hiciera.
Es un cliente generoso. Viene, nos dice lo que quiere, hacemos una batería de test, los colgamos y nos paga. Luego vigilamos. Mientras vosotros, ahí fuera, os divertís contestando a nuestras absurdas preguntas y obteniendo divertidos resultados, nosotros analizamos y vigilamos. Todo lo que respondéis es registrado, cotejado y procesado. Mientras, esperamos. En general, no pasa nada, y nos aburrimos como ostras. Pero, de vez en cuando, un mensaje aparece en nuestro sistema: un aviso. Alguien, de alguna manera, ha dado con una de las combinaciones de respuestas esperadas por nuestro cliente a los cientos de test que hemos lanzado. Sus datos aparecen en nuestra pantalla, y con diligencia los transmitimos. Significa una prima para nosotros. Luego, ellos se encargan del contacto, como nos dicen.
Hasta ayer, nunca supe qué buscaban ni para qué. Siempre he creído que trataban de localizar por este medio un determinado tipo de gente, con personalidades de cierto tipo para realizar alguna clase de trabajo muy especializado. Un trabajo extraordinario para unas mentes especiales, quizás. Me imaginaba que las personas detectadas y contactadas mejoraban su posición, sus ingresos, su forma de vida. Que podían cumplir sus sueños.
Hasta ayer. Ayer, por una de esas casualidades, por un error seguramente humano, me llegó una comunicación que no estaba destinada a mí. Curioso, la leí… Bien dice el refrán que la curiosidad mató al gato. En este caso, mató mi inocencia. Así que la borré de inmediato. También borré toda conexión que pudiera asociarme con ese mensaje. Creo que me cubrí bien. Al menos aún no han venido a por mí… Así que hoy, al igual que ayer, me siento ante la pantalla del ordenador, a hacer mi trabajo, pues no hacerlo sería peor. Sólo que ahora lo sé. Por un descuido de nuestros clientes, lo se todo…
¡Ah, sí! Por cierto, yo de ustedes no seguiría haciendo esos test.