Criptografía básica

-Diez años de menstudio en las luztecas mejor surtidas de descargables -recita el joven, guiñando lentamente el ojo implantado en la palma de su mano (un tic con leve deje sexual) a su interlocutor-; primera posición en rankings de desencriptación estandarizados, por delante de ia-lgoritmos autoevolutivos; contribuciones publicadas en los cien nodos más considerados de la luzfera en las líneas de criptografía cuántica, complejidad supra exp-espacio y computación de Turing extendida…
El viejo arqueólogo se rasca los genitales sin pudor (un tic levemente demodé), carraspea cuando escucha "complejidad" y luego parpadea tres veces muy rápido, coincidiendo con "exp-espacio", "Turing" y "extendida".
-Usted verá. Ahí le dejo el trabajo, que yo termino a las tres.
El joven dirige entonces la palma con el ojo implantado un poco hacia la izquierda, a lo que ocultaba la espalda del viejo funcionario del Metaimperio hasta entonces, mientras él le recitaba su currículum. Tarda un poco más de lo normal en tragar saliva (porque los nervios de ese ojo son más largos) que si se hubiera quitado desde el principio el hemicasco de iridio reluciente que se compró en el duty-free del lunapuerto y que le oculta sus ojos naturales y otros tres añadidos bajo las mejillas.
Detrás de donde estaba el viejo hay veinte inmensas ruedas de piedra, cada una con diez muescas etiquetadas con diez diferentes símbolos. El sistema de ruedas cifra la entrada a la cámara donde la civilización pre-humana que acaban de encontrar dejó guardado todo su saber. Una cuadrilla de tres hombres está girando una de las ruedas; cambiarla de un dígito a otro les lleva sus buenos veinte segundos y una cantidad apreciable de sudor.
-Ah, ya pasamos el escáner: la cámara interior es tan frágil que algo más brusco que eso romperá los frascos con la información -añade el viejo desde lejos, con una sospechosa y rítmica agitación de su caja torácica.

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