Terminal World, de Alastair Reynolds

Spearpoint (Punta de Lanza) es la única ciudad de la Tierra, o así lo creen sus treinta millones de habitantes. Una gran espira hecha de una materia rocosa que se alza hasta más allá de la atmósfera, circundada por una rampa de varios kilómetros de ancho sobre la que se alzan los edificios de la ciudad. Como el resto del planeta, la ciudad está dividida en zonas donde las leyes de la física varían ligeramente, permitiendo sólo el uso de ciertas tecnologías en cada una de ellas, y dificultando el paso de los seres humanos de una a otra si no se utilizan los medicamentos antizonales adecuados.

La vida de la Tierra en este lejano futuro gira en torno a la ciudad, como lo ha hecho durante cinco mil años, pero las cosas están cambiando o tal vez nunca han estado en su sitio desde el principio y sólo ahora las disfunciones se están volviendo evidentes. A partir del día en el que el cuerpo de un ángel caído de los niveles celestiales es trasladado a la morgue de Neon Heights –la tercera de las zonas de Spearpoint, una especie de recreación de los años 50 del siglo XX– los acontecimientos se van a precipitar.

Quizás lo más atractivo de esta novela no sea su protagonista, Guillon, aunque sea atractivo en sí, ni su elegante mezcla de géneros, que le da aire de cómic steampunk con toques de Julio Verne en la decoración, la puesta en escena o personajes como el visionario Ricasso. Lo que más empuja a implicarse en la lectura y a no querer dejar el libro es que, desde muy pronto, el lector descubre algo que ignoran todos los personajes y todos los habitantes del planeta, que no es mencionado explícitamente por el narrador y que constituye la auténtica intriga sobre la que se teje la trama de la novela.

Además, como dice Bradbury, las historias más improbables pueden ser creíbles si tu lector, a través de los sentidos, se siente transportado al centro de los acontecimientos. Y si Terminal World quizás no resistiría un análisis crítico de la visión social que transmite, la solidez de la trama se consigue a través de la convicción con la que Reynolds describe lo narrado, al menos hasta el momento en el que la novela deriva en película de acción. En cuanto al análisis científico, habrá que esperar a la continuación para saber qué explicaciones ofrece Reynolds –que al fin y al cabo es astrofísico– para las incógnitas planteadas.

Porque, desgraciadamente, nada avisa en la portada de que ésta es la primera entrega de una serie y el lector va a quedarse con las ganas de conocer el desenlace de las numerosas líneas abiertas, al menos hasta que se publique la siguiente parte. Y me temo que después de leer esta, no me quedará más remedio que comprar la próxima, aunque en general las trilogías, tetralogías, pentalogías… en literatura fantástica y de ciencia ficción me parezcan una práctica nefasta, más justificada a menudo por el deseo del autor de garantizarse unos años de publicación que por necesidades de la trama.

En el mismo sentido, pocas historias necesitan más de trescientas páginas para ser contadas o, dicho de otro modo, si uno publica un libro de cuatrocientas páginas debería ser porque tal número de páginas está justificado y no porque al mercado anglosajón le gusten los volúmenes gruesos. Que Reynolds dedique una centena de páginas para describir minuto a minuto unas cuantas horas de acción desequilibra el equilibrio de la novela en aras de la testosterona.

Así pues, si eso son defectos, ésos son los defectos que le achacaría a Terminal World, así como algunos puntos relativamente menores, por ejemplo, un cierto exceso de gore o el que los claramente madmaxescos vagabundos que recorren el planeta con el cerebro destrozado por los antizonales reciban el desafortunado nombre de Skullboys, lo que hace que a uno le cueste tomar en serio su ambición de poder.

Todo ello está ampliamente compensado por la solidez de la propia trama, la caracterización de los personajes humanos y no humanos (los vorgs, cyborgs carnívoros son particularmente acertados) y la visión “cósmica” que transmite toda la narración.

3 comments

  1. No se yo si habrá justificación alguna. En alguna entrevista Reynolds comentó algo sobre la fantasía. Lo que cuentas me recuerda mucho al comic «Grimjack», de John Ostrander y otros. Y si, puede que esto dure mucho, 10 años en concreto, también dijo que para mantener el compromiso de escribir 10 novelas en 10 años iba a hacer una serie.

  2. ¿Entonces Alastair Reynolds ha aprendido a escribir por fin? Tras el chascazo de «Espacio Revelación», con elementos de space opera asobinados y unos personajes, en los que se incidía mucho, francamente incomprensibles, patéticos y planos, le tengo mucho miedo a este hombre…

  3. Debo reconocer que hasta ahora sólo había leído sus relatos en Interzone. Revelation Space me lo compré nada más publicarse, pero abandoné al cabo de unas páginas aunque no recuerde ahora por qué después de todos estos años. Por eso no incluyo ninguna referencia a su obra.
    Eso sí, reconozco que puede no gustar a todo el mundo y, como señalo en la reseña, la última parte en plan película de acción la podría haber podado y todo el mundo habría estado más contento.

Comments are closed.