Todos los amantes del cine fantástico consideramos la época de los cincuenta como uno de los principales refugios de nuestra nostalgia. Durante aquel periodo se produjeron en los Estados Unidos tal cantidad de películas del género que la revisión de la filmografía de esos años resulta sumamente atractiva y, por otra parte, obligada para los forofos de este tipo de obras. Pero es un error permitir que el cariño que sentimos por aquel periodo nos ciegue, haciéndonos suponer que toda la producción fantástica de la época resulta igualmente interesante y merecedora de culto, o que comparte similares valores y niveles de calidad.
Es cierto que las obras realizadas en aquel periodo resultan sumamente atractivas a priori. Casi todas gozan del status de obras clásicas, pero, una vez vistas, la mayoría resultan bastante lamentables. Supongo que no soy el único que se ha visto decepcionado en numerosas ocasiones cuando por fin ha tenido la oportunidad de ver una de esas obras de las que había oído hablar desde niño (no siempre ha existido internet para poner casi toda la historia del cine a nuestra disposición), y que había imaginado maravillosa. Dado que la realidad nunca puede superar lo que imaginamos, muchas veces me he planteado, aún teniendo la oportunidad de hacerlo, abstenerme de ver esas obras que he idealizado por referencias para evitar las habituales desilusiones. Invasores de Marte, Planeta prohibido, Ultimátum a la Tierra (con esta sí que me la juego)… Demasiadas decepciones. Demasiados mitos caídos.
Pero lo importante es que entre tanto monstruo de gomaespuma, entre tanto marciano en esquijama, entre tanto pastiche de copia de imitación de plagio, despuntan varias obras realmente sólidas y apasionantes, como, por ejemplo, El increíble hombre menguante, La mujer y el monstruo, La invasión de los ladrones de cuerpos o, por supuesto, La mosca.
El argumento de la película es, supongo, conocido por todos. Un científico desarrolla una máquina capaz de transmitir la materia de un lugar a otro de forma inmediata. Durante uno de sus experimentos en el que él mismo prueba el ingenio, una mosca se introduce con él en la cabina, y el accidente tiene como terrorífica consecuencia que el hombre se materialice con un brazo y cabeza de insecto, mientras que la mosca muestra un brazo y una cabeza humana. La mayor parte de la película cuenta el desesperado intento del hombre por tratar de revertir el proceso a la vez que va perdiendo la cordura mientras su mente se va convirtiendo en la de un insecto. Finalmente, ambos seres morirán de forma terrible.
La película de Kurt Newmann comparte con la mayoría de las grandes obras de la época dorada de Hollywood (independientemente del género en el que se inscriban), una característica que considero preciosa: la concisión.
Durante aquellos años se hacía gala de un gran talento a la hora de ir directamente al grano para contar la historia que se quería contar de la forma más eficaz y económica posible. Se aportaba toda la información necesaria, pero sin divagar, sin irse por las ramas, sin florituras que lo único que consiguen en muchas ocasiones es frenar el avance de la acción, y ralentizar el ritmo dramático. Es como si, durante aquellos años, los grandes cineastas (ahora, normalmente, ni siquiera ellos) utilizasen algo así como la extrapolación cinematográfica del tradicional juramento judicial: «La verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad».
En honor a la verdad hay que decir que, a menudo, esta sobriedad a la hora de filmar venía dictada, no tanto por la capacidad artística de los responsables de los filmes (aunque sin duda también), como por el afán ahorrador de los estudios. No olvidemos que muchas de estas obras pertenecían a lo que se ha dado en llamar “Serie B”, por lo que había que contar la historia, obviamente, pero de la forma más barata posible, es decir: pocos actores, pocos decorados, pocos metros de película… todo ello propiciaba la realización de películas densas, pero que, por supuesto, requerían de talento para ser también grandes.
Lo cierto es que, sea cual sea el origen de esta virtud, sería muy recomendable que los guionistas y directores actuales, acostumbrados a excesos multimillonarios y a películas eternas de vacío minutaje, se preocupasen de estudiar estos clásicos, al menos en lo referente a su construcción dramática.
Para ilustrar esta diferencia entre el cine actual y el de hace unos sesenta años propongo al lector un ejercicio; le propongo que realice una sinopsis completa, sin omitir ningún elemento importante, de alguna película notable de los años 50-60, y también de algún mega-éxito de taquilla contemporáneo. La sorprendente evidencia suele ser que, aunque la película moderna dure media hora más, su sinopsis, casi invariablemente, resulta más breve que la de la obra antigua. Y es que en la actualidad, a pesar de seguir existiendo películas maravillosas, abundan las obras vacías que cuentan más bien poca cosa. Este fenómeno no se da, afortunadamente, en todos los casos, pero es evidente que el cine comercial contemporáneo a menudo busca imprimir artificialmente al relato una velocidad de la que éste carece (bien sea por medio de montajes mareantes, aparatosas escenas de acción, o sofisticados y gratuitos efectos especiales), en lugar de crear un buen ritmo utilizando elementos narrativos. Esta situación resulta bastante triste, sobre todo si tenemos en cuenta que las películas actuales disponen para su realización de una mayor inversión proporcional de dinero y tiempo que la mayoría de aquellos clásicos.
Clásicos como La mosca, basada en un relato de George Langelaan que fue originalmente publicado en la revista Playboy en 1957, y que maneja un concepto tan recurrente dentro del género de ciencia ficción como es el del hombre víctima de su propio afán de conocimiento. Pero, en esta ocasión, se aborda el tema desde un punto de vista bastante novedoso, ya que aquí no nos encontramos ante el típico profesor loco capaz de cualquier crimen con tal de alcanzar su megalomaniacas metas. El protagonista, André Delambre, es un científico “normal”. Es un hombre hogareño, un buen esposo, un cariñoso padre, un honesto trabajador. No tiene nada de siniestro, y carece de más atractivo para la sociedad que el que puedan conferirle sus inventos. Aún así acabará convertido en su propio enemigo, en el monstruo de la historia.
Por otro lado, la película apenas trata de inspirar miedo o inquietud, como sería de esperar de una obra de estas características. No se utiliza la metamorfosis del doctor como un elemento para provocar terror por lo espeluznante de la misma. Aquí lo realmente importante es el efecto dramático que ese cambio produce en las vidas de los protagonistas, similar a la que podría causar una enfermedad grave, pero totalmente corriente.
Para lograr esta atmósfera sobria y verosímil, y dotar de dramatismo a los diálogos, se contrató como guionista a James Clavell (lo cual no deja de ser paradójico: un autor acostumbrado a escribir gruesos bestsellers, como Shogun, manejándose en un tipo de cine que, como hemos dicho, buscaba la concisión), quien cumplió a la perfección con su cometido, logrando evitar ese tono ingenuo, y casi infantil, tan habitual de las películas de monstruos de los 50.
El éxito de la película propició que se realizarán dos secuelas, Return Of The Fly (Edward L. Bernds, 1959), y Curse Of The Fly (Don Sharp, 1965). Además, en 1986, David Cronenberg rodó un remake, que contó con su correspondiente secuela dos años después con el original título de La mosca II, dirigida por Chris Wallas, responsable del maquillaje de la entrega anterior.
Pero a pesar de su condición de adaptación, la versión de Cronenberg resulta sumamente original e interesante. El director canadiense llevaba años planeando llevar al cine la célebre obra de Franz Kafka, La metamorfosis, pero consideraba poco apropiado el hecho de que el protagonista tuviera apariencia de insecto durante toda la historia, pues sus intereses (tal y como evidencia gran parte de su filmografía) estaban más centrados en la transformación en sí. La historia de George Langelaan le dio la oportunidad de abordar un tema similar al tratado por Kafka, pero desde su propia óptica, y la película nos muestra el proceso por el cual el científico se va convirtiendo progresivamente en un híbrido entre humano e insecto a causa de un experimento fallido (o totalmente exitoso, según se mire). De esta manera, Cronenberg pudo realizar al mismo tiempo una especie de libre adaptación de La metamorfosis, a la vez que trataba, de nuevo, el tema de la degeneración y transformación del ser humano, la mutación definitiva que culmina con la muerte.
Pero no olvidamos el original de Kurt Newmann, del cual merece ser destacada, entre las demás virtudes mencionadas, la coherencia de la obra, la cual eleva a la máxima potencia la sequedad y dureza que demuestra a lo largo de todo su metraje en un final realmente antológico y estremecedor, uno de los más impactantes de la historia del cine.
La imagen de ese ser, mezcla de mosca y ser humano atrapado en una tela de araña, a punto de ser devorado por su dueña, constituye una de esas escenas que se quedan grabadas para siempre en el cerebro. Igualmente difíciles de olvidar resultan los gritos del aterrado y envejecido André (se supone que el particular ciclo vital de las moscas, mucho más corto que el humano, ha provocado que el rostro del desdichado doctor parezca el de un anciano, aunque tan sólo hayan transcurrido unos días desde la transformación) pidiendo socorro al ver como ese monstruo de ocho patas se abalanza sobre él dispuesto a devorarle (un final horrible, sobre todo si no te gustan las arañas).
Al final, el inspector de policía confiesa que nunca en su vida olvidará esos gritos. Los amantes del género fantástico tampoco.
Comparto esa fascinación por el cine fantástico de esa época. Añadiría la espléndida EL PUEBLO DE LOS MALDITOS. Salvo en el caso de LA MOSCA de Cronenberg -lo que filma este hombre oscila entre lo atractivo y lo excepcional- o quizá también aquel Donald Sutherland reconvertido en ladrón de cuerpos, los remakes no han igualado y/o superado los originales. Los medios técnicos son ahora infinitimente mejores, pero la imaginación y los guiones parece que no.
Planeta Prohibido y Ultimatum a la Tierra son estupendas. al mismo nivel que la Mosca, o más.
Completamente de acuerdo con la comparativa entre el cine, digamos, clásico con el actual. Minutos y minutos de… ¡nada! que se pretenden rellenar con CGI. Es una pena y al final parece que todas las películas tienen que durar 3 horas con el mismo guión que una peli de 90 minutos.