Diamonds on my belly

En la penumbra del retrete, desnudos ya los dos de cintura para abajo, por lo que parece a ti ha dejado de repugnarte tanto este aliento mío mezcla de ron–cola y marihuana, la peste de la loción desinfectante o el sudor pegajoso con el que me riega este trópico en miniatura de la discoteca a la que hemos venido a coincidir y, a partir de aquí, yo no me cuido más que de intentar besarte, revelar las formas que esconde tu camisa de juncos, pellizcar tu piel más grande que tus formas —como tersa y flácida a la vez—; de amar, en una palabra, la extrañeza y hacer como que no oigo ese inquietante bisbiseo del preservativo rozándose contra los nueve dientes asomados a tu vulva.