Un repaso a una de las orientaciones ideológicas dominantes en la cf tradicional.
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Los premios de la cf: Hugo 1955
El año en que se premió a una novela tan poco memorable como La máquina de la eternidad, de Clifton y Riley, no había muchas opciones de nivel… dentro de la cf estricta, porque algunas obras maestras de más difícil etiquetado vieron la luz.
Continue reading »La última noche de Hipatia, Eduardo Vaquerizo
El subgénero de viajes temporales entraña varios riesgos. Por un lado, pone a prueba la capacidad del autor para recrear escenarios históricos coherentes y verosímiles. Por otro lado, lanza el reto de crear tantos mundos y contextos creíbles como épocas y ambientes se nos presentan. Y, por último, exige del escritor la disciplina suficiente como para justificar la inclusión del viaje temporal, es decir, conseguir que éste no sea una mera coartada argumental para camuflar una narración histórica sin más. Por lo general, desde Poul Anderson hasta nuestros días, esta coartada viene dada por el recurso a entidades o empresas que, de manera genérica, podríamos denominar "patrullas temporales". Los guardianes del tiempo de Poul Anderson, la Eternidad de Isaac Asimov o la megacorporación ITC de Michael Crichton son sólo unos ejemplos, si bien hay que esperar hasta Connie Willis y su relato “Servicio de vigilancia” (1982) para salirse del esquema típico de patrullas temporales que intentan enderezar el devenir de los acontecimientos y hacernos regresar a una línea temporal "correcta". Connie Willis nos enseñó que el viaje en el tiempo no tenía por qué servir para salvar la humanidad o para generar paradojas temporales a diestro siniestro: también podía utilizarse como herramienta para el aprendizaje de la historia (y si, de paso, se conseguía salvar algún monumento de la devastación de la guerra, pues mucho mejor). Lo cual, bien visto, tiene sentido. Willis, consciente de que aquél era su mejor relato hasta entonces y de que había dado con un filón, retomó a algunos de los personajes del mismo para dar forma a su mejor novela larga, El libro del día del juicio final (1992).
Pues bien. Uno lee “Habítame y que el tiempo me hiele” (el cuento que cierra el volumen) y La última noche de Hipatia y se queda con la sensación de que Eduardo Vaquerizo ha intentado hacer una jugada similar a la de Connie Willis. No se trata de la misma jugada ni de una imitación consciente, sino de un modelo a seguir, y lo cierto es que ambas historias tienen bastantes puntos en común. Un relato breve en el que se presenta a unos personajes que dan con la clave del viaje temporal y se dedican a intentar desfacer entuertos con una finalidad claramente moral: son científicos, o historiadores, y se creen en el deber de enderezar el cauce de los acontecimientos históricos: en el caso del cuento de Connie Willis, evitando que se produzca la discronía, es decir, dejando la historia como estaba en el universo tal como lo conocemos; en el de Vaquerizo, creando una discronía nueva pero menos indeseable que la original, o, lo que es lo mismo, tratando de no empeorar el curso de la historia. Ambas narraciones parten de una concepción fatalista e irreversible de la historia (ninguna intenta salvar el mundo; como mucho, dejarlo igual y sin que se note), pero emplean soluciones diferentes para resolverlas.
Willis amplió el universo de “Servicio de vigilancia” en una novela monumental, la ya citada El libro del día del juicio final. El personaje de Kivrin, que aparecía citado de refilón en el relato, era el protagonista de la novela. Vaquerizo opera de manera similar en su universo narrativo, y hace que una alusión casi casual "a Marta y su búsqueda de los clásicos" en su relato se convierta en el eje de La última noche de Hipatia. Connie Willis dejó transcurrir diez años entre su relato y su novela; Eduardo Vaquerizo, once. En el transcurso de esta década, ambos autores parecen aplicar el mismo enfoque: la finalidad moral del viaje temporal se desvanece, y da paso a la pragmática lucha por la supervivencia. Están atrapados en un mundo que no es el suyo y que, pese a que les resulta conocido sobre el papel, es mucho más complejo que sus conocimientos. Se les escapan muchos parámetros. Kivrin se encuentra con que no entiende el inglés del siglo XIV: domina el vocabulario, pero no la fonética (y, de paso, nos regala uno de los mejores «primeros contactos» de la historia del género). Marta tiene un poco más de sentido común y deja pasar un tiempo en la cosmopolita ciudad de Alejandría, empapándose de voces y acentos, antes de poder mantener una conversación razonable, y aun así se hace pasar por una extranjera o, mejor dicho, por un extranjero, para no llamar demasiado la atención.
¿A qué viene esta comparación? A algo muy simple: es pertinente para valorar La última noche de Hipatia y "Habítame y que el tiempo me hiele". No estoy afirmando que el díptico de Eduardo Vaquerizo sea una variante del de Connie Willis, sino que ambos autores emplean recursos similares para abordar preocupaciones parecidas: cómo crear una buena obra de literatura fantástica con elemento histórico presentado de manera rigurosa, cómo escribir sobre viajes temporales de modo que éstos sean un fin en sí mismos (en lugar de un medio para hablar de otra cosa) y, mucho más importante, cómo perseguir al mismo tiempo la verosimilitud (coherencia interna) y el extrañamiento (o cómo hacer que la Alejandría del siglo IV nos resulte tan alienígena como debía de serlo para unos ojos occidentales del siglo XXI).
Vaquerizo realiza una composición de lugar sistemática y rigurosa para jugar con la temática histórica y del viaje temporal, utiliza como punto de partida unos referentes reconocibles y nos sumerge de lleno en un mundo demasiado ajeno a nosotros como para no resultarnos extraño, pero con demasiados puntos en común como para no generar desasosiego en nosotros. Realiza, en suma, una recreación de un mundo (novela histórica) al que añade un elemento fantástico y unos personajes que en unos casos actúan de acuerdo con un guión preestablecido (Hipatia o Cirilo, es decir, los personajes cuya existencia está documentada) y en otros lo hacen con una motivaciones coherentes y creíbles (Marta). Vaquerizo nos habla de una época convulsa porque quiere hablarnos de un personaje histórico muy atractivo (Hipatia de Alejandría, una mujer científica en una sociedad tan machista como la tardorromana), de los sentimientos que ésta despierta en una mujer culta y científica del siglo XXI (Marta, que actúa como trasunto del lector: su punto de vista es, o debería ser, el nuestro) y de un tema que domina la narración y que nos permite extrapolar con el presente y, por tanto, establecer paralelismos: la intolerancia, la caza de brujas y el riesgo (real, pues ya ha ocurrido) de que las fuerzas reaccionarias provoquen una involución social.
De este modo, Vaquerizo nos conduce a través de una historia cuyo desenlace conocemos de antemano (la Biblioteca de Alejandría sucumbe a un incendio provocado por el integrismo cristiano, y con ella Hipatia y gran parte del saber de la Antigüedad), con lo que exalta, sin ocultarlo pero sin adoctrinarnos, la profesión de científico (Hipatia y Marta) y las instituciones humanistas que representan (la Biblioteca de Alejandría y la Fundación Cronos). Vaquerizo pule un tanto su estilo a veces preciosista para supeditarlo a una narración que necesitaba un tono más claro y directo. Las descripciones de la Alejandría del siglo IV son tan interesantes como la correspondencia que intercambian Cirilo con el patriarca Teófilo, o las memorias del prefecto Orestes. La alternancia de estas cartas y memorias nos da una idea inicial de las fuerzas enfrentadas en el transcurso de los años que precedieron a la caída de la Biblioteca de Alejandría: el Imperio Romano, el cristianismo pujante y el helenismo cada vez más desacreditado.
Una vez expuesto el conflicto, los ejes de la narración pasan a ser dos mujeres: Hipatia, que nos presenta la mentalidad de su época (aunque desde un punto de vista algo diferente, dada su doble condición de mujer y de científica), y Marta, que nos presenta la mentalidad de nuestra época (desde el punto de vista de mujer y científica, pero también del de testigo supuestamente imparcial de una época convulsa que definió el mundo tal y como lo conocemos). Ambas interactúan de una manera que enriquece la trama y depara algunas sorpresas, bastante bien llevadas.
En la nota del autor, Vaquerizo confiesa que ha cambiado las fechas de algunos sucesos históricos para adaptarlas a las necesidades de la trama. No se trata de cambios que molesten, pues refuerzan el mensaje que pretende transmitir (la dura condena al fanatismo irracional) y hacen posible el encuentro entre dos personajes, Hipatia y Marta, muy bien perfilados: la primera, por la reconstrucción verosímil y consistente de un personaje lleno de matices; la segunda, por el acierto con el que el autor le da una voz propia y la hace creíble. Tal vez estos aspectos aparten La última noche de Hipatia de la novela histórica en el sentido estricto del término (a la manera en que Gore Vidal se permitió pequeñas "traiciones" a la cronología en su magistral Creación), pero a cambio la convierten en el ejemplo más depurado de obra española sobre viajes temporales que recuerdo y confirman la capacidad fabuladora, la amplitud de registros y la consolidación de Eduardo Vaquerizo como autor de referencia en un campo que ha sabido apropiarse y enriquecer, el de la novela fantástica con elementos históricos. Sin poseer la brillantez de Danza de tinieblas (que tal vez sea la ucronía más destacable de la ciencia ficción española de los últimos diez años), La última noche de Hipatia es un buen ejemplo de novela sobre viajes temporales, y deja con ganas de leer más narraciones sobre la Fundación Cronos. Seguro que el autor piensa lo mismo. Y el lector que se acerque a esta novela.
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