Pese a que los hechos les quiten la razón, en forma de tormenta económica con ganadores claros y perdedores generalizados, las actuales reencarnaciones de la extrema derecha, es decir, los ultraliberales, siguen campando a sus anchas. En particular, porque han conseguido -y en este sentido, recomiendo para entender el proceso Pensamiento secuestrado, de Susan George- convertirse en el discurso intelectual predominante en numerosos ámbitos, algo que parecía completamente imposible hace algunos años.
Y es que los neocon lograron dejar atrás el desprecio de la población por ideologías de carácter fascista, con las que comparten el fondo común que suponen las ideas de carácter darwinista social, para convertirse de nuevo en atractivas. Su punto fuerte ha sido un discurso populista, que se aprovecha del rechazo que causa la meliflua corrección política de la mayor parte de la izquierda. En suma, van por la vida luciendo un “nosotros sí decimos las verdades” de carácter demagógico, en versiones sofisticadas pero igualmente falaces, y sólidamente ancladas en ideas que deberían estar tan desacreditadas por los hechos como El fin de la Historia de Fukuyama -ya ven, casi nada ha pasado desde que a principios de los noventa soltara el prenda la gracieta-, la autorregulación de los mercados -que ha derivado en la espantosa realidad de beneficios privados y pérdidas socializadas- y la igualdad de oportunidades en el contexto de la sociedad de mercado -que se lo digan a los pequeños accionistas cuyos ahorros terminan en manos de los tiburones del establishment bursátil-.
Es interesante que, en la cf, su visión ha sido de hecho bastante dominante mucho antes del ascenso del reaganismo-thatcherismo que les consagró a nivel mundial. Creo que tiene bastante que ver con las particularidades del lector de cf: la idea de que hay un discurso dominante -sea el del keynesianismo vagamente socialdemócrata, sea el de la superioridad de la literatura mainstream- que subyuga cualquiera alternativa creativa -sea la del individualismo que quiere sobreponerse a un sistema coercitivo, sea la de la cf como propuesta literaria innovadora- resulta muy atractiva para el fandom. Ese tonito neocon puede detectarse en obras de un variado abanico de autores: desde Ray Bradbury hasta William Gibson, pasando por Keith Laumer o, muy especialmente, Greg Bear.
Lo curioso del asunto es que, según vaya leyendo, supongo que la mayoría de los lectores aguardarán el momento en que dé comienzo a una diatriba en contra de Robert A. Heinlein, normalmente el escritor al que se ha acusado de fascista a lo largo de la historia del género. Sin embargo nunca he compartido esa idea, aunque no llegue a la boutade de Michael Moorcock de considerarle un izquierdista encubierto.
Los protagonistas de Heinlein son individuos solitarios que con frecuencia se enfrentan a una sociedad en la que, efectivamente, sus cualidades pueden verse coartadas por un sistema con matices socialistas -en realidad, muy poco socialista para un europeo-, que se presenta como tendente a premiar la mediocridad a fin de mantener un statu quo proteccionista. Sin embargo, mostrar esa lucha no es casi nunca el objetivo de Heinlein: sus protagonistas sólo se ven obligados a afrontar situaciones límite, que están causadas por lo general antes por personas equivocadas que malvadas. Esos personajes paternales sabiohondos de Heinlein están más bien entroncados con los personajes de la novela de aventuras tradicional, a lo Conrad o London; son gente de acción y, al igual que sería absurdo acusar a Lord Jim, hijo de su tiempo, de racista, me cuesta calificar a un Lazarus Long de fascista. Las ideas de Heinlein son directas herederas de la tradición individualista americana, representada por ensayistas como Ralph Waldo Emerson o Henry David Thoreau, aunque algo más escoradas a la derecha.
El otro “sospechoso habitual” es Cordwainer Smith, tanto por su vida personal en calidad de asesor de Robert F. Kennedy como por los argumentos de varias de sus historias, repletas de diatribas antiabortistas, denuncias de la brutalidad soviética etcétera. Sin embargo, no creo que a estas alturas, cuando sabemos lo que ocurría en la Unión Soviética en la época que Paul Linebarger escribía sus -para mí aburridísimas- historias, podamos considerar el oponerse a la brutalidad estalinista como síntoma de derechismo. En cuanto al aborto, véase por ejemplo lo que opinaba al respecto Philip K. Dick, que mantuvo una tremebunda polémica con Joanna Russ al respecto por su cuento “Las prepersonas”, en el que las madres pueden decidir la muerte de sus hijos hasta los nueve años. Y nadie, creo, acusa de derechista a Dick -que, por otra parte, no era precisamente un progre en lo ideológico, al margen de su experiencia vital-.
Personalmente, no creo que las ideas personales de alguien sean motivo suficiente para juzgar su literatura. Sin embargo, sí me molestan los escritores que emplean la narración principalmente como vehículo para ofrecerme argumentos que validen una visión ideológica que me repugna. No es el caso ni de Smith ni de Heinlein, pero sí de algunos escritores de cf soviéticos hoy afortunadamente olvidados o de varios santones de la cf estadounidense. Los casos más obvios son los de Poul Anderson y Jerry Pournelle, sólo o en compañía de Larry Niven.
El denominador común de sus obras más repelentes -en el caso de Anderson, la cima que yo recuerdo es Cosecha de estrellas; en el de Pournelle las famosas novelas militares, con pinceladas en Juramento de fidelidad o El martillo de Lucifer– es la consideración de que el triunfo individual sólo puede conseguirse a través del pisoteo de cabezas ajenas, las cuales importan aproximadamente entre cero y nada. El mensaje de fondo es claro: si no pueden pagarse la sanidad de su bolsillo, pues que se mueran…
A fin de no ofender al lector estadounidense, por añadidura los pisoteados son con frecuencia personajes de otros grupos raciales o nacionalidades, sumando tintes racistas a la carga de darwinismo social. Lo cual es, claramente, una diferencia importante con Heinlein, que casi siempre apostó por una meritocracia del talento, en absoluto ligada a condicionantes xenófobos.
Sin embargo, la gran patrona de la cf repelente es una autora que prácticamente ningún lector español de cf conoce: Ayn Rand. Considerada un referente en Estados Unidos -antes fuera que dentro del género-, en España sus voluminosas obras se encuentran reeditadas recientemente en editoriales poco conocidas y de intencionalidad mucho más política que comercial.
La rebelión de Atlas es una extraña distopía que termina cuando los empresarios se liberan de la tiranía de un estado que se dedica a cosas como dar sanidad a los pobres -a los que denomina “Los saqueadores”- para caminar, bajo un símbolo de dólar como estandarte, de vuelta a tomar Wall Street. Su lectura fue para mí un interesante viaje a la mente del enemigo. Por cierto que no encontré mucho allí, la verdad: sólo egoísmo, contradicciones, prejuicios, y una sorprendente cantidad de lugares comunes de tercera vendidos como Verdades Que Conviene Recordar. Antes de que alguien me diga que no puede juzgarse una obra literaria por su ideología, por favor, que le eche una mirada. Si es que lo encuentra para tomar prestado en una biblioteca, se entiende.
En _La edad de oro_ de John C. Wright, el protagonista es un trasunto del Howard Roark de _El manantial_ (también de Rand). Esto se traduce en que, por ejemplo, el héroe de la historia usa los argumentos autojustificativos que habitualmente encontramos en los villanos. A mí me pareció impagable.
Las ideas políticas de un escritor me dan igual, salvo que se trasladen a su obra, en cuyo caso ya no son las «ideas políticas de un escritor», sino las ideas políticas de una novela y, por tanto, puedo juzgarlas en el contexto de la crítica literaria. ¿La obra de Heinlein no está «en absoluto ligada a condicionantes xenófobos»?…
Por lo general, cuando se acusa a Heinlein de fascista se pone como ejemplo «Tropas del espacio», pero hay una novela suya más o menos olvidada que ofrece una visión muy cruda de la ideología del escritor: «Los dominios de Farnham». Para comprobar si Henlein era o no xenófobo hay que leer esta novela. Y os juro que os costará creer lo que estáis leyendo.
Heinlein era un personaje contradictorio y, jamás lo negaré, un extraordinario narrador con unas cuantas obras más que notables. Sin lugar a dudas, no era un fascista en el sentido estricto de la palabra; pero estaba muy, muy, muy, muy, muy, muy, muy, pero que muy a la derecha.
Es sorprendente como en la ciencia ficción aparece el «anarcocapitalismo» en un porcentaje mucho mayor que su implementación real. Probablemente es debido a que ha sido cultivado básicamente por estadounidenses, pero las utopías friedmanianas se hacen notar bastante en el género, casi más que la de signo político opuesto que, sin embargo, han tenido una mayor aceptación histórica.
Julián creo que la terminología que usas es un caos disparatado. La formulación liberales, fascistas, socialdemócratas, etc… ya es de por sí más mala que el Vista… Pero su intento de aplicación a la política mundial carece de sentido. El fascismo es, por ejemplo, un pensamiento basado en la socialización del individuo que no puedes ir aplicando así como así. Por ejemplo, lo que en España vendría a ser un socialdemócrata (al menos de siglas) en USA es un liberal…
Te olvidas de Orson Scott Card. Su penúltima novela EMPIRE es… indescriptible.
Sim, tu mensaje me ha dejado de verdad perplejo. Te recomiendo el artículo «categorization» en Wikipedia, aunque te advierto de que si lo lees en otras traducciones usarán distintos términos, lo que puede parecerte disparatado.
Gracias Martín-Romo, sigo tu consejo.
Otro que tiene tela es James P. Hogan, «Viaje desde el ayer» es una utopía anarquista «de derechas» tremenda.
Por no hablar de otro concepto con un tufillo muy fascistoide y muy de la CF: la dictadura de los científicos, los únicos «capaces» de gobernar con cabeza. Hogan juega a eso en «La máquina génesis»» pero ya Hoyle andaba en los 50 con esa idea en libros como «La nube negra».
Coincido con RM acerca de «Imperio». Absolutamente indescriptible. La iba a devolver, pero es un resumen tan bueno del pensamiento republicano paranoico autojustificativo xenófobo homófobo etcétera que me la quedo. Basicamente para, si conozco algún día a Miquel Barceló, preguntarle por la vomitiva hipocresía del prólogo.
Ahora, que la última de Domingo Santos en Nova, aquella de «El día del dragón» , también tenía unos huevos cuadrados. Y algún otro autor patrio del género no puede evitar dar su toque político sieeempre…
Por cierto, Larry Niven y Pournelle sí que lograron una fantasía derechista divertida en «Inferno». Y es que la cosa no es dar un tono político a las obras, sino saber darlo, y el esperpento de ese libro funcionaba la mar de bien con un universo fantástico francamente memorable. Lo suficiente como para que adore ese libro, con lo demagogo que es.
Ya que repito mis mismas recomendaciones, es aconsejable leer alguna de las novelas escritas por Pohl y Kornbluth para compensar ese mismo tono. El individualismo anarquista pero tremendamente solidario y la moraleja un tanto socialista pero desde luego anticapitalista de «El abogado gladiador» es uno de mis puntos débiles.
Hay muchos escritores que se valen de la CF para defender sus posturas ideológicas, pero suelen ser escritores menores. En el ensayo de Ferreras sobre el género, el autor elimina este tipo de obras del género y las denomina simplemente ficción científica. Señala que su característica principal es que se decantan de forma ostentosa por una postura política existente en la actualidad y la legitiman en una sociedad futurista que recrean en la obra. Si verdaderamente fueran CF negarían todas las posibilidades actuales, no se decantarían por el predominio de un sistema frente a otro, negarían todos.
Eso es MUCHO decir en un género donde obviamente se plantean problemas y se eligen posturas, creo.
Estoy de algún modo con Mikel. Son pocos, a mi juicio, los que defienden abierta y explícitamente posturas personales en un texto de ficción. Es más común el uso de ideologías para el desarrollo literario, a pesar de que implícitamente las posturas influyan en los textos. Otra cosa es que a partir de entrevistas con los autores analicemos sus obras queriendo buscarles a ellos. Pero volvemos, como siempre, a la falacia de la intención del autor y a creer a tipos cuyas obras suelen ser por lo general más interesantes que ellos mismos, salvando excepciones.
No obstante, en la mayor parte de los casos, sí considero que resulta muy arrogante relacionar de manera estricta un autor de cf con una postura ideológica política. El ejemplo citado de Dick me parece muy ilustrativo.
A lo que se refiere Ferreras, precisamente, es a que lo interesante del género es que tiende a no dejarse arrastrar por ideologías anecdóticas. Vamos, que se le quita mucho de la gracia, aunque se haya hecho alguna vez. Precisamente, por eso llaman tanto la atención los ejemplos que cita Julián.
Yo no sé si tiene algo que ver, pero en la biblioteca en que trabajo han aparecido hoy mismo dos desideratas (peticiones de usuarios) solicitando que compremos «La Rebelión de Atlas» de Ayn Rand.
Tendremos que hacerlo. El usuario manda mientras haya presupuesto.
Entonces, si lo que decís, Mikel y Fernando Ángel es cierto, ¿la propia «literatura prospectiva», con una intención «admonitoria» es una literatura menor? Prácticamente toda utopía y distopía parte de un posicionamiento político y, casi siempre, te cuenta lo bueno/malo de ello, sea Estrella Roja, La rebelión de Atlas o Rebelión en la Granja. A mí me parece que no, independientemente de si comparto la ideología o no.
Por otro lado, siempre se pone a Gibson y los cyberpunk del lado del ultraliberalismo económico, pero a mí me parecen más bien opuestos a él. Simplemente extrapolan lo que estaba sucediendo durante la era Reagan-Thatcher y lo llevan al extremo. Y no pintan un futuro luminoso, sino más bien gris, en el que los héroes son gente que no acepta ese sistema. Stephenson en Snow Crash es más sospechoso, quizá, pero es una parodia del cyberpunk así que no sé si califica…
Estoy con Joserra en su percepción del cyberpunk, y de hecho haría una reducción al absurdo: la referencia principal del cyberpunk es la serie negra, y esa es, tradicionalmente, rojaza. No entiendo qué se le puede ver de derechismo a Gibson. Ya no digo de Sterling, quien presenta la anarquía en sus relatos como casi una catarsis.
Joserra, creo que reducir cualquier literatura prospectiva a una ideología clara y explícita de nuestro mundo es bastante, bastante reduccionista. Desde luego, significa perder de nuevo de vista que la literatura es literatura.
Del mismo modo, reducir la novela negra a «rojaza» tampoco me parece demasiado ilustrativo. El cinismo (que define muy bien a la novela negra) es una visión del mundo muy conservadora en muchas ocasiones, aparte de que sus actitudes hacia muchas cuestiones sociales no son precisamente «respetuosas» con quienes piensan de otro modo. No estoy diciendo que la novela negra sea «de derechas», sino que los límutes son difusos.
Existen, por cierto, ya muchos trabajos donde se duda de las tendencias políticas de la ciencia ficción, hacia un lado o hacia otro: de Alberto García-Teresa recuerdo uno muy bueno, de Disch, de Kessel, este de Julián… Unos la ven muy «conservadora», otros muy «progesista». Mi conclusión sigue siendo la misma: los vaivanes se deben a que las mejores obras de cf son literatura, no panfletos. La mejor cf, en mi opinión, es la que plantea sociedades que no se rigen bajo nuestra perspectiva porque son otros mundos, otras sociedades, con otros esquemas y me hacen pensar.
A mi juicio, lo que caracteriza ideologicamente al ciberpunk es EL PUNK (al menos en la fundación del movimiento). Entendido como una premonición nihilista del futuro, donde los proyectos sociales (bien común) quedan trascendidos por el bien individual. En un escenario así, el Estado-Nación carece de sentido, el poder es para el más poderoso y la economía se convierte en una lucha de todos contra todos a lo Maquiavelo en la que o estás dentro o estás fuera, en el underground, que por cierto fue la posición por la que apostaron los punks hasta la desvirtualización del movimiento.
Como dice el clásico: si te interesa una obra, no te empeñes en conocer a su autor.
Mi propia experiencia me ha confirmado en muchas ocasiones que por lo general los escritores (de CF o de lo que sea) son mucho menos interesantes que los libros que escriben. Y más a menudo de lo que parece escriben sobre ideas que no les interesan especialmente más que desde el punto de vista de su rentabilidad literaria (o comercial, para que el libro se venda más).
Por lo demás, no entiendo por qué un libro en el que se defienda un tipo de utopía socialista o anarquista puede ser más respetable que otro en el que se defienda una utopía fascista. Ambos son extremos, ambos pueden ser basura o pueden ser interesantes. Se supone que todos somos mayores y somos capaces de diferenciar la propaganda de la literatura y que podemos sacar la lección. No caigamos en el absurdo de la Aído prohibiendo los cuentos infantiles porque son poco políticamente correctos.
«Del mismo modo, reducir la novela negra a “rojaza” tampoco me parece demasiado ilustrativo. El cinismo (que define muy bien a la novela negra) es una visión del mundo muy conservadora en muchas ocasiones, aparte de que sus actitudes hacia muchas cuestiones sociales no son precisamente “respetuosas” con quienes piensan de otro modo. No estoy diciendo que la novela negra sea “de derechas”, sino que los límutes son difusos.»
Un momento, no. La base de la novela negra es la crítica social, y eso precisamente toca las narices a los conservadores. Que no hablo de detectives con gabardina, sino de tramas chungas de maleantes solidarios entre ellos o no, como William McGivern, Bill S Ballinger, David Goodis, Horace McAvoy, W.R. Burnett, esa panda. Y si me metes a Chandler aquí o a Hammet, no, conservadurismo no veo. ¿Libros donde la gente está así de mal por el funcionamiento corrupto de las instituciones capitalistas? Na, no lo veo.
Ni por un momento he pensado en detectives con gabardina ni en mi mensaje encuentro ninguna referencia a ellos.
No creo que sea malo el que un autor tenga una ideología y la defienda. De hecho, normalmente categorizamos a los autores en función de un rasgo o dos de carácter de su obra, sin profundizar mucho más. A Dick lo llamamos surrealista, o alucinógeno, y cuando queremos leer una obra que reúna estas características cogemos una de las suyas del estante. Lo de Lovecraft lo llamamos horror cósmico, y ninguna obra para expresar el terror a las vastedades del espacio (interior o exterior) como las suyas. El mercado y la crítica ha tendido durante cincuenta años a usar uno o dos adjetivos para clasificar la obra completa de los autores, y no es de extrañar que estos adjetivos a veces nos pongan nerviosos.
En fin, que me parece muy bien que Ayn Rand sea repelente y Heinlein tan pro americano que al final se sitúe, como Reagan, tan a la derecha como Mussolini. Me daría mucha más pena que en una biblioteca sólo hubiese ideologías políticamente correctas llenando los estantes. Qué aburrido sería eso.
No, no. No la reduzco a una única ideología, ni mucho menos. Pero sí es cierto que en la literatura prospectiva, según la definición hay un propósito «admonitario», estemos o no de acuerdo con él. Habéis dado a entender tanto Mikel como tú que cualquier muestra de ideología personal «clara» de alguna manera da menos valor al texto literario.
Lo que a mí me sugiere eso es que las distopías y utopías y, en general, cualquier texto «prospectivo» que suelen tomar partido ideológico respecto a un asunto concreto de forma clara por tanto, no es tan «literariamente válido» como otro. Tal vez interpreto algo mal.
Por ejemplo, 1984. Es una obra claramente ideológica. Que refleja claramente la ideología del autor, además. ¿Es por ello «peor»?
Estoy con Victor Conde. La ideología de un autor es parte de su arte, sea de origen religioso, político, económico o social. O todo junto. El artista es un ser humano expresando sentimientos e ideas, construyendo mundos de reflexión o de entretenimiento, basados siempre en alguna estructura ideológica que le es propia. Si vamos a comenzar a exigir que la literatura, y por tanto el arte, sea ascéptico, estaremos cercenando una de sus estructuras vitales y mucho de lo que en primer lugar le ha dado vida. Son escritores, no investigadores bioquímicos. Y sin embargo, todo el mundo sabe que el científico no puede abstraerse por completo de sus estructuras mentales y sus valores, aunque tenga el deber de ser objetivo. ¿Por qué vamos a exigirlo en el artista, que tiene completa libertad de expresar por medio de su arte todo el universo de ideas, sentimientos y prejuicios que lleva por dentro?
Otra cosa es que no compartas la ideología de un autor en particular. Puedes, entonces, abstenerte de leerlo. Puedes denostar las ideas que defiende en sus libros. Pero censurarlo, eso no. Y devaluarlo desde el punto de vista artístico, menos, pues a la postre, el resultado final -la obra en sí- puede que tenga la capacidad de ir más allá que el autor o las ideas que le dieron origen, precisamente porque goce de otros valores que la enriquezcan…
Joserra, no encuentro dónde he escrito que una «que cualquier muestra de ideología personal “clara” de alguna manera da menos valor al texto literario».
Copio y pego mis propios comentarios:
«Reducir cualquier literatura prospectiva a una ideología clara y explícita de nuestro mundo es bastante, bastante reduccionista». «A lo que se refiere Ferreras, precisamente, es a que lo interesante del género es que tiende a no dejarse arrastrar por ideologías anecdóticas.»
Hablaba solo de la cf y describía un estado de las obras del género y de una interesenta potencialidad del género, en cuanto a que siempe se trabaja una sociedad alternativa y lo que queda no suele ser identificable claramanete con una ideología que conozcamos.
Sí, 1984 trata ideologías, pero no defiende una ideología ni exige su planteamiento sobre cómo debería ser el sistema poítico y económico; usa otra como base de crítica. Y es de las escasísimas obras que funde ficción con ideología de modo correcto y, lo más interessante y por lo que funciona, es que la mayor parte de la gente la lee y la disfruta sin saber que es una crítica al estalinismo. Pero no es lo normal , autocitando lo de arriba: reducir 1984 a una ideología clara y explícita de nuestro mundo mundo es reduccionista. 1984 no es un panfleto. De todos modos, sí existen algunas obras de cf que exponen ideologías. Pero no lo veo como la «mayor tendencia».
Tampoco leo por ningún lado una defensa de una literatura aséptica. Copio y pego mi propio comentario:
«Son pocos, a mi juicio, los que defienden abierta y explícitamente posturas personales en un texto de [ciencia] ficción. Es más común el uso de ideologías para el desarrollo literario, a pesar de que implícitamente las posturas influyan en los textos.»
En cuanto a las ideas tratadas, no creo que nadie -ni Julián en el texto original- haya defendido aquí que haya que escribir ideologías políticamente correctas.
Una vez más, diferencio entre «panfleto» y «literatura influida por ideologías». Creo que hay un largo camino entre ambos tipos de obras.
¿Cómo no van a influir las ideologías en las obras? Es de cajón que influyen. No he escrito que no influyan.
Por cierto, lo de que el horror cósmico es una ideología me ha llenado de… horror cósmico.
Entiendo, por otra parte, que resulta mucho más cómodo leer una obra y pensar: «Este es de los míos» y leer otra y pensar: «Este no es de los mios».
Pero eso no es literatura.
Hombre, por poner ejemplos mencionados : en «Cosecha de estrellas» la parte política, esa sublimación de la empresa como base de la sociedad, todo ese tufo a demagogia y demás es mala literatura. No porque ideológicamente me resulte muy molesto, sino porque lo plantea como única opción válida, y encima de una forma muy paternalista.
Ahora, ya en «Imperio» de Orson Scott Card la política destroza totalmente el -sí – divertido universo pulp que describe. Que haya personajes que te cuenten que la culpa es de los europeos por su arrogancia, y que hablen de lobbys gays, sinceramente, es como para mandarle a la mierda a Scott Card, a Barceló y a todos los que puedan defender tamaña basura. No hay ambigüedad. No hay preocupación por el destino de La Sociedad, sino por la defensa de unas ideas basadas en prejuicios. No es una parábola anticomunista, es un panfleto. Creo que son cosas fáciles de distinguir.
Y en el caso de «Cosecha de estrellas» me fastidia doblemente, porque anda que no es fascinante la forma que tiene Poul Anderson de ver el cyberpunk de George Alec Effinger…
Utopía y distopía suelen ser las dos caras de la misma moneda. Lo que para unos es el ideal a otros les llena de horror. «1984» puede que sea la mejor distopía nunca escrita pero es posible que para determinados políticos no sea así. Stalin y Mao creían en lo que hacían.
De la misma forma los libros de Rand, Heinlein, Anderson, Card a nosotros nos llenan de espanto pero a ellos les parece la sociedad correcta.
Creo que eso hace que las utopías estén un tanto olvidadas, por qué, en su mayoría, suelen plantear unos modelos pretendidamente universales pero que a muchos les acaban poniendo los pelos de punta.
Sólo hay que releer a Platón o Tomas Moro, las cosas que proponen son, en esencia, espeluznantes.
En cambio, algunas utopías describen un mundo ideal para luego demostrarte que detrás de esa perfección hay algo que apesta. Ese tipo de libros me parecen muy interesantes y muy inteligentes. Ejemplo serría el recientemente publicado de Bogdanov o «Venus más X» de Sturgeon.
Cuando alguien me presenta algo como perfecto y maravilloso sin explicar las pegas, me mosqueo, sea de derechas o de izquierdas.
Iván, coñe, que repito: no es lo mismo una utopía/distopía/ucronía/whatever basada en preocupaciones sociales que una basada en prejuicios. Se nota un montón.
Los prejuicios para uno pueden ser preocupaciones sociales para otros.
Y un elefante puede ser un rinoceronte.
No, Iván, depende de cómo se plantee el problema en la novela. Es lo que diferencia algunas novelas de Pournelle de otras, o unas de Card de otras. Mira, cojo a Orson Scott Card, que a veces muestra su preocupación por la familia, el orden, la sociedad, y a veces simplemente hace discursos de barra de bar. O el mismo Domingo Santos en «El día del dragón», que parte de una hipótesis que poco a poco se va desentramando hasta que desintegra cualquier momento de empatía del lector haciendo un discurso sobre lo temible del mundo chino, en plan demonizador.
No es lo mismo, yo que sé, decir «los funcionarios deben sacrificarse por el resto del país» que «los funcionarios, encima que viven bien y son unos vagos, no deberían quejarse por la bajada de sueldos». Por poner un ejemplo.
No todo es relativo. Un prejuicio es un prejuicio, no una manera tan moralmente válida como cualquier otra de ver las cosas. Por consenso histórico, se llega a concluir qué valores humanos son moralmente aceptables y cuáles no. Algunos juicios y apreciaciones ideológicos carecen de base incluso desde la demostración científica. Y no fruslerías, sino asuntos tan cruciales en nuestra Historia como el racismo por ejemplo. O sea, que no, que a veces lo que para uno no es humana e ideológicamente válido es que no lo es, se ponga como se ponga el otro.
El problema no es que el autor defienda una ideología: es cuando ridiculiza las contrarias, o las ignora, o las vilipendia, para defender la suya propia. No hay ningún intento de objetividad: es panfleto. En la CF, se marcan las cartas cuando se presentan sociedades cuya única alternativa para sobrevivir es la que propone el autor. En el caso de Card que nos ocupa, es un puro panfleto porque es todo de mentira, una película de Chuck Norris: los liberales (o sea, los del partido demócrata) son malos, gays, antiamericanos, antipatriotas. Y los conservadores son los que encarnan todos los valores de América.
Cómo será la novela que el propio Card, al final, juega al equívoco porque me da que es consciente de que se ha pasado un pelo: en el fondo, todos son americanos embaucados por un listo.
Y ojo que hay segunda parte.
El caso de Ann Raynd se ve muy bien en sus discípulos: los tebeos de Spider-Man de Stan Lee y Steve Ditko. Lee no tiene ideología. Ditko es discípulo de Raynd: defiende el individualismo a ultranza, al héroe que nunca se equivoca frente a la sociedad que está equivocada.
Ditko sale de la editorial porque Lee empieza a darse cuenta de que está creando a un monstruo. Ese Peter Parker va camino del fanatismo, y lo que a la editorial le interesa es el melodrama.
Ditko se va y crea otros personajes: para Charlton, su versión derechista de The Spirit: The Question. Y luego el terrible y ultraderechista Mr. A. Los dos personajes sirven luego para crear Rorschach de Watchmen.
Lo cual, vale, está muy bien defender al héroe individual que cree en lo suyo. ¿Pero y si el héroe está equivocado?
Es divertido que en ese pedazo de serie, Madmen, los publicistas de Madison Avenue tengan el libro de Raynd como guía.
Aaah… Rorscharch… ¡qué personaje tan interesante! Y tan espeluznante… Y pensar que hay tantos como él dando vueltas por el Pentágono y el Capitolio…
Siento no tener las ideas tan claras como algunos de los participantes de este hilo pero, me temo, es un mal que padece mucha gente en nuestros días. Una cosa es lo políticamente correcto, lo que la gente dice públicamente y otra lo que realmente piensa.
Es también una pena tener que disentir con Kaplan y su fe en la racionalidad humana a la hora de afrontar ciertos temas. El racismo estará muy feo, que no digo que no, y científicamente es indefendible, que también, pero la gente sigue siendo racista, contra viento y marea.
Si yo suelto la frase: el país se está llenando de moros (y perdonad un lenguaje tan crudo y, a la vez, cotidiano), indico un prejuicio.
Si digo: la llegada masiva de inmigrantes con una cultura diametralmente opuesta a la nuestra pone en riesgo nuestros valores y tradiciones, entonces, estoy señalando una preocupación social.
La diferencia es muy fina y muy delicada, algunos pueden tener las ideas claras al respecto, otros no y, desde luego, el consenso a nivel social brilla por su ausencia. Aquí y en cuaqluier otro rincón del mundo. Por supuesto, no sólo con ese tema.
Personalmente opino que en ese terreno, en la tierra de nadie entre una postura y otra, es donde debería situarse una buena distopía/utopía, una que mostrase las dos caras del problema y que se pantease más preguntas que respuestas, más dudas que certidumbres. Literariamente hablando me parece mucho más atractivo que no un modelo de «como deberían ser las cosas» sin fisuras ni costurones.
Eso que deseas, Iván, es precisamente lo más difícil: se llama equidad. Y pocos seres humanos son equitativos. :)
No, seamos justos: nadie es equitativo. Pero al menos en el segundo ejemplo das impresión de serlo, intentas disfrazarlo algo, no tomas como tonto al lector, no haces ese tono de Heinein de «chavalote, déjame que te explique algo acerca del mundo, siéntate y escucha, que lo que dicen por ahí no son más que paparruchas…»
P.D. me encantan estas discusiones
No tengo yo esa visión de Heinlein, sí, es paternalista, especialmente cuando sale su protagonista estrella «el viejo de la montaña», pero también es inteligente, sus argumentos van más allá del prejuicio y suelen estar muy bien montados. De hecho, cuando leo uno de sus libros, la suspensión de la incredulidad va más allá de la CF y llega hasta lo ideológico. Luego, cuando acabo y reflexiono, se me ponen los pelos de punta cuando soy consciente de que cosas me he tragado.
Con Niven y Pournelle, por ejemplo, no me pasa, se les ve demasiado el plumero.
Por cierto, yo, en literatura, no pido equidad, pido buen hacer, aunque, claro, los buenos escritores son tan escasos como los hombres justos. Vaya, eso podría ser una cita talmúdica apocrifa ;)
No veo más paternalista a Heinlein que a Asimov o a Le Guin o a multitud de escritores que usan el recurso de un personaje que sintetiza una tesis sobre la humanidad o la sociedad con un monólogo en un momento trascendente de la obra.
Otra cosa es que a uno le gusten la tesis de Clarke o la de Lovecfrat (otros ejemplos) y no la de Heinlein. Pero paternalistas son muchísimos. Ese es, por cierto, uno de los «defectos» (o, digamos, recursos burdos) más habituales en las obras de ciencia ficción.
Lo interesante es que también en la ciencia ficción a menudo el recurso se contradice con el desarrollo del texto, dando lugar a una visión interna contradictoria de la sociedad, dando lugar a las obras más interesantes y escapando así de lo panfletario.
Quizá el paternalismo sea undefecto común a mucha CF pero, en mi opinión, Heinlein lo convierte en una marca de fabrica con ese «viejo de la montaña» tan habitual en muchas de sus novelas.
Ese tipo de protagonistas no son tan habituales o burdos en otros autores como Asimov y, de hecho, LeGuin no me parece un buen ejemplo. «Los desposeidos» (una magnífica utopía/distopía) es cuaqluier cosa menos un ejercicio de paternalismo, la duda se cierne sobre toda la novela.
La cuestión
Es que, Iván, el ejemplo que pones consta de dos juicios diferentes. El primero está basado en un prejuicio racial, el segundo en unas circunstancias sociales, económicas y culturales, es decir, en un (para mí, no para otros) prejuicio nacionalista. El segundo puede discutirse, pero el primero es humanamente inequívoco. Está mal, se ponga como se ponga la otra parte, no es una cuestión de relativismo. Así que una obra de arte que lo defienda queda retratada ipso facto.
Lo que me lleva a la cuestión de fondo que subyace en todo esto, y que a mí particularmente es la que más me interesa: ¿es el contenido ideológico determinante en la apreciación cualitativa de una obra de arte? ¿Cuenta como elemento pesante en los valores literarios? Es una cuestión muy complicada. Por un lado, he disfrutado mucho y he visto grandeza y me he emocionado con obras que representaban una ideología repugnante. Por poner un ejemplo paradigmático (aunque hay otros muchos), El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl. Me emociona, me impresiona, que es lo que persigue una obra de arte. Eso me induce a pensar que el contenido ideológico no es determinante en la calidad de la obra, y por tanto debería ser mencionado en un aparte en cualquier crítica artística, como algo anecdótico.
Por otra parte, una de las cosas que más se valoran en una obra es su atemporalidad. Si defiende valores como el machismo, que con el tiempo se demuestran no universales, que se acaban desechando, la obra no es buena y se pierde en el olvido. «Ha resistido mal el paso del tiempo», decimos. Por tanto, el que los valores internos que defiende sobrevivan al tiempo debería ser un baremo válido para medir la calidad de su contenido y por tanto del todo. Si consideramos que no es un asunto de acierto predictivo, sino de sintonía del autor con la cuestión humana, es indudable que se trata de un elemento cualitativo. Creo que este asunto merecería mil debates a fondo.
Tienes razón, Kaplan, mi primer ejemplo es racista y el segundo, aparentemente, no. Sin embargo, a donde quiero llegar es que como decir «hay mucho moro» suena horrible y no vende, entonces se utiliza la segunda frase que, además, posee un marchamo de preocupación social muy aparente.
La dictadura de lo políticamente correcto, ya se sabe.
Estoy de acuerdo contigo al 100 % que los valores literarios de una obra son los que la hacen perdurar. A mi me emociona mucho del cine soviético mudo (Eisenstein, Pudovkin) pero, obviamente, no desearía vivir en la antigua U.R.S.S.
Sin embargo, esta reflexión tuya cae en una cierta contadicción. Dices que aquellas ideologías pasadas de moda hacen perder valor a la obra. No lo veo claro, a fin de cuentas, nada más pasado de moda que el nazismo y El triunfo de la voluntad sigue siendo imprsionante.
Claro, claro, de eso se trata. Expreso dos sentimientos contrapuestos, dos argumentaciones contrarias porque yo aún no lo tengo claro. Por eso digo que me encantaría asistir como oyente o lector a un debate sobre el tema.
Pero es que también la obra artística suele ser valorada en tanto es capaz de transmitir o perfilar los valores y la mentalidad de toda una época histórica, aunque dicha mentalidad ya no tenga cabida en el entorno presente del lector…
Resulta curioso que hemos dicho en reiteradas ocasiones que el individualismo a ultranza, por encima de los valores colectivos o de la cooperación con la comunidad (es decir, el yo me lo guiso yo me lo como llevado al extremo) es un síntoma de fascismo, un rasgo de carácter de los héroes de escritores fachas como Heinlein. ¡Pero justo en eso se basan todos los súper héroes de la historia! Batman, Supermán, Spiderman, los X men… Todos son individuos que actúan por su propia cuenta y riesgo al margen de la ley, epítomes del individualismo a ultranza. Y yo me pregunto, ¿es Batman un personaje Heinleiniano? :)
Sí, pese a la contundencia del formalismo ruso y del new criticism (aceptados hace casi ochenta años), todavía hay quien usa la literatura para estudiar historia y defienden que estudian literatura. Sí, sí, de todo hay…
Por fortuna, cada vez somos más los que usamos la literatura para estudiar literatura y dejamos la historia a los historiadores.
Mi respuesta era a la observación de Laura, pese a que ha entrado antes el de Víctor Conde.
Aprovecho para responderle: sin pensarlo mucho, así a bote pronto, Batman no sería en mi opinión un personaje heinleniano. me parece mucho más radical, sobre todo el del Dark Knight. No le veo a Heinlein escribiendo personajes en esa línea, aunque es cierto que solo he leído las ocho o nueve novelas más importantes de Heinlein y casi todos sus cuentos.
Mucho menos le veo guonizando el All Star Batman (de Miller), quien no duda en matar indiscriminadamente policías a los que no conoce, pues da por supuesto que están corruptos. Desde luego, de por sí, muchos de los superhéroes son más reaccionarios e intolerantes y antisistema que los personajes de Heinlein.
Y, sin estar de acuerdo con la ideología de ninguno de esos Batmans, Lobeznos, Questions, Punishers… (ni con la del 300 de la película) (ni con el endiosamiento tópico del americanismo de Casablanca) (ni con la citada película de Riefenstahl)… Me encantan esas obras.
A mí también :)
Pero yo no me refería a los que usan la literatura para estudiar otra cosa (como la historia), sino al valor integral de toda obra artística, desde la Venus de Milo hasta las novelas del año pasado. Quiero decir: todo cuenta.
Eso no quita que puedas disentir de la estructura de valores o de la mentalidad esbozada o defendida por un mundo narrado y sus personajes…
A mí los superhéroes siempre me parecieron bastante infantiles, por cierto. Incluso los X-Men (aunque éstos sí que me gustaban)…
A ver, Batman juega en otra liga, y de hecho Mark Millar tiene mucho más ingenio del que parece a primera vista cuando en «Superman Rojo» le caracteriza como un terrorista anarquista. El acto individual no siempre tiene por qué ser un síntoma de fascismo, y si partimos de esa suposición acabamos con un festín de falacias argumentativas que pueden justificar que David el Gnomo sea fascista. Y no.
Por otro lado, joder, hay una diferencia gigantesca de tono entre Leguin y Heinlein (aparte de que la primera suela ser un poco bastante más indigesta). Vamos, Fernando, no ver las diferencias entre personajes de Leguin, Tepper o Joanna Russ y los de Heinlein (o no ver como unas exageran intencionadamente el discurso mientras el otro lo hace parecer un discurso moderado) creo que ya es demasiado.
Superman Rojo, en contra de lo que al parecer opina la mayor parte de la gente, siempre me ha parecido un comic malísimo, en el que Millar demuestra que en el fondo no entiende para nada el personaje de Superman.
Según él, si la nave de Kal El cayese en la Unión Soviética, a Superman no le habría quedado más remedio que convertise en una marioneta del Estado, que es lo que sucede en ese comic. Pero si cae en los Estados Unidos puede mantener su individualidad y seguir actuando al margen de la ley, como un justiciero en la sombra. Como si los USA de los años 50 no fuesen tan paranoicos y persecutorios como la URSS de su época.
Vamos, que ese argumento dice mucho de la opinión distorsionada que Millar, como muchos americanos, tiene sobre su propio país.
Risingson, yo solo he mencionado a Le Guin entre las que citas, pero Joana Russ me parece tan sospechosa como Heinlein, cada uno con lo suyo.
En fin, lamento que, «joder», te parezca «ya demasiado» mi análisis.
Pero puedes comprobarlo con poco que leas cf y tomes menos café. Se trata casi de una característica común en muchas novelas del género. No citaré ejemplos de cf española (donde sobreabundan a niveles vergonzosos, pero es que me aburren los subsiguientes ataques de honor patrio), pero citaré:
muchos cuentos de Asimov sobre las leyes de la robótica, cuentos de Fredric Brown con monólogos sobre la vida, La fragua de dios (salpicado por toda la novela), El instante Aleph (caso especial y aburridamente significativo, ¡qué horror!; demasiadas páginas para citarlas), Farenheit 451 (pp. 96-102, de edición de 1992), Fuentes del paraíso (pp. 62-64 de Ultramar), Super-Cannes (p. 259) o La mano izquierda de la oscuridad (pp. 90-91 de edición de 1993). Por cierto, alguien por ahí ha relacionado mi comentario con Los desposeídos también sin que yo la citara (no la tengo fresca). Esto de jugar a adivinar las cosas que uno piensa, pero no dice parece que se va convirtiendo en una moda en esta web.
Por cierto, tenía ya los datos porque estudié precisamente este recurso hace tiempo y porque voy a publicar precisamente un artículo sobre hard donde cito esto, entre otras tendencias del hard.
Mark Millar es escocés. Y, evidentemente, si somos fruto de nuestra educación y nuestro entorno, es obvio que si Superman hubiera caído en otro sitio distinto a Kansas habría sido otra persona distinta. Imaginad si hubiera caído en Berlín…
Sí, lo que quiero decir es que Millar (escocés, ok) se equivoca al postular un cambio tan radical de actitud en el personaje si éste hubiese crecido tras el telón de acero. En mi opinión, si logró mantener su individualidad en un estado ultraconservador como Kansas y en un país ultraderechista como la América de los cincuenta, la habría conseguido mantener también en la Unión Soviética.
De todos modos, te diré que la moda de saltarse los orígenes y el carácter de Superman a la torera y presentarlo como un pelele del gobierno la inauguró Frank Miller en los ochenta, con sagas como «Legends». Pero está claro que Miller odia a Superman y hace con él lo que le da la gana, en favor del personaje que sí que le gusta, que es Batman. Millar es un digno heredero de Miller (vaya juego de palabras) en este sentido.
Perdón, quise decir «dark knight». Legends es de Byrne, otro que tal…
A ver si me releo el Superman Rojo y puedo defender el tebeo, pero no creo que Millar odie Superman, sus «Superman Adventures» no están mal y son más o menos respetuosas con la imagen clásica del personaje.
Disculpa Fernando Ángel pero a leer el pensamiento jugamos todos, incluido tú. He sido yo el que he citado «Los desposeidos» y te lo he puesto como un ejemplo de que la obra de LeGuin es bastante diferente a la de Heinlein, paternalismo incluido.
En ningún sitio he dicho que ese libro en concreto fuese el que tenías en mente al hablar de esa buena señora. Eso ya ha sido cosa de tu telepatía que, como puedes observar, debe ser un superpoder muy contagioso.
Victor, me temo que Superman ha dado cientos de giros sobre sí mismo desde que fuera creado en el 38. Y la imagen que hoy queda se debe, quizás, a la peli y al revisionismo de Byrne post-Crisis. Cualquier tebeo anterior nos muestra… pues eso, a un señor americano, tremendamente conservador, defensor del American way of life como nadie. Puro Kansas. Un tebeo para niños hecho por adultos que se aburrían y que no entendían, porque no existía, de continuidades ni de historias pasadas: Superman solo vivía en el eterno presente de Eisenhower.
Iván, cuando se pone un solo ejemplo de obra como respuesta a una opinión sobre la trayectoria de una autora… O juegas a telepatía o estás respondiendo al tuntún, a «pues en esta no se cumple». Aiiinnnsssfff…
He preferido pensar en la telepatía.
RM, es totalmente cierto lo que dices. Lo único que yo digo es que creo que Millar se equivoca cuando le concede tanta importancia al cambio de escenario de Superman, y a que ésto sería capaz de crear un monstruo soviético tiránico, cuando esas mismas posibilidades existían cayendo en Kansas, y no fue así.
Teniendo en cuenta que una de mis primeras propuestas para DC fue contar que Kal-El caía en Alemania, era la mano derecha de Hitler, mataba a Lois Lane haciendo descarrilar un tren, le ofrendaba un funeral vikingo al Führer en el Reichstach y, al final, se entregaba a los rusos para pasarse a su bando…
Pues eso, que no estoy de acuerdo contigo :)
No veo a Millar como un tipo al que le preocupe ser equitativo. Más bien le veo pensando «¡Que no molaría un Superman soviético!». Millar es puro espectáculo.
Y si hubiera caído en España, por la misma regla de tres… se habría convertido en… ¡superlópez! ¿O en el capitán Sevilla?
Fernando, cuando el tema sobre el que se habla son las utopías/distopías y en la obra de LeGuin hay un libro canónico al respecto, no es telepatía ni decir cosas al tun tun, es sentido común.
Iván:
1. No hablábamos solo de utopías/distopías. El título del texto de Julián habla de cf y en tus mensajes hablas de cf.
2. La decisión de que Los desposeídos es LA obra canónica lo has decidido tú como decides todos tus juicios de valor en cada crítica que escribes: por adivinanza o al tuntún, que tú luego justificas diciendo: «sentido común». Es decir: «porque es así y punto». Puedo citarte ejemplos que ya discutí contigo en Hélice y que no te daba la gana cambiar porque «eran de sentido común». Ese tipo de referencias al «sentido común» es lo que da mala prensa a quienes analizan obras literarias.
3. El hilo que seguía era el de Le Guin y Asimov de mi comentario, donde hacía referencia a recursos empelados por autores. Así que como siempre, o respondes al tuntún o montándote tú tu paranoia.
Dicho todo esto, la verdad es que tampoco tiene demasiada importancia. Lo mío era solo una ironía más o menos sutil respecto a la improcedencia de tu ejemplo.
Pero, en fin, podemos seguir discutiendo el sentido literal de mi comentario (sentido literal poco importante) para aburrimiento del personal.
Así que te anulo la ironía y te respondo directamente: Pues muy bien, Iván, en Los desposeídos a lo mejor no se cumple. Ni puta idea, porque hace mucho que no la releo. En otras de Le Guin sí se cumple.
Aiiinnnnsssfff…
Veo con cierta desazón que no has leído mis cómic de Ibera Inc y Triada Vértice. En ellos Supermán (o el nicho de Supermann) lo llenaba Aquaviva.
¿Eres el autor de esos cómics, RM? Vaya, no lo sabía. Lo cierto es que no los conozco, pero ahora mismo me voy a poner al día. Me encanta conocer a gente relacionada con ese mundillo.
Fernando Ángel, dejo aquí el hilo por qué veo que no va a ninguna parte y por qué estás entrando en el terreno de lo personal sacando a relucir historias que no vienen a cuento con el tema a tratar y que, si te soy sincero, ni siquiera sé muy bien de que van. Veo que comentarios hechos hace ¿tres, cuatro años? que sencillamente eran una discrepancia sobre como afrontar una crítica (y hablo de oidas por qué, te vuelvo a repetir, no sé muy bien de que estás hablando) parece que a ti te han dolido de una forma desmesurada.
Da la sensación de que no estás muy acostumbrado a que te digan que no a según que cosas. Tu mismo.
Por cierto, yo nunca he dicho que Los desposeidos sea LA obra canónica, dije que es canónica, en un hipotético canon donde podrían caber otras muchas.
Y en cuanto a la calidad de mis críticas y mi forma de analizar determinadas obras literarias, pues vale, pues serán una porquería pero sigo sin tener muy claro a cuento de que vienen en este debate.
Parece que no te gusta mucho el paternalismo en la CF, te entiendo a mi, personalmente, en la vida cotidiana me toca mucho las narices y lo soporto lo justito. De hecho, después de haber leído muchos mensajes tuyos plenos de ironía y sabiduría, he decidido que mi cuota de paternalismo por este lustro va bien servida, así que, a partir de ahora me da que va a leer tus aportaciones otro, servidor lo deja.
Sic transit gloria mundi
Disculpa mi ignorancia comiquera, prometo que ahora mismo me pongo a buscarlos en mi librería habitual.
Como no te los descargues de internet…
Esa era una opción extrema, para el caso de que no pudiera encontrarlos ni mandarlos a pedir. Pero quería dejarla para el ultimísimo caso.
Vale, RM es Rafa. Ahora lo entiendo todo :D
Iván, creía que había quedado claro, cualquier pregunta que te hagas sobre mis contestaciones a las tuyas se responde a mi dentera al acientífico, sentencioso e irrebatible término: «de sentido común» por el que te guías en tus valoraciones.
Hasta otra.
Y dos huevos duros…
Pues me perdí… ¿Qué era el asunto entre Los desposeídos y las otras obras de LeGuin? O sea, ¿dónde es que ella es «paternalista», dónde es que se diferencia de Heinlein? ¿O lo entendí al revés?
Víctor, yo creo que si Superman hubiera caído en la URSS de los años 50 habría sido tan comunista como otro soviético cualquiera. La diferencia es que el autor del cómic habría sido también soviético, y por tanto, Superman habría sido una delicia de ejemplo heroico. ¡Hasta simpático habría sido!
OJO: Superman no me agrada. Me parece demasiado tonto. :)
A mí me encanta Superman, pero no el del cine y la TV, que es tonto del culo, sino el de los comics :)
Oh, vaya. Me voy dos días y me pierdo el festín de ad hominems!
Siempre me voy en lo mejor de la fiesta :(
Intentando recapitular, Millar en Superman Rojo creo que hace lo que hace Kaplan, y creo que Victorconde , escandalizado por que en España pudiera ser Superlópez o el Capitán Sevilla, simplemente quiere demasiado al personaje original como para permitir frivolidad con él. De todas formas Millar es un poco imprevisible: a veces le da por dar unos giros de profundidad, y a veces le da por simplemente soltar burrada tras burrada. O a veces suelta una burrada y le sale más ingeniosa de lo que parece a primera vista, quién sabe.
De escandalizado nada, que soy fan números uno tanto de Superlópez como de Superióribus :)