¿Ciencia ficción en el siglo XIX?

¿Se puede considerar la existencia de ciencia ficción en el siglo XIX? Muchos antólogos han pretendido demostrar el cultivo del género fantacientífico dentro de la mencionada centuria. Algunos por lo menos se moderan y deciden llamarlo relatos de anticipación o relatos científicos, para señalar así su vinculación con la ciencia ficción, pero no su inclusión en el género. Entre los que, por contra, consideran que esas obras sí pertenecen intrínsecamente al género, encontré recientemente la antología realizada por el argentino Jorge A. Sánchez, El cuento de ciencia ficción del siglo XIX, Centro editor de América Latina, Buenos Aires, 1978. La pertenencia queda explícita en el título de la compilación.

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Lengua élfica

Hace unos días, se celebró en dos de los más importantes centros de investigación de España un ciclo de conferencias sobre Lenguas Construidas. Es decir, lenguas surgidas de la pluma de un creador concreto y no del habla cotidiana de un pueblo desde la evolución a partir de otras lenguas.

El programa era realmente interesante, especialmente porque abarcaba un espectro tan amplio como las lenguas de las utopías griegas, el esperanto o el klingon. Yo conocía a muchos de los ponentes, por tratarse de compañeros o conocidos de ambos centros. Con muchos de ellos había coincidido más de una vez (y de dos y de cinco…) en casas de amigos, bares o restaurantes, o había trabajado con ellos en cuestiones de gestión universitaria. Es decir, conocía más o menos que, por ejemplo, trabajaban campos tan "académicos" como la lingüística indoeuropea o la hermosa, pero difícil, disciplina de la papirología. Quizás por ello, jamás imaginé que me los encontraría tratando de pronunciar el quenya, sencillamente porque nunca me los encontraría en una HispaCon o en la tertulia de Xatafi. No habría habido problema; se trataba de conocidos de diferente ámbito al mío. Quedó muy bien expresado en palabras (entre risas) de una de las profesoras conferenciantes: "He sido fanática de Tintín toda mi vida, pero nunca pensé que estaría aquí delante de ustedes hablando de estas cosas".

Ese "ustedes" comprendía profesores, investigadores y estudiantes, sobre todo de Lengua Clásica, que se habían inscrito para todas las sesiones. La sala, por cierto, el segundo día estaba hasta la bandera y tuvieron que traer más sillas.

Sentí mucho no poder asistir a la del día anterior por obligaciones laborales, pero lo pasé muy bien en la del día siguiente con las conferencias de las dos profesoras.

Sobre la segunda conferenciante, voy a acudir a recuerdos personales, que parecen no venir al caso, pero que constituyen precisamente el centro de este texto. La conocí siendo yo representante de alumnos y ella alguien importante en los organigramas (situación que ahora queda muy alejada para ambos). Tuve la suerte de coincidir con ella en una comisión y, quizás mayor suerte aún, de haberme peleado con ella numerosas veces por cuestiones institucionales, siempre con el máximo respeto y siempre con excelentes resultados. Es una persona alegre, de discurso calculado, pero cariñoso… Según lo veo, alguien de buen corazón que ha desarrollado su vida laboral en medio de las turbulentas intrigas universitarias sin perder el alma por el camino. Antes de que algún listo se pase de ídem, aclaro que la influencia de mis elogios, en mi vida laboral, es tendente a cero y que, por si fuera poco, no creo que llegue a leer estas líneas.

¿Para qué cuento todo esto entonces, si no es para conseguir un dinero considerable o un prestigio académico enorme, como quien considera que se puede obtener con nimiedades como ésta o como la de nominar al premio Xatafi a un escritor de tercera fila?

Porque pretendo dar una imagen diferente de la que se le queda al adolescente cuando recuerda a su profesor en la distancia. Pretendo humanizar al erudito.

Porque tras su conferencia me acerqué a saludarla y, ¿cómo no?, le pregunté si le había "caído" el marrón de preparar esta charla o si era aficionada a la narrativa de Tolkien. Me respondió que siempre le había gustado El señor de los anillos, pero que, como a mí, lo que le había interesado siempre más había sido El Silmarillion.

Hasta hace unos pocos años, cuando me preguntaban mis libros favoritos solía citar sobre todo la Biblia (manías de ateo…), Los miserables y, por supuesto, El Silmarillion. (Ahora, he acumulado tantos que me costaría elegir estos tres antes que Macbeth, Antígona, La mano izquierda de la oscuridad o conjuntos de obras como la Philip Roth o la de Miguel Hernández, por citar ejemplos diversos.)

Lo realmente importante para mí es que, tras todos estos años de conocer a esta profesora y coincidir aquí y allá, jamás pensé que compartiéramos una afición tan… literaria. ¿Lo había escondido ella? No creo, la verdad. ¿Lo consideraba algo "vergonzoso"? Tampoco lo creo, si algo la conozco. Sencillamente, yo la había encasillado. Nunca se me ocurrió sacar ese tema y me perdí un buen montón de interesantes conversaciones mientras coincidimos por esos pasillos.

¿Y qué tal las conferencias? Pasé una hora interesadísimo en las complejas estructuras del quenya o del sindarin, en las conclusiones por Power Point sobre la lengua oscura de Mordor, en fin, en las diez o doce lenguas que Tolkien presenta en sus narraciones sobre la Tierra Media. Además, escuchamos a Tolkien recitando sus poemas en diferentes lenguas y entendimos las relaciones entre las lenguas élficas y lenguas "reales" como el finés, el gaélico y el latín. Al fin y al cabo, una de mis líneas de investigación es el lenguaje literario, así que disfruté como un enano (me ahorraré chistes fáciles) con la explicación de los diez casos del quenya o la evidente cercanía entre la estructura sintagmática del sindarin y la del latín, en construcciones como la de: "adjetivo + preposición + nombre". Pero —no desconfiéis— estoy convencido de que cualquier desconocedor de la lingüística se lo habría pasado en grande.

¿Qué diferencia habría existido de darse esta conferencia en una HispaCon? Pues ninguna, ya que asistí en su día a una conferencia similar en la Hispacón de Xatafi 2003: “Silva tolkilingüística: curiosidades de las lenguas de Tolkien”, por Josu Gómez. A aquella, al contrario que a estas, fuimos cuatro gatos, pero todos acabamos encantados: fue interesante, divertida y original. Mucha gente no entró por medio a que fuera demasiado elevada. Lástima.

¿Y a qué viene todo esto? A poco, la verdad. A darme cuenta de que a veces las diferencias no son tantas, de que cualquiera que hubiera asistido a estas conferencias se lo habría pasado muy bien. Y a que las personas al final son sobre todo personas y es bastante fácil acercarse a ellas cuando se quiere.

No sé si podéis imaginar la cantidad tan grande de profesores que he encontrado entre los «grandes eruditos» aficionados a las películas de tiros, a los vampiros, a la ciencia ficción, al rock’n’roll… a todas esas disciplinas, presuntamente inferiores. ¿Hay gilipollas ignorantes que se meten con todo esto sin reflexionar? Alguno he encontrado: una minoría que hablaba tan alto que le hacía pasar por representante de un círculo no tan grande como podríamos pensar.

¿A qué viene todo esto?

A que seguramente se repetirán estas conferencias en Madrid el año que viene. Si veis el cartel o el anuncio en Prospectiva, quizás algunos os acordéis de este texto y venzáis prejuicios. Quizás penséis que esos "altos profesores" son personas con vuestras mismas aficiones y acudáis. Os lo recomiendo. Pasaríais un buen rato.

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