Lo que nos perdemos

Me confiaba un amigo librero, hace unas semanas, que Salamandra se había pegado una torta impresionante con La memoria del tiburón, de Steven Hall. Salió con tropecientos mil ejemplares y no se ha comido un rosco. El público la ha ignorado. La crítica ni siquiera le ha dirigido la mirada.

Tal vez el libro no es tan bueno como a mí me pareció, pensé. Me he dejado engatusar como un memo por la pirotecnia ergódica y los tiburones conceptuales de Hall, pero en realidad el artefacto es una basura. Por eso no se vende. Qué alivio.

Pero entonces llegó Catherine O’Flynn con Lo que perdimos (Seix Barral), una adorable novela de fantasmas, treintañeros en crisis y secretos familiares, más emotiva que emocionante, y me dije: esta sí, esta va a demostrar que la buena fantasía para adultos es comercial. El mítico slipstream existe y comienza a consolidarse, vaticiné.

Pues bien, nada se sabe de las ventas de Lo que perdimos. O mucho me equivoco, o en pocas semanas el libro será devuelto a los almacenes en cantidades mastodónticas. A poca gente le ha interesado. Los críticos han bufado un psché.

Repito: estoy hablando de dos buenos libros, muy distintos entre sí, pero con el ingrediente común de la fantasía, que han sido publicados por dos potentes editoriales generalistas y han gozado de los mejores lugares en los expositores y las mesas de novedades de las librerías durante más tiempo que la mayoría. Un trato privilegiado al que muchos no llegaremos en nuestra vida. Y a pesar de todo han fracasado. O al menos, no han cumplido ni remotamente las espectativas levantadas por su éxito en otros países.

¿Explicación? Yo tengo la mía: al público español, más que a ningún otro, le gusta que le digan las cosas claras. Las etiquetas deben tener un único color. Nada de híbridos, nada de ambigüedades, nada de novelas realistas “con toques fantásticos”, nada de “es una mezcla de Matrix con Murakami”. Al pan, pan y al vino, vino.

Lástima que unos cuantos disfrutemos leyendo precisamente ese tipo de literatura fronteriza, huérfana de etiquetas monocromas. Incluso escribiéndola, cuando nos dejan. Algunos llegamos a pensar, disparatadamente, que sólo mediante la trasgresión de tópicos y la bastardización de géneros se conseguirá algo realmente nuevo, pero no por el hecho de hacer algo nuevo, sino porque en este país nos vemos obligados a inventar un puente que acerque las orillas del realismo y la fantasía, una pasarela entre la literatura de evasión y la literatura culta (pónganse las comillas donde se quiera) que sea transitable por el mayor número posible de lectores, sin complejos y sin pedir disculpas a nadie.

La tentación de erigir ese puente sobre nuevas etiquetas es muy grande: slipstream, thriller fantástico, realismo fantástico… Pero por ese camino acabaremos otra vez en el fondo de una estantería arrinconada o al otro lado de un link para iniciados; la segregación autoimpuesta, las categorías como cárcel.

¿Qué otra opción nos queda, entonces? Solo una: los nombres propios. Cada autor, su propio género. Cada firma, su propio público. Allá se las arregle cada cual para vender más o menos libros. A fin de cuentas, este es un país de individualidades, de chispazos de genialidad en medio de vastos páramos de conformismo, que es otra forma de decir que cada uno hace la guerra por su cuenta. Y mucho me temo que así seguirá siendo.

31 comments

  1. Estoy casi de acuerdo. Pero, ¿es que alguna vez hubo algo más que autores individuales que, por convención, agrupamos en corrientes literarias o en “géneros”? ¿O es que existen los autores colectivos? Y ese “género” no es más que una convención, algo útil que nos sirve para reunir autores y obras que, en muchos casos, son muy distintos, incluso en calidad literaria.

    Otra cosa. Lo de repetir, lamentándose, el tópico de “en este país”, con el trasfondo del “dolor de España”, cansa un poco (y lo digo sin acritud, como decía el sevillano presidencial). Larra, a cuyo bicentenario se le ha prestado la atención habitual -¿Qué importancia tiene ante un gol de Turé Yaya? Ninguna-, escribió un artículo bastante recomendable titulado “En este país” (en 1833), en el que confesaba que cuando oía expresiones de este tipo “apenas reconoce nuestra indignación límites en que contenerse”. Y terminaba con un “hagamos más favor o justicia a nuestro país, y creámosle capaz de esfuerzos y felicidades”.

    Saludos

  2. Por supuesto, yo tampoco creo en el sujeto país, sino en la suma de individuos lectores y escritores, pero me limito a reseñar el fracaso en España de dos novelas que sin embargo han tenido éxito en otros países. ¿Se puede sacar alguna conclusión de ahí? Bueno, tal vez no. Ojalá que no.

    Pero un dato de hemeroteca incuestionable es que en España no existe tradición literaria fantástica como sí existe en otros países, ¿alguien puede negar esta generalización? Los individuos que han escrito fantástico a lo largo de la nuestra historia han sido pocos, aislados, y siempre influidos por extranjeros. La obra cumbre de la literatura española es una parodia de las novelas de género. Eso sí, ha llovido mucho desde entonces, y las nuevas generaciones globalizadas son absolutamente libres para escribir lo que quieran. Esa es nuestra esperanza.

    Y bueno, Larra tenía todo el derecho del mundo a lamentarse de los males endémicos españoles porque intentaba poner su granito de arena para solucionarlos desde su tribuna mediática. Modestamente, y en esta parcelita de la narrativa fantástica, uno también intenta hacer algo más que quejarse, faltaría más.

  3. ¿Explicación? Yo tengo la mía: al público español, más que a ningún otro, le gusta que le digan las cosas claras. Las etiquetas deben tener un único color. Nada de híbridos, nada de ambigüedades, nada de novelas realistas “con toques fantásticos”, nada de “es una mezcla de Matrix con Murakami”. Al pan, pan y al vino, vino.

    En parte, creo que es una explicación válida. Y no solo para el público español: diría que para todo el público «hispano».
    A mi se me ocurre otro ejemplo: «La fortaleza de la soledad» de Jonathan Lethem (y no es que haya sido fracaso de ventas por acá, al contrario, la edición bolsillo se agotó al toque). Quiso la suerte que mucha gente se informara antes en la internet acerca del contenido de esta novela (va de superhéroes). Pero – sorpresa – , tanto la contratapa como otros medios se van por las ramas a la hora de decir algo tan simple como «de que trata». Que una maravillosa novela sobre la amistad, que el desencanto de la norteamérica después de las torres gemelas, que la visión desencantada de la posmodernidad. Y así van muchas «maravillosas novelas» cuyo contenido parece indescriptible. En este caso, que suerte que existe la internet y algún buen aficionado leyó «La fortaleza de la soledad» acaso antes de ser traducida (¿y apropiada?) por una editorial que no es del género. Qué mala suerte que no le pasó lo mismo a las novelas del post, pero todo pudo haber tenido fácil solución: que las editoriales enviasen ejemplares de cortesía a quienes tienen blogs, páginas de crítica o comentarios que sean afines a la temática (ya puestos, a los propietarios de ésta página, no creo que sean difíciles de localizar), y que los lectores que suelen seguir a los géneros (nosotros) se enterasen de esas publicaciones.
    Al menos, es lo que yo haría si quisiera promocionar una novela de ciencia ficción, fantasía, terror o slipstream: que se enteren los interesados.

  4. Promoción y distribución son dos de las claves de la venta de un libro. El boca a boca funciona en pocas ocasiones, claro que cuando lo hace puede ser espectacular como en el caso del bodrio de Dan Brown, o del merecido, este sí, de Ruiz Zafón.

    La experiencia que tengo con las editoriales, aunque limitada a las ciencias sociales y humanidades, es que ese reparto de libros del que habla Daniel Salvo es muy limitado.

    Al autor se le entregan entre 15 y 30 libros para que los distribuya como mejor le parezca -que se suelen ir entre conveniencias académicas y familiares-, y la editorial, con suerte, lo manda a los medios que el autor le indica o a los de siempre -que tienen tantas novedades que sólo por recomendación, interés comercial o amistad le hacen una reseña-. Otra cosa son los comentarios en revistas académicas -que puede salir hasta dos años después-, páginas web o blogs -que quizá serían los medios adecuados para captar al aficionado a la CF, fantasía y terror-.

    Y luego la distribución es normalmente un horror, con independencia de la tirada.

    De esta manera, el lector de CF y demás, tiene que hacer a veces un esfuerzo fuera de lugar para enterarse de las novedades o incluso adquirirlas.

  5. «Pero un dato de hemeroteca incuestionable es que en España no existe tradición literaria fantástica como sí existe en otros países, ¿alguien puede negar esta generalización?»

    Sí.

  6. ¿Y cuál vendría a ser el Hoffman español?
    ¿el Poe español?
    ¿el Lovecraft español?
    ¿el Maupassant español?
    ¿el Cortázar español?
    ¿el Calvino español?
    ¿el Robert Howard español?
    ¿el Asimov español?
    ¿el Richard Matheson español?
    ¿el King español?

    No lo pregunto retóricamente: de verdad que me gustaría saber qué autores netamente fantásticos españoles me estoy perdiendo. Aunque me inclino a sospechar que no serán demasiados, viendo cómo se montan las antologías de literatura fantástica española, tirando de Galdós y Baroja.
    No estoy seguro de que Perucho y Cunqueiro, o Bécquer, hayan conformado nada parecido a una tradición fantástica. Pero admito que mis lagunas son inmensas. ¿Qué me he perdido?

  7. Estoy de acuerdo con Ismael.
    Existe una gran diferencia entre que existan autores españoles que escriban literatura fantástica y el hecho de que exista una tradición. Ha habido muchos autores españoles que han escrito literatura fantástica, pero de ningún modo existe una tradición como la anglosajona o la alemana, por citar dos. No digamos ya como la china o la japonesa.
    La contrarreforma pegó muy, muy fuerte aquí: los únicos hechos «sobrenaturales» que se admitían eran los de la cosmogonía cristiana.
    Para tener una buena perspectiva de la situación, recomiendo el prólogo de David Roas a su antología de literatura fantástica española en la editorial Menos cuarto. Es un estudio pormenorizado y exhaustivo de esa «tradición fantástica» y los resultados son muy reveladores: no ha habido el nivel que en otras culturas.

  8. Sobre autores españoles de cf y fantasía a seguir, pues de primera intención pensaría en Juan Miguel Aguilera. Las tres novelas que he leído de él – La locura de Dios, Rihla y El sueño de la razón – son de lo mejor. No estoy muy de acuerdo con la comparación «el Poe/Lovecraft/Hoffmannn/etc. español» (o peruano, guatemalteco o algonquino). Creo que cada escritor escribe lo que el és: Poe, Lovecraft o Hoffmann nos gustan por ellos mismos y no por su nacionalidad.

    Sobre la falta de «tradición fantástica», pues diría que compartimos la misma tradición (chiste fácil). Pero creo que no ha habido falta de tradición fantástica, sino que no hemos sabido mirar o apreciar las cosas tal como son: quizá la tradición fantástica hispanoamericana ha pasado desapercibida precisamente por su diferenciación de otras tradiciones fantásticas.

    Otro asunto es el de las definiciones. Recuerdo que en mis clases universitarias de literatura el profesor insistía en que Julio Cortazar era un escritor de literatura «fantástica» mientras que Tolkien escribía cosas «real maravillosas» o algo así de tirado de los pelos. Encima, García Márquez nos complicó más la existencia con su «realismo mágico» (género que por alguna razón se le atribuye a casi todos los escritores latinoamericanos, cuadno Vargas Llosa está en el extremo opuesto a la fantasía).

    Y ni hablar de los escritores que se la pasan «aclarando» que ellos no escriben ciencia ficción. Ocurrió el año pasado, cuando Enrique Congraíns Martín (escritor peruano) presentó su novela «999 palabras para el planeta Tierra», una novela en la que unos extraterrestres requieren de un artículo que defina a nuestro mundo para una Enciclopedia Galáctica. Bueno, ni bien tomó la palabra el autor, lo primero que hizo fue decir que su novela no tenía nada que ver con la ciencia ficción, antes bien, que se burlaba de ella (?). Puedo asegurarles que esa actitud es muy común por acá.

    De modo que además del desinterés del mainstream, tenemos que luchar contra quintacolumnistas.

  9. Apunto que Hoffman, Poe, Lovecraft, Maupassant, Cortázar, Calvino, Robert Howard, Asimov, Richard Matheson o King no conforman en absoluto una tradición, ni siquiera por la connivencia de sus temáticas…. Bécquer, Cunqueiro y Perucho, por ptro lado, sí me parecen dentro de una misma línea: la excepción confirma la regla en los casos no exceptuados.

    Lo que creo existe es un cierta exageración sobre el peso del realismo en la literatura española, para justificar el escaso éxito de la literatura de género. «Es que en España no se entiende de literatura fantástica». Bueno pues ahora sí se entiende. Pero es que antes también. Incluso Cela escribió narrativa fantástica. O Benet. No hicieron novelas de terror o de ciencia ficción, digamos que lo hicieron a ‘su’ forma. Pero es que eso es justo lo que tendría que hacer un autor, buscar caminos y huir de las etiquetas.

    Esa es la razón de que muchos renieguen de sus libros como ‘mera cifi’: no quieren ser resumidos en una etiqueta.

  10. «Pero es que eso es justo lo que tendría que hacer un autor, buscar caminos y huir de las etiquetas.»

    100% de acuerdo.

  11. Negar la existencia de una tradición fantástica en el mundo anglosajón me parece, como poco, absurdo. En el género de terror se puede trazar una línea firme que nace en Walpole y continúa por Radcliffe, Lewis, Maturin, Le Fanu, Machen, Lovercraft y Campbell, por poner un ejemplo. Algo similar se podría decir para el fantástico alemán romántico. ¿Hoffmann, Arnim, Chamisso, La Motte Fouque, qué se conocía y leían no son una tradición?
    En España, hasta hoy, ha habido casi siempre francotiradores. Becquer surge más por sus lecturas de Hoffmann que por una tradición previa ¿Dónde están sus sucesores a principios de siglo XX?

  12. Yo lo que he escrito, en respuesta a un comentario, es que Hoffman, Poe, Lovecraft, Maupassant, Cortázar, Calvino, Robert Howard, Asimov, Richard Matheson o King no conforman una tradición, no que no exista una tracidión alemana, fancesa o anglosajona –¿por qué anglosajón sí y no hispanoamericano?–. Eso sí, sin menospreciar que cada lector cree su tradición y que según se difuminan las fronteras idiomáticas y físicas la cosa se complica un tanto.

    Y como he dicho antes, la excecpión confirma la regla en los casos no exceptuables. Si decimos que Bécquer era un francotirador dentro del páramo de literatura positivista y novelas realistas, luego tenemos que las obras fantásticas de Valle Inclán y otros noventayochistas eran ‘rarezas’, que las vanguardias no tuvieron ningún interés por lo fantástico –ni por Bécquer– y que, finalmente, José María Merino surgió por generación espontánea y no tiene absolutamente nada que ver con lo que escriben otros de su quinta.

  13. «Y como he dicho antes, la excecpión confirma la regla en los casos no exceptuables. Si decimos que Bécquer era un francotirador dentro del páramo de literatura positivista y novelas realistas, luego tenemos que las obras fantásticas de Valle Inclán y otros noventayochistas eran ‘rarezas’, que las vanguardias no tuvieron ningún interés por lo fantástico –ni por Bécquer– y que, finalmente, José María Merino surgió por generación espontánea y no tiene absolutamente nada que ver con lo que escriben otros de su quinta.»

    ¿Comparado con la cantidad y calidad desde el siglo XIX en otras culturas? Rarezas. Y a menudo bajo el disfraz de «esto no es en realidad fantástico». Por suerte, algunos -como Merino- lo defienden sin caretas. Pero, en fin, si se trata de defender que la novela gótica inglesa, por ejemplo, tiene un equivalente fantástico en España… O que la cf británica o japonesa tienen un equivalente -¡aunque sólo sea en cantidad!- en España… En fin… Igualito, vamos.

  14. Volviendo sobre la Reflexión inicial de Ismael, quería remarcar que los aficionados al género no tienen en muchos casos la culpa:

    Conocía el libro de Steven Hall, no así el de Catherine O’Flynn. Otro título reciente y a priori muy interesante es «Resistencia», una ucronía que es la primera novela de Owen Sheers (Alfaguara). Para dar a conocer un libro es necesario una campaña de promoción, o en su defecto reseñas, comentarios en listas, blogs, tertulias, etc. Hasta ahora no he podido leer un sólo comentario de estos libros en ningún medio, y así es imposible crear el efecto bola de nieve.

    Nos perdemos cosas, sí, pero alguien tiene que abrir fuego para los demás. Y aquí, lo siento, pero las (citadas) editoriales no es que ayuden demasiado. Al menos esa ha sido mi experiencia: la callada por respuesta. Tal vez no les interese el mundo de los aficionados, pero desde luego se están perdiendo un target comercialmente interesante.

  15. Estos autores que citas, Javier, cada uno de su padre y de madre, no son una tradición pero cada uno de ellos, en su país, junto a otros muchos, si componen una tradición asentada y en nada comparable a la española.
    Sobre por qué hay una tradición anglosajona y no hispanoamericana, daría para un artículo como poco, pero, a bote pronto, históricamente E.E.U.U. y Gran Bretaña han estado mucho más unidos (aunque sólo sea por un par de guerras mundiales juntos) que España e Hispanoamérica, dos realidades de espalda la una a la otra desde la independencia.
    En cuanto a los autores que citas, habría que ver, si, por ejemplo, Valle Inclán es conocido y famosos por sus esperpentos o por un par de cuentos de fantasmas, de Baroja y Azorín, mejor ni hablamos. Cierto, Unamuno tiene «Niebla», pero palidece frente a «San Manuel Bueno Martir», «La tía Tula», y sus copiosos ensayos, poco fantásticos. Insisto, francotiradores.
    La única vez que, en mi opinión, estuvo a punto de crearse una tradición fantástica en nuesrro país fue con los autores de ciencia ficción aparecidos en los 80-90: Rafael Marín, Rodolfo Martínez, Juan Miguel Aguilera, León Arsenal, Eduardo Vaquerizo, César Mallorquí, etc,etc. Por desgracia, el mercado se encargó de cargarse este interesante proyecto.
    Excluyo a los autores en lengua catalana y gallega donde lo fantástico es sensiblemente más habitual que en el resto de España.

  16. Estoy de acuerdo, Iván. No existe tradición pero sí ejemplos de autores y obras, más que francotiradores (no me atrevería a calificar así a Unamuno o Baroja), esporádicos en el tiempo. Que en la inmensa mayoría de casos palidecen frente a las grandes obras del realismo, es cierto.

    En lo que no estoy de acuerdo es en finiquitar la «quinta de los ochenta». Los autores que citas, más algunos otros, siguen en activo hoy en día, con obras mayoritariamente mestizas de fantástico y otras influencias. Lo que sí es cierto es que pudo haber sido la generación del despegue del fantástico -nunca como hasta ahora habían sido tantos y tan bien preparados- pero sea por el mercado u otra razón, la cosa no cuajó. Pese a todo, siguen en activo, pero lo que no veo tan claro es el «relevo generacional»

  17. Francotirador no es un término despectivo, ni mucho menos. Simplemente una forma de referirme a gente que va a su aire, o donde lo fantástico sólo ocupa una parte ínfima de su producción (claro, como hablamos de escritores con mayúsculas esa parte minúscula puede ser una maravilla según con que se compare).
    Quizá no me expresé del todo correctamente al hablar de la geenración de los 80-90. Creo que podría haberse forjado una escuela, generación, tradición o como queramos llamarla de autores de ciencia ficción. Ese proyecto se malogró por que el mercado le dio la espalda a la CF y los autores tuvieron que buscarse la vida, unos orientados al fantástico puro, otros a la novela juvenil, histórica, etc, etc, siguiendo los hábitos de los lectores. Me imagino que alguno incluso dejando la literatura.
    ¿Relevo generacional? Mientras la CF siga adormilada comercialmente hablando no es de extrañar que ese relevo o se haga esperar o no alcanza los logros de sus mayores.

  18. A ver, yo hablo de literatura fantástica, no de literatura de género. No he dicho «hay una tradición que te cagas de escritores españoles de ciencia ficción/terror. Que te cagas». Sólo que, frente al ‘mito oficial’ creo que lo fantástico se ha tratado en las letras españolas. Y de las hispanoamericanas ya ni hablamos. Que sean narraciones facilmente etiquetables o esperpentos como los de Valle Inclán, ya no es la cuestión para mí. ¿Rarezas? ¿Francotiradores? Pues vale. En España se inventó la guerra de guerrillas.

    Sobre la ‘quinta de los ochenta’: la existencia de una tradición no la marca el mercado, sino los lectores que se convierten en autores. Así que habría que preguntar a la gente que empezó a escribir después de leerles si los consideran sus precursores.

  19. Sin desmerecer a la «generación de los ochenta», ni a la de los noventa, ni a la de los cero cero y a la de los diez, es complicado hablar de crear una tradición hispanoamericana (por seguir con los términos) cuando ellos beben de tradiciones «extranjeras». Que el astronauta se apellide Pérez y sea de La Mancha y no Smith, del bello estado de Arkansas no significa nada si el fondo es el mismo. Y vale que los Grandes Temas son universales, pero aún así no hay rasgos distintivos suficientes, ni siquiera en origen. La gran mayoría son refritos, dicho de forma no despectiva aunque lo parezca.
    Lo más parecido a algo que genuina y radicalmente pueda dar origen a una tradición «hispanoamericana» que yo haya leído es la obra de Jorge Baradit y para de contar. Ah, que no vale América Latina, por eso el Realismo Mágico, Borges y Cortázar no cuentan como tradición fantástica española. Pues están muy bien traducidos…

  20. «Antes salir en un suplemento literario te garantizaba 3.000 ejemplares, ahora como mucho 150. Te dará todo el prestigio del mundo, pero una recomendación explícita en un blog de referencia vale más». (tomado del texto del enlace anterior).

    Para el caso de la ciencia ficción, terror y fantasía, los blogs (la internet en general) es practicamente la única fuente de información.

  21. >>»Lo más parecido a algo que genuina y radicalmente pueda dar origen a una tradición “hispanoamericana” que yo haya leído es la obra de Jorge Baradit y para de contar»

    ¿Tradición? Que sepa, su estilo ciberorgánico sólo lo cultiva él, así que hablar de tradición… originalidad sí, pero no tradición.

    >>»Ah, que no vale América Latina, por eso el Realismo Mágico, Borges y Cortázar no cuentan como tradición fantástica española»

    No entiendo muy bien a qué te refieres, si buscas la tradición o la originalidad. En España se ha cultivado el fantástico desde siempre, eso es evidente, pero de forma minoritaria o residual. Hay casos, excepciones, pero esa ha sido la tónica general. Desde luego ha habido autores notables, con estilos y buenas obras (pocas, me temo) pero las temáticas y formas de hacer han sido en demasiadas ocasiones importadas (de nuevo, la excepción son los ilustres, ejem, francotiradores como Bécquer, Cunqueiro, Perucho…). En cf la obra quizá más notable hasta la irrupción de la famosa «generación de los ochenta» ha sido «La nave», y digamos que se parece demasiado a una novela de Aldiss.

    Dejando aparte autores con mayúscula, estilos o corrientes genuinamente españolas (el realismo mágico es, evidentemente, un hecho diferencial iberoamericano, en España no conozco un sólo autor que lo haya cultivado, lo cual no quiere decir que no se pueda asimilar a las «letras españolas» en general) sólo conozco un estilo propio: el ruralismo fantástico (algunos lo bautizaron en su día como «cachava y boina»), digno heredero de la novela picaresca.

  22. En el fondo es un problema de culturas. El Fantástico en general entronca con los mitos y los viejos cuentos paganos, motivo por el cual se ha desarrollado de manera más poderosa en los países del norte de Europa (y de ahí saltó a Estados Unidos), ya que no resultaron «capados» intelectual y emocionalmente durante siglos por el imperio vaticano (o lo fueron más tarde) como es el caso de Francia, Italia y por supuesto España. En los países mediterráneos se impuso el realismo a la fuerza, porque estaba prohibido hablar de cualquier otro tema que pudiera inducir a pensar en realidades distintas a las impuestas por el dogma de Roma.

    Aquí mismo, habéis citado que en Galicia y Cataluña hay mayor tradición del Fantástico y me parece bastante obvio que en el primer caso lo es por la supervivencia de ese elemento pagano a pesar del poder de la Iglesia en la zona (el Cantábrico ha sabido mantener fuertes vinculaciones con ese maremagnum de influencias que alegremente se conoce como «cultura celta») y en el segundo por la tradición anticlerical característica de la zona que anima a desarrollar cualquier cosa que le moleste.

    Y el «realismo mágico» o fantástico hispanoamericano es más de lo mismo: la Iglesia también llegó allí pero tuvo mucha menos fuerza de lo que parece frente a la tradición mítica local.

    Idem eadem idem:la Ciencia Ficción, que se desarrolla a partir de la fascinación por la tecnología y los nuevos inventos científicos, tenía que desarrollarse también en los países de cultura atlántica (más que anglosajona) donde se podía hablar de cualquier «invento del demonio» sin temor a ser excomulgado.

    Todo lo cual tiene una cosa buena después de todo y es que, ciertamente, al no haber en España más que «francotiradores», somos nosotros, los autores y críticos y aficionados contemporáneos, los que estamos en condiciones de crear (o, mejor, re-crear) una tradición del Fantástico genuinamente nuestra. Está en nuestras manos comenzar una corriente que andando el tiempo se consolide como tal y nos permita recuperar en este país lo que nunca debió perderse (ni para nuestra literatura, ni para nuestro conocimiento, ni siquiera para nuestra moral).

    De hecho, esa corriente comenzó ya, con los autores de los 80/90 citados y continúa hoy, aunque como todas las corrientes a veces surge a plena vista y otras corre subterránea, pero creo que no se ha perdido. En ese sentido tendríamos que elevarnos un poco y pensar en términos a mucho más largo plazo.

    Joé, menudo rollo os acabo de soltar…

  23. Vamos a ver, lo que intento decir es que casi cualquier generación que escriba hoy día, empezando por la de los 80, tiene a su disposición un abanico amplio de influencias que les hace pertenecer a una tradición «internacional», la de la ciencia ficción en algún caso concreto. Que no es ni mucho menos malo y que no sé muy bien para qué sirve hablar de «tradición» (en eso coincido con Ismael, que veníamos a hablar de su reflexión, creo). Serán una generación, un movimiento, vale. No lo pongo en dura.
    Para poder hablar de una tradición propia tendrá que haber una obra seminal original que de lugar a una tradición (de ahí el PUEDE DAR LUGAR de Baradit, lo pongo en mayúsculas por si no queda claro) de gente, como dice Javier, a la que influencie y prosiga. Puedo conceder que el ruralismo de «cachava y boina» o los intentos parece que abandonados de Aguilera y Marín de hacer novel histórico-fantástica entroncada con momentos particulares de la historia propia de España e Hispanoamérica dan lugar a «algo nuevo» que pueda derivar en tradición propia. Akasa-Puspa, por poner un ejemplo del mismo Aguilera (a medias con Redal primero y luego en solitario), pudo escribirlo igual un valenciano que uno de Sheffield. Es más «universal» que Rihla, por ejemplo, que se basa en unas coordenadas más propias.
    Y ya lo de dar la espalda a Hispanoamérica, pues sinceramente… Son letras «españolas», escritas en español, igual que la literatura inglesa y la estadounidense tienen sus propias características y se las mezcla. Separados en el espacio e incluso con caminos paralelos durante un tiempo, pero a ambos lados del Atlántico compartimos un pasado común y una lengua común y no es algo que se pueda ni se deba ignorar.
    Todo esto en mi opinión, que no es ni la de un académico, ni la de un teórico del género, ni la de alguien que aspira a serlo, así que fácilmente puede ser errónea.

  24. Lo de la guerra de guerrillas me parece una buena metáfora para definir el fantástico patrio. Al final, como casi siempre, vamos a acabar estando más de acuerdo que en desacuerdo :)
    Y coincido con PP al 100 %, no voy a incidir más en el tema por qué él ha resumido mi postura perfectamente.
    En cuanto a si Hispanoamérica y España son la misma realidad literaria, no puedo menos que discrepar. Usan el mismo idioma pero poco más. No sé hasta que punto pueden trazarse lazos de conexión entre Borges, Cortazar o García Márquez con Benet, Cela o Luis Martín Santos. Fantástico frente a realismo.
    Incluso en el mundo anglosajón, donde hay una mayor homogeneidad se suele diferenciar, por ejemplo, entre una CF estadounidense más ingenua y pro-científica y una CF inglesa pesimista y crítica. Heinlein vs Ballard, por poner un ejemplo.
    El mismo idioma no marca la misma tradición.

  25. «El mismo idioma no marca la misma tradición.»

    Evidentemente. ¿Tienen una literatura muy similar los países africanos de habla francesa que Francia? ¿Y Portugal y Brasil? El clima, las religiones, las costumbres, la política, los sucesos históricos… Influyen mucho más que el idioma.

    En cuanto a la utilidad o no de una tradición… No se trata de si sirve o no sirve. Se trata de que exista o no. Los escritores se influyen unos a otros, se montan grupos, comparten técnicas, momentos históricos, experiencias… ¿Acaso no existen países de tradición deportiva concreta? ¿O científica? ¿Es que ne literatura no ocurre? No significa que no pueda haber un autor fantástico genial, pero si hablamos de tradición… Echad un vistazo a los planes de estudio de Secundaria y Bachullerato y echad cuentas sobre la tradición literaria fantástica española. ¡¡¡A puñados vais a encontrar las obras…!!!
    ¿Estamos más cerca ahora y nos fundimos más? Pues sí. Y a mí me han influido más autores anglosajones que españoles. Pues sí. Pero el acceso a la literatura y a la cultura popular que he tenido en la formación escolar, en la familia, entre los amigos, en los cursos a los que he ido, las conferencias que he escuchado… por vivir en Madrid. Es muy diferente a los que habría tenido de haber nacido en el centro de México o en San Petersburgo o en Dublín o en Mogadiscio.
    No e slo mismo querer dedicarse al rock en Liverpool que en La Guindalera (Madrid), por poner un ejemplo.

  26. Sí eres de La Guindalera y sólo te preocupas por copiar estrofa por estrofa a los Beatles queda raro, sí.

  27. Jo, pues ya me veía yo de gira con los Metallica. No me resigno aún, de todos modos.

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