Visiones metálicas

Desvío mi atención del libro. Mis pensamientos se mecen con el traqueteo del tren. Esta es mi rutina semanal a hora punta: de pie, rumbo a la empresa que es mi cárcel; contemplando como un auténtico pasmarote el interior de un vagón parcialmente lleno, o vacío, según se mire. Repleto de almas grises, de vidas calculadas; abarrotado de mentes deformadas por el insustancial vaivén del día a día. Pero también vacío de sentimientos, de seres humanos como tales: un vagón desierto de ilusión, de pasión, de cerebros sanos.

           Vuelvo al interior de la historia, intentando por todos los medios evadirme del oscuro finito de nuestras existencias; luchando porque un día gris como este, continúe y termine sin que al menos en mi caso, vaya a peor.

           En fin…

           Me cuesta centrarme en lo que leo, y es que no termino de creerlo: ¿cómo es posible que nadie más se dé cuenta? Coño, que estamos rodeados. Y por si fuera poco, somos la raza inferior; la que no está preparada para lo que se avecina. ¿Será posible que estemos tan ciegos? Están ahí, ahí mismo: uno junto a una de las puertas. Luego está el que se ha sentado al lado de la vieja, esa con pinta de beata; este que está a mi lado, sonriéndole a mi libro, es otro de… de los abducidos. Están por todas partes; todos esos individuos aparentemente humanos pero con una única y supuestamente invisible diferencia: los hierros, o lo que sea eso que los atraviesa, que los mutila. Diossss. Distintas partes de su anatomía mancilladas por metales extraterrestres: brazos, piernas, abdómenes, violados por barras y chapas y piezas metálicas.

           Y el resto no lo ve…

           Retorno a la historia, pero rápidamente vuelvo a levantar la vista incapaz de leer. Miro al tío calvo de enfrente, ¿qué le ocurre? ¿A qué viene esa mueca? Su cabeza se abomba: se contrae y se expande. ¿Qué es eso? ¿Eso que se abulta en su frente luchando por…? Ya está. Lo tiene. ¿Y nadie más lo ve? Es una especie de tercer ojo que, apuesto a que si se da la vuelta, también observa con pupila de metal a través de su coronilla. Le acaban de atravesar el cerebro: el calvo posee materia gris a modo de pincho moruno.

           Vale, pues otro más…

           Me escabullo en mi lectura. Un frenazo. Nos hemos quedado parados en el interior del túnel. Las luces del vagón parpadean y se apagan, pero se encienden en menos de un segundo. Nos movemos de nuevo… Miro al frente y esta vez no veo a ningún tío calvo. Observo a un lado: no hay tal vieja sino una morenaza que por supuesto no me ve. A su lado, el asiento vacío. El tío que metía sus narices en mi lectura, es un travestido bastante perjudicado tras la juerga de anoche… Está claro: tengo que dejar de leer a Dick.

 

4 comments

  1. No es buena idea Pily B. Si lo dejas ahora te estancarás en un andén forrado con publicidad de la casa Ubik. Yo que tú continuaba… Ahora, si decides parar y me ves en el andén, dame recuerdos a mi mismo.

  2. XD ¡Prometido! Si te veo, lo hago. ;-)

    Y no pienso dejar ni de coña de leer a Dick. No, no. Eso sí, coñas marineras a parte, sin ser tan extremista, algo así me ocurrió… me refiero a la visión del tío calvo y su cabeza deformándose mientras leía a Dick.

    ¡Madre mía! A cazar moscas… :-P

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