Tras la lectura de El hombre en el castillo (The Man in the High Castle, 1962), una de sus obras más destacadas de Dick y una de las ucronías más famosas del género, me sobresaltó su final, y no deja de rondarme por la cabeza. Esa es la observación que deseo compartir en este artículo con otros aficionados, y que se centrará en el final de la novela, tan ambiguo y controvertido.
Su argumento es muy conocido: un mundo diferente del nuestro, donde el eje resultó victorioso en la II Guerra Mundial. Este mundo de la historia alternativa se nos presenta mediante cuatro historias interrelacionadas, de cuatro individuos representativos de distintas escalas sociales: el señor Nobusuke Tagomi, el vendedor de Antiguallas R. Childan, el judio Fran Krink y su socio Ed McCarthy, todas en ellas en territorio japonés; y, la más alejada de ellas, y situada en los estados autóctonos, estados del centro de la actual EE. UU., la zona de menor valor de este país, con la mujer de Frink, Juliana.
Es precisamente esta última historia la que me interesa. Juliana, que ha abandonado a su marido, y reside ahora en los estados autónomos, se encuentra con un camionero, Joe Cinnadella, quien decide acompañarla en busca del desconocido autor del libro que todos leen, La langosta se ha posado, un libro que describe un mundo donde los nazis perdieron la contienda, un mundo más similar al nuestro. Con esta trama, ya se va perfilando uno de los aspectos más llamativos del libro, el carácter metaficcional.
-No es una novela policial -dijo Paul-. Al contrario, una forma interesante de la ficción, posiblemente relacionada con la ciencia ficción.
-Oh no -se opuso Betty-. No hay ciencia en la obra. No se trata del futuro. El tema de la ciencia ficción es el futuro, en particular un futuro donde la ciencia ha avanzado todavía más. El libro no tiene esas características.
-Pero -dijo Paul- habla de otro presente posible. Hay muchas novelas de ciencia ficción que esa especie. [115]
El libro perfila una tercera posibilidad donde Roosvelt pierde la reelección a la presidencia y sale elegido como presidente Tedwell, que realiza otro New Deal y maneja la guerra de forma diferente, para derivar después a un mundo posbélico donde se desencadenará un enfrentamiento por la hegemonía económica entre Estados Unidos e Inglaterra, siendo triunfante la segunda. Con ello se genera en la novela de Dick un juego de realidades alternas o universos paralelos, donde estos tres modelos se presentan como representativos de muchos otros.
Sin embargo, aún más interesante de esta cuarta trama me resulta el hecho de que, al final, Juliana consiga entrevistarse con el escritor del mencionado libro, Hawthorne Abendsen. Juliana le preguntará cómo ha podido conocer ese otro mundo, esa vertiente alterna. Entonces cobra absoluta importancia el libro oráculo de origen chino I Ching (el libro de las mutaciones), que todos los personajes de la novela consultan como guía en su vida. Abendsen reconoce haber escrito el libro con miles del consultas al I Ching.
-Cuéntale -dijo Caroline-. Es verdad, tiene derecho a saber, por lo que hizo por ti -se volvió a Juliana-. Se lo diré, señora Frink. Hawth fuer armando el libro párrafo a párrafo en miles de consultas, por medio de las líneas. Período histórico, tema, caracteres, argumento. Le llevó años. Hawth llegó a preguntarle al oráculo si el libro tendría éxito, y el oráculo le contestó que sería un gran éxito; y tiene que haber consultado mucho el oráculo, para averiguarlo. [259].
Entonces, Juliana fuerza a Abendsen a que reconozca la verdad de esa otra realidad, donde los nazis no dominan el mundo junto con los japoneses. Pero en ese punto me entra la duda. Si la realidad verdadera, según el I Ching, es la que describe el libro La langosta se ha posado, la que aparece en El hombre en el castillo es falsa. Ello desvelaría el juego metaficcional de la ucronía de una forma ingeniosa, pero me hace deducir que también la nuestra es una realidad inventada, y que un libro dentro de otro libro -un libro también existente en nuestro mundo- esconde la única realidad verdadera, donde Roosvelt no fue reelegido.
Quizá, por tanto, sea un personaje de ficción de la maquinación surgida de la mente de algún autor que nos maneja con hilos invisibles. Pero también, teniendo en cuenta que alguna vez había afirmado Dick que había escrito El hombre en el castillo consultando el I Ching, obtendríamos algo peor: un libro oracular, conocedor de todos los posibles futuros, sabedor de nuestro fatum, que niega nuestro libre albedrío, que se ríe de nosotros, de nuestra ignorancia, de los barrotes con los cuales el tiempo nos aprisiona.
Probablemente sean vanos delirios de un servidor, ecos de los delirios del autor de El hombre en el castillo, pero, probablemente, y, por ello, como casi concluye la novela:
La verdad, pensó, es tan terrible como la muerte, pero más difícil de encontrar. [262]