Es difícil reseñar un libro de ciencia ficción escrito por una autora que afirma que su obra no pertenece al género porque no aparecen ellas pistolas láser ni naves espaciales y que éstos son los pilares que sustentan a la cf. Es difícil, porque estas afirmaciones crean prejuicios sobre una obra que puede ser válida pero que viene lastrada por una orgullosa ostentación de ignorancia respecto al género literario en el que tu libro está enmarcado (aunque después en las librerías tenga su propia columna, ajena al resto de escritores de género). Porque podemos afirmar sin miedo que The Host es un libro de ciencia ficción, y también que es un libro que no está dirigido a lectores habituales del género.
No, este libro no está escrito pensando en mí, por ejemplo. El lector objetivo para el que ha escrito Meyer este libro es una mujer, preferiblemente joven, que disfruta de la novela romántica pero que quiere dar un paso más en las manidas temáticas habituales y sumergirse en algo inusual y fantástico. Por supuesto, no hay nada peyorativo en esta afirmación, pero sirve para ilustrar mi posición respecto a la lectura. Meyer ha creado una novela romántica que se ciñe a los convencionalismos de este tipo de obras, incluyendo un triángulo amoroso imposible y diversos elementos de atracción accesorios, así como una amenaza en la sombra para el amor de nuestros protagonistas.
Es posible que, tras leer la última línea, muchos hayan decidido que este libro es prescindible. No seré yo el que afirme lo contrario, pero me gustaría ahondar un poco más en los defectos y en las virtudes –que las tiene, sin duda– de esta obra.
Meyer plantea un futuro pesimista, en el que la humanidad ha sido prácticamente eliminada tras una invasión de parásitos en la línea de Los ladrones de cuerpos o Amos de títeres. No, no hemos desaparecido como especie. Nuestros cuerpos siguen ahí, pero los parásitos (conocidos con el nombre de "almas", término más que apropiado) están en todos ellos. Sólo algunos resisten, ocultos, a la invasión. El disparador de la novela es un alma que no ha podido borrar a su anfitrión, y convive con su consciencia dentro del cuerpo de la protagonista. Además, este alma es, como su anfitrión, una mujer (es una especie de gusano con múltiples patas de color brillante y sangre plateada, pero es a la vez mujer y una madre potencial en su especie), poco habituada a los sentimientos, que se verá contaminada por los de su anfitrión hasta terminar enamorada de la misma persona que ella.
Meyer fracasa cuando presenta su mundo y su entorno dentro de un marco de ciencia ficción -todo parece demasiado artificial, demasiado forzado, sólo un decorado como vehículo para lo que quiere narrar; especialmente tristes resultan sus descripciones de otros mundos previamente invadidos-, pero alcanza momentos emotivos cuando reflexiona sobre el amor, tal y como puede entenderlo un parásito atrapado en una red de sentimientos humanos. Tras un centenar de páginas farragosas y prescindibles, Meyer decide con acierto limitar su narración al marco de una cueva en la que se refugian los últimos humanos libres y a la que llegará la protagonista, Melanie, portando a su alma parásita, Wanderer, en una simbiosis confusa y en ocasiones absurda.
Es en esta cueva donde las relaciones humano-alma están mejor tratadas, ofreciendo algunas reflexiones agudas, que por desgracia están lastradas por un argumento tan previsible como tópico. Además aunque exista una interesante reflexión acerca de las sensaciones parasitarias –en la que entran en juego los sentimientos humanos de Melanie por su hermano Jaime y su pareja, Jared, entrando en conflicto con los propios sentimientos (desconocidos hasta entonces para ella) de Wanderer–, muchos de los personajes son de cartón piedra, irreflexivos y estáticos, lo que no termina de permitir que te sumerjas en la lectura.A pesar de todo, el segundo punto de giro del libro es interesante, y no cuesta demasiado terminarlo una vez que has aceptado las reglas de Meyer y decides obviar ciertas imperfecciones.
Sin embargo no puedo recomendarlo al lector habitual de ciencia ficción, porque se sentirá defraudado, y más cuando sepa que es el primer libro de una trilogía. The Host es una obra tópica, con un argumento lineal y previsible, que logra en algunos momentos resultar atractivo gracias a la fina exploración de los sentimientos que realiza Meyer, pero que no justifica sus ochocientas páginas ni el tiempo invertido en su lectura.
800 páginas, madre del amor hermoso…. Hay que destacar el pundonor del reseñador ante un producto que parece cumplir las escasas expectativas suscitadas. Un héroe…
Es un trabajo ingrato, pero alguien tiene que hacerlo…