Ciudad se estructura sobre lo que Gilbert Durand denomina mitos ascensionales y descensionales; recoge así una historia de principio y final; de progreso y dedecadencia: el término de la hegemonía del ser humano y el origen de la supremacía del perro. Arraiga, de este modo, con toda una tradición de finales y comienzos que tan prolija se ha mostrado en la ciencia ficción, y que asimila esta obra de Simak a otras clásicas de género como Crónicas marcianas de Bradbury o El fin de la infancia de Clarke.
Las ocho narraciones breves que componen Ciudad admiten una lectura independiente; sin embargo, es el conjunto total de relatos con sus respectivas introducciones, lo que otorga a la obra un valor especial. La disparidad de los relatos no afecta a la coherencia, la cual se mantiene, por un lado, a través de la repetición de personajes, lugares y referencias a acontecimientos anteriores; por otro, gracias a la estructura paralela que alterna introducciones con relatos. En estas introducciones, el futuro editor canino proyecta diferentes interpretaciones de expertos perrunos sobre la base histórico-mítica de los cuentos, de tal manera que existe una base común de la que participan todas las narraciones. La importancia de esta técnica reside en permitir al lector tomar distancia respecto a la narración, participando de un extrañamiento que anima a la reflexión de la lectura crítica. Se produce así una paradoja propia del género: el lector conoce los enigmas del pasado ignorados por los personajes futuros; pero desconoce cómo han llegado a su situación y lo que les depara el destino. De ahí que el lector esté obligado a generar hipótesis sobre las incógnitas que suscita la obra; sólo gracias a su conocimiento de la humanidad presente y a la comprensión global que le ofrecerá la lectura de la totalidad de los relatos podrá aprehender las respuestas.
El título de la obra, explícito en los primeros cuentos, resume la necesidad de la especie humana de mantenerse unida, y la necesidad de abandonar un individualismo que conduce inevitablemente al solipsismo y a la extinción de la especie. Promovido desde los estamentos políticos para hacer inefectiva la amenaza nuclear, el abandono de las ciudades con la consiguiente disgregación de sus habitantes se convierte en el germen del final de la humanidad. Sobre este final, en el que mucho tienen que ver las elecciones individuales de los miembros de la familia Webster, planea siempre la sombra de la evolución que impone un desarrollo y una meta tanto a perros como a humanos, hormigas o robots. Esta obsesión evolutiva provoca que Ciudad caiga en la falacia del destino común, la cual obvia la multiplicidad de ideas y conductas humanas. Es por esto que se descubre inverosímil una extinción que proviene de una elección libre y homogénea, alejada de la disparidad real.
Más allá de los valores ecológicos que promueve y del juego moral que sitúa al ser humano entre fuerzas irreconciliables que lo superan, la obra exhibe los problemas de la interculturalidad y de la convivencia por medio del contacto entre las distintas especies inteligentes. Humanos, mutantes, perros, robots y hormigas siguen caminos divergentes que sólo encuentran sentido cuando se aúnan hacia un mismo objetivo. Por medio de una visión caleidoscópica que trasciende toda multiplicidad aparente, queda expuesta la necesidad de un contacto y de un esfuerzo de comprensión que tienen como fin último el entendimiento que conduce a una colaboración mutua. Sin embargo, Ciudad, en su juego liminal, no se inclina ante la facilidad de una solución absoluta, sino que deja abiertos interrogantes que sólo el lector puede responder desde su experiencia; pero también desde los valores que ofrece la propia obra. Se convierte así en una exploración de las fronteras de lo humano; porque, aunque nos pese, lo humano es una categoría abierta, de límites imprecisos, susceptible de negociaciones e interpretaciones. Un concepto que, más allá de perros y de hombres, acaso no es sino el constructo ideal en el que proyectamos lo que queremos ser.
Una de las grandes obras maestras del género, evocadora, lírica, dotada de pasajes inolvidables, escrita en aquellos años en los que la sencillez aún se valoraba por encima de la complicación. Tiene muchos puntos en común con las Crónicas marcianas, tanto en el tono elegido como en su visión contraria al antropocentrismo. Es una de las dos o tres novelas que aconsejo leer siempre que alguien saca el asunto del cansancio que le produce la actual dirección del género intramuros, autorreferencial y difícil.
Completamente de acuerdo con la crítica de Óscar y el comentario de Kaplan. Cuando uno piensa en lo que le gusta de la ciencia ficción… Lo encuentra en Ciudad. Lo tiene todo. Y, además, toca muchos de los subgéneros de la cf: prospectiva, space opera (algo), hard, robots, utopía, distopía… Está entre mis favoritas, sin duda.