Siempre he pensado que la fantasía y la ironía no hacen buenas migas por aquello de la suspensión de la incredulidad; si no te crees lo que lees, si el tono del narrador no te permite que te lo tomes suficientemente en serio, es imposible que empatices con los personajes y te enganches con la historia. Pensaba yo.
Pero entonces he leído Alarido de Dios (Equipo Sirius) y he descubierto que —muy excepcionalmente— lo imposible es posible. La cuadratura del círculo existe. Vilar-Bou consigue que te creas a los personajes y te enganches con su historia a pesar de que todo el tiempo te está sacudiendo collejas y codazos en forma de guiños, saltos del punto de vista, lenguaje anacrónico, cinismo a raudales, imágenes inconcebibles, humor del más grueso calibre mezclado con la lírica más blanca… Debería grabarse un vídeo con la expresión facial de todos los lectores a lo largo de las primeras páginas de este libro: bocas abiertas, ceños fruncidos, rechazo, náuseas, asombro admirado y finalmente una sólida sonrisa de disfrute. Al menos así ha sido mi proceso de aproximación a Alarido de Dios, sin duda la novela de fantasy más sorprendente publicada en nuestro país en mucho tiempo.
El único (aunque grave) peligro que acecha este libro es el de convertirse en una especie de container de todos los recursos y capacidades del autor, una exhibición en lugar de una narración. Opino que Vilar-Bou sortea este peligro y su historia se sostiene por sí sola, porque por debajo de todo el cinismo, la iconoclastia y toda la pirotecnia estilística, lo que aquí se cuenta es una aventura de fantasía épica de corte clásico, tan eficaz como las leyendas más antiguas.
La misión del sanguinario Vervoék y el diplomático Dedekáer a través de un mundo helado y en permanente guerra está relatada con tanta pasión (en su sentido más romántico y también en el más hemoglobínico) que todos los juegos metaliterarios (extradiegéticos, habría que decir, si nos ponemos en ese plan) se aceptan de buena gana, y en lugar de restar intensidad consiguen multiplicarla, por un mecanismo de contrastes que no alcanzo a desentrañar y que por eso he llamado “cuadratura del círculo”.
Se trata de una novela excesiva, donde la palabra “intestino” es algo más que un simple leit motiv, la nieve es más roja que blanca, la carrera armamentística adquiere una nueva y aberrante dimensión porcina, y donde da miedo pasar cada página por si al otro lado nuestro personaje favorito resulta brutalmente desmembrado en una emboscada. Pero lamentar estos excesos o proponer un recorte en la casquería sería tanto como decir que El sargento de hierro estaría mejor sin tantas palabrotas, por compararlo con otra película de Eastwood, además de la mencionada por Emilio Bueso en la contraportada.
Dicen que Vilar-Bou repite algunos de sus trucos, paisajes y tics de Los Navegantes. Como no la he leído, solo puedo decir que Alarido de Dios es una novela que se defiende por sí misma, y que tengo la impresión de haber encontrado a un autor de largo recorrido, capaz de ofrecer más sorpresas y recursos que los antologados en este libro, porque domina el difícil arte de traducir la pasión en palabras, aunque a veces se trate de palabras malsonantes.
La firma de la última página insinúa que Vilar-Bou ha escrito el libro en cuatro meses, pero eso es un farol. Seguro.