Si hay algo que caracteriza a Ian McDonald es su “exotismo”. Lo normal en cualquier novela de ciencia ficción, especialmante cyberpunk o basada en un futuro cercano, es situarla en un país desarrollado, generalmente anglosajón. Pero McDonald es diferente. Sus historias suceden en lo que eufemísticamente llamamos “economías emergentes”, en las que conviven la pobreza más extrema y las creencias religiosas más antiguas y arraigadas con enormes fortunas y tecnología punta. Así tenemos la saga de Chaga, situada en África, la India balcanizada de
El río de los dioses (joya recientemente saldada por La Factoría) o su última antología Cyberabad Days y la novela que hoy nos ocupa, Brasyl, situada en el país más grande y poblado de Sudamérica.
Otra característica importante que comparte con su antecesora, El río de los dioses, es el punto de vista coral. Sólo que en este caso no se limita a presentar un grupo más o menos heterogéneo de personajes moviéndose por un escenario común que terminan por cruzarse. Aquí sube la apuesta y cada uno de los tres protagonistas pertenece a tres épocas distintas: un Rio de Janeiro “actual” (en vísperas del mundial de 2006) en el que una productora de realities busca al portero del Maracanazo para someterlo a juicio público, un Sao Paulo cyberpunk en el que seguiremos a la extraña pareja formada por un empresario de favela y un hacker cuántico, y un Amazonas del siglo XVIII con ecos de El corazón de las tinieblas o Apocalipsis Now (aunque probablemente más del remake cinematográfico que del original literario)
Este defecto, bastante importante, oscurece mucho lo que en otras condiciones sería una enorme obra. McDonald es un gran creador de imágenes y escenarios, que brillan especialmente en la parte cyberpunk, y sus descripciones tienen mucha fuerza. El sabor único que proporciona leer una historia ambientada en Brasil, sus constantes alusiones al fútbol, la capoeira (aunque en este caso quedan algo más forzadas) y el carácter brasileiro en general dotan de originalidad al libro, y el trasfondo filosófico-científico con reminiscencias a Egan y Dick, trufado con la interpretación de los muchos mundos de Everett de la física cuántica, juegan a su favor. Los personajes están bastante bien construidos, especialmente Edson, el protagonista de la parte futura, y su evolución es interesante. Pero a pesar de todas estas virtudes, las caídas de ritmo son un obstáculo difícil de soslayar.
En resumen, una novela buena, probablemente muy buena, pero que no es capaz de cumplir todo lo que ambiciona. Recomendable para cualquier amante de la buena ciencia ficción y especialmente del buen cyberpunk. aunque, por desgracia, resulte inferior a El río de los Dioses.
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