Jorge Romo, en un artículo para el Sitio de Ciencia Ficción se hacía la siguiente pregunta que, a la vez, da título al ensayo: ¿Está la ciencia ficción mexicana en la morgue?

Contestando a esta pregunta, tendré que decir que si no está muerta, sí es escasa. Aunque se pueden mencionar algunas obras de género fantástico que han aparecido en el mercado recientemente (en especial tres buenas novelas de Bernardo Fernández, que por lo visto ha mutado en la máquina de publicar), la verdad es que en México aún sobreviven de forma vigorosa los puntos de vista que describen a la ciencia ficción como una especie de subliteratura.

Esta visión se extiende prácticamente a todo el fantástico que peque de presumir su género, en especial la ciencia ficción y el horror. De la primera se evita incluso –por las editoriales– mencionar su nombre.

Esto no resulta del todo extraño si analizamos el origen de este desprecio al género. Y yo lo sitúo, básicamente, en el año de 1968.

1968 no fue un año fácil para el mundo. Fue prácticamente un año de transformación que en México se dejó sentir de una manera brutal en forma de masacre en la Plaza de Las Tres Culturas en Tlatelolco, Estado de México. La guerra fría había traído consigo un supuesto cambio de paradigmas que realmente solo se manifestaba como elegir entre una de dos polaridades ideológicas mundiales, y ambas potencias infiltraban a sus emisarios en la mayor parte de los gobiernos y los pueblos del mundo. En México, un país con una gran desigualdad económica y un poder centralista y dominante, para gran parte de la juventud estudiantil, el socialismo soviético representaba una utopía de igualdad política y social.

Así, el dos de octubre de 1968 una manifestación estudiantil fue acallada a punta de bala en la Plaza de las Tres Culturas, dejando un saldo de más de 300 muertos.

Por supuesto, esta masacre no solo dejó su huella en el ambiente político y social de su época, sino también en el cultural. El  “mundo intelectual”, o la mayor parte de él, siempre han presumido de su cercanía con el pueblo y con las causas populares, y esta situación, independientemente de a qué círculo social se perteneciera, no podía dejar indiferente a nadie, pero mucho menos –y con justa razón– a estos. El arte se encuentra ahora sujeto a una sensación de compromiso ante una realidad y una política injusta y apabullante. Ante este panorama, una literatura que se encarga de escribir –según los cánones intelectuales de la época– sobre navecitas espaciales, marcianitos verdes y princesas galácticas no tiene cabida en el rudo mundo de la realidad comprometida con la justicia social.

Solo pocos se atreven a transgredir en el mundo de las letras escribiendo ciencia ficción, horror o fantástico y, como en la mayoría de las partes, en México esa tendencia se transforma en gueto. Varios escritores optan por la autopublicación o por la creación de pequeños fanzines, que la mayor parte del tiempo solo tienen resonancia en el centro del país.

Extrañamente, eso no ocurre tanto a nivel de lectores. Editorial Novaro publica continuamente, entre sus colecciones de libros, obras de ciencia ficción, básicamente extranjera, que son bien recibidas por el mercado. Novelas de los cuarenta y los cincuenta escritas por Simak, Asimov, Heinlein y Pohl son dadas a conocer en nuestro país y en muchos más a donde Novaro, Diana y otras editoriales, exportan. Sin embargo, lo que acabó dando el tiro de gracia a todas ellas es el derrumbe económico del 82, que barrió con una gran parte de la industria editorial.

Los noventa se conviertieron en una buena década para la ciencia ficción, pues se contaba una comunidad de escritores del género más identificada. Esta se centra más en los escritores de la Ciudad de México y la Ciudad de Puebla, cuyas tendencias estilísticas se movían más hacia el campo del ciberpunk, tal vez por sentirlo más comprometido con una “realidad nacional”. Sin embargo, el epicentro amplificador de este movimiento se encuentra realmente en Nuevo Laredo, estado de Tamaulipas, donde el editor Federico Schaffler publica la que ha sido tal vez la más longeva revista del género: Umbrales. Es también Schaffler quien logra la publicación de la antología de ciencia ficción más importante de México, Más Allá de lo Imaginado, en tres tomos que presentaba, si no a lo mejor, al menos a lo más identificativo del género en ese momento.

Actualmente no tenemos en México un mercado del género como lo tienen en España. No hay editoriales especializadas, hace años dejaron de existir las convenciones y los premios del género ya no tienen el peso del que presumían. Mucha culpa la tuvo la tendencia de inventar y regalar premios a diestra y siniestra y por cualquier estupidez a las primeras de cambio. Es así que el movimiento murió. Murió como una unidad que realmente nunca fue, aunque quiso darse, y ahora los elementos más representativos de los grupos de la Ciudad de México, Puebla y Guadalajara, entre otros, se mueven más como partículas autónomas, publicando a donde sea bien publicar.

Siendo brutalmente sinceros, España ha sido un mejor lugar que México para presentar el trabajo mexicano. La mayor parte de lo que se ha enviado al otro lado del mar ha tenido buenos resultados en crítica y ventas. Muchos de los escritores del género en México han logrado embolsarse importantes premios españoles en la materia, pero lo más importante es que han conseguido un mercado del que carecen en México. En España hay más lectores, esa es la verdad.

Internet ha sido la piedra de toque de este nuevo panorama, pues permite a los escritores estar donde está el mercado.

No creo que sea la ciencia ficción mexicana la que está en la morgue. Es el movimiento de la ciencia ficción mexicana. Ya nadie tiene ganas de meterse en líos de egos, celos y “prestigio” de los que tan contaminado está el mundo de la literatura en general. Parece que ya no existe nada de qué hablar entre nosotros. Vivimos en nuestras burbujas y parece que vivimos bien. Tiramos por aquí, tiramos por acá. Hablo, por supuesto, de la generación de la que me tocó formar parte.

Pero he visto por ahí que hay reuniones. Nuevos chicos comienzan a juntarse para platicar, comentar y descubrir entre ellos el mundo fascinante de este género. Es muy probable que ellos sean la semilla de una nueva generación que realmente represente un movimiento para el género en nuestro país.

Aunque realmente –y eso es tal vez lo triste– a la mayoría de nosotros eso ya ni siquiera nos importa.

 

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