Y reinará la dulce ciencia 1

Se ha cumplido ya un mes desde que Sergio Meier Frei partió a colonizar otras esferas, sin embargo pareciera ayer tan sólo cuando, como en tantas ocasiones previas, abordé el único bus a Quillota que pasa por Concón para ver a mi gran y querido amigo, tocayo y colega. Siempre que iba a Quillota le llevaba algo, cómics, libros, a otros amigos e incluso a uno que otro miembro de mi familia. Aquel lunes 3 de agosto no llevaba nada salvo a mí mismo enfundado en un traje y corbata negros. Nunca permanecí tan poco tiempo en Quillota como aquella vez, porque a la casa de Sergio se iba por todo el día: uno llegaba a almorzar y no se marchaba sino hasta la salida del último bus a Concón a las 9:30 de la noche, y aún así nos faltaba tiempo para conversar, y aún así debíamos ir corriendo hasta la plaza y una vez arriba del bus, Sergio se quedaba ahí fuera en la calle despidiéndose con la mano como un niño pequeño hasta que el bus partía. Y uno deseaba que dejara de agitar la mano porque toda la gente se le quedaba viendo y mientras más lo miraban, él más insistía con una sonrisa traviesa en el rostro.

Como pueden ver me es imposible al redactar estas líneas separar al Sergio Meier amigo del Sergio Meier escritor. Porque para mí, antes que “el primer autor steampunk chileno” o “el Lovecraft de Quillota” o “el escritor de culto” o “el judío sabio” o cualquiera de las etiquetas reduccionistas con las cuales se han referido a él desde su partida, Sergio Meier fue un gran y entrañable amigo. Pero así son las cosas. Pese a los mejores esfuerzos de los biógrafos, en la mente del público una vida suele ser una caricatura, una línea identificatoria o dos. Y es parte de la misión de quienes tuvimos el privilegio de conocer a personas como Sergio el combatir esta tendencia alimentando la llama de su memoria, que estoy seguro arderá cada vez con más fuerza multiplicada en todos los intelectos y corazones que tocó en vida y que seguirá tocando a través de sus obras.

Porque Sergio Meier era alguien con muchísimas cosas que decir y compartir, y estas cosas te iluminaban, y te llenaban de entusiasmo y preguntas y deseos por saber más y ser mejor. Y en dicho proceso de intercambio, como ocurre en todas las grandes amistades, aprendían tanto uno como el otro, retroalimentándose en desatada y vertiginosa dialéctica. Era como si durante cada una de nuestras conversaciones universos enteros surgiesen, se desarrollasen y pereciesen para dar paso a otros cada vez más ricos y complejos, como infinitas catedrales de barrocas geometrías, como fractales vivientes y libros de arena, con logaritmos cabalísticos, mónadas holográficas, mezuzahs y rollos de oraciones, con imanes solenoidales, con frases prodigiosas dichas bajo cielos de cobre verde azuloso, con cuadros hambrientos y calorímetros electromagnéticos de cristales escintiladores y con ángeles que son montañas flotantes coronadas por castillos que en su interior guardan un brote petrificado del Árbol de la Ciencia. Y tras horas que transcurrían en cosas de segundos aparecía Silvita detrás de un cortinaje para decirnos que era hora de tomar el té, y nos trasladábamos del living al comedor donde nuestra vianda era presidida por una pequeña sinagoga confeccionada mediante un empaque de poliestireno y un ordenador instalado sobre una vieja máquina de coser Sindelen que Sergio presumía era su propia Tardis. Y yo me sentaba con Dante y Virgilio a mis espaldas en aquella reproducción de Delacroix pintada por Sergio, y tal y como los poetas italianos, nuestro viaje por el río del conocimiento continuaba develando misterios y espantando a las harpías para que no fuesen a estropearnos la merienda como al rey Fineo. Porque nosotros, al igual que Hamlet, nos considerábamos reyes del espacio infinito pese a estar cada uno encerrado en sus respectivas cáscaras de nueces llamadas Quillota y Concón, las que continuamente se nos antojaban como Providence e Insmouth, y refugiados en nuestras respectivas fortalezas resistíamos, fighting the good fight.

Porque ahí estábamos nosotros, con un pie en la Vª Región y otro en la Vía Láctea, mecidos por las variaciones Goldberg y embargados por el pensamiento que pareciera llevar a ninguna parte pero que al no tener destino fijo conduce a todas. Ahí estábamos celebrando perpetuamente Navidad, Hanuká y Bloomsday, recorriendo las galerías hexagonales de la Biblioteca de Babel, los caminos a Dublín, Golgonooza y la desconocida Kadath. Ahí estábamos, como sondas sumergiéndonos en la dimensión de Hausdorff-Besicovitch para rescatar tesoros perdidos, reliquias de otros tiempos y sellos inmemoriales. Ahí estábamos para perdernos entre Gauss con Lobachevsky, para reunirnos con Martínez, Tardieu, de Chardin, Borges, Lloró, Joyce, Dick, Alfonso, Serrano, Tesla, Di Filippo, Turing, Mandelbrot, Lovecraft, Newton, Penrose, Bohm, Pibram, Moore, Morrison, Miller, Burroughs, Gibson, pero sobre todo con el “poeta cuántico” William Blake que anunció el advenimiento de una edad donde la guerra de las espadas y las tenebrosas religiones se habrán desvanecido permitiendo el reinado de la dulce ciencia. Esa ciencia que tanto amaba Sergio porque, contrario a las religiones, no posee dogmas y está abierta al cuestionamiento y a la exploración y a la duda razonable y no castiga con la hoguera ni las penas del infierno a quienes osen cuestionarla y rebatirla ni tampoco hace falsas promesas. ¡Cómo olvidar esa verdadera celebración de la ciencia que fue el taller de filosofía cuántica que dictó Sergio a salón lleno en el Palacio Carrasco de Viña del Mar!, ciencia y arte hermanados en la gran aventura de la vida, esa aventura que para quienes creemos en una u otra forma de trascendencia prosigue para Sergio, que si muchas veces hablaba en plural, es porque al igual que su héroe Sir Isaac Newton consideraba estar sentado sobre los hombros de gigantes. Porque sabía que somos como aquellos pájaros que buscaban al Simurg sólo para darse cuenta de que ellos mismos eran aquella gran ave holográfica.

Como ya he dicho antes, cuando uno estaba con Sergio el tiempo se aceleraba. Las horas se convertían en minutos y los minutos en segundos porque, como escribió Blake, las horas de la locura las mide el reloj, pero ningún reloj puede medir las horas de la sabiduría. Y fue así como en cierta ocasión perdí el último bus a Concón y decidí esperar cualquiera que fuese a Viña del Mar mientras Sergio me insistía con que me quedara a alojar, claro que advirtiéndome de que en su casa penaban, que Patricio Alfonso alguna vez que pernoctó allí le había despertado con gritos de espanto en medio de la noche, por lo que Sergio bajó las escaleras, pistola en mano, a ver que pasaba. “¿O sea que si no me mata del susto el fantasma me matas tú de un balazo perdido? No gracias”, le contesté y ambos reímos como sólo se podía uno reír con Sergio, risas interminables que nos dejaban sin aliento como durante mi última visita a su hogar, junto a nuestro amigo en común Teobaldo Mercado y mi hijo Bastian. Jamás me reí tanto como aquella vez, y tampoco nunca vi a Sergio reírse de tal manera. Con Teobaldo conformábamos algo muy similar a los Tres Chiflados, pero no para provocar la risa ajena sino la de nosotros mismos. Claro que entre risa y risa hablábamos de cosas muy serias y relevantes, pero el humor siempre estaba ahí, un humor inteligente y sofisticado, como lo era el propio Sergio Meier. Teobaldo le llamaba “el Tecnomago”, yo le decía “Ominoso” por todos sus vínculos lovecraftianos y él a su vez me bautizó como “el Animoso” ya que solía decirme que explotaba en arranques de ira muy fácilmente. Y estaba en lo correcto. Siempre actué contrario a lo que significa ser elegante, ser un gentleman, porque como bien recordábamos con Sergio: “a gentleman will walk but never run.” Y gracias a Sergio aprendí a perfeccionar ciertas cosas perfectibles, y a conservar las rescatables entre las que por supuesto estaba la literatura, la cual fue nuestro punto de encuentro.

La primera vez que nuestros caminos se encontraron fue en una conferencia hace trece años atrás, aunque esto no lo supe sino hasta hace muy poco leyendo las remembranzas que sobre él escribieron sus amigos. Un par de personas mencionaban una charla sobre Lovecraft dictada por Sergio en el Centro Cultural de España allá por 1996 y yo recordaba haber asistido a una ponencia similar en el mismo sitio y fecha, pero que versaba sobre las cosmogonías de Tolkien y Lovecraft. Así que hice mis averiguaciones con el organizador de aquel evento, mi gran amigo Luis Saavedra, y resultó que se trataba de la misma a la cual yo asistiera. Y si bien la gente ha olvidado a Tolkien, no han olvidado a Meier, a excepción mía, claro, y esto se debe a que me marché antes porque comenzaron hablando del autor de El señor de los anillos y siguieron hablando de él hasta agotar mi escasa paciencia. Porque yo iba a escuchar sobre Lovecraft y el bueno de Tolkien no me importaba para nada y hasta el día de hoy sigue importándome lo mismo. Por esta razón no retuve ni el nombre ni el rostro de Sergio, porque no tuve oportunidad de escucharlo hablar, y es que cuando él hablaba seducía instantáneamente a sus oyentes gracias a sus vastos conocimientos, pero sobre todo por su entusiasmo y elocuencia dignos de un trovador medieval. Y la comparación con los trovadores no es para nada antojadiza porque estos en su mayoría era nobles que con sus canciones ofrecían una visión de mundo con una diversidad y riqueza única para su época, de igual forma como Sergio Meier lo hacía en sus textos y conferencias o simplemente dialogando. Y si hay alguien al que me atrevería a describir como perteneciente a la nobleza ese es Sergio Meier, un ser de una nobleza más inmemorial que las casas de Béarn, de Toulouse o de Atreides.

Tras aquella charla de 1996 volvimos a coincidir nuevamente en el primer lanzamiento de Años Luz: mapa estelar de la ciencia ficción en Chile realizado el 20 de abril de 2006 en la Casona Taller de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Valparaíso. En Años Luz, el primer estudio académico serio sobre el género en Chile, Sergio Meier estaba representado con un fragmento de su novela pronta a ser publicada, La segunda enciclopedia de Tlön. Al leerla inmediatamente dije: "wow, this is something else!" Era una suerte de The Matrix erudito y literario, my kind of fix. Y obviamente quedé enganchado. Curiosamente, estando a escasos metros el uno del otro en aquel recinto emplazado en el Paseo Atkinson del cerro Concepción, tampoco nos conocimos. Ambos nos ubicábamos ya como autores pero no contábamos con una imagen física que acompañara a los nombres, y como nadie nos presentó nuestro verdadero encuentro fue postergado hasta un mes después durante el segundo lanzamiento de Años Luz en la Biblioteca Nacional. Sólo entonces conocí en persona a Sergio e Isabel y tuvimos la oportunidad de charlar luego del evento en el Café Escondido. Hablamos de Lovecraft, obviamente, y de nuestros respectivos Providence e Insmouth en la Vª Región. Y de esta forma comenzó a cimentarse la amistad, en torno a nuestros temas y escritores en común en una primera etapa, y también en base a nuestras diferencias que es realmente dónde uno aprende. Y nadie mejor que Sergio como maestro.

Analizándolo desde la distancia debo reconocer que la publicación de Años Luz fue un verdadero hito y eso es algo que todos los involucrados debemos agradecer a Marcelo Novoa, y que yo debo agradecer doblemente ya que dicha antología no sólo me legitimó desde la academia, sino que me permitió una satisfacción mayor aún como fue la de conocer a Sergio y gozar de su amistad. De hecho durante aquel tiempo que abarcó desde fines del 2006 a mediados del 2007 tanto Sergio como yo -junto a Néstor Flores y Miguel Vargas- estábamos embarcados en la aventura de Puerto de Escape, todos éramos escritores de la V Región y todos seríamos publicados por dicha editorial. Por razones que no vale la pena mencionar, mi participación en Puerto de Escape llegó a un abrupto término pero a la larga fue mejor así ya que me permitió publicar la segunda novela en la que trabajaba que se tituló Identidad suspendida mientras perfeccionaba mi primer libro, al cual aún le faltaba mucho. Sergio e Isabel fueron un gran apoyo en la génesis de Identidad suspendida, y pasamos largo rato discutiendo el título mientras esperábamos el último bus a Quillota que jamás pasó, obligándoles a pasar la noche en mi casa. Claro que yo no tenía fantasmas, ni una pistola tampoco, pero al menos sí un sofá-cama.

Y finalmente llegó el tan anhelado lanzamiento de La segunda enciclopedia de Tlön el 1 de junio de 2007 en la sala Rubén Darío de la Universidad de Valparaíso. Llegué con mi amigo Rafael Cheuquelaf del dúo de música electrónica Lluvia Ácida, que también participaría del evento presentando uno de los temas -y correspondiente videoclip- que él y Héctor Aguilar compusieron como parte de nuestro proyecto Audioficciones, un EP que planteamos a manera de banda sonora para siete cuentos seleccionados por mí que incluían el extracto de La segunda enciclopedia de Tlön publicado en Años Luz. Dejé a Rafael en la sala y me fui a dar unas vueltas con el frío calando mis huesos hasta que consideré que era prudente ingresar al recinto, en el cual no cabía un alfiler. Las butacas de la sala, similar a un antiguo cine, estaban repletas, por lo que hube de sentarme en un pasillo lateral desde el que al menos podía ver el escenario.

Nunca he asistido a un lanzamiento de un libro tan multitudinario y nunca he estado sumergido en un ambiente de expectación tan electrizante como aquella vez, ni siquiera cuando he ido al concierto de alguna banda o estrella del rock. Y ahí estaba nuestra propia estrella de rock, el punk de bastón de levita: Sergio Meier, hablando sobre el advenimiento de esta segunda enciclopedia que surgió al preguntarse sobre cómo verían los genios del pasado el panorama científico actual, desdeñando a Einstein y Galileo en pos de Isaac Newton principalmente por su doble militancia en la ciencia y la alquimia. Habiendo encontrado a su héroe, Sergio necesitaba ahora un antagonista y quién mejor que Gottfried Leibnitz, el rival histórico de Newton. Los pilares de La segunda enciclopedia de Tlön habían sido puestos en su lugar para así edificar el barroco edificio que albergaría a estos y muchos otros personajes que incluyen a J. G. Ballard y al Dr. Smith de Lost in Space, en conjunción con las más avanzadas teorías de la Mecánica Cuántica y la Teoría de Cuerdas.

Tres meses más tarde nos volvíamos a reunir con motivo de un lanzamiento, esta vez de mi primera novela, Identidad suspendida. Si el lanzamiento de La segunda enciclopedia de Tlön fue algo así como un megaconcierto de U2, el de mi libro calificaría como un guitarreo de amigos en torno a una fogata, ¡pero vaya qué amigos! Jorge Baradit, Pablo Castro, Luis Saavedra, Teobaldo Mercado, y Sergio Meier , que por supuesto  ahí estuvo para presentar mi novela, y para escribir una reseña, y para presentar Poliedro 3 en la feria del Libro de Viña durante éste verano, Sergio siempre estuvo y cuando no pudo estar ya sabemos la poderosa razón que se lo impedía. Ya sabemos cual era el terrible Gréndel contra el que nuestro amigo, cual silencioso Beowulf, luchaba hacía varios años ya.

Sergio Meier fue un luchador, y me consta porque luché codo a codo con él contra las fuerzas opresivas de la mediocridad. Permaneció a mi lado en las buenas, pero sobre todo en las malas, y junto a Isabel me apoyó y alentó a seguir adelante cuando estaba a punto de renunciar al “cuento de la literatura” tal y como antes lo hice con el “cuento de la pintura”. Sergio fue un amigo como ya, lamentablemente, no me quedan, y una clase de persona cada vez más escasa de encontrar hoy en día cuando la frase de Plauto “el hombre es el lobo del hombre” pareciera más vigente que nunca. Teníamos grandes proyectos para este año que comenzó tan auspiciosamente con la charla de filosofía cuántica, habíamos trazado planes, acordado fechas… El resto ya lo saben.

Durante sus exequias, su gran amigo Patricio Alfonso se refirió a la teatralidad de Sergio, “la última vez que nos vimos nos estabas esperando con un eclipse de luna”, dijo Patricio. Yo por mi parte recuerdo que para el lanzamiento de mi libro llegué a buscarlo a la estación de metro Santa Lucía encontrándome con que el tráfico estaba detenido en la Alameda y un gran helicóptero negro había aterrizado frente a la Biblioteca Nacional, el mismo sitio donde lo conocí "por segunda vez" durante el lanzamiento de Años Luz. Todo con Sergio era un acontecimiento, desde lo más espectacular a lo más pequeño, y esto se debe a su inagotable capacidad de asombro, ese verdadero talento que todos poseemos de niños y que la vida adulta va atrofiando. Sergio se maravillaba de todo y de esta forma se convertía en un polo atractor de lo maravilloso. Junto a él la caminata a tomar el bus desde su casa al paradero era equiparable a la Odisea o el viaje de los Argonautas, llena de sorpresas y aventuras. Como aquella vez cuando hayamos en la calle un Pluto de juguete que de seguro se cayó de algún cochecito infantil y que para mi amigo equiparaba a haber encontrado el vellocino de oro.

Si bien Sergio era un intelectual docto, no era en absoluto pedante y tanto como la ciencia, el cine y la literatura, le interesaban los cómics. Prueba de ello es que durante la entrevista con Cristián Warnken trasmitida por TVN llevó La Liga de los Caballeros Extraordinarios. Y aquí había un campo de conocimiento en el que aventajaba a mi amigo, por lo que solía llevarle cómics que sentía estaban cercanos a su ética y estética. Lo primero que le facilité fue la Enciclopedia de los Transformers de Simon Furman, que lo maravilló al punto de intentar escribir un fanfiction de largo aliento que dejó inconcluso. Lo segundo fue la Doom Patrol de Grant Morrison, que le impresionó tanto que en los agradecimientos de La segunda enciclopedia de Tlön escribe: “Sergio Amira, hombre de atormentado talento que me mostró en los cómics a Coleridge y Thomas de Quincey”. Pero él también me sorprendió a mí prestándome cómics ajenos a la temática de superhéroes que es la que yo mayormente conozco,  como fue el caso de Wild Palms de Bruce Wagner y Julian Allen, que ciertamente tenía tanto en común con Identidad suspendida como la saga del Juez Roca de la Doom Patrol con La segunda enciclopedia de Tlön. De esta forma nuestros largos recorridos imaginarios no sólo nos llevaban a las literarias Kadath, Diaspar o Comala, sino también a Cybertron, Gallifrey e incluso Fondo de Bikini, que Sergio comparaba con el fándom chileno. "Algunos son Calamardo, Patricio, Don Cangrejo o Planktón", me confesó en cierta oportunidad. "Yo personalmente me identifico con Bob Esponja en medio de todo esto. Mucha gente toma a Bob Esponja por imbécil, pero no se dan cuenta de que Bob observa, analiza cuidadosamente, y se da cuenta. Bob Esponja dice: ‘Hola, cómo estás Calamardo’ y sabe que Calamardo no lo quiere. Y trabaja y se esfuerza en el Cangrejo Cascarudo, y sabe que Don Cangrejo tampoco lo quiere. Y al igual que Bob Esponja debemos tomar esta conciencia que a uno no todos lo quieren."

Pero a Sergio Meier era mucha la gente que lo quería, de eso no cabe duda alguna, y mucha más gente lo querrá y conocerá a través de sus textos y los de sus amigos más cercanos, en los que ya habita desde hace tiempo bajo los nombres de Aldoux Maiher, Uriel da Costa, Pablo Eleuterios, Sergei Meierson, Gottlieb Müller o Bernard Middledorfer. Y no puedo dejar de pensar que si el mundo fuese como en los cómics sabríamos que Sergio regresaría en cualquier momento, el mes siguiente, en el próximo número… De consuelo nos queda saber que mientras las obras de un artista estén entre nosotros, ellos también permanecen y es así como La segunda enciclopedia de Tlön ya cuenta con una nueva edición a cargo de Puerto de Escape. Estoy seguro que otras obras se irán sumando con el tiempo, ya que existe una importante cantidad de material inédito de Sergio Meier que incluye dos novelas –Una huída hacia la muerte y Memorias de un Gólem– y un guión cinematográfico –Los Pasajeros de la Tierra-, a los que debemos sumar varios artículos publicados en distintos medios y el prólogo del primer tomo -de doce- de Inferno de Karlés Llord. Mientras eso ocurre seguiremos alentando pasos de este lado de la membrana holográfica, enarbolando nuestra bandera de lucha hasta que la dulce ciencia imponga su reinado.

One comment on “Y reinará la dulce ciencia

  1. Teobaldo Mercado Oct 9,2009 2:29 am

    Muy buena reseña de nuestro amigo común, colega, me has hecho recordar esos momentos en los que compartíamos con él aquellas tardes en Quillota. Sus eternas e infantiles despedidas eran todo un acontecimiento, algo inolvidable para quienes las vivimos y que nunca olvidaremos. Fue todo un honor haber sido parte de esos Tres Chiflados que mencionas.

    Descansa en paz, Tecnomago, seguramente en Gallyfrei te habrán recibido con la alfombra roja y la orquesta.

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