La estación del crepúsculo, de Kate Wilhelm

Sería difícil que se escribiera hoy en día un libro como La estación del crepúsculo (1974; Premio Hugo 1976).  No es que los escritores actuales sean mejores o peores, es que ya se ha escrito tanto sobre los grandes temas tradicionales de la ciencia ficción (viajes espaciales, imperios galácticos, viajes en el tiempo, los clones, el fin del mundo, etc.) que queda muy poco que añadir.  Cada vez hay que rebuscar más para encontrar algo realmente nuevo y fresco que decir. A eso se debe, supongo, ese ciberpunk que nos aflige, o los otros punks que José Ramón Vázquez tan acertadamente llamaba retrofuturismo en una reflexión en este mismo sitio web, o el más frecuente recurso a las ucronías (una fuente inagotable de posibles historias) o a las llamadas soft sciences (ciencias sociales); y, por supuesto, el notable viraje hacia la fantasía y (en el cine) los aburridísimos superhéroes.

Siempre había creído que el título en inglés (Where Late the Sweet Birds Sang) venía del libro seminal sobre el desastre ecológico que se avecinaba, Primavera Silenciosa (1962), de Rachel Carson (aunque de hecho viene de un soneto de Shakespeare), porque me parece que la novela sirve en parte como una dramatización de éste, tal como la magnífica This is the Way the World Ends de James Morrow se puede considerar una respuesta novelística a Hiroshima de John Hershey. Pero aunque la novela sí arranca con una serie de catástrofes que terminarán con toda la humanidad salvo unos pocos, no es este su interés principal. Incluso, para mí, ese es el aspecto menos logrado, porque nunca se explica satisfactoriamente cómo las cosas se vienen abajo tan rápidamente, o cómo en un solo valle se logra escapar de los peores efectos de los numerosos desastres. 

El foco central de La estación del crepúsculo son los clones que crea una familia amplia y muy rica para evitar su propia extinción. Hay quien ha dicho que Wilhelm pinta las cosas demasiado en blanco y negro, que los clones (el colectivo) son malos, y el individuo que se rebela, bueno. Wilhelm es demasiado inteligente como para caer en esta trampa, y precisamente por eso el libro es tan potente.

Sus clones no son malos en sí mismos, no tienen malas intenciones, son muy inteligentes, aprenden asombrosamente rápido, se cuidan y se aman mucho entre sí, y se preocupan por las generaciones venideras (lo que no habían hecho los humanos, de ahí el recurso frenético a la clonación). Reconocen que no son humanos, pero sinceramente creen que su sociedad es mejor. Y sí lo es en algunos aspectos (es muy superior, por ejemplo, a ciertas sociedades religiosas que matan o mataban o matarían a los no creyentes si todavía tuvieran el poder, aunque éstos no representen ningún peligro real).

El problema aparece cuando surge una persona diferente, con ideas y deseos independientes. La presencia, la mera existencia, de tal individuo les hiere a los demás, les duele, les hace sufrir. En una familia de clones, si uno es herido, o simplemente piensa de una forma distinta, todos sienten un dolor anímico e incluso físico; este dolor los pueden hacer enloquecer. Lo mismo pasa si un clon se encuentra a solas. Por eso (y no por ser por naturaleza autoritarios o crueles) temen a alguien que se muestra un poco diferente, ni siquiera pueden tolerar su presencia.

Con este planteamiento (y no creo que sea importante si es o no probable en el sentido científico), que sea genuino y profundo el sufrimiento de los miembros de esta pequeña sociedad si alguien se sale de lo normal, la autora mantiene una tensión constante y evita dar respuestas fáciles, si bien es verdad que en todo momento opta emocionalmente por el individuo. Para la sociedad que tienen los clones (la matización es importante), una persona independiente (e incluso dispuesta a acabar con la sociedad) sí es y será siempre un peligro. Aun así, pasan años hasta que incluso los enemigos más acérrimos de tal individuo lleguen al punto de decidir matarlo. Al final un clon incluso se sacrifica para tratar de salvar a este individuo. 

Dicho esto, los clones no son humanos y su sociedad tiene cimientos fundamentalmente fallidos. La primera señal viene cuando hay un accidente en el molino; sólo sacan a los suyos, dejan a los humanos heridos allí. Después, cuando no quedan humanos, la solidaridad de las "familias" de clones excluye al otro. Aunque el sexo en grupo en las esteras puede ser visto al principio como un buen ejemplo de la ausencia de los celos humanos tan destructivos, no es un amor real, sino una forma de amor a sí mismo. El tratamiento de las criadoras (unas pocas clones que se quedan embarazadas a la antigua usanza) es repugnante y cruel (de hecho, es un poco extraño que los clones desprecien a las criadoras en vez de adularlas; se puede hacer comparaciones aquí con El cuento de la criada de Margaret Atwood). Además, a lo largo de la novela, los clones se degradan cada vez más con cada generación, llegando, por fuerza de las circunstancias, a optar por crear esclavos especializados para realizar distintas tareas. 

La estación del crepúsculo es lo que se llama en inglés un fix-up. Junta tres relatos relacionados para crear una novela. Pero eso yo ni lo sospechaba en el momento, porque la forma es perfecta para lo que quiere contar. Los tres episodios tienen protagonistas distintos: un joven médico, David, y los desastres que impulsan la creación de unos clones y los peligros que se vislumbran; las debilidades y las crueldades insospechadas de la sociedad resultante cuando una clon hembra, Molly, desarrolla su propia personalidad (la primera “defectuosa”); y la lucha por la supervivencia del hijo humano de ésta, Mark, que ve claramente que la sociedad de clones esta abocada a la extinción por su propia rigidez. Tres estados de la sociedad clónica vistos por tres protagonistas que luchan por retener, o conseguir, su humanidad. Para mí, la primera parte es la más apasionante, con un ritmo que parece pausado pero que es en realidad frenético, llena de suspense y tensión, y que contiene una historia de amor maravillosamente contada. La segunda parte es más dolorosa, más trágica, cuando el colectivo entra en conflicto con la primera clon con imaginación. La tercera parte es la menos lograda, y yo al menos no llegué a identificarme con Mark, quien va a ser posiblemente el salvador de la humanidad.

Con menos de doscientas páginas, es casi un relato corto en sí mismo comparado con los tochos de hoy en día, pero el estilo es tan económico, tan sugerente, con un impacto emocional e intelectual tan fuerte, que parece un libro mucho más largo de lo que es. Muchos han destacado las magníficas descripciones de la naturaleza, pero también creo que los diálogos son una masterclass sobre cómo plasmar conversaciones tal y como suceden: preguntas a las cuales el otro no trata de contestar, cada personaje persiguiendo sus propios pensamientos, destilaciones de puras emociones no expresadas. La relación de David y Celia es una maravilla de compresión, lo dice todo en pocas palabras, y esta técnica de dejar que el lector imagine lo que piensa o siente una persona se aplica aun más en el caso de Ben, el amante de Molly. Wilhelm tampoco nos hace perder tiempo leyendo "transiciones" obvias, ni sermonea, dejando que las acciones hablen por sí mismas.

Después de tantos halagos, unas pegas.  Ya he mencionado unos fallos en el escenario de la catástrofe. Lo que ocurre al final –sin desvelarlo– también me decepcionó un poco, ya que no surge inevitablemente de las debilidades internas de la sociedad clónica. El estilo elíptico, aunque por lo general es la mejor forma de mostrar cambios a lo largo del tiempo sin aburrir al lector, a veces parece servir de excusa para que la autora simplemente se salte algunas cosas que podrían haberle causado problemas argumentales. Eso pasa especialmente en la tercera parte, que además peca un poco de filling (rellenar), de añadir escenas sólo para poder llegar a tener un libro más extenso. Únicamente en la relación de Mark con Barry, el más viejo de los clones (y uno de los responsables de la muerte de sus padres), se atisba el fino y exquisito tratamiento de las emociones que hay en las historias de David y Molly. También, aunque las descripciones de la naturaleza son brillantes –los bosques cambiantes, el río, el gigante roble blanco que reaparece en cada sección– las que se refieren al tiempo, en especial las de la lluvia, se hacen demasiado reiterativas. Y, lo peor de todo, pero ineluctable debido a la composición formal del libro, no podemos permanecer junto a un personaje más de una tercera parte del libro, y yo añoré tanto a David como a Molly.

La edición es muy buena, con una portada atractiva y llamativa, y un tamaño de fuente quizás un poquitín pequeño. La traducción me parece excelente. Claro, yo no tengo el nivel de castellano suficiente para comentar con autoridad el estilo, pero me parece una prosa muy fluida que capta la escritura límpida, tensa y directa, a veces sumamente poética y hermosa, de la autora, sin una palabra de más, que marca el original. He contrastado (por interés, y para mejorar mi propio español) más de la mitad del libro con la versión inglesa, y he llegado a admirar mucho el ingenio del traductor, Manuel de los Reyes, a la hora de captar el sabor del inglés sin pecar ni de traducir de una forma demasiado literal, ni de conformarse con una mera aproximación al original (lo que suele pasar en muchas traducciones al español). Hay algún que otro pequeño error tipográfico, pero sólo he podido cazar un error de traducción que tiene importancia. En la página 148, donde dice que "alguien había envenenado a los clones", en inglés sólo dice que habían sido envenenados: la diferencia resulta bastante importante. 

Una cosa más. No se tiene que ser friki ni mucho menos para apreciar este libro. En el fondo es un estudio de lo que implica ser humano, ser distinto, ser único. Wilhelm es una autora muy sensible pero a la vez dura y realista; no deja escapatoria ni para David ni para Molly. No nos engaña con felices perdices al estilo de Star Trek o Star Wars. El libro es un canto a la libertad, al individuo, a la imaginación, a la creación, a la propia naturaleza, pero el camino es penoso. No creo que llamar a esta novela obra maestra sea exageración alguna.

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