Es muy difícil escribir (buena) literatura de humor; tanto más si de lo que se trata es de literatura de humor en nuestro género favorito. Aparte de Sir Terry Pratchett y su exitoso universo de Mundodisco (dicen los que saben que es el segundo autor más vendido a nivel mundial en el conjunto del género fantástico después de J. K. Rowling), no se me ocurren muchos más ejemplos con los que comparar la novela de Steve Redwood ¿Quién necesita a Cleopatra?
Sin embargo, hay un par de diferencias obvias entre ambos. La primera es el carácter más bien parco de la producción de Redwood respecto a la de Pratchett (inmensamente más prolífico), ya que se trata de su segunda novela tras El pescador de demonios, que no he leído pero sí he visto que ha cosechado buenas críticas. Además, posee algunas docenas de cuentos (el formato en el que parece encontrarse más cómodo escribiendo) publicados en su idioma original, el inglés, y de hecho ¿Quién necesita…? fue concebida inicialmente como un cuento, según reconoce el propio Redwood.
La segunda diferencia radica precisamente en el sentido del humor empleado. Ambos son británicos y ambos poseen una capacidad innata para el sarcasmo. No obstante, lo que en Pratchett funciona sin estridencias, como un acompañamiento natural bien amoldado a lo largo de sus historias, en Redwood se ve forzado demasiado a menudo. Aunque ofrece grandes hallazgos humorísticos (como el programa televisivo Gran Bebé, una réplica del espacio de telebasura Gran Hermano), da la impresión de estar obsesionado con hilar una interminable sucesión de gags con risas enlatadas, al estilo de las viejas sitcoms televisivas británicas como Los Roper o Un hombre en casa. En este sentido, hay referencias muy contemporáneas a ciertos asuntos que hoy entendemos porque pertenecen a la actualidad pero que probablemente se convertirán en un arcano para el lector de dentro de treinta años. En todo caso, el afán por arrancar una sonrisa en cada párrafo resta fuerza a un argumento que, por lo demás, está perfectamente diseñado y rematado para que al final encajen todas las piezas: algo básico en una novela como ésta, que trata sobre viajes en el tiempo y que funciona (valga la ironía) como un reloj.
El protagonista de la novela, relatada en primera persona, es un misterioso y cínico narrador que se identifica a sí mismo como N y que recibe en su mansión la inesperada visita de tres poderosas mujeres que llegan del futuro: las “damas de negro”, que se presentan como historiadoras y le exigen toda la información posible sobre sus viajes en compañía de Bertie. Éste es el hijo del millonario fundador de Chronotech, la empresa que patrocina la aventura espaciotemporal, y además de ser físicamente hediondo posee la habilidad de regresar siempre de las excursiones en muy mal estado: apaleado, mutilado, aplastado e incluso asesinado, aunque gracias al efecto rebote de regreso a su tiempo original los médicos consiguen siempre recuperarle. En el momento en el que comienza la historia, Bertie ha desaparecido misteriosamente.
El plato fuerte de ¿Quién necesita…? es el relato de las sucesivas aventuras de N y Bertie, que viajan hacia el pasado en busca de respuestas para algunos famosos enigmas históricos. Con el material que filman se monta posteriormente en su propio tiempo un exitoso programa de televisión que ayuda a pagar los gastos de la cronoexploración. De esta manera, conocen a Leonardo da Vinci y a la Mona Lisa, investigan de dónde salió la primera mujer que tuvo Caín, comprenden las circunstancias del espectacular asesinato de Rasputín, descubren quién fue el misterioso Ángel Moroni que encargó a Joseph Smith la fundación de la Iglesia Mormona, resuelven el caso de los alienígenas de Roswell y asisten en directo a la crucifixión de Jesús. Algunos de los episodios contienen escenas descacharrantes, como la de los viajeros temporales que interpretan el papel de romanos en el Calvario como si fueran extras de un peplum ante la ausencia de los soldados originales, o la historia entera de Moroni, tan delirante como el propio origen mítico de la religión fundada por el Smith verdadero.
Personalmente echo de menos algún viaje más hacia otras épocas pretéritas, pero es comprensible que Redwood aproveche el último tercio del libro para atar cabos y resolver (por cierto muy bien) las numerosas y complejas relaciones y paradojas creadas por los sucesivos cruces de líneas temporales. Y es que N y Bertie descubren que al viajar hacia el pasado ellos mismos están interfiriendo en la Historia y alterándola en cierto modo, lo que obliga a compensar los hechos. No sólo eso: ellos son sólo los primeros viajeros en el tiempo, pero tendrán que compartir parte de sus aventuras con viajeros de siglos posteriores a ellos. Las mismas “damas de negro” provienen de un futuro ignoto en el que se ha producido una rebelión planetaria y su objetivo último es extraer a N cierto secreto sobre la máquina del tiempo que el propio narrador desconoce. Para colmo, Bertie parece estar implicado en esa rebelión, pero la máquina originalmente utilizada por los dos protagonistas sólo les permitía viajar al pasado así que es un enigma cómo podría haber llegado al futuro…
Respecto al título de la novela, hace referencia al interés personal de N por viajar a la época de la popular reina egipcia, si bien su sentido definitivo se hace evidente a medida que nos internamos en la parte final del libro.
En resumen, ¿Quién necesita…? jamás ganará un Hugo o un Nebula ni tampoco generará en el lector sesudas reflexiones sobre el Futuro de la Humanidad o cualquier otro Gran-Concepto-para-Pensar-sobre-Ello, pero sí proporciona unas horas de diversión y entretenimiento, lo cual ya es mucho teniendo en cuenta el actual panorama.
One comment
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Hola Pedro,
Gracias por tu generosa reseña de Cleopatra. El único problema reside en que compararme con Pratchett (o Douglas Adams) ¡es como comparar a Aznar con Winston Churchill!! Son unos Intocables. La fluidez y sutileza de Pratchett siempre impresiona. Un día pienso estudiar un poco sus técnicas, y….
… ¡aún así sólo llegaría a diez mil años luz de distancia de su estrella!
Un saludo,
steve