Mesías del beat alienígena

“¡¿Dónde está mi avión que despega desde la terraza de mi propia casa?!

¡¿Por qué no puedo ir de vacaciones al espacio por menos de 20 millones de euros?!

¡¿Por qué no hay un robot trabajando en la oficina mientras yo navego en mi submarino individual?!

¡¿Dónde están las autopistas que dirigen a los coches de forma automática?!

¡¿Por qué aún no tengo mi sistema de realidad virtual en vez de un miserable Wii Sports?!

¡¿Y que hay de las bases con cúpula de cristal en la Luna y Marte?!

¡¡Me habéis engañado, generación anterior!! ¡¡Vuestra imaginación y la revista Quest son los culpables de la frustración tecnológica del milenio!!”

Oído a un vagabundo que despotricaba frente a la verja oxidada de un parque de atracciones abandonado.

Aquella concavidad argumental no estaba hecha para manos extraterrestres: te hablaron del derribo del Skylab y ni aun así te inmutaste, porque la sensibilidad de lo nimio, una vez alzada la voz y alzadas las espadas láser, convertían a la feria de tu interdimensional cultura pasajera precisamente en eso: un alienígena de cartón piedra atrapado en un loop atrapado en la mesa de mezclas de la proyeccionista holográfica que te matriculó, con tus aminoácidos a golpe de bajo arrancados con pinzas de Tranquimazin 0.5 de una línea en una canción de Zodiac Mindwarp —“me cago en la puta… nunca se ha visto esquirla tan arcaica en un Aleph de este tamaño…”—, como aire caliente de turbina de aerodesplazador acariciando la superficie de las aguas poco profundas de esa carga emocional tuya de forro de carpeta adolescente: una vez maestro y filosofía y glamorosa estrella, ahora un comediante stand-up desecho: y en esas estábamos cuando llegó la hora de contar tu relato de vida y sólo hubo un fulgor de píxeles por respuesta y risas enlatadas: sus muertes no podían importar menos al gólem, el Skylab, en fin, descansaría en paz, pues otros vendrían a inventar nuevos mesías con los que entretener a los niños.

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