Juegos de cama 4

Giró sobre él con maestría, como si estuviese danzando en el viento. Su compañero no esperaba menos, pero volvió a sentir la admiración que aquella mujer le provocaba. Era la pareja perfecta.

Las caricias iniciales habían sido delicadas, sensuales. Manos masculinas habían recorrido sin prisa los muslos y el terso vientre de ella; manos femeninas, los fibrosos hombros y la espalda recta de él. Con destreza, como se ejercitaran en otras tantas ocasiones, los dedos de ambos se habían aventurado luego por zonas más íntimas, dulcemente erógenas. Sus rostros se habían hecho reflejo de las lascivas sensaciones y expresaban sin rubor el placer antesala del éxtasis.

En una más que ensayada secuencia, sus cuerpos habían ido aproximándose. Al fundirse, la piel del hombre había recibido a la de su compañera con un leve temblor, que lejos de desmerecer el acto le había conferido un nuevo grado de voluptuosidad. Todo estaba yendo muy bien.

El encanto y la fluidez no tardaron en sobresalir en cada una de las posturas, que se sucedieron una tras otra colmándoles de pasión. El tacto y el esmero que exhibían en sus movimientos, en sus transiciones, resultaban sublimes. Senos enhiestos y músculos tensos se revelaban como indicativos patentes de su deliciosa experiencia común. Sus ojos y sus labios tampoco eran extraños al deseo: se perseguían libidinosos por cuello y mejillas en una cadencia mágica.

Llegado el momento cumbre, él se deslizó diligente por encima de ella, la cual se acomodó sobre el lecho con decisión y confianza. Le miró anhelante, anticipando el impulso que tan bien conocía. Cuando el hombre vislumbró su gesto apenas perceptible, flexionó sus brazos y sin un titubeo la penetró.

Se agitó en su interior y empezó a empujar rítmica, certeramente. La mujer pronto se deshizo en gemidos y proyectó la cabeza hacia atrás, hundiendo la nuca en la almohada de puro deleite. Él siguió tenaz con sus embates, pletórico, seguro en su virilidad… hasta que de repente se produjo el desliz. Al instante cerró los ojos invadido por el paroxismo, pero sabiendo que éste había surgido demasiado temprano. Al menos, tuvo la excusa perfecta para no mirar a su pareja, que se debatía entre esfuerzos por ocultar su decepción, por no llorar de rabia.

Segundos después, ambos desviaban la vista a su derecha, sin esperanza. La coordinación, el estilo, la insinuación, la composición, el erotismo, la plasticidad… todas las categorías tenían puntuaciones excelentes salvo una. El último componente del jurado, que calificaba la resistencia, les había dado un penoso seis. Un seis que no valía para nada.

La mujer contempló silenciosa a su destrozado compañero. Habían entrenado horas y horas sin descanso; no era cuestión de echarle la culpa.

Pero lo cierto es que la medalla tendría que esperar a las próximas Olimpiadas.

4 thoughts on “Juegos de cama

  1. Fernando Sep 20,2010 8:06 am

    Gracias por publicarlo, amigos.
    Sólo una cosa: está claro que el texto tiene cierto mensaje, pero… ¿no es un efímero en vez de una reflexión?
    Un abrazo.

  2. Iulius Sep 20,2010 9:32 am

    Desde luego, es doblemente efímero :P

  3. Fernando Sep 20,2010 9:37 am

    Ja, ja. Iulius, eres un crack.
    Por cierto, pronto te mando algo para las Nanoediciones; vaya cómo han crecido…

  4. Iulius Sep 20,2010 11:52 am

    Sí que han crecido, sí: empiezan a devorarme :). Encantadísimo, Fernando, claro.

Comentarios cerrados.