Ocaso

Estaba con los niños viendo el boletín de noticias en la tele cuando entró su mujer a avisarles.

-Es la hora. ¿Vamos afuera?

-¿Está todo listo?

-Sí –respondió la mujer quedamente.

-Vamos.

Serios y callados, ambos padres condujeron a sus excitados retoños a la terraza, donde estaban dispuestas las sillas y una mesa con tres vasos.

-Por suerte hoy hace buen tiempo, no como los días anteriores… ya no podía soportarlo más -le cuchicheó al oído a su mujer, mientras se iban acomodando en las sillas dispuestas para mirar hacia el mar, hacia poniente.

-¡Ohhhhhh! -exclamaban los chicos- ¡Que pasote! ¡Mira papá, que color rojo más precioso tiene el sol!

-¡Es increíble! ¡Que sol más bonito! –palmoteaba la pequeña.

Era un espectáculo memorable. Había merecido la pena esperar para contemplar esa belleza. A su lado, cogiendo su mano con fuerza, su mujer lloraba. Asistían asombrados y estremecidos a una de las más bellas puestas de sol que jamás se habían dado.

Durante el tiempo que tardó el sol en ocultarse todos miraron fascinados. Los niños, extasiados ante el espectáculo, los padres silenciosos.

-Ya se acabó –dijo él unos diez minutos después de que el sol hubiera desaparecido bajo el horizonte-. Ahora, niños, bebeos esto y a la cama. ¡Vamos! -les urgió.

-¡Mamáaaa, es que esta leche sabe mal…! –se quejó la niña.

-¡Eres tú, que eres una tiquismiquis! –se burlaron los chicos mayores, riendo.

-Tómatelo, hija, cariño… Se buena. –Una lágrima asomó a su ojo, y se le quebró la voz. La niña obedeció.

-Ahora, dadme un beso, vamos.

Todos fueron besando a sus padres, que les abrazaron con fuerza.

-¿Por qué lloráis? –volvió a preguntar la más pequeña.

-Es que ha sido muy bonito, ¿no? –sonrió, entre lágrimas, su madre-. Me ha emocionado…

-¿Veremos otra igual mañana? –preguntó, ahogando un bostezo.

-Quizás… ahora, a dormir, que te caes de sueño –apremió su padre, también con una sonrisa de ternura.

La niña asintió, sonrió a su vez, y se dirigió junto con sus hermanos mayores a la cama, bostezando.

Los padres estuvieron un rato mirando como se dormían. Entonces ambos tomaron sus propios vasos, que esperaban en la mesilla de su habitación.

-Es mejor de esta forma –dijo él, besando a su mujer. Levantó después la bebida y brindó. Apuraron hasta el final de un solo trago.

-Te quiero, hoy y siempre.

-Y yo a ti…

Se quedaron sentados en la cama, cogidos de las manos y sin hablar, hasta que el sueño les venció.

6 comments

  1. Glupsss, que mal rollo. Enhorabuena está muy logrado el efecto «se masca la tragedia modo kabum» sin moverse de lo cotidiano. Felicidades.

  2. Ramon eres un genio, la ciencia ficcion entro enmi mundo cuando coincidimos dos años en oviedo…..¿Te auerdas de la revista Pintaius?….Un saludo Genio….

Comments are closed.