-Gira a la derecha más adelante.
La indicación, como siempre, había sido sucinta y clara; no obstante, la maniobra de la chica al volante resultó errónea de nuevo. Casi al instante compuso un gesto que semejaba un ritual y murmuró, temblorosa:
-Lo siento. Me he vuelto a despistar.
El enésimo suspiro de la mañana resonó en el interior del coche como un trueno, adquiriendo un tinte de reproche que iba imponiéndose poco a poco al habitual de resignación.
-¿A despistar? Ojalá sólo fueran sólo eso, despistes. Mira, Gabriela: cuando no son distracciones son fallos, cuando no son nervios es sueño, cuando no son impulsos sin sentido es indecisión. De verdad, el repertorio de excusas no parece tener fin. Hemos hecho este recorrido un montón de veces y no hay manera.
Ella le dirigió una mirada fugaz, turbada.
-No… no sé qué me pasa.
-Yo tampoco, Gabriela. Pero no puedo serte útil si tú no pones de tu parte. Llevamos un mes con esto y ha sido un desastre. Deberías mirarme menos, escucharme más y estar atenta a lo que tienes enfrente. Sinceramente, dudo que estas sesiones estén sirviendo para algo. No veo avance; quizá habría que dejarlo.
El silencio que se abatió a continuación lo dijo todo.
-No, por favor –suplicó la chica, en tono lastimero-. Dame otra oportunidad. He probado con otros antes y tampoco he… Por favor, sólo necesito algo más de margen.
-Has tenido tiempo de sobra. Durante semanas he sido paciente, me he portado fenomenal contigo y he adaptado mis instrucciones a tu estilo de conducción… llamémosle errático. Pero todo tiene un límite. –Hizo una breve pausa-. Aun así, no puedo olvidar el dinero que has invertido. Por ello, te doy un par de horas para que te centres por fin y me demuestres que podemos seguir juntos.
-Gracias. Ahora voy a hacerlo bien, ya lo verás.
Muy al contrario, fueron dos horas realmente desquiciantes. Un pequeño infierno. La chica giró cuando debía continuar recto, siguió derecho cuando tenía que virar, no acertó con una sola salida en las rotondas, confundió una y otra vez los carriles de calles y carreteras… amasando un cúmulo de despropósitos tan extenso como increíble. Al término de la odisea automovilística, una voz congestionada por la rabia y la impotencia acertó a decir:
-Ya es suficiente, no lo aguanto. Esto es una auténtica ofensa a la dignidad profesional. Se acabó, Gabriela. Tengo que cortar de raíz.
Y uniendo la acción a la palabra, harto de recalcular en vano, el agraviado GPS se apagó abandonando a su usuaria definitivamente.